martes, 26 de julio de 2011

CUENTO HASTA CIEN



Meoz, valle de Lónguida, año del Señor 1376

Juro que no es exageración de monje poco conocedor de lides guerreras, ni murmuración de arriero para entretener a sus comadres, pero el próximo día de San Miguel, el caballero don Eneco de Aós, por cuyos hechos de armas en Normandía es conocido como "el bueno", y don Martín de Elcoaz, que por haber recibido muchas quemaduras y heridas en el rostro en esa misma pendencia es apodado "el feo", cumplirán ya siete meses intentando arrebatarse el uno al otro no se sabe qué tesoro que dicen que apareció en aquella aldea, y que ambos aseguran que les pertenece.

Una vez a la semana, y en ocasiones hasta dos y tres, según el ardor que les concedan el vino y el fuerte sol del estío, los dos viejos rivales se dan cita frente a la hermosa basílica de Santa Coloma, y comienzan a gritar a los cuatro vientos las bellaquerías que dicen haberse infligido el uno al otro.

Y no es lo menos curioso de todo este asunto que nadie ha visto todavía el citado "tesoro", y entre los vecinos comienza a pensarse que nunca hubo allí tal cosa, sino que estos dos pobres hijosdalgo, obcecados en su voluntad como buenos navarros, prolongan sus cuitas sin más razón que lograr derribar por fin a su contrincante.

Pero con todos estos combates, lo único que están logrando es espantar a los romeros. Y si éstos no vienen, y no dejan sus limosnas en el cepillo de la santa, no puede la cofradía mantener su santa casa el resto del año. Y es por eso que empiezan a verse grietas en el ábside y en las bóvedas. Así que hartos de la cabezonería de los dos caballeros, han decidido enviar un mensajero a Pamplona para que allí la Señoría de Navarra ponga fin a esta locura.

Pero como las cosas de palacio ya se sabe que van despacio, hace ya dos meses que el correo fue recibido, aunque más allá de buenas palabras, no parece haber obtenido la cofradía respuesta ninguna a su petición de ayuda, y siguen empecinados los dos guerreros en retarse semanalmente sin que, debido a su provecta edad, consiga ninguno de ellos imponerse al otro, por lo que apenas sacan de aquellos encuentros más que moratones en su arrugada piel y abolladuras en sus antíquisimas armas, que sin duda conocieron tiempos mejores.

Pero hete aquí que en medio de la funesta sequía de visitantes, un día llega a Meoz un jinete cuya montura va protegida por una barda de cuero cocido, toda ella teñida de negro. Y negra es también la larga capa que cubre casi por completo al caballero, e igual de negras son las telas que cubren su escudo y su yelmo, de tal suerte que con tanto luto, parece un legado de la muerte. Muy devotamente hace inclinar la cabeza de su caballo y la suya propia ante la puerta del templo, y como ha querido Dios que se presente en aquel lugar justo el día en que los dos ancianos han venido otra semana más a cumplir su testarudo voto, se pone a observar las torpes acometidas de los maduros bergantes que no dejan de insultarse mientras intentan acertarse el uno al otro con sus mellados estoques.

Cuando por fin se oyen más las pesadas respiraciones de ambos que los golpes de espada, así habla de repente el caballero negro para que todos los presentes puedan oírle:

-Mi señor don Eneco de Aós, que por sus muchas fazañas merece el sobrenombre de "el bueno", y vos, mi señor don Martín de Elcoaz, que por esos mismos méritos lleváis vuestras heridas como honrosos méritos de guerra, aunque los maledicentes se empeñen en conoceros como "el feo". Mucho me maravillo de ver a tan leales soldados enfrascados en luchas tan sin sentido como las que venís llevando a cabo desde hace tanto tiempo. Por vuestra edad más debiérais estar gozando de la tranquilidad de vuestras torres solariegas, que queriendo demostrar a las gentes vuestro más que probado valor...

-¿Y quién sois vos para atreveros a afear nuestra conducta? Viejos o no, nos sobran fuerzas a los dos para enseñaros modales, petimetre engualdrapado. En Normandía orinábamos en corazas más soberbias que la que vos portáis, ¡y con su dueño dentro todavía!, y a fe que querríamos seguir haciéndolo, mas es castigo de la ancianidad el no poder aliviarse uno como cuando era joven...

-Puesto que yo os conozco muy bien a los dos, justo es que ambos sepaís quien soy...

Y comienza a descubrirse el muy oculto caballero, y cuando se quita el casco y pueden ver su rostro, bajan del caballo los dos jauntxos, y se arrodillan ante el recién llegado, no sin mucha dificultad, que por haber estado guerreando tanto, hace tiempo que no visitan a San Urbano en Gascue, que como todo el mundo sabe es abogado infalible contra los males del reuma.

-Muy bien me parece que tantos golpes no os hayan nublado todavía el juicio, y aún seáis capaces de reconocer a vuestro rey don Carlos, llamado por los franceses "el Malo". Pero no sois vosotros quienes debéis arrodillaros ante mí, sino yo ante vosotros, porque si conservo el reino y las muchas o pocas tierras que me quedan junto a Cherburgo, es precisamente gracias al esfuerzo y el valor de vuestro corazón y el de tantos otros naturales nuestros que allí dejaron su ejemplo o su vida. Mucho me desplace por tanto veros envueltos en tan inútiles tráfagos, y por la obediencia que me debéis, os ordeno poner fin a estos necios enfrentamientos desde ahora mismo. Y para que os quede constancia y recuerdo de mi mandato, quisiera haceros entrega de estas nuevas armas que sustituirán a las que con tanto pundonor habéis llevado hasta este mismo momento. Y no os sorprendáis si veis en los escudos estrañas palabras, que las ordené comprar al muy afamado armurero don Samuel de Colt, que tiene su taller en la muy inglesa ciudad de Winchester. Por eso en este escudo que os doy, don Eneco el bueno, campea el lema "Eastwood". Y en este otro que ahora ya es vuestro, don Martín el feo, refulge el emblema de los "Wallach". Y para que no tengáis duda de la alta estima en que os tengo, yo mismo, Carlos II el malo, me quedo con éste en el que "Van Cleef" puede leerse...

Y mucho se miran a los ojos los tres, y muy lentamente se mueven, pero esto es más por la mucha edad de don Martín y don Eneco que por otra causa, y cuando muy contentos pasan los tres a agradecer a Santa Coloma haber salido más o menos intactos de tanta aventura, mucho siente el rey ver en tal mal estado edificio tan señero, y se promete a sí mismo investigar quién es el responsable de no haber procedido ya a la restauración de semejante joya, para colgarle de los pulgares desde la almena más recia de la torre de la Galea de Pamplona. Y va a rubricar ese deseo suyo con su propio sello, y en cera verde, para que tenga validez perpetua, y pueda seguir practicándose tan merecida y recta sentencia con los que muchos siglos después siguen haciendo oídos sordos al justo lamento de Santa Coloma de Meoz...





Tras mucho escribir como quien no quiere la cosa,
y con la celestial ayuda de Santa Coloma gloriosa,
al número cien llego con tanta historia curiosa.
Gracias, oh, sabia musa generosa.



Las fotos están sacadas de la web romanicoennavarra.info

© Mikel Zuza Viniegra, 2011

martes, 19 de julio de 2011

GARANTÍA DE COBRO



Petilla, julio de 1209

Apenas hace un mes que el rey Pedro II de Aragón puso, como garantía del prestamo de veinte mil maravedíes que le ha concedido el muy poderoso señor de los navarros, los lugares de Petilla, Gallur, Escó y Trasmoz.

Y como no parece que el aragonés vaya a ser capaz de saldar su deuda, ha ordenado su majestad don Sancho a la cancillería navarra el estudio exhaustivo de las riquezas y posibilidades que puedan albergar esas cuatro nuevas villas sobrevenidas al reino.

Así que descartados los fuertes castillos que guardan Escó y Gallur, parece que lo más valioso o aprovechable para sostener la independencia frente a las apetencias anexionistas de Aragón y de Castilla, son los maléficos poderes hechiceriles de la Tía Casca, que tiene atemorizada a toda la comarca de Trasmoz, y la noticia aún no confirmada de que en Petilla pueda vivir un gran físico y doctor hebreo que responde al nombre de Cajón y Ram-Al, y que al decir de todos es el hombre más sabio que nunca haya pisado esta tierra...

Manda el rey por tanto que se vaya raudamente en busqueda de científico tan importante, que nunca está de más hacerse con los servicios de nuevos Salomones, aunque sea Navarra tierra pródiga en ellos. Además, ya habrá tiempo luego de reclutar también a la sorgiña y a toda su dinastía de volanderas hijas y sobrinas. Y como está soliviantada toda la frontera aragonesa con tales nuevas, pues no se resignan los pueblos a ser simples amarrekos entre reyes, juzga don Pedro Pérez de Funes que lo mejor será enviar a tan destacada misión a dos agentes que ya han demostrado en otras ocasiones su valía. Y cree, como máximo encargado del espionaje navarro, que hacerse pasar por peregrinos hacia el santo cenobio de San Juan de la Peña, será lo más conveniente para sortear los peligros del viaje.

Y lo primero que les sorprende, una vez puestos en ruta, es que la calzada, que hasta poco más allá del hermoso templo de Vadoluengo, es tan firme y lisa como el resto de las carreteras forales, se convierte como por ensalmo nada más salir del reino en una sucesión de baches y badenes que jamás hubiera pasado los controles que los antiguos romanos, máximos conocedores del arte de construir viales, establecían para sus muy prácticas obras. Lo curioso es que justo al entrar en el término de Petilla, vuelve la carretera a alisarse como una vidriera, y es cosa muy maravillosa de sentir, pues no puede haber más explicación para tan extraño fenómeno que la reciente obtención por parte de este territorio de la condición foral navarra. Bueno, eso, o que Construcciones Sancho el Fuerte ha emprendido ya su campaña anual de obras públicas...

El caso es que a medida que van ascendiendo hacia la villa, con poca dificultad a pesar de lo escarpado del terreno, que quien ha subido a Gallipienzo tiene ya más conchas en esto de guiar carros que el austriaco señor de Lauda, van admirando el impresionante paisaje que se abre a los pies del pueblo, que tal parece sacado de uno de esos grabados que muestran las bellezas naturales de la Confederación Helvética. Y hay también muchas vacas sueltas mirándoles acercarse, mas como los caballos de hierro aún no se han inventado, justo es reconocer que no les hacen mucho caso los tales animales bovinos al pasar a su lado, que como todo el mundo sabe, las reses sólo se embobinan ante el tráfico ferroviario...

Y llegados a la iglesia que corona el lugar, pásmanse al ver como su hermosa portada queda cortada de repente por una guerrera torre de vigilancia, aunque comprenden que han de ser necesarias tales beligerancias, si quiere mantenerse la unidad del reino. De lo que no hallan ni rastro es del sabio al que han ido a buscar. Parece ser que su familia emigró a Ayerbe, que es pueblo muy famoso por las tortas dulces que se hornean en sus panaderías. De todas formas queda constancia de la casa que ocuparon en Petilla, y aunque la encuentran cerrada a cal y canto, no pueden dejar de pensar que no sería tan culto y erudito el tal doctor, si dejó atrás un lugar tan hermoso como éste, que con mucha razón es perla destacada en la corona navarra, y que merecería sin duda tener -como tienen todas las islas-, un horario GMT distinto al del resto del reino, para que pudiesen los correos y pregoneros de don Sancho anunciar a viva voz por los cruces de caminos:

-¡Son las cuatro en Pamplona, una hora más en Petilla de Aragón!

Y emprendido el viaje de regreso, y como los dineros otorgados por el canciller Funes (que por cierto, tiene tan buena cabeza que debieran apodarle "el memorioso"), aún no se han acabado, deciden parar en Sos, que es pueblo aragonés provisto de todo bien, y que está casi ya en la frontera y cuenta con muchos lugares renombrados por el buen yantar que ofrecen a los viajeros. Y en uno de ellos, regentado por Bruixas mucho menos temibles que las de Trasmoz, y desde luego con mucha mejor mano para los fogones que aquellas, cenan opiparamente los dos mientras la luna llena se cuela por la ventana.

La misma luna llena a la que el gran visir, filósofo y astrónomo zaragozano Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al-Sa'ig ibn Bayyah, conocido por los cristianos como Avempace, dedicó estos inspirados versos:

"Tu amado amigo
descansa en la tumba
y ¿te atreves, estando ya muerto,
a salir luminosa y brillante
por los cielos azules, oh Luna?

¿Por qué no te eclipsas? ¿Por qué no te ocultas,
y así tu eclipse será como el luto
que diga a las gentes
el dolor que te causa
tu tristeza, tu pena profunda?"


Mas no es momento de tristezas ni de eclipses, sino de brindar por próximas embajadas en una taberna a los pies de la iglesia de San Esteban, esa en cuya portada está tallada doña Estefanía que, aún siendo reina, seguro que no fue ni la mitad de guapa que la agente navarra que acaba de pedirse una cerveza con limón...


© Mikel Zuza Viniegra, 2011

miércoles, 13 de julio de 2011

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN IV



-¡Joe, están llamando a la puerta de la calle! Dice que es un tal Miguel Zousa.

-¡Déjenle pasar, es su pasaporte de salida!

-Mr. Welles, encantado de poder conocerle al fin. Soy un gran admirador suyo desde los tiempos de "Citizen Kane". Si me lo permite quisiera, en nombre de la Diputación Foral, agradecer a usted y al resto de su equipo su labor . Mis jefes hubieran querido expresárselo personalmente, pero hasta el último minuto hemos estado esperando que acudiera a Pamplona el embajador británico. Sin embargo acaba de anunciarnos que finalmente no puede venir, aunque curiosamente sí que van a hacerlo varios miembros de su escolta personal y otros más enviados por el Foreign Office. Quizás les guste coincidir con todos ellos...

-Para mí también es un gran placer conocerle, mr. Zeiza. Me encantaría que todos mis productores pagasen tan bien y tan pronto como usted. Y crea que para todos nosotros hubiera sido estupendo poder charlar con esos señores, pero ya sabe como es este mundo de las películas: tenemos que salir inmediatamente a buscar nuevas localizaciones para nuevos proyectos. Tengo aquí su película, si usted tiene preparado el dinero, tan sólo tendrá que montarla en un laboratorio especializado, y sinceramente creo que quedarán muy satisfechos, porque su príncipe de Viana ha quedado reflejado como un gran líder, culto y digno de ser recordado.

-Perfecto, no esperaba menos de usted, mr. Welles. Aquí tiene los 15.000 dólares. Yo también debo volver a palacio.

-¿Podría indicarnos antes donde quedan los bares más concurridos, mr. Zouza? Nos gustaría tomarnos una última copa...

-Como no, mr. Welles. Bastará con que salgan de la catedral y vayan hacia la plaza de Navarrería. Todas las tabernas y la propia calle estarán abarrotadas a estas horas. Pueden escoger entre Casa Mina, el Cordovilla, el Alemán... Aunque yo les recomiendo el Aldapa.

-Gracias, señor Siouxa. Ha sido un placer hacer negocios con usted. Well, amigos, vamos, cuanto antes estemos rodeados de gente más seguros nos sentiremos...

-Mike ya está repuesto, Joe, pero aún no sabemos cómo saldremos de Pamplona.

-Hagamos caso a mr. Welles, y vamos a una de esas tabernas. Será más fácil escabullirse desde allí. Pero tú, John, sigue a ese tal señor Cinza y arrebátale esa cinta. Si los esbirros ingleses llegan a verla, no tardarían en identificarme. No le mates, aunque no debe ver de donde le llega el golpe que le hará dormir un buen rato, para que no pueda relacionarnos con el robo. Te esperamos en ese bar "Aldapa" con una pinta en la mano...

-Nuestro amigo tenía razón, mr. Welles, esto está de bote en bote. Por cierto, aún no ha hecho usted el reparto...

-Ciertamente tu negocio es mejor que el del cine, Louise: tú te vas a llevar todo el dinero y yo me voy a quedar sin nada, como de costumbre...

-Te voy a dejar 4.000 dólares, Orson. Lo siento pero necesitamos el resto para escapar. Me ha encantado conocerte, y quizás, en otras circunstancias hubiéramos podido conocernos aún mejor. Pero no quiero irme sin tener algo más que poder contar a mis amigas. En ese cartel pone "Calle del Carmen". La próxima vez que les vea podré decirles: "Besé a Orson Welles en la calle del Carmen de Pamplona, justo cuando el sol comenzaba a salir entre los tejados..."

-Es un buen final para una película, Louise. Ya te dije que valías para ésto. Y ahora ponte este pañuelo rojo, aquí todo el mundo lo lleva y pasarás más desapercibida que sin él. Me lo regalaron ayer y está bordado: "To the great actor and director Orson Welles". Así tendrás un recuerdo mío. Por cierto: ¿Vais a destruir la cinta, verdad? Vi como tu compañero seguía a mr. Zuza...

-Desgraciadamente sí, no podemos arriesgarnos a que me reconozcan. Y tú también quedarías seriamente comprometido si nos descubren. Lo siento, porque me caía bien ese prince of Viana. Debe ser el único príncipe que me cae bien...

-Procuraré que de ahora en adelante haya otro príncipe más que te caiga bien, dear miss Connemara. Voy a subirme a la barra del bar, y cuando empiece a recitar y toda la gente mire al americano alto y loco, aprovechad para esfumaros, pero procurad evitar una calle que se llama "Estafeta", please. Y no te preocupes, es un truco que precisamente aprendí de otro irlandés llamado John Ford:

"To be, or not to be, that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles,
And by opposing end them? To die, to sleep,
No more; and by a sleep to say we end
The heart-ache, and the thousand natural shocks
That flesh is heir to: 'tis a consummation
Devoutly to be wished. To die, to sleep;
To sleep, perchance to dream – ay, there's the rub:
For in that sleep of death what dreams may come,
When we have shuffled off this mortal coil,
Must give us pause – there's the respect
That makes calamity of so long life.
For who would bear the whips and scorns of time,
The oppressor's wrong, the proud man's contumely,
The pangs of disprized love, the law’s delay,
The insolence of office, and the spurns
That patient merit of the unworthy takes,
When he himself might his quietus make..."


-Joe, tengo la cinta. Tenemos que irnos. ¿Pero qué está haciendo Welles ahí arriba?

-¡Calla y mira! Todos a su alrededor están borrachos, nadie excepto nosotros entiende lo que dice, y aún así no se oye ni el vuelo de una mosca. Están fascinados por él, aunque no le comprendan. Mr. Welles es de la misma estirpe de Miguel Angel, de Leonardo o de Rafael, y ahora está recitando Hamlet en un taberna de Pamplona para que nosotros podamos huir. Escapemos pues de esta ciudad de locos, no habrá mejor aplauso que podamos dedicarle...

Fin.


© Mikel Zuza Viniegra, 2011

martes, 12 de julio de 2011

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN III



-What? You are crazy!

-Crazy or not, tiene que ayudarnos a escapar, mr. Welles.

-Pero yo no tendré dinero hasta que entregue esta cinta que estoy rodando ahora mismo. ¿Y cómo voy a poder hacerlo si ni siquiera tengo un actor que me dé la réplica?

-Eso quizás pueda arreglarse. Sé que Joe hizo teatro mientras estudiaba en el Trinity College de Dublín. Joe, ven aquí!

-Pero mr. Joe, ¿nunca le han dicho que es usted tan guapo que parece una mujer?

-Of course, mr. Welles. Es que soy una mujer: Louise "Joe" Connemara. Quizás le quede más claro si me quito esta estúpida boina roja que me da tanto calor...

-Pero entonces, ¿a que viene ese nombre de Joe?

-En este oficio no se deja pasar primero a las mujeres, mr. Welles. Pero mis compañeros saben que pueden confiar en mí en cualquier situación, y eso es más que lo puede decirse de muchos hombres...

-Mire, le decía a su compañero que si somos capaces de acabar esta filmación, podré proporcionarles el dinero que les permitirá huir de esta ratonera en la que ustedes mismos se han metido. Naturalmente el dinero será destinado sólo a esa eventualidad, porque si insisten en llevar a cabo su descabellada idea de secuestrar al embajador británico, yo mismo me veré obligado a denunciarles...

-¿Olvida quienes tenemos las armas?

-¿Y ustedes creen que al I.R.A. le interesa la publicidad negativa que supondría asesinar a la estrella de cine Orson Welles, y además en una catedral católica?

-Había leído en alguna revista de cine lo inteligente que era usted, mr. Welles. Pero no se pase de listo o lo lamentará, con publicidad negativa o sin ella. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

-En primer lugar ponerse las ropas que ahora lleva su inconsciente amigo, y luego recordar a marchas forzadas todo lo que aprendió sobre actuación en su College.

-No se preocupe, interpreté a Antígona, a Fedra y a muchas otras heroínas griegas. Creo que podré con este... ¿Carlos de Viena?

-De Viana, ms. Connemara, de Viana. Well, al menos mis productores no podrán quejarse de la belleza del príncipe que les he escogido, y además, que usted lleve el pelo cortado como un muchacho nos viene de perlas, porque con este birrete rojo nadie notará la diferencia. De hecho es usted tan guapa que voy a retocar mi maquillaje para resaltar la fealdad (interna y externa) de mi personaje, el rey Juan, que es el padre del príncipe y quien le roba la corona de Navarra. Para ayudarle más en su interpretación, le diré que piense usted en don Carlos como un líder político que quiere mantener a su país al margen de los tejemanejes de poderosos estados que quieren acabar con su independencia. Supongo que usted compartirá esos sentimientos...

-No tenga ni la menor duda de ello, mr. Welles...

-Entonces continuaremos justo después de su interrupción. ¡Silencio, cámara, acción!:

-Padre y señor: desde luego que una mala conversación es mejor que una buena batalla, por eso me hubiera gustado que me hubiéseis recibido antes, en alguna de las múltiples ocasiones en las que os lo solicité. Ahora, cuando nuestros partidarios afilan sus espadas de guerra, es cuando os avenís a hablar de paz. ¿Quizás porque veis posibilidades de salir derrotado? ¿Y en tal caso, debiera importarme, después de cómo me habéis tratado? Apeláis ahora a la sangre, pero ¿cuándo me habéis demostrado una pizca de unión familiar? Siempre estábais en la guerra de Castilla, ¿os ha importado algo nuestro pais, o sólo su corona? Pues la corona es mía, y no sólo por nacimiento, sino porque todo el derecho escrito así lo indica. Sí, ese mismo derecho que vos os complacéis una y otra vez en saltaros. ¿Queréis concordia? Volved a Aragón y esperad a que muera vuestro hermano, seréis entonces un rey mucho más poderoso que yo. Dejadme mi Navarra, que representa tan poco para vos, pero lo significa todo para mí...

-God! Miss Connemara, are you a Greta Garbo, a Carole Lombard, a Bette Davis!

-No. Sólo soy el teniente Joe, del Ejército Republicano Irlandés, y no tengo interés en ser otra cosa, mr. Welles. Y continuemos, quedan pocas horas para que amanezca y no me siento segura aquí...

-¿Oiga? siento despertarle, pero el cortometraje está ya terminado, ¿puede acudir con el dinero? No crea que es por mí, pero mis colaboradores están un poco necesitados...

-No se preocupe, mr. Welles, no estaba durmiendo, además dentro de una hora y media es el encierro, así que iba ahora mismo para allá...

-Le esperamos pues, dese prisa, por favor, no quisiera perdermelo. Por cierto, aún no sé como se llama usted...

-...

-¿Oiga? No le he entendido bien. ¿Dice que se llama Miguel "Sousa"? Shit, se ha cortado!

-¿Cree que traerá el dinero, mr. Welles?

-Si quiere la película, desde luego que sí. Ha dicho que no tardaría. Por cierto, lo que le dije antes no era una lisonja. Es usted condenadamente buena. Si algún día quiere probar en este fabuloso mundo del cine, tendrá mis puertas abiertas, miss Connemara.

-¿Las de su camerino también?

-No quería decir eso. Perdone si la he ofendido...

-Lo sé, pero está usted tan mono cuando se disculpa...

(Continuará)


© Mikel Zuza Viniegra, 2011

domingo, 10 de julio de 2011

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN II



Sacristía de la catedral de Pamplona, noche del 10 de julio de 1961

-Sí, el señor Welles ha llegado ya. También están aquí el camarógrafo, la maquilladora y los técnicos de luces y de sonido. Los trajes que dejaron ayer los del Muthiko están listos para ser utilizados, así que si no manda usted nada más, yo me retiro, que se está haciendo tarde...

-Lo siento, Padre Yzurdiaga, pero tendrá que esperar aún un poco más, me informan de que la Policía Foral acaba de localizar al actor irlandés y que ahora mismo lo llevan para allá.

-Bueno, pero que no tarden mucho, por favor. No estoy acostumbrado a trasnochar tanto.

-Deje entonces las llaves al portero, así le molestaremos lo menos posible.

-No, señor. No vaya a ser que estos actores, acostumbrados a pasar como el caballo de Atila por sus lugares de rodaje, aprovechen mi ausencia para no dejar títere con cabeza en este recinto sagrado. No quisiera tener que dar mañana explicaciones al señor Arzobispo...

-Puede dormir tranquilo, Padre, que la Diputación se hará cargo de cualquier contratiempo.

-Sí, eso es lo que dice usted, pero comprenderá que pesan sobre mí los prejuicios que durante siglos ha tenido la Iglesia contra toda esta gente del teatro...

-Pero Orson Welles es una figura de talla mundial. Que la catedral de Pamplona salga en una de sus producciones puede atraer mucha gente a su templo...

-¡Bah, turistas! Devotos y peregrinos es lo que nos hace falta.

-Bueno, páseme al señor Welles, por favor.

-Aló? I'm Orson Welles.

-Desde luego tiene usted una voz que sobrecoge, mr. Welles...

-Sí, suelen decírmelo mucho. Oiga, ¿no va a venir usted para que podamos conocernos?

-Lo siento mucho, pero en plenas fiestas de San Fermín, apenas puedo moverme de Diputación. Pero uno de nuestros funcionarios le lleva al actor irlandés del que nos habló. A él podrá pedirle todo lo que necesite. Por cierto: ¿qué le pareció el guión?

-Well, el libro de mr. Iribarren es interesante, pero las escenas que había preparado eran demasiado lineales y sin fuerza. Así que usándolas de base, me he permitido reescribirlas para dotarlas de tempo dramático. Confío en que no dude de mi capacidad para llevar a cabo este trabajo. Además, tenía usted mucha razón: ese príncipe de Viana fue un personaje digno de que Shakespeare se fijara en él...

-Por supuesto que confiamos en usted, mr. Welles, si no no le hubiéramos ofrecido nuestra propuesta. En cuanto lleguen los forales con el irlandés, puede usted empezar. Le recomiendo el refectorio o la capilla de Barbazán como decorado. El mismo claustro estará precioso a la luz de esta luna de julio. Escoja la localización que le parezca más apropiada, y adelante. Cuando haya acabado el trabajo, sea la hora que sea, llámeme a este mismo teléfono y acudiré con el dinero convenido.

-Ok. Llaman a la puerta, debe ser el irlandés. Hablamos mañana.

-Disculpe, mr. Welles. Soy el canónigo Fermín Yzurdiaga. Ahora que por fin ha colgado el teléfono, y antes de que empiece a rodar, me gustaría preguntarle una cosa, ya que probablemente nunca más tendré ocasión de hacerlo...

-Usted dirá, Father "Yzurdieiga".

-¿Cómo era Rita Hayworth?

-Me sorprende usted...

-¿Por qué? no debe extrañarle que bajo la sotana haya un hombre.

-She was a true angel. His body and his soul...

-Sí. En su "body" estaba precisamente el problema...

-Well, Father, creo que usted debiera estar más preocupado por las almas que por los cuerpos...

-Bueno, mr. Welles, hay cuerpos que hacen perderse a tantas almas que, para evitarlo, conviene conocerlos bien...

-Quizás podamos continuar esta interesante conversación teológica en otra ocasión, don Fermín, pero ahora tengo un trabajo que hacer, y me parece que va a resultar más complicado de lo que pensaba, porque este no es el irlandés que yo había pedido...

-¿Cómo dice, don Orson? Pero si responde punto por punto a las indicaciones que nos dieron nuestros superiores: unos 25 años, de nacionalidad irlandesa, y alojado en un hostal de San Nicolás.

-Pues o el vino ha transformado mucho su rostro, señor oficial, o les digo que no es él. Claro que esa tremenda moradura que tiene sobre el ojo tampoco ayuda demasiado a identificarlo...

-Sí, lamentablemente hubo que utilizar la "persuasión" para que nos acompañase, porque se puso muy bravo y no hacía caso a nuestros requerimientos. Más vale que aquí sabemos tratar a los guiris, mejorando lo presente, don Orson. Usted no se preocupe, que con un poco de maquillaje y un sombrero, estará como nuevo...

-Sí, borracho e inconsciente. Well, en Hollywood conocí a unos cuantos actores que jamás supieron interpretar de otra manera. Le vestiremos como el personaje y filmaremos seguidas todas mis réplicas. Mientras tanto les ruego que se lancen a buscar al auténtico irlandés por toda Pamplona.

-¿En plena noche sanferminera? No le arriendo la ganancia, pero lo intentaremos...

-Uff! Este traje medieval me está bastante estrecho. Se conoce que los reyes de Navarra eran menos corpulentos que yo. Y el irlandés sigue sin despertarse... En fin, empecemos. ¡Luces, cámara, acción!:

"Príncipe Carlos. Esta puede ser la última ocasión en que vos y yo podamos reunirnos en solitario, sin la interferencia de las distintas banderías que pugnan por nuestros favores. Quisiera pensar que no habréis dado crédito a quienes os hayan dicho que os odio. Sois sangre de mi sangre, y que no seamos de una misma opinión en muchos asuntos, aún en los más cruciales, no romperá nunca esa verdad. Deberíais haber advertido que soy, al contrario que vos, que desde que nacísteis teníais asegurado un trono, un simple segundón que nunca tuvo más futuro que el que le marcasen su padre o su hermano. Por eso cuando me casé con vuestra madre, y coloqué sobre mis sienes la corona de Navarra, supe que habia conseguido romper ese destino que otros habían fijado para mí. Eso es lo que nunca habéis entendido o no he sabido haceros entender, pero aún tenemos tiempo para... Shit! What's happens here? ¿Qué son esos golpes en la puerta? ¡Corten, corten!"

-Where is our friend? ¿Qué le han hecho?

-Un poco de respeto, little bastards! Soy Orson Welles y estamos rodando...

-Calm, american guy, que esto que llevamos en las manos no son pistolas de atrezzo. Así que levanten todos las manos y escuchen con atención si quieren que no les ocurra nada. Pertenecemos al I.R.A., y hemos seguido a la policía hasta aquí porque han detenido a nuestro camarada Mike O'leary. Pero... ¿de qué le han vestido ustedes? ¿Y por qué huele tanto a whiskey?

-Lo del vestuario se lo puedo explicar. El whiskey ya lo traía él incorporado. Pero pueden ustedes seguir considerándole un héroe, porque parece que se resistió mucho a la policía, y por eso tiene la huella de un tremendo porrazo en la cabeza...

-¿Y el dinero que llevaba? ¿Donde está el dinero? Más de mil ochocientas libras...

-Puedo asegurarles que no traía consigo más que esta botella de vino malo metida en el bolsillo de la chaqueta, porque yo mismo me encargué de desvestirle y colocarle las ropas regias que ahora lleva...

-Oh, shit! Ahora deberemos abortar toda la operación...

-¿Operación? ¿Qué operación?

-El secuestro del embajador británico en la plaza de toros de esta condenada ciudad de chiflados...

(Continuará)

© Mikel Zuza Viniegra, 2011

miércoles, 6 de julio de 2011

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN I


Orson Welles sentado junto a la puerta del Hotel La Perla con unos amigos. Foto obtenida de la web http://laperla104.blogspot.com


Pamplona, 7 de julio de 1961. Recepción del Gran Hotel La Perla


-Hay una llamada telefónica para usted, señor Welles.

-Pasémela a mi habitación, please.

-¿Es usted Orson Welles?

-Well, un poco cansado pero sí, soy Orson Welles, ¿Y usted es...?

-Soy un representante de la Dirección de Turismo, Bibliotecas y Cultura Popular de la Diputación Foral de Navarra. El Gobierno local, para que usted nos entienda. Hemos sido informados de que se encuentra en la ciudad con el propósito de filmar una serie de documentales para la Radio Televisión Italiana? ¿Es eso cierto?

-Mire, si lo que quieren es cobrarme alguna tasa o permiso para poder rodar, les recomiendo que hablen con mi productor, yo no me ocupo de esas cosas. Eso sí, les advierto que nuestro presupuesto es, de puro exiguo, casi inexistente, así que no creo que puedan sacarnos gran cosa...

-Al contrario, señor Welles, precisamente lo que queremos es darle todas las facilidades posibles para que las Fiestas de San Fermín queden perfectamente reflejadas en su filme. Pero...

-Ya salió el pero...

-Déjeme terminar, por favor, mr. Welles. Como le he dicho, le ofrecemos todas las facilidades que necesite, y no sólo no queremos cobrarle sino que nuestra intención es justamente la contraria: remunerarle adecuadamente el pequeño favor que queremos pedirle a cambio...

-Pues usted dirá...

-Mire, este año se celebra el quinto centenario de la muerte del príncipe de Viana -the prince of Viana-, si usted lo prefiere. Fue uno de los gobernantes más queridos de nuestra historia, y por eso en nuestra Sección habíamos pensado rendirle un pequeño homenaje que pudiese ser proyectado en cines, ferias de turismo, quizás incluso hasta logremos salir en televisión, pero para eso necesitamos el reclamo de una gran estrella como usted...

-¿Y qué es lo que habían pensado exactamente?

-Vive entre nosotros un famoso autor llamado Manuel Iribarren. Hace unos años escribió una completa biografía sobre el príncipe. En cuanto nos enteramos de que había grandes posibilidades de que usted acudiera a Pamplona, le encargamos que elaborase un pequeño guión dramatizado. Si usted acepta nuestra proposición, esta misma tarde puede tener una copia en sus manos. También tenemos preparado el libro con someros resúmenes en inglés de cada capítulo, para que usted pueda hacerse una mejor idea...

-¿Pero acaso quieren que yo interprete al príncipe?

-Me temo, mr. Welles, y disculpe la confianza, que ya no tiene edad para hacerlo. No, don Orson: usted interpretaría al rey don Juan, el padre del príncipe, que le usurpó la corona y le persiguió hasta la muerte. Ya ve usted que es una historia de las que le gustan. Más shakesperiana imposible...

-Oh no, Shakespeare again! Mire, yo tengo que cumplir mi contrato con los italianos, y además pretendo rodar varias escenas de una película que estoy preparando sobre Don Quijote. Sintiéndolo horrores, no tengo tiempo para llevar a cabo su interesantísima propuesta...

-¿Y si le digo que le ofrecemos 10.000 doláres en mano?

-Entonces, querido amigo, le respondo que siempre me ha interesado la historia del reino de Navarra. Al menos lo que de ella se colige en "Trabajos de amor perdidos". "Navarra será el asombro del Universo", You know?

-Bueno, entre el 6 y el 14 de julio sí que lo somos, sí. El resto del año es otro cantar...

-Algo he notado. Por cierto, ¿qué es un "aldeanico"? Unos jóvenes estaban cantando algo sobre eso cuando he pasado por la plaza...

-Debían ser del Irrintzi, "a juerguista's band", o como se diga en su complicado idioma, mr. Welles. Bueno, entonces: ¿acepta nuestra proposición?

-Primero quiero ver el guión, además: ¿qué hay de los decorados, del vestuario, de los actores?

-Habíamos pensado en que usted mismo dirigiera el cortometraje. Si puede utilizar las cámaras del rodaje que le ha traído a Pamplona, mejor, sino le proporcionaremos una. En cuanto al resto de sus preocupaciones, el canónigo penitenciario de la Catedral nos permite rodar allí, y los del Muthiko -another juerguista's band- nos prestarán el vestuario que han preparado para recuperar a partir del año que viene la ceremonia del rey de la Faba -a medieval and typical navarrese celebration-. Así que sólo nos faltaría un actor joven que hable inglés para encarnar al príncipe. ¿Conoce usted a alguno?

-A unos cuantos, pero están todos o al otro lado del canal de la Mancha o al otro lado del Atlántico. Aunque, espere: esta misma mañana me han presentado a un muchacho irlandés que decía que era actor. Claro que el pobre estaba tan borracho que no puedo juzgar si eso era cierto o no. Me ha dicho que se alojaba en... "¿Saint Nicholas?"

-Lo encontraremos, no se preocupe. Además es mejor que sea un actor poco conocido, siempre cobrará menos...

-Tiene usted alma de productor de cine, amigo. Así que seguro que entiende que ahora deba pedirle 15.000 dolares. Al fin y al cabo también voy a dirigir...

-Creo que podremos arreglarlo. Pero ni un duro más.

-¿Duro? Se equivoca, tengo fama de blando. Pregunte donde quiera...

-No, no me ha entendido, pero no importa. Dentro de una hora tendrá el guión y el libro prometidos en su habitación. Si le parecen bien, podrá empezar a rodar en cuanto nos lo pida.

-Naturalmente lo haremos en horas que no afecten a mi trabajo en el documental italiano. Esta ciudad parece no dormir nunca, igual que yo, así que eso no será problema. Leo muy rápido desde que era un niño, en un par de horas me habré hecho una idea de su príncipe de Viena...

-De Viana, mr. Welles, aunque comprendo que a quien encarnó a Harry Lime se le vaya la cabeza a Centroeuropa...

-Y además le gustan mis películas... Creo que este es el comienzo de una gran amistad...

(Continuará...)

© Mikel Zuza Viniegra, 2011

lunes, 4 de julio de 2011

MIRAD COMO LUCHAN POR CORAZÓN DE LEÓN



Harto de ti, pelirrojo del demonio...

De ti y de tener que seguir tus descabelladas empresas por toda la cristiandad: Anjou, Aquitania, Sicilia, Chipre, Jerusalén, Austria, Francia...

De ti y de oir una y otra vez tu estúpido grito de guerra: ¡Mirad como luchan por Corazón de León!, ¡Mirad como luchan por Corazón de León!, ¡Mirad como luchan por Corazón de León!

No, maldito loco. Nunca luché por ti. Jamás.

Sólo lo hice por la que tiene la desgracia de ser tu esposa. Esa a la que te da igual engañar con monjas que con soldados.

Nunca la has merecido. Nunca la has llegado a conocer. Nunca la has querido como yo...

Y ahora estamos aquí, delante de la torre de un diminuto castillo que sitias simplemente porque te han dicho que su señor ha encontrado un tesoro y crees que debe entregártelo.

Siempre tan soberbio, desprecias el peligro y menosprecias a tus enemigos. No llevas yelmo, ni siquiera almófar . Hace demasiado calor, y te crees aquel rey Josué que ordenó detenerse al sol y éste le hizo caso.

Pero, como de costumbre, te equivocas, y sólo te separa de la muerte mi escudo. Has enviado por delante a la carne de cañón que absorberá la rabiosa lluvia de saetas, pero no has podido resistir el olor de la sangre y en vez de quedarte bien lejos, ahora vas justo detrás mío, probablemente pensando que un navarro menos no hará detenerse al mundo.

Sí, Ricardo: eres tan lerdo que no te habrás fijado siquiera en como miro a la reina, en cuántos bizantinos -y de qué terrible manera- destripé en Chipre para rescatarla, en que cambiaría sin dudar los miles de anillos de acero que forman mi cota de malla por el anillo de oro que ella lleva en su dedo, en que -igual que el nazareno- hubiera caminado sobre el mar de Tiberiades por apartarla de ti...

Sí. Ya ves que no me importa blasfemar. Ni me importa condenar mi alma inmortal por ser responsable de la muerte de un rey ungido por la gracia de Dios, porque cuando vea llegar la próxima flecha, inclinaré mi escudo dejándote al descubierto, y con ese gesto te enviaré de una vez al Infierno que con tanto ahínco buscas.

Sí, todopoderoso soberano inglés: tu existencia depende del brazo de alguien nacido en la escondida aldea de Guerguitiain, casi fuera ya del valle de Izagaondoa, y que no tiene otro designio, en esta vida o en la otra, que el que le indique Berenguela. Y así ha sido desde que la vi por vez primera en San Nicolás de Pamplona, que desde entonces no guarda relieves o figuras humanas de piedra entre sus muros, pues obtusos clérigos, que jamás han amado a nadie, ordenaron destruirlas, porque hasta ellas se volvían para ver pasar a la hija del rey Sancho, tan hermosa y resplandeciente como debieron ser las mujeres que volvieron loco al griego Ulises.

Sí, hijo de Leonor y de Enrique: si ella no hubiese entrado esa mañana en aquel templo, tú seguirías vivo mañana, y continuarías luchando por superar la fama de cualquier guerrero que haya conocido el mundo, sin importarte cuantos mueran combatiendo contigo o contra ti. Pero no supiste entender que caminar a su lado es como hacerlo entre espigas a punto de ser cosechadas, que sus cabellos tremolan al viento omo las hojas de vid en junio, que el Sol no merece seguir girando alrededor de la Tierra si ella está triste...

Sí, ahí llega volando tu fin, y parece certero...

Tiene tu nombre grabado en su ástil. Puedo leerlo. Su afilada punta de hierro hará detenerse definitivamente tu corazón de león. Y cuando estés pudriéndote bajo tu lujosa lápida funeraria, Berenguela y yo seguiremos bendiciendo el nombre de Chalús hasta el día del Juicio Final.

¡Venga, vuelve a gritar!. Sólo una última vez. Sí, así:

-¡Mirad como luchan por Corazón de León!




© Mikel Zuza Viniegra, 2011

viernes, 1 de julio de 2011

ALABEMOS A LOS ANTIGUOS MAESTROS



9 de febrero de 1390

Una vez más, vuelve a Navarra el cardenal de Aragón, don Pedro de Luna, legado pontificio de Su Santidad el Papa Clemente VII. Y retorna ahora más contento que en otras ocasiones, porque lo hace para presidir la coronación de Carlos III, que lleva reinando efectivamente desde que murió su padre, hace ya tres años.

Desde luego que sí. Está el reino mucho más sosegado y tranquilo que cuando lo gobernaba aquella furia de la naturaleza que fue Carlos II, que fue pequeño de estatura, pero muy grande de genio. Aunque, digan lo que digan los cronistas, con el cardenal pinchó en hueso, que era muy recio el aragonés para dejarse avasallar por nadie, y menos por un navarro tan soberbio y montaraz como aquél.

Pero eso no quiere decir que no admire de corazón a los nativos de esta tierra. Y precisamente por ello ha hecho desviarse en Monreal a su comitiva, para que en vez de tirar rectamente hasta Noain, ya a las puertas de Pamplona, sigan el camino de los peregrinos y tras hacer una corta parada en lo que queda del palacio de Tiebas tras el incendio que sufrió en la última guerra contra Castilla, llegarse hasta la muy hermosa villa de Añorbe,



donde sabe que reside un viejo caballero de tal destreza y tan noble proceder, que sus hazañas en los torneos corrieron por toda la cristiandad, y que ahora se dedica a entrenar con mucho éxito a otros que pretenden emular sus exitos en los palenques.

Y como ha envíado el cardenal un correo para avisar de su llegada, en la entrada del pueblo le está esperando ya el señor de Vicuña, que por tal nombre respondía y responde el famoso competidor, quien, a pesar del tiempo transcurrido, mantiene la misma planta y tronío que cuando defendía los colores rojos y azules del rey de Navarra. Y mucho se sorprende don Pedro de que además de su sabiduría deportiva, tenga el caballero mucho amor por el arte y por la historia, de tal suerte que le va explicando con mucho detalle todo lo que de interés encierra el lugar.

Y está tan a gusto allí el legado papal, que aún demora un par de días su marcha, disfrutando de la protección que San Martín, desde lo alto del monte de su mismo nombre, ofrece a los chaparreros, que así es como se llaman los habitantes de Añorbe. Y es que ya se sabe que "San Martín está en un alto, y Añorbe está en una cuesta, si Martinico se cae, a Añorbe va y me lo pesca..."

Y así, entre discusiones sobre si el señor de Vicuña tardaba demasiado en salir cuando le acometían sus rivales en el area pequeña, o remembranzas de aquella infausta ocasión en la que los soldados del emir de Malaga le rompieron la tibia, sin que el malvado juez de la contienda les hiciera pagar semejante afrenta, guía el caballero al clérigo hasta el lugar que supone el centro geográfico exacto de Navarra, sobre el cual traza el cardenal por lo menos una docena de bendiciones, que a pesar de haber nacido en la muy aragonesa ciudad de Illueca, se siente él allá tan navarro, que quiere concitar sobre aquel corazón y punto Ónfalos del reino, toda la ayuda divina que sus oraciones puedan humildemente recabar...

Y cuando llega la hora de partir hacia la capital, donde el rey le espera ya para que adorne su ceremonia de investidura con un sermón muy bien meditado y escrito, del que por cierto alguna vez hablaremos también en estas crónicas, porque es una pieza de oratoria muy digna de ser recordada, sube a lo alto de la torre de la iglesia y otorga desde allí una bendición de nuevo cuño que acaba de ocurrírsele: la "Urbi et Añorbe".

Y quién sabe, quizás, si Dios quiere que algún día llegue a ser Sumo Pontífice, pueda también lanzarla a los vientos de Avignon, y hasta a los de la añorada Roma...



© Mikel Zuza Viniegra, 2011