lunes, 19 de septiembre de 2016

BIBLIOFILIA


Palacio de Olite, 26 de mayo de 1429


-A juzgar por lo demudado de vuestro rostro, no sé qué os sorprende más, si mi retorno a Navarra o si que estando aquí, me haya decidido a visitar vuestros polvorientos dominios, bibliotecario...

-Ciertamente, Sire, no son estas horas tan altas de la madrugada las más adecuadas para requerir mi presencia. ¿Acaso no podéis dormir y necesitáis que os prescriba un libro para conciliar el sueño?

-En primer lugar: ¡No me deis ese maldito tratamiento francés! ¡Llamadme Alteza o Majestad, como mi condición regia merece! Y en cuanto a mi maltrecho sueño, no es a vos a quien me encomendaría para recuperarlo, sino a mi  bodeguero mayor. Sí, los vinos que él me proporcionase sí que me harían olvidar al rey de Castilla, a su condestable y a la condenada guerra que a sangre y fuego mantengo con ellos.

-Pero Sire, esto... Alteza, ese era el tratamiento que todos sus servidores dábamos a vuestro suegro, de buena memoria, el rey don Carlos.

-¡Eso a mí me da lo mismo! ¡Don Carlos murió hace cinco años, ya va siendo hora de que muchos se den cuenta en este reino de que tienen un nuevo señor! ¡Y un señor que puede decidir sobre todas sus posesiones, también sobre las que llenan estas combadas estanterías! ¿Me comprendéis?

-Lamentad mi torpeza al aplicar el protocolo, Majestad, pero es que ciertamente no ha sido habitual veros traspasar esta puerta...

-¿Acaso os créeis más listo que yo porque habéis leído más libros? ¡Pobre idiota: mi inteligencia se basa en el acero, la vuestra en el papel! ¿Cuál creéis que tiene mayor fuerza? ¡Podría ordenar ahora mismo que diesen fuego a todos estos códices que con tanto esmero cuidáis, y ni uno solo de los caballeros andantes que pueblan vuestras novelas vendría a ayudaros!

-Con eso sólo demostraríais lo que muchas veces dejaron por escrito los antiguos autores griegos, Sire: que el poder abre siempre sus puertas a la estupidez y la crueldad cuando lo ejerce un tirano.

-¿No queréis entenderlo, eh, insolente criado? ¡Me da igual lo que dijesen unos griegos que llevan siglos bajo tierra, y no perderé un instante de mi vida encerrado entre las paredes de una biblioteca, aunque fuera aquella de Alejandría de la que habla siempre mi hermano Alfonso! Si estoy ahora en la vuestra es porque es también la mía...

-La de vuestra esposa, la reina propietaria doña Blanca, querréis decir...

-Por mandato suyo precisamente vengo: en esta carta firmada de su puño y letra os ordena que me entreguéis el libro de mayor valor que tenéis a vuestro cargo: el Breviario de San Luis.

-¿Y para qué lo queréis, si acabais de confesarme que la única encuadernación que os interesa es la que tejen las arañas sobre las botellas guardadas en vuestra cava?

-No os debo explicación alguna, pero como sé que ésta os hará mucho daño, disfrutaré diciéndoosla... ¡Para que se una a las joyas personales de mi mujer, que ya están empaquetadas para ser enviadas a Barcelona, donde se venderán al mejor postor! ¡Necesito todo el dinero que pueda conseguir para continuar mis luchas en Castilla, y ni vos ni la pánfila de Blanca podréis impedir luego que esos florines de oro se conviertan en espadas y cañones! ¡Sí: os digo que en ese libro está sin duda la solución a mis problemas! ¡Entregádmelo ya!

-Nada me agradaría más que obedecer el mandato de mi soberana, que imagino que habrá aceptado estas demandas vuestras tan "libremente" como otras que en el pasado le obligásteis a adoptar, pero el caso es que el Breviario lo tiene desde hace tiempo en su habitación vuestro hijo, el joven príncipe Carlos...

-¿Y cómo dejáis que un niño de ocho años tenga semejante tesoro en su cámara? ¿No veis que cualquiera se lo podría robar?

-¿Cualquiera como vos, Sire?

-Creo que no os dais cuenta de que insultándome tan gravemente estáis jugando con fuego, bibliotecario... Id a por ese dichoso libro y ya ajustaremos cuentas vos y yo después...


-¡Carlos, Carlos, despierta!

-¡Déjame dormir un poco más, bibliotecario!

-No hay tiempo, vengo a despedirme y tenemos un último trabajo que hacer tú y yo...

-¿Cuál?

-¿Recuerdas el Breviario que te recomendé leer?

-¿El que un ángel trajo del Cielo a mi antepasado el rey San Luis de Francia cuando estaba preso en Egipto? ¡Por supuesto: estoy seguro de que no hay otro libro más hermoso en el mundo!

-Yo también lo estoy, Carlos. Por eso mismo debemos salvarlo de la rapiña de vuestro propio padre, que quiere malvendérselo a algún chamarilero catalán. Dime: ¿Has aprendido ya el suficiente francés como para traducirme la nota que viene cosida en sus guardas?

-Por supuesto. Escuchad:

Cláusula del testamento de Blanca de Evreux, reina viuda de Francia, año del Señor 1398

"Así mismo, dejamos a nuestro querido y muy amado sobrino, el rey Carlos III de Navarra, el breviario que fue de mi señor el rey san Luis de Francia, y que le fue dado por un ángel cuando estaba prisionero de los enemigos de la Fe. Y fue el rey Felipe, su hijo primogénito, que murió en Aragón y fue marido de la reina María, nuestra bisabuela, quien le regaló este libro a ella. Y de esta forma ha pertenecido siempre desde entonces a nuestra familia, que es descendiente en recta línea de mi señor san Luis. Y a mí me lo dio mi hermano, el rey de Navarra [Carlos II]. 
Y por reverencia a la santidad de mi señor san Luis, y porque por la gracia de Dios nosotros descendemos de él, prometí a mi dicho querido hermano que tras mi muerte devolvería el libro a la linea principal de nuestra familia, cosa que hago ahora ordenando que sea entregado a nuestro sobrino [Carlos III], y que después pase a sus sucesores sin que ningún extraño lo posea jamás. Y les rogamos a todos ellos que lo guarden siempre como la joya preciosa y noble que es, proveniente de nuestros ancestros, de manera que nunca abandone nuestra familia. Et así mismo, le donamos también el gran libro de las Chroniques de France..."  

-¿Te das cuenta, Carlos? Este libro simboliza el corazón mismo de tu dinastía. Si dejamos que tu padre, un extraño (como el mismo documento indica) se haga con él, la cadena que generación tras generación forjaron tus antepasados se romperá para siempre. ¿Acaso aceptarás ser el último Evreux en poseer semejante joya?

-¡Por supuesto que no! Dime, bibliotecario: ¿cómo lo haremos?

-Fíjate, Carlos: un libro tan cuajado de preciosas miniaturas como es éste, forzosamente requería una caja de cuero repujado que lo protegiese de cualquier incidencia. Es un verdadero crimen separarlos, pero no hay otra forma de salvar el volumen, que es lo importante. Como es la última vez que nos veremos, ya no os hablaré más de tú, como al discípulo que fuisteis, sino como al rey que seréis: tomad, os entrego este tesoro para que lo guardéis ahora y siempre. Pensad que no podréis decirle nunca a nadie en qué parte de este palacio -que sé que conocéis mejor que el más minucioso de los mayordomos- lo tenéis escondido. Ni siquiera a vuestra madre, que bien sea por amor o por miedo, tiene su voluntad empeñada a don Juan. ¿Os creéis capaz de llevar a cabo esta trascendental misión?

-Confía en mí, bibliotecario: te juro que este libro no dejará nunca de pertenecer a mi familia.

-Perfecto, entonces yo pondré dentro de la caja otro libro de la biblioteca de palacio -escogido ex profeso para la ocasión por mí- y haré que sea uno de sus servidores castellanos quien se lo entregue a vuestro padre. Como no ha tenido nunca en sus manos el breviario, para cuando se dé cuenta del cambio -cuya autoría pienso firmar, para que él no tenga sospechas de vos- yo ya estaré lejos...

-¿Y adónde irás ahora?

-No os preocupéis por mí, príncipe, tengo noticias de que muy al norte, allá en Alemania, un sabio está construyendo una máquina para que no haya que copiar los libros a mano nunca más. Puede que así no vuelvan a ser nunca tan bellos como el Breviario de San Luis, pero lo que es seguro es que llegarán a mucha más gente, ávida de conocer la ciencia y el entretenimiento que todos ellos encierran...

-Estaré atento, y así cuando yo reine podrás quizás proporcionarme un invento tan sensacional. ¿No te parece?

-Sí: cuando vos reinéis...


-Majestad: el bibliotecario me entregó esta mañana este paquete para vos.

-¡Y qué bien envuelto te lo ha dado el canalla: tiene al menos cinco capas de tela alrededor! ¡Sí: aunque no me gusten los libros, he de reconocer que este es desde luego una joya sin igual! ¡Podré construir hasta treinta bombardas con lo que me darán por él! ¿Eh? Lo cierto es que no parece que el códice esté en consonancia con el lujo de la encuadernación...

-Ya sabéis cómo son estos aficionados a los libros, Majestad: quizás la rareza de este ejemplar estribe en su antigüedad, o quizás en su temática... Mirad, aquí hay una nota, y viene firmada por el bibliotecario...

-¿Cómo? ¿Y qué dice?

-"Teníais razón, Sire: en este libro está la solución a vuestros problemas". ¿Pero qué os pasa, Alteza? ¿Por qué ponéis esa cara, Majestad? ¿Cómo se titula ese maldito libro?

-"Castigo a las penas del Infierno que habrán de arrostrar por toda la eternidad los que usurpen coronas que no les corresponden, con especial detalle de las torturas que sus partes pudendas habrán de sufrir y padecer, siendo pasadas a cada hora por un cedazo muy fino, y siendo pinchadas después por un sarde muy puntiagudo". Lo compuso en la villa de Olite su señor Bibliotecario, para aviso de navegantes y escarmiento de ambiciosos...


ADENDA:

Ese testamento de la reina Blanca de Evreux, y por tanto ese Breviario de San Luis existieron realmente, y la traducción literal que he hecho es también auténtica. En el inventario de la biblioteca del príncipe de Viana -un bibliófilo declarado- que se elaboró en la ciudad de Barcelona tras su muerte en 1461, todavía aparece consignado, por lo tanto el príncipe cumplió los deseos de su tía-abuela Blanca y conservó el libro dentro de la dinastía de Evreux. También aparecen en esa lista las Chroniques de France, el otro libro donado por Blanca a su sobrino Carlos III. 

Pero sabiendo, como sabemos fehacientemente, que el rey Juan II se apropió en mayo de 1429 de las joyas de su esposa, la reina Blanca de Navarra, para conseguir dinero con el que seguir combatiendo contra el rey de Castilla y su condestable, don Alvaro de Luna, no me costó imaginar que este libro precioso y singular pudiera haber sido perfectamente otra víctima más de su avaricia.

Al fin y al cabo él no era más que un extranjero a quien la historia y circunstancias de su familia política le importaba tan poco, que años después se complació en exterminarla casi por completo...

Desafortunadamente, del Breviario de San Luis nunca volvió a saberse tras ese fatídico año de 1461, así que tampoco podemos saber a ciencia cierta cómo era. Aunque teniendo en cuenta que el arte de la miniatura tuvo precisamente uno de sus cénits en la corte de ese rey, y que los libros que de tal monarca han sobrevivido son considerados hoy en día como obras maestras absolutas, podemos hacernos una idea aproximada de lo que Navarra perdió con la desaparición de semejante volumen...







IMÁGENES EXTRAIDAS DE LA BIBLIA DE SAN LUIS,
CONSERVADA EN LA CATEDRAL DE TOLEDO







MIKEL ZUZA VINIEGRA 2016






domingo, 4 de septiembre de 2016

CRONICAS ROMANO-NAPOLITANAS III: PALABRA DADA

Nápoles, verano de 1458


En lo más alto de la colina que domina la ciudad se halla la imponente cartuja de San Martino, el templo donde desde tiempo inmemorial reciben sepultura los nobles más importantes. Aunque, como en todas las cosas, también en la muerte hay distintos grados de importancia, y por eso a ti, príncipe Carlos, te está costando hallar la tumba que buscas.

No es, desde luego, el mejor momento para emprender investigaciones arqueólogicas: hace apenas unas horas que falleció tu tío, el poderoso rey Alfonso, el único que pareció hacer caso de tu justa reivindicación del trono de Navarra. Aunque cada vez más te preguntas si en realidad no fue todo una conjura de tu familia aragonesa para hacerte venir a Nápoles y que olvidases tus derechos.

Y conste que casi lo consiguen: los castillos más hermosos, las mujeres más inteligentes, los libros más viejos y de más clara sabiduría, la mar -esa que Navarra tanto echa de menos- más azul y ondulante... Todo eso y mucho más han sido para ti estos diez últimos meses en Nápoles.

Pero ahora que tu viaje debe continuar (tu primo, el bastardo Ferrante, te busca porque debe pensar que quieres postularte al trono de Nápoles, y tu no tienes tiempo ni ganas de explicarle que estás ya cansado de aspirar a tronos que se te escapan siempre entre los dedos, como la arena de la playa), y cuando ya tienes preparado el barco que te pondrá a salvo llevándote a Sicilia -si es que un exiliado puede estar a salvo en algún sitio-, es cuando has decidido pagar una antiquísima deuda que tienes contigo mismo y con tus antepasados...

El hermano archivero te señala -no puede hablar, es cartujo- al fin una tosca lápida, perdida en una de las capillas más pequeñas y oscuras de la iglesia. Barres con tu mano las desgastadas letras, y a la parpadeante luz de la vela lees con dificultad:

Ludovicus, infans Navarrae.
Albaniae victor.
MCCCLXXVI

Y tu cabeza y tu corazón vuelven al jardín de los toronjales del palacio de Olite, a los tiempos en que tu abuelo el rey Carlos el Noble te contaba las hazañas de su tío, el infante Luis, cuya dote de matrimonio con la princesa Juana de Nápoles consistió en los derechos a un remoto país junto al mar de los griegos. Sólo había que conquistarlo, y con la ayuda de la esforzada y valiente Compañía Navarra lo hizo, aunque halló también allí la muerte.

"Todos moriremos algún día -decía siempre el abuelo- lo importante es intentar hacerlo con honor y gloria. El tío Luis lo logró. Si alguna vez vas a Nápoles, pon una vela sobre su tumba en mi nombre, y otra en el de mi padre, su querido hermano".

Ahora, cuando te buscan quizás para matarte, y aunque has tenido diez meses para venir a San Martino, es cuando decides cumplir tu voto. Tarde y mal, como siempre, porque no podrás pagarle una lápida más lujosa a tu tío-abuelo, una en la que campeen sus armas, las que tú mismo vistes pintadas, hace tantos años ya, en Ardanaz de Izagaondoa. Pero, ¿con qué dinero, si tú mismo eres ya más mendigo que príncipe? Ni podrás tampoco ordenar docenas de misas cantadas por su alma. Ni siquiera tienes tiempo ya para rezar una mísera oración por él.

Sólo para arrodillarte y depositar tres velas sobre la losa. Una por el rey Carlos II, otra por el rey Carlos III, y otra por ti: Carlos IV, rey de Navarra, príncipe de Viana, duque de Nemours, duque de Gandía, de Montblanc y de Peñafiel, conde de Ribagorza y señor de la ciudad de Balaguer. Aunque solamente tú respetes ya esos títulos, y añores una Albania donde jugarse con la Muerte la Gloria y el Honor.



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016