viernes, 4 de diciembre de 2009

EL REY DE NAVARRA HACE SALIR LAS ESTRELLAS PARA SU HIJA ENFERMA



Va para dos semanas que la infantica Bona se debate entre la vida y la muerte aquejada de unas fiebres que los médicos de su padre, el muy poderoso señor don Carlos de Navarra, no consiguen hacer remitir.

El rey reza todas las noches desde hace catorce días ante la espejeante talla de Santa María, que él mismo mandó cubrir de plata, y pide que su hija cure prontamente. Terminada su plegaria sale del templo embozado en una recia capa, pues aunque es pleno verano, las noches en Ujué siempre se le han antojado demasiado frescas. Cruza la galería descubierta y entra en el palacio donde descansa la pequeña, aunque antes de subir a su habitación se dirige al patio, en el que un grupo de obreros se afanan sobre lo que parecen ser unas tablas pintadas.

-¿Cómo va mi encargo, maese Saganius? –pregunta ansioso el recién llegado.

-Prácticamente terminado ya, Majestad. He dibujado, como me pedísteis, las 12 constelaciones del Zodiaco, una en cada tabla, y en el lugar en el que deberían ir señaladas las estrellas que las delimitan, he abierto agujeros ni muy pequeños ni muy grandes; de la misma forma he recogido y lavado todas las redomas de vidrio transparente que empleaban para mezclar sus colores los pintores que están decorando los muros del santuario, siempre según vuestras órdenes. Las más extrañas, si me permitís decíroslo, que he recibido desde que ocupo el cargo de astrólogo en vuestra corte. Confieso estar intrigado, señor, acerca del objeto de toda esta extraña carpintería…

-Vos mejor que nadie sabéis cuánto le gusta a mi hija subir al torreón y pasar horas y horas mirando los astros, y no tengo muy claro que esa costumbre no haya sido precisamente la causa de su enfriamiento. A pesar de todo, sigue pidiéndome todas las noches que la deje ascender al campanario. Pero su estado es tan débil que no conviene arriesgarse a complicar su enfermedad. Además, como por obra del diablo, toda esta última temporada parece que las nubes se han empeñado en no rasgar su velo, y los cielos permanecen cubiertos y negros hasta el alba…

Pues bien, prometí a Bona que yo haría salir las estrellas sólo para ella, porque soy el rey de Navarra, y aunque no pude con Francia, y ando en constante conflicto con Castilla e Inglaterra, aún me sobra poder e ingenio para poner bajo mi mando a los soldados que ocupan aquellas moradas celestiales…

El capitán de la guardia se acerca a ellos y anuncia:

-Señor, hay muchas mujeres, niños e incluso hombres de edad bien cumplida a la puerta del palacio. ¿Qué debo hacer con ellos?

-Tratarlos bien antes que ninguna otra cosa, que seguro que todos vienen por el pregón que mandé comunicar por las calles de la villa esta mañana.

-¿Y qué misterioso pregón es ese, Majestad?-pregunta curioso el astrólogo.

-He ordenado que todo aquel que esta noche se llegase a palacio con un buen número de luciérnagas recibiría su justa recompensa, a razón de media corona de plata por cada media docena de tan curiosas criaturas. Mi contador mayor está ya preparado, así que mientras él va pagando lo prometido a toda esta gente, mandad a vuestros hombres que las recojan con cuidado y las vayan metiendo en las redomas, que a su vez instalaréis en cada uno de los agujeros donde debían ir pintadas las estrellas de vuestros tableros que, por si aún no lo habéis adivinado, tienen la medida justa para cubrir cada una de las doce ventanas saeteras que jalonan la subida al torreón.

El rey de Navarra no tendrá muchos medios, maese Saganius, pero siempre cumple su palabra: le dije a Bona que podría ver las estrellas desde su ventana, y con la ayuda de todos vosotros lo conseguiré. Ahora subiré a estar con ella, cuando lo tengáis todo preparado venid a avisarme y daremos comienzo a la función.

En apenas dos horas, las ventanas de la torre están cubiertas por lo que desde la habitación de la pequeña parecen unas simples contraventanas, ya que el rey ha ordenado que se tenga mucho tacto con los pequeños escarabajos para que no se pongan a iluminar de repente y chafen la sorpresa, pues todo el mundo sabe que alumbran sólo cuando se les mueve mucho, y por eso el maestro Saganius ha puesto al frente de toda la operación de montaje a Tristán de Beire, que es fama que en aquel pueblo, por ser todos sus habitantes de muchas luces, abundan estos gorgojos.

Aún falta una hora para la medianoche cuando el astrólogo entra en la habitación con una campanilla de plata en su mano y anuncia a la niña y a su padre que todo está ya listo para que las estrellas obedezcan a la infantica de Navarra, que sólo deberá asomarse a la ventana y tocar con fuerza la campanilla para que los cielos se pongan en movimiento.

Y así lo hace doña Bona, que no puede ocultar su perplejidad cuando la oscura sombra del torreón se preña repentinamente de docenas de estrellas puestas en muy buen orden, que parpadean a las órdenes del de Beire y de sus compañeros, que, sin que ella llegue a sospecharlo siquiera, son quienes mueven con brío los tableros cargados de luciérnagas, que ya quedó dicho que son bestezuelas un tanto perezosas, parecidas a los canónigos muy aposentados en sus sillas del coro, que no abandonan el sueño sino se les despierta a pescozones.

Y ya con todo el zodiaco encendido, y la infantica sonriente en brazos de su padre, va el sabio explicando a los presentes las distintas categorías que poseen los astros, de lo que todos sacan muy grande provecho. Y cuando la niña finalmente se duerme, ordena el rey que las luciérnagas sean todas liberadas sin daño alguno, como a súbditas tan fieles y bien portadas corresponde.

Y hay quien dice que llegó a ordenar incluso que tres de ellas fuesen dibujadas en su escudo de armas, como recordatorio de noche tan señalada, aunque a día de hoy no quede memoria de tal cambio en las Crónicas.

Y así, bellas damas y nobles caballeros, es como un rey de Navarra, por amor a su pequeña hija enferma, consiguió doblegar y poner bajo su mando a las estrellas, que no es poco milagro, según dejaron escrito muchos profetas antiguos...




© Mikel Zuza Viniegra, 2010