lunes, 27 de febrero de 2012

DE TEBEO 2ª parte



Ciudad de Valognes, Normandía navarra, 3 de noviembre de 1357

-Señores, esta es sin duda la ocasión que llevábamos tantos meses esperando: el rey Juan de Francia está prisionero en Inglaterra, y su hijo el delfín Carlos está bloqueado por los Estados Generales, que domina nuestro ferviente partidario el preboste de París Etienne Marcel. Sí, amigos: llegó el momento de liberar a mi hermano, el rey Carlos de Navarra.

-Blanca, vos siempre tan optimista. ¿Acaso no veis el triste estado en el que nos encontramos? El delfín estará bloqueado en Paris, pero sus tropas persiguen a sangre y fuego cualquier signo de poderío navarro que quede en estas tierras. A duras penas hemos conseguido esquivarlas para poder llegar a esta cita, pero aún así no quedamos más que cuatro de los treinta caballeros que salimos desde Mantes: Corbarán de Lehet, Rodrigo de Uriz, Carlos de Artieda y yo mismo, vuestro leal servidor Ferrando de Ayanz. ¿De verdad creéis que podemos planear siquiera un asalto a la fortaleza de Arleux, donde vuestro hermano, nuestro amigo y soberano Carlos II de Navarra lleva ya más de seis meses encerrado?

-No sólo lo creo, mis fieles amigos, sino que estoy convencida de que ha de ser ahora o nunca. Si el delfín consigue frenar la revuelta ciudadana, no tardará en volver su ira contra nosotros. Además, en este preciso instante disponemos de la protección económica del preboste. Gracias a ella llegareis hasta Arleux sin mayores contratiempos. Una vez allí, para conseguir entrar en la torre, el que sólo seais cuatro será más ventaja que inconveniente...

-Dios, Blanca, que buen rey hubiérais sido de haber nacido varón...

-Bueno, puede que mi hermano Carlos me iguale en inteligencia, pero desde luego desconoce por completo la virtud de la diplomacia, y quizás por eso mismo se encuentra ahora en tan penosa situación. Aunque como os he dicho: está en nuestras manos cambiar su destino.

-Todos nos hemos criado juntos, Blanca, y sabéis que podéis confiar en cualquiera de nosotros cuatro como si fuésemos familiares vuestros. Así las cosas, creo que nos merecemos conocer qué plan habéis elaborado para lograr tan feliz liberación...

-En realidad el plan no lo he pensado yo, sino aquel Jorge el inglés cuyas historias tanto nos emocionaban cuando niños...

-¿Qué? ¿Queréis decir que Green Man va a ser nuestro "capitán" en este lance? ¡No lo puedo creer! Quizás debiérais volver a vuestras labores de bordado, y dejar esta misión en manos de auténticos guerreros, Blanca.

-¡Contened esa lengua, don Corbarán, que parece que olvidáis que estáis ante la reina viuda de Francia! La guerra no es sólo cuestión de manejar una espada de corte más afilado que la de tu adversario, sino sobre todo de planear previamente la estrategia que conducirá a la victoria final. Quizás yo no pueda mover vuestras pesadas armaduras, pero me sobra ingenio para dirigirlas hacia el cumplimiento de su cometido...

-Tenéis razón, perdonadme. No en vano fiísteis siempre la más despierta de todos nosotros en aquella escuela que compartimos en la catedral de Pamplona, y sois ahora conocida con mucha razón en todo el reino como la "Belle sagesse". Mandadnos pues, que obedeceremos lo que vos dispongáis.Pero aún así me queda una última duda por resolver: ¿no ha contestado ningún rey a las demandas de ayuda y socorro que les envíamos cuando don Carlos fue apresado?

-Siento deciros que únicamente el señor de Latveria respondió a nuestra demanda, pero con una insolencia tal que no quise tener en cuenta su insultante carta, en la que nada menos que exigía a cambio de su colaboración que Navarra se convirtiese practicamente en país vasallo del suyo y, rubor me causa decirlo, que yo misma aceptase no ya ser su esposa, sino una más de sus muchas concubinas...



-¿Latvería? Pero ese territorio queda más allá de los Alpes bávaros, ¿no es cierto? Pues cuando acabemos este asunto en el que nos hallamos inmersos, quizás sea buen momento para visitar a ese insensato y bajarle los humos para que aprenda a tratar a una princesa de Navarra. Así os lo prometo yo: Carlos de Artieda.

-Y mucho os lo agradezco, pero no tenemos ahora tiempo para perderlo dedicándoselo a las fanfarronadas de un loco, que eso es lo que debe ser aquél villano. Centrémonos más bien en el rescate de nuestro rey, que mucho debe ser lo que está padeciendo encerrado en su prisión. Hablemos pues de ella: la villa de Arleux está totalmente amurallada, pero cuenta con numerosos portales cuyos guardianes están prestos a ser sobornados por nuestros agentes. Hay tres torreones principales donde encierran habitualmente a los reos, y la fortuna ha querido que Carlos esté custodiado en el que llaman "Le forestel", por estar rodeado de una casi impenetrable selva. Y esa será nuestra mejor baza, pues una vez dentro de la ciudadela cubriréis vuestras ropas y armas con ramas, hojas y todo lo que allí la vegetación os proporcione para elaborar vuestro camuflaje, igual que hacíamos cuando niños para imitar las hazañas de Green Man. De noche será imposible distinguiros del entorno, y podréis acercaros de esta forma sigilosamente a los guardias, que no tendrán ya posibilidad de defensa, pues será como si aquel mágico bosque de Birnam del que nos hablaba Guillermo, subiese por fin hasta la alta colina de Dunsinane para acabar con la tiranía del rey Macbeth de Escocia...

-Me temo que os equivocáis de Guillermo, princesa, aunque también pueda ocurrir que todos los ingleses que lleven ese nombre sean igual de imaginativos. Lo importante es que no nos parece vuestro plan tan descabellado, querida Blanca. Claro que del dicho al hecho va un gran trecho, pero creo hablar en nombre de los cuatro si os digo que Green Man está a punto de vivir otra gran aventura. Sólo lamento que no dispongamos también de alguna de aquellas maravillosas armas con las que contaba nuestro héroe de la infancia...


-He pensado también en eso, Ferrando. Y he ordenado a mis herreros preparar unos pequeños y afilados proyectiles arrojadizos, a la usanza de aquellos provenientes del Cipango que utilizaba Green Man. Además, como podéis observar, he insistido en que su diseño fuese el mismo que el de la divisa de nuestra gloriosa dinastía de Evreux: el triple lazo. Cuando los lancéis contra vuestros rivales, cualquiera de sus tres puntas se clavará en su carne con tal fuerza que ninguno necesitará ya que vuelva a atenderlo un médico.

-Pues no se hable más, que nos quedan varios días de viaje por delante para llegar a Arleux. Si todo sale bien, volveremos a reunirnos todos aquí. Y con nosotros vendrá nuestro legítimo rey y señor don Carlos II, os lo juramos.

-Dios te oiga, Ferrando, pues así podremos callar a los que, como mi señor padre, el rey don Felipe, no cesan equivocadamente de repetir que leer historietas no es más que una pérdida de tiempo...



Texto escrito por Jean Froissart (1337-1404), principal cronista del siglo XIV:

"El nueve de noviembre de 1357, cuatro de los mejores hombres del ejército navarro, que formaban un comando, asaltaron la prisión donde se hallaba encarcelado su rey don Carlos, a quien no tardaron en liberar. Hoy, buscados todavía por la corona francesa, sobreviven como soldados de fortuna. Si tiene usted algún problema y se los encuentra, quizás pueda contratarlos..."





© Mikel Zuza Viniegra, 2012

jueves, 23 de febrero de 2012

DE TEBEO 1ª parte



Claustro de la catedral de Pamplona, 23 de febrero de 1342

-Señor don Guillermo, casi está anocheciendo ya, y nos prometísteis que hoy nos contaríais más aventuras de ese héroe que tanto nos gusta...

-No lo he olvidado, príncipe don Carlos, pero sospecho que el señor obispo o vuestro mismo padre, el poderoso rey don Felipe, no están tan ansiosos como vos y vuestros amigos por conocer esas hazañas. Lo que ellos quieren es que yo empiece a trasladar de una vez los dibujos de mis planos a la piedra en la que se han de tallar las portadas de este claustro...

-No os preocupéis, que yo hablaré con mi padre para que no os tenga en cuenta ese retraso. Le diré que nos estáis enseñando arquitectura, que es saber muy necesario para un gobernante que se precie, y más aún si nos los proporciona alguien como vos, proveniente de la industriosa Inglaterra.

-Está bien, id a avisar a vuestras hermanas y a vuestros otros compañeros. Nos reuniremos bajo la gran chimenea de la cocina, que al abrigo de su fuego reparador iré recuperando yo el calor perdido en estos gélidos andamios. Yo por mi parte avisaré al señor arcediano para que nos prepare un tentempié con el que saciar el hambre, que sois todos muy jóvenes y estáis en edad de crecimiento...

-Aquí estamos ya todos, don Guillermo: mis hermanas Agnes y Blanca, y mis amigos Corbarán de Lehet, Rodrigo de Uriz, Carlos de Artieda y Ferrando de Ayanz.

-Perfectamente. ¿Recordáis bien lo que os conté sobre ese personaje que tanto os intriga?

-¡Naturalmente! El caballero Carlos de Kent, cuando era niño, se perdió en el bosque que rodeaba el castillo de sus padres. A medida que se internaba más y más en aquella floresta, el ruido que hacían las multiples alimañas que allá moraban iba metiendo el miedo en su corazón, hasta que de repente se dio de bruces con el lobo más enorme que nadie haya visto jamás. Entonces el señor de los bosques, que es un genio benéfico qeu domina toda la naturaleza, se apiadó del joven y le confirió la habilidad de transformarse en aquella selva que los rodeaba, de tal forma que su cuerpo y su cara quedaron al instante cubiertos por hojas, ramas, flores y frutos, que a su sólo deseo podían atrapar o desatrapar a quienquiera que se le opusiese. Y vio entonces como de sus manos brotaban fuertes espinos que sujetaban a la bestia hasta convertirla en inocente perro faldero. Y muy agradecido al señor de la espesura, le prometió que siempre usaría esos poderes para ayudar a los más necesitados, pues sin duda un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y desde entonces pasó a llamarse "Green Man", pues como muy bien nos explicásteis, don Guillermo, todos estos héroes de asombrosas capacidades requieren tener un nombre en vuestra lengua natal, pues ¿qué supervillano respetaría a alguien llamado simplemente "Hombre verde"? En cambio "Green Man" impone con su sonora rotundidad el miedo a los malhechores, no hay duda de ello. Así que mientras no hay ningún peligro en lontananza, Carlos de Kent se comporta como un medroso y torpe caballero, pero en cuanto se desata una amenaza, toma su lugar Green Man, que desface tal entuerto en un periquete...

-Veo que no habéis dejado que cayera en el olvido lo que os conté, apreciados infantes. Así que procederé a contaros más cosas sobre Green Man.




No sin antes volver a recordaros que fue el gran dibujante Villard d'Honnecourt, el primero que le confirió ese aspecto tan característico con el que todos lo conocemos, y que habréis podido ver en la arquivolta que he tallado en la crujía norte y en las extraordinarias ménsulas de la capilla del obispo Barbazán. También está representado en la clave de la portada de Santa María de Olite



Fotografía obtenida del blog: http://gerindabai.blogspot.com/


o en varias esculturas hechas para la portada del templo de Santa María de Uxue, señal de que otros maestros también son tan aficionados como yo a sus intrépidas proezas...




Fotografías obtenidas del blog: http://ujue-uxue.blogspot.com/



-Claro que sí, maestro Guillermo. Y no puedo dejar de agradeceros que me consiguiéseis ese primer número, aunque a mi señor padre don Felipe le costara casi cien florines de oro del cuño de Tolosa complacer mi capricho...

-Pensad que irá incrementando su valor según pase el tiempo, infante don Carlos, y que quizás dentro de trescientos años un sucesor vuestro en el trono de Navarra, deba agradeceros postumamente poder pagar sus deudas gracias a que vos os hicísteis con tan raro tesoro. Pero se nos está haciendo tarde, así que permitidme ahora que os hable del archienemigo de nuestro héroe, pues debéis saber que todos estos extraordinarios guerreros tienen siempre un rival que no cesa de tramar asechanzas contra ellos. Y el de nuestro Green Man, se llama don Alex de Luthor, que es caballero malvado y mezquino donde los haya, que procura acabar con todos los árboles que a su paso encuentra, de suerte que todos lo comparan con aquél bárbaro Atila, pues igual que él, por donde pasa su caballo no vuelve a crecer la hierba...

-Contadnos alguna de sus bellaquerías antes de que nuestra aya nos mande a la cama, por favor...

-Las mayores villanías las comete intentando que doña Luisa de Lane, la dama enamorada de Green Man, le quiera a él y no a nuestro héroe. Una vez, como veréis en el album que muy pronto os dibujaré, le hizo caer en una trampa de fuego, y mientras nuestro paladín luchaba por librarse de ella sin salir chamuscado, don Alex cubrió su cuerpo de hierba y de hojas muertas para hacer creer a doña Luisa que era su campeón. Y lo hubiera conseguido si no fuera porque pudo escabullirse el valiente Green Man llenando aquella fosa ardiente de semillas de rododendro que hizo brotar de sus dedos, pues de esa planta cuenta el tratado botánico denominado "Fisyologus" que no arde ni en mitad del incendio más terrible. Y cuando ya don Alex y doña Luisa estaban a punto de sellar su amor, pidió ésta al fementido traidor, pensando que era su idolatrado Green Man, que cubriese el lecho de pétalos de rosas, violetas y clavelinas, como otras veces había hecho ya en semejantes ocasiones, y como no pudiese cumplir tal deseo, mucho se mordió las manos de rabia perdiendo así un tiempo precioso, pues entonces llegó nuestro titán y de dos soberbios puñetazos -que algo así como "kataplan" y "rang" sonaron- lo echó del castillo, y aun se complació luego en cubrirle de cardos, ortigas y zarzamoras de ferreas espinas sus partes nobles, para que el bellaco escarmentase de una vez. Mas no creo yo que haya aprendido este malvado tan sutil lección...

-¡Bravo por Green Man, no hay otro como él!

-Eso es muy cierto, estimadas damas y apreciados señores: no hay nadie como él. Pero discupadme ahora, que vuestro padre el rey me reclama ahora mismo en su sala de audiencias...

-Habéis provocado mi ira, don Guillermo, pues no ceso de recibir quejas de los preceptores de mis hijos y de los padres de los nobles que se educan con ellos, pues tenéis a todos tan subyugados con las historias de ese hombre de los bosques, que no paran de rebozarse en heno para parecerse a él y jugar todo el día a remedar sus aventuras. Y ya me diréis para qué le sirve a un príncipe pasar el día leyendo, no ya la historia de sus gloriosos antepasados, sino estas historietas que vos les contais y les dibujais. Aunque será mejor que os lo diga yo mismo: para nada. Así pues he decidido atender la petición de mi querido pariente el rey de Aragón, y dejar que retornéis a ocuparos de las obras de la catedral de Huesca. Mañana mismo partiréis hacia esa ciudad de la que quizás nunca debí traeros...

-¿Podré al menos escribir una carta de despedida a vuestro hijo, mi señor don Felipe? He tomado en este tiempo cariño a un muchacho tan despierto.

-Haced como os plazca, pero mientras de mí dependa, no volveréis a verlo...


"-No os aflijais por mí, joven don Carlos. Vuestro padre sólo quiere lo mejor para vos y vuestras hermanas, pero creo que se confunde pensando que lo que él despreciativamente llama "historietas" no sirven para nada. Aún sois todos muy niños, pero estoy seguro de que llegará en vuestra vida al menos una ocasión en la que seguir el difícil -aunque maravilloso- ejemplo de Green Man. Y para que no lo olvidéis nunca, prometo que os iré enviando puntualmente cada mes, por medio de mi mensajero el señor de Novaró, una nueva aventura suya. Adiós, querido príncipe..."


© Mikel Zuza Viniegra, 2012

martes, 14 de febrero de 2012

NUNCA FUERA CABALLERO...

Palacio de Olite, 10 de junio de 1402

-Escucha todo lo que el protonotario del reino leerá ahora, pues lo ha redactado según lo que tú mismo le contaste, buen Jimenico.

-Todo lo que vos y vuestras altezas las señoras princesas, aquí presentes, nos ordenéis, nos parecerá bien a mi padre y a mí, Majestad.

-Pues adelante con la lectura entonces...


-"Nos, Karlos, por la gracia de Dios, Rey de Navarra. Facemos saber que Nos avemos seydo informado et plenament certificado, como en el mes de abril postrerament pasado, Jimenico, fijo de Salvador Fermoso, vecino de nuestro logar de Sant Martin d'Unx, seyendo en la villa de Calatayud del Regno de Aragón, en servicio de un escudero, oyó fablar et decir de Nos et de nuestro Regno a un hombre castellano publicament en la plaza de la dicha villa, muchas feas et deshonestas palabras, que redundaban en grant deshonor et difamación nuestra. Et el dicho Jimenico, sentiéndose et oviendo desplacer de las dichas palabras, como buen súbdito debía facer, respondió al hombre casteillano et le disso que mentía falsament de lo que dicía como malo que eill era. Et por quanto el dicho hombre retornó onde cabo a hablar de Nos lo peor que podía, el dicho Jimenico lo ferió de su espada en el cueillo et lo mató luego en la plaza; et plugo a Dios que eill escapó et huyó de entre todas las gentes et entró en una casa; et ayllí le fue dada ayuda, de manera que veno a nuestro Regno salva et segurament. Et como justa et razonable cosa sea, que aquellos que por goardar la honor et servicio de lur Seynnor, ponen sus personas a periglo de muert, deban ser remunerados de seynnalados dones et gracias, en manera que eillos hayan mayor afección y voluntat de buen servir et otros tomen exemplo..."

-¿Estás de acuerdo por tanto con lo que aquí se ha relatado, Jimenico?

-Tal y como lo ha reflejado el notario es como todo sucedió, mi señor don Carlos.

-Pero mis hijas, las princesas Juana, Blanca, María, Beatriz e Isabel, que no hablan de otra cosa desde que yo les informé de esta, tu gran hazaña, tienen alguna pregunta que hacerte sobre el particular. ¿Serás tan amable de satisfacer su curiosidad?

-Más miedo me da la curiosidad femenina que la espada de aquel castellano, pero bien dispuesto estoy a contestar todo lo que tan bellas señoras quieran preguntarme.

-Juana, sed entonces, la primera en preguntar.

-Jimenico, ¿qué sentisteis al oir todos aquellos insultos contra mi padre y contra nuestro país?

-Pues, señora, una hoguera en la sangre que me fue prendiendo desde los dedos de los pies hasta los pelos del cogote es lo que sentí al escuchar las barbaridades de aquel insensato. Y mirad que siempre me dice mi madre: "no te metas en líos, Jimenico", pero no pude aguantar más.

-Ahora vos, Blanca.

-¿Y cuáles eran exactamente esos insultos, Jimenico?

-Por respeto a vuestro padre, no osaría repetir ni uno solo de aquellos improperios, pues muchos de ellos iban dirigidos contra el honor de vuestras altezas. Habrá de bastaros con saber, que hubiera saltado yo lo mismo contra aquel bellaco si tales embustes hubiera dicho de una de mis hermanas. Que muchas veces os he visto pasar por mi pueblo camino de Ujué, y os tengo como por mi familia, al menos mientras el buen gobierno siga siendo vuestra divisa.

-María, cuidado con lo que preguntais a este verdadero filósofo, que demuestra tener tan aguzado y cuerdo su ingenio como su espada...

-¿Era tan diestro espadachín como dicen aquel malvado castellano?

-Gracias al Cielo lo era menos que yo, aunque mucho me costó vencerle, y bien que me hirió en el brazo izquierdo, pero los que hemos crecido manejando el dalle en los campos, sabemos hacer movimientos con la espada que los que aprenden esgrima en los libros no conocen, así que primero lo eché al suelo de un buen golpe de través, y luego tajé su pescuezo como se hace con los cutos en noviembre. No merecía otra cosa el fementido villano...

-Pocas cosas quedan ya por saber, Beatriz...

-Una muy importante queda al menos por saberse, padre mío: ¿cómo escapásteis de Calatayud?

-Enseguida me dí cuenta de que lo había matado, y todo el gentío que nos rodeaba en la plaza del mercado también. Empezaron todos a dar gritos llamando al preboste de la villa para que me capturara, así que eché a correr por aquellas callejuelas con muchos hombres detrás persiguiéndome. Como soy de piernas lígeras los llevaba bastante distanciados. Pensaba yo en entrar en alguna de las muchas iglesias de altas y moriscas torres que allá se estilan, pidiendo el derecho de Santuario que algunas ofrecen. Pero entonces observé en el quicio de una casa un pequeño azulejo decorado con el escudo que muestra los colores rojos y azules del equipo de justas y torneos de Pamplona, que por cierto coinciden en todo con los de vuestra Casa Real. Así que me dije: "estos han de ser de los míos." Y efectivamente, moraba allí una familia del navarrísimo lugar de Cabanillas, que me ocultó de la guardia aragonesa hasta que se hizo de noche, y pude yo escabullirme por la puerta falsa de la muralla, en un caballo que ellos también me proporcionaron. Por eso os pido, gran señor, que ellos reciban también algún premio por su noble y expuesto comportamiento, sin el cual yo no estaría hoy ante vuestras altezas.

-Así se hará, pierde cuidado. Y vos, pequeña Isabel, ¿también tenéis preparada ya vuestra pregunta?

-Sí, padre. Aunque sólo tengo nueve años, ¿esperarías a que sea mayor para casarte conmigo, leal Jimenico? En las novelas que nos lee nuestra madre jamás oí hablar de caballero más valiente que tú...

-No soy caballero, doña Isabel, sino un mero labrador. Cuando paseis por San Martín a finales de noviembre, os dejaré que piseis las uvas en nuestro lagar, que un vino prensado por los pies de toda una señora princesa, ha de ser sin duda algo digno de beberse...

-En cualquier caso mi hija no dice nada exagerado, Jimenico: no hay muchos caballeros de los que hoy en día calzan espuelas de oro, que se hubieran atrevido a hacer lo que tú hiciste aquel día por mí y por mi reino. Siempre tendrás las puertas de mi palacio abiertas, y si quieres formar parte de mi guardia, nunca me habré sentido mejor protegido. La nobleza de sentimientos que caracteriza a la Caballería ha de nacer de dentro de uno mismo, todo lo demás: yelmos, cimeras, armaduras, son simplemente adornos, por mucho que brillen al sol. Y resulta evidente que no puede dudarse de que tú la posees con creces.

Piénsate mi oferta, y mientras lo decides, os concedo a tu padre y a tí mismo, el privilegio de quedar libres para siempre del pago de cualquier impuesto o tributo, excepto, claro está, de los destinados a pagar las bodas de mis cinco hijas, que esos son absolutamente imprescriptibles.

-¿Yo en palacio? Pues ahora que lo decís, igual sí que va siendo hora de desterrar todas esas historias que cuentan que los de San Martín de Unx y los de Olite no nos podemos ni ver, Majestad...

-Pues si aceptas esta mano que te tiende un olitejo como yo, Jimenico, ha de quedar sellado para siempre el pacto de no agresión entre nuestros dos pueblos tan señeros. Que no quiero además tener yo querella con alguien tan valeroso y esforzado como tú. Y vete ahora al jardín de arriba con mis hijas, porque en verdad te digo que ni sir Lanzarote tuvo jamás a cinco princesas suspirando por él, como lo están haciendo ahora mismo ellas por ti, mi bravo Jimenico...



© Mikel Zuza Viniegra, 2012

martes, 7 de febrero de 2012

JOTA BRAVA



Palacio real de París, 7 de febrero de 1308

-Isabella, querida hija, os digo que vuestro hermano Luis (al que por su testarudez todos apodan "el Hutín"), no es el mismo desde que volvió de aquel condenado reino de Navarra a donde yo lo mandé para que lo coronaran rey.

-¿Y cómo iba a serlo, majestad, si según nos contaron los cronicones, bebió sin tasa del jugo rojo que por aquellos lares tanto se estima? Firmó luego todos los documentos y mercedes que aquellos muy hábiles cortesanos pusieron delante de sus ojos, de tal suerte que ahora lo consideran el soberano más justo y amable de todos los que se han sucedido en aquel trono.

-A su edad yo podía beber toda la cosecha de Armagnac que hubiera en las bodegas de mi padre, y no por eso se me nubló jamás el entendimiento. No, no es sólo que aquellos avispados vasallos se aprovecharan de la embriaguez de su nuevo gobernante, sino que además él parece echar de menos aquél diminuto rincón del mundo que es Navarra, y por eso no hay quien le haga quitarse esa casaca roja que allí le regalaron, y se pasa todo el día haciendo que los juglares le interpreten canciones que allá y sólo allá se escuchan.

Vos misma podréis comprobarlo, pues por allí les oigo llegar a él y a sus músicos. Ocultémonos detrás de este tapiz para que el no pueda vernos...

-¿Habéis podido traducir a la lengua francesa el cántico de guerra que os entregué la semana pasada, maître des Petites Tours?

-Por supuesto que sí, don Luis. Sentáos en ese escabel y os deleitaremos ahora mismo con nuestra versión:

"L'onze du Salut,
courageux et lutteur,
il defende ses couleurs
avec vigueur qui enroule,
pour ça les passionnés crient sans cesser
En haut, le Salut, qui tu sais triompher.

De ta chemise et ta baniere,
fort et rouge est la couleur,
de ta chemise et ta baniere,
comme le chêne montagnard,
et le vin de la riviere,
vibre a toi Navarre entiere,
où est-ce que tu est..."

-¡Bravo, maître, muy buena versión! Salvo por un par de pequeños detalles: no hay que ser tan puntillosos a la hora de verter a nuestro idioma un himno tan fiero como éste. Así pues quitad eso de "Salut", y cambiadlo por "Osasuna", que es palabra sonora, rotunda y original donde las haya. Y naturalmente eliminad inmediatamente el artículo "le" delante de nombre tan glorioso, que así sólo lo escriben los extraños y los lerdos...

-¿Veís lo que os decía, doña Isabel? ¿Qué van a pensar de mí, el rey Felipe el Hermoso de Francia, teniendo un hijo tan alocado como este don Luis?

-Pues a mí no me ha desagradado tampoco esa tonada que hemos escuchado, padre. Y digo yo si será porque los caballeros navarros combaten normalmente en los torneos de forma muy parecida a los ingleses: en tromba y dando patadones hacia arriba.

-El caso es que yo ya había oído estos cánticos a vuestra pobre madre, que tenía muy a gala haber nacido en plena Navarrería de Pamplona, pero no sospeché jamás que en sólo un mes de estancia entre ellos, mi primogénito adoptara tan convencido sus bárbaras costumbres. Luego dicen que la herencia no tira...

-Lo que tenemos que hacer es unirnos a él, que mirad ahora con qué gracia levanta las manos para bailar este otro son:

-"Petite colombe, petite colombe...
Ne leves pas si haut le vol...
que deja non pourras tourner plus tard..."

-¡Pues tenéis razón, qué pichorras, como solía decír vuestra madre! ¡Que ya estoy yo también harto de tanta etiqueta y tanto "savoir faire"! ¡Que saquen ahora mismo las redomas esas tan coloradas que se trajo mi hijo de Navarra! ¡Y ataque con la de los labradores, maître des Petites Tours, que para eso era la favorita de mi mujer.

-"Parce que viennent si heureux les laboureurs,
qui quand ils viennent du campagne, ils viennent en chantant..."


© Mikel Zuza Viniegra, 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

QUÉ MÁS DA AQUÍ O ALLÁ

Valcarlos, 28 de febrero de 1876


-¡Volveré!

Quien acaba de pronunciar tan sonoro reclamo es Carlos VII, el pretendiente carlista a la corona, pero ni sus más cercanos colaboradores, entre los que se halla Pedro de Urrutia, teniente coronel de la Segunda Compañía de Navarra, han creído ni por un momento en que pueda cumplir su palabra.

No. La derrota es total, y el ejército del que se autodenomina Alfonso XII domina por completo el territorio que una vez elevó a verdaderos reyes sobre su escudo. Nada le queda por hacer aquí. Dicen que al otro lado del mar está la tierra de las posibilidades, de la Libertad, Así que se cuadra por última vez ante don Carlos, y emprende el camino hacia Burdeos, que tiene el puerto de mar más importante del suroeste.

El pasaje hacia Estados Unidos, donde también acaba de concluir otra guerra civil, se lleva practicamente todo su peculio, pero merece la pena por arribar a donde dicen que todos los hombres son iguales. Sólo se queda con unos pocos recuerdos de su pasada vida: un sable, unas ya inútiles monedas con el perfil barbado del pretendiente, y una vieja txapela colorada de la que pende una larga borla dorada...

Pero el Este de América no es tan distinto a lo que él ya conoce de Europa. Cada uno vela por su negocio, y no hay allí más libertad que la que da mirar por las noches el cielo estrellado desde las estrechas calles de una ciudad enorme y llena de miseria. No. Es al Oeste a dónde hay que ir, y la manera más fácil de conseguirlo para alguien que sólo ha conocido la guerra, es alistarse en el ejército de la Unión, cuyos regimientos van extendiendo el país aún a costa de frecuentes choques armados con los nativos.

Va vestido ahora con una guerrera azul, y a medida que el potente tren va dejando el Este atrás, va cambiando también el paisaje, hasta culminar el recorrido en el desértico territorio de Arizona. Y lo primero que pueden ver los soldados al descender del vagón es una pintada en la pared que dice: "Welcome to Hell". "Bienvenidos al Infierno."

Ninguno de aquellos harapientos irlandeses, escoceses y galeses posee la más mínima instrucción militar, así que él no tarda en ser promovido al grado de sargento. Pero el adiestramiento concluye pronto: la prioridad es acabar con las bandas de salvajes apaches que saquean los ranchos de los cada vez más numerosos colonos que allí se van asentando, a pesar del mandato en contrario que establecen todos los tratados firmados con ellos.

Y no entiende Pedro cómo nadie puede desear querer vivir en aquel erial. Y tras cada marcha diaria, envuelto en la arena con que el rugiente viento les cubre, echa cada vez más en falta los verdes paisajes de Aribe y Arrazola. Pero hay otra cosa que sí entiende: que aquella tierra pertenece a los apaches, y que quitársela de esta manera no otorga más medalla que una honda vergüenza interior, que sus compañeros de armas no parecen compartir, pues se complacen en disparar sin motivo incluso contra todos aquellos indios que cumplen la orden presidencial de concentrarse en reservas miserables y paupérrimas.

Aunque no todos lo aceptan. Gerónimo, el jefe de guerra de los apaches chiricahuas, y Vitorio, el jefe de guerra de los apaches Mescaleros se han refugiado en la zona más agreste de la Sierra Candelaria, allí donde ningún hombre blanco llegaría jamás por su propio pie. Ningún hombre blanco nacido en las llanuras de Irlanda, por supuesto, porque Pedro puede seguir el rastro de cualquier ser vivo, porque nació rodeado de montañas, y no tiene más rival en ese terreno que el águila que vuela sobre los macizos rocosos.

Así que es el propio general Crook quien le ordena que sirva de rastreador a una columna encargada de acabar con aquellos "rebeldes y forajidos". Y a medida que van subiendo por la sierra, comprueban los casacas azules que sólo los guerreros habitan las cumbres de aquel laberinto, mientras que los viejos, las mujeres y los niños permanecen en las estribaciones.

Y Pedro cree que no ha entendido bien la orden de "a la carga" que el teniente Lawton acaba de gritar, pero la trompeta repite estridentemente esa orden y todos los soldados se lanzan contra el indefenso poblado como si se estuvieran dirigiendo hacia la Gloria.

Pero no queda tras su paso más que otra masacre de indios a añadir a las muchas cometidas ya por los cuchillos largos. Pedro, asqueado, no ha disparado un solo tiro, pero sus protestas no evitan que la persecución continúe ladera arriba, incluso de noche, para intentar sorprender a Gerónimo a toda costa. Y en uno de los recodos de aquella impracticable senda, completamente inmóviles y mimetizados con el terreno como sólo pueden llegar a estarlo los apaches, una densa lluvia de flechas y de disparos de Winchester recibe a los agotados reclutas.

Todos van cayendo ante la imposibilidad de hallar refugio alguno ante aquella mortífera descarga. Pedro ve llegar la flecha que se le hunde en el pecho y cae violentamente al suelo. El asta le ha cosido materialmente la guerrera y la ropa interior, pero la punta ha rebotado en la vieja medalla de plata con la imagen de la virgen de Roncesvalles que le entregó su madre cuando partió a ingresar en las fuerzas de don Carlos, y sólo ha rozado superficialmente su pecho. Aún así está aturdido por el golpe o quizás la flecha estuviera envenenada, así que desde su posición va viendo como los indios van rematando a aquellos de sus compañeros que han demostrado no saber luchar más que contra squaws y papooses. Y aquél más alto debe ser el propio Gerónimo...

Y entonces el teniente Lawton se levanta de entre los hombres caídos y apunta al jefe de los chiricahuas, y cuando el gatillo de su révolver está a punto de dejar salir el proyectil que acabará definitivamente con aquél al que de niño pronosticaron que no moriría de un balazo, Pedro amartilla su colt y dispara contra el teniente, que cae muerto en el acto.

Gerónimo se acerca entonces a quien le ha salvado, que parece delirar, pues no para de repetir algo así como: "Orreagako Ama, gorde gaitzazu zeru arte!"

-No conozco esa lengua. No es inglés, ni mexicano, ni parece apache tampoco. Mirad si sus heridas pueden curarse. No puedo matar a quien ha salvado mi vida, cumpliendo la profecía que me hicieron cuando niño...

Y en apenas cinco días está ya Pedro restablecido. Lo suficiente al menos como para aceptar unir su sangre con la de Gerónimo, que le reclama como hermano.

-Por más tiempo que viva, jamás terminaré de entender al hombre blanco ¿Por qué lo hiciste? -pregunta el apache.

-Porque no hace tanto que luché por un Dios, por una Patria y por un Rey. Tu Dios está allá arriba, en las praderas eternas, esperándote rodeado de tus antepasados. Tu Patria son estas montañas que nadie debería intentar arrebatarte. Y tu Rey eres tú mismo, porque en realidad ni tú ni nadie necesita a ningún otro.

-Sigo sin entender nada de lo que dices, pero ahora eres mi hermano de sangre, así que siempre tendrás un sitio entre los chiricahuas, soldado. Al menos mientras sigamos siendo libres.

-El de hombre libre es sin duda el mejor título que un rey como tú podría reconocerme. No tengo nada con lo que corresponder al cuchillo de plata que me ofreces. Nada, salvo está vieja txapela colorada. Será un honor para mí que la aceptes...




Tucson, Arizona. 3 de febrero de 1878. Cuartel General del ejército federal en ese territorio.

Transcripción del telegrama recibido por el general Crook desde el puento avanzado de Fort Apache:

-Extraviada de nuevo la pista de Gerónimo y sus hombres. Stop. Informes no corroborados lo sitúan al otro lado de la frontera. Stop. Algunos testigos dicen que lleva siempre su cabeza cubierta por un curioso sombrero que podría definirse como una "red beret". Stop. Seguimos sin saber nada del renegado Pedro de Urrutia. Stop. Pero continuamos buscándole...
© Mikel Zuza Viniegra, 2012