Claustro de la catedral de Pamplona, 23 de febrero de 1342
-Señor don Guillermo, casi está anocheciendo ya, y nos prometísteis que hoy nos contaríais más aventuras de ese héroe que tanto nos gusta...
-No lo he olvidado, príncipe don Carlos, pero sospecho que el señor obispo o vuestro mismo padre, el poderoso rey don Felipe, no están tan ansiosos como vos y vuestros amigos por conocer esas hazañas. Lo que ellos quieren es que yo empiece a trasladar de una vez los dibujos de mis planos a la piedra en la que se han de tallar las portadas de este claustro...
-No os preocupéis, que yo hablaré con mi padre para que no os tenga en cuenta ese retraso. Le diré que nos estáis enseñando arquitectura, que es saber muy necesario para un gobernante que se precie, y más aún si nos los proporciona alguien como vos, proveniente de la industriosa Inglaterra.
-Está bien, id a avisar a vuestras hermanas y a vuestros otros compañeros. Nos reuniremos bajo la gran chimenea de la cocina, que al abrigo de su fuego reparador iré recuperando yo el calor perdido en estos gélidos andamios. Yo por mi parte avisaré al señor arcediano para que nos prepare un tentempié con el que saciar el hambre, que sois todos muy jóvenes y estáis en edad de crecimiento...
-Aquí estamos ya todos, don Guillermo: mis hermanas Agnes y Blanca, y mis amigos Corbarán de Lehet, Rodrigo de Uriz, Carlos de Artieda y Ferrando de Ayanz.
-Perfectamente. ¿Recordáis bien lo que os conté sobre ese personaje que tanto os intriga?
-¡Naturalmente! El caballero Carlos de Kent, cuando era niño, se perdió en el bosque que rodeaba el castillo de sus padres. A medida que se internaba más y más en aquella floresta, el ruido que hacían las multiples alimañas que allá moraban iba metiendo el miedo en su corazón, hasta que de repente se dio de bruces con el lobo más enorme que nadie haya visto jamás. Entonces el señor de los bosques, que es un genio benéfico qeu domina toda la naturaleza, se apiadó del joven y le confirió la habilidad de transformarse en aquella selva que los rodeaba, de tal forma que su cuerpo y su cara quedaron al instante cubiertos por hojas, ramas, flores y frutos, que a su sólo deseo podían atrapar o desatrapar a quienquiera que se le opusiese. Y vio entonces como de sus manos brotaban fuertes espinos que sujetaban a la bestia hasta convertirla en inocente perro faldero. Y muy agradecido al señor de la espesura, le prometió que siempre usaría esos poderes para ayudar a los más necesitados, pues sin duda un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y desde entonces pasó a llamarse "Green Man", pues como muy bien nos explicásteis, don Guillermo, todos estos héroes de asombrosas capacidades requieren tener un nombre en vuestra lengua natal, pues ¿qué supervillano respetaría a alguien llamado simplemente "Hombre verde"? En cambio "Green Man" impone con su sonora rotundidad el miedo a los malhechores, no hay duda de ello. Así que mientras no hay ningún peligro en lontananza, Carlos de Kent se comporta como un medroso y torpe caballero, pero en cuanto se desata una amenaza, toma su lugar Green Man, que desface tal entuerto en un periquete...
-Veo que no habéis dejado que cayera en el olvido lo que os conté, apreciados infantes. Así que procederé a contaros más cosas sobre Green Man.
No sin antes volver a recordaros que fue el gran dibujante Villard d'Honnecourt, el primero que le confirió ese aspecto tan característico con el que todos lo conocemos, y que habréis podido ver en la arquivolta que he tallado en la crujía norte y en las extraordinarias ménsulas de la capilla del obispo Barbazán. También está representado en la clave de la portada de Santa María de Olite
o en varias esculturas hechas para la portada del templo de Santa María de Uxue, señal de que otros maestros también son tan aficionados como yo a sus intrépidas proezas...
-Claro que sí, maestro Guillermo. Y no puedo dejar de agradeceros que me consiguiéseis ese primer número, aunque a mi señor padre don Felipe le costara casi cien florines de oro del cuño de Tolosa complacer mi capricho...
-Pensad que irá incrementando su valor según pase el tiempo, infante don Carlos, y que quizás dentro de trescientos años un sucesor vuestro en el trono de Navarra, deba agradeceros postumamente poder pagar sus deudas gracias a que vos os hicísteis con tan raro tesoro. Pero se nos está haciendo tarde, así que permitidme ahora que os hable del archienemigo de nuestro héroe, pues debéis saber que todos estos extraordinarios guerreros tienen siempre un rival que no cesa de tramar asechanzas contra ellos. Y el de nuestro Green Man, se llama don Alex de Luthor, que es caballero malvado y mezquino donde los haya, que procura acabar con todos los árboles que a su paso encuentra, de suerte que todos lo comparan con aquél bárbaro Atila, pues igual que él, por donde pasa su caballo no vuelve a crecer la hierba...
-Contadnos alguna de sus bellaquerías antes de que nuestra aya nos mande a la cama, por favor...
-Las mayores villanías las comete intentando que doña Luisa de Lane, la dama enamorada de Green Man, le quiera a él y no a nuestro héroe. Una vez, como veréis en el album que muy pronto os dibujaré, le hizo caer en una trampa de fuego, y mientras nuestro paladín luchaba por librarse de ella sin salir chamuscado, don Alex cubrió su cuerpo de hierba y de hojas muertas para hacer creer a doña Luisa que era su campeón. Y lo hubiera conseguido si no fuera porque pudo escabullirse el valiente Green Man llenando aquella fosa ardiente de semillas de rododendro que hizo brotar de sus dedos, pues de esa planta cuenta el tratado botánico denominado "Fisyologus" que no arde ni en mitad del incendio más terrible. Y cuando ya don Alex y doña Luisa estaban a punto de sellar su amor, pidió ésta al fementido traidor, pensando que era su idolatrado Green Man, que cubriese el lecho de pétalos de rosas, violetas y clavelinas, como otras veces había hecho ya en semejantes ocasiones, y como no pudiese cumplir tal deseo, mucho se mordió las manos de rabia perdiendo así un tiempo precioso, pues entonces llegó nuestro titán y de dos soberbios puñetazos -que algo así como "kataplan" y "rang" sonaron- lo echó del castillo, y aun se complació luego en cubrirle de cardos, ortigas y zarzamoras de ferreas espinas sus partes nobles, para que el bellaco escarmentase de una vez. Mas no creo yo que haya aprendido este malvado tan sutil lección...
-¡Bravo por Green Man, no hay otro como él!
-Eso es muy cierto, estimadas damas y apreciados señores: no hay nadie como él. Pero discupadme ahora, que vuestro padre el rey me reclama ahora mismo en su sala de audiencias...
-Habéis provocado mi ira, don Guillermo, pues no ceso de recibir quejas de los preceptores de mis hijos y de los padres de los nobles que se educan con ellos, pues tenéis a todos tan subyugados con las historias de ese hombre de los bosques, que no paran de rebozarse en heno para parecerse a él y jugar todo el día a remedar sus aventuras. Y ya me diréis para qué le sirve a un príncipe pasar el día leyendo, no ya la historia de sus gloriosos antepasados, sino estas historietas que vos les contais y les dibujais. Aunque será mejor que os lo diga yo mismo: para nada. Así pues he decidido atender la petición de mi querido pariente el rey de Aragón, y dejar que retornéis a ocuparos de las obras de la catedral de Huesca. Mañana mismo partiréis hacia esa ciudad de la que quizás nunca debí traeros...
-¿Podré al menos escribir una carta de despedida a vuestro hijo, mi señor don Felipe? He tomado en este tiempo cariño a un muchacho tan despierto.
-Haced como os plazca, pero mientras de mí dependa, no volveréis a verlo...
"-No os aflijais por mí, joven don Carlos. Vuestro padre sólo quiere lo mejor para vos y vuestras hermanas, pero creo que se confunde pensando que lo que él despreciativamente llama "historietas" no sirven para nada. Aún sois todos muy niños, pero estoy seguro de que llegará en vuestra vida al menos una ocasión en la que seguir el difícil -aunque maravilloso- ejemplo de Green Man. Y para que no lo olvidéis nunca, prometo que os iré enviando puntualmente cada mes, por medio de mi mensajero el señor de Novaró, una nueva aventura suya. Adiós, querido príncipe..."
© Mikel Zuza Viniegra, 2012