martes, 11 de marzo de 2014

LA CRUZADA DE LOS NIÑOS


E nunca se vio tal concentración de infancia en esta ciudad. Tanta que la hubiera envidiado aquél alemán -resentido y flautista- de la villa de Hamelin. Pero los de Pamplona no acudían al hechizo de aire proveniente de un largo hueso con cinco agujeros, sino al del envolvente laúd de su majestad Teobaldo I, que desde el salón de su palacio llamaba a acudir a Jerusalén.

Y estaba esa curiosa estancia decorada con frescos de arte muy singular. En el testero muchos profetas no dejaban de admirarse -desde su lateral retiro, pues eran de natural modestos y tímidos aquellos augures bíblicos- la habilidad de vuelo que ciertos ángeles tenían para recoger en sus santos griales la sangre de Cristo. Y poco más abajo se perdían eternamente semejante espectáculo los soldados que, obedientes, cumplían las inicuas órdenes de custodiar su tumba. Y es cosa de mucho milagro quedarse dormido llevando tan pesadas armaduras. Y aún más abajo, jugaban al escondite entre muy grandes escudos, despreocupados músicos y la juglaresa más guapa que haya nunca pisado estos reinos.


Y en la pared derecha muchas figuras se afanaban en no saltarse el orden establecido en el casi preecologista himno escrito por Venancio Fortunato. Y muy buena cosa es que en una tierra tan dada al arboricidio como Navarra, quedase fijado en uno de sus muros más nobles alabanza tan ramificada y justa:

"Crux fidelis, inter omnes
arbor una nobilis,
nulla talem silva profert
flore, fronde, germine,
dulce lignum dulce clavo
dulce pondus sustinens."



"Oh Cruz fiel, 
el árbol más noble de todos.
Ningún bosque produjo otro igual,
ni en hoja, ni en flor ni en fruto.
Dulce madero, dulces clavos,
que sostienen tan dulce peso...."

Y saben todos los personajes muy bien lo que hacen buscando la sombra de tan frondoso árbol, pues por estar muchos siglos gozando del sol y el aire en la libertad de su claustro, están ahora tan morenicos o completamente negros como quienes habitan en lo más profundo del Africa austral, por eso no salen ya nunca de la espesura, y cada tres o cuatro años operarios muy cualificados rocían sus carbonizadas siluetas con Aftersún de aceite de linaza y nuez moscada.


Y no quedará sin describir la pared izquierda, cuyo rasgo más notable es que se quiso plasmar un Pantocrátor de tan enorme tamaño, que sólo se le divisan los pies. Y esto pudo hacerse o bien para mostrar bien a las claras la pequeñez humana, o bien para reflejar que tiene el Creador la cabeza en las nubes, y por eso dispensa antes sus favores a los nefelíbatas que a los que cazurramente atornillan sus pies a la tierra.


Pues desde esta sala recién descrita brota el cántico del rey. Y a su petición de valientes cruzados, acuden de todas las merindades niñas, infantes y jóvenes, hasta atestar las calles aledañas. Y piensan los más de ellos que si siguen a don Teobaldo en su empeño, se abrirán las aguas del mar para permitir su paso hasta Tierra Santa entre boqueantes peces y sirenas con escafandras llenas de agua.

Pero mucho se escama la reina doña Margarita de Borbón por tan gran y pueril manifestación de
entusiasmo, pues al contrario que su marido, siempre tan en las nubes como el Pantocrátor de su palacio, tiene muy bien leído ella que hubo ya hace pocos años una cruzada de niños que esperó también -igual que ésta- que las aguas se abrieran a su paso. Pero lo único que se abrieron fueron las bodegas de los barcos de los malditos comerciantes genoveses que, torciendo su rumbo hacia Egipto, no tardaron en venderlos a todos como esclavos.

Y sería muy gran lástima que todos estos acabasen sus días de igual forma, salvo los que se empeñen en dar la lata en cines, conciertos, aulas y bibliotecas que -esos sí- merecerían acabar no ya sólo como esclavos en Egipto, sino también como constructores de carreteras en aquella gélida Siberia donde gobiernan los Zares...

Así que aprovechando que Teobaldo sigue cantando la misma y ofuscante canción:

"Seigneurs, sachez : qui point de s'en ira
En cette terre où Dieu fut mort et vif,
Et qui la croix d'outre-mer ne prendra,
A dure peine ira en paradis;
Qui n'a en soi pitié ni souvenance,


Au haut Seigneur doit chercher sa vengeance,
Et délivrer sa terre et son pays..."



"Sabed señores que quien no vaya
a la tierra donde Dios murió y vivió
y no tome la cruz de Ultramar,
no entrará en el Paraíso.

Quien dentro de sí guarde piedad o recuerdo de Dios,
debe buscar venganza y liberar su tierra y su país..."


Va ella repartiendo entre todos los asistentes bono-carros de Villavesa para que puedan disfrutar gratuitamente de las maravillas que la cuenca de Pamplona les ofrece, desde el puente de la Trinidad de Arre al de Miluce, ya mirando a Arazuri y se vuelvan después tranquilamente a sus casas, olvidando así definitivamente la locura de viajar a aquel polvoriento secarral de Galilea en el que tantos buenos caballeros han dejado ya su piel.

Y pide después, entre respetuosa y mandonica, a Teobaldo que cambie ya de canción, y la emprenda ahora mismo -como siempre muy bien acompañado por los virtuosos de Uqbarnagh Ensemble- con esa otra mucho más agradable que dice:

"Amour me fait commencier, une chanson..."   


E dicen que sucedió todo esto cuando los ciegos golpeaban reciamente con sus bastones blancos el suelo mientras gritaban: "¡para el sorteo de hóoooooooy!"

©Mikel Zuza Viniegra 2014