jueves, 26 de febrero de 2015

COMO LLEGARON LOS PETIRROJOS A INGLATERRA

Hereford, Inglaterra, 26 de febrero de 1198

-Cuando me dijeron que habíais llegado no podía creérmelo.

-Tranquilo, suelo causar ese efecto en todo el mundo: nadie me da nunca demasiado crédito...

-Sabía que eráis vos desde que me contaron que un viejo caballero con una jaula llena de petirrojos se había inscrito en el torneo. Y no existen pájaros iguales que esos en toda Inglaterra ¿De verdad pensáis participar?

-No tengo nada mejor que hacer. En cuanto a los petirrojos, ya os dije una vez porque viajan conmigo: es lo único que me queda de mi país. Por mi mala cabeza perdí las tierras de mis antepasados en Navarra, así que al menos tengo conmigo a los dueños de aquellos cielos de mi infancia. Tampoco son muchos: sólo seis, y para lo que suelen vivir unos pájaros tan pequeños como estos, se conoce que los trato bien, porque son cuatro ya los años que han pasado desde que salí de allí en la comitiva del infante Fernando, que iba a sustituir al rey Ricardo en su prisión austriaca. Dos años pasamos en el castillo de Durnstein, hasta que pagó al fin por nuestra liberación, y dos años más son los que llevo en Inglaterra, desde que vinimos a cobrar la indemnización correspondiente por tantos meses de prisión. El infante regresó después a Navarra. Yo preferí quedarme aquí, pues no tengo nada ni nadie que me ate a mi lugar de nacimiento excepto estas avecicas. Por eso me alegro de que hayais venido también a Hereford, sir John: ya os dije la última vez que debíais hacer si a mí me ocurría algo...

-¿Si os ocurría algo, decís? ¿Y cómo considerais a vuestras tres costillas rotas? No entiendo siquiera cómo podéis sosteneros en pie después de vuestro último encontronazo, hace tres meses en el torneo de Reading.

-Me duele al respirar, es cierto, pero intuyo que no me queda mucho más aire por meter en mis pulmones, así que puedo soportarlo.

-¡Pero sois más de diez años más viejo que cualquiera de los más maduros justadores!

-Eso es cierto: ya era viejo cuando salí de Navarra, así que ahora, con 45 años que creo tener, debe ser el participante de torneos más anciano de toda la Cristiandad. No es del todo malo: son muchos los que vienen a ver como apalizan al viejo. De hecho me reclaman de muchos sitios, debo ser un gran espectáculo. Supongo que vienen a verme morir sobre la silla.

-Por Dios, fijaros en vuestra cota de malla: tiene más agujeros que un colador...

-Las anillas de hierro forjado son caras, no me puedo permitir el lujo de reponer las que faltan. Además, cada uno de los agujeros tiene su correspondencia en mis maltrechos huesos y un nombre: el de quien me dio el golpe. El del hombro, Lord Exeter. El del pecho, el barón de Chandos, el del brazo derecho sir Talbott, el de la pierna izquierda don Peter de Salisbury...

-Basta, por favor, o acabaréis con toda la nobleza inglesa sobre vuestro cuerpo. De verdad, y por el aprecio que os he tomado en este tiempo: ¿qué conseguís peleando de esta manera suicida?

-Ah, ¿pero es que acaso hay otra forma de combatir? ¿Preferiríais que muriera atropellado por la carreta de un mercader mientras pido unas monedas para poder comer en cualquier cruce de caminos? Al menos de esta forma yo escojo mi propia forma de morir. Y creo que salgo ganando. Tan sólo os pido una cosa, la misma de la última vez: si me ocurre algo, liberad a los petirrojos. Que no acaben en la olla de algún falso caballero. Ellos no tienen culpa ninguna de la locura de su dueño...

-Perded cuidado: así lo haré. Pero puedo prestaros una cota de malla y una espada mejores que os den alguna oportunidad de luchar como es debido...

-Las armas no hacen al caballero, sino su valor. Al menos eso decía el infante Fernando, aunque lo cierto es que nunca le vi combatir. Pero en eso creo que tenía razón. Os agradezco vuestro ofrecimiento, pero sabéis que si pierdo -y el "si" suele estar de más en esta frase- vuestras armas serían para mi contrincante. Nunca me ha gustado dejar deudas tras de mí, y no me importa en absoluto que me entierren tan desnudo como llegué a este mundo.



Ya me llaman al palenque. Sir John, habéis sido siempre un buen adversario. Es más de lo que puedo decir de la mayoría de las personas que he conocido en este o en cualquier otro pais.
Adiós.



Restos de participante en un torneo hallados en la catedral de Hereford




Si no estuviese viva cuando vuelvan

los petirrojos, al de la encarnada


corbata, en mi memoria,


echadle una migaja.

Y si las gracias no pudiese daros


porque profundamente ya me hubiese dormido,


bien sabréis que lo intento


con labios de granito.




Emily Dickinson


© Mikel Zuza Viniegra, 2015

domingo, 22 de febrero de 2015

LITERATURA


Palacio viejo de Olite, 22 de febrero de 1366

-Mi buen y leal secretario, Pierres Godeille: ¿ha llegado ya el enviado de mi primo el príncipe Eduardo de Inglaterra?

-Sí, majestad. Y vaya que es despierto el mensajero. A fe que si todos en aquel país muestran tantas cualidades como él, Francia no ha de tardar en caer en sus manos.

-Querrás decir mejorando lo presente, ¿no? Porque te recuerdo que tengo yo muchos más derechos al trono de San Luis que el falsario Carlos de Valois que actualmente lo usurpa, o que el rey inglés que guerrea desde hace años  por conquistarlo. ¡Ah, si Navarra fuera un reino más poderoso, por Dios que los haría valer sobre todas las cosas! Pero mientras espero el momento adecuado para jugar mis bazas, he de bandearme entre ambos contendientes, y ahora nos toca estrechar lazos con ese intrigante al que todos conocen por el ridículo apodo de "príncipe Negro". Quizás si se lavase un poco más a menudo, su armadura no tendría tanta roña como para confirmar semejante sobrenombre. ¿Pero qué vamos a esperar de estos malditos bárbaros ingleses?

-Pues el resto de sus compatriotas no sé si será tan rudo como decís, majestad, pero lo que es este que nos acaba de llegar es hombre instruido y con más letras que nadie que yo haya conocido jamás. Prueba de ello es que se pasa el tiempo que le deja libre su misión diplomática llenando resmas y más resmas de papel en ese condenado idioma que utilizan en su isla. Y gran lástima es no entenderlo, porque de esta forma he tenido que contentarme con que él mismo me contara los argumentos de sus cuentos, que dice que va reuniendo para hacer un libro que dé fama y prestigio eterno a su nombre.

-¿Tan buenas son esas historias suyas?

-Bueno, quizás resulten demasiado populares para un rey como vos, don Carlos, más acostumbrado a los libros de alta poesía de Guillaume de Machaut, pero lo cierto es que de todas ellas puede extraerse una enseñanza concreta, que es el afán con el que dice haberlas concebido mientras realizaba una piadosa peregrinación a la tumba de santo Tomás en Canterbury, que es templo de los más principales de su reino...

-Me fío ciegamente de vuestro buen gusto literario, mi buen Pierres, así que como las clausulas de este salvoconducto que ahora mismo voy a firmarle, le permiten visitar nuestro reino sin cortapisa ninguna, os ordeno que mientras él está fuera de mi corte, os hagáis con alguno de esos cuentos suyos tan estupendos.

Documento del cartulario del rey Carlos II de Navarra
-Se hará como ordenáis, majestad, y para que vayáis haciendo boca, puedo leeros este proverbio que cita en uno de ellos:

"Quien construye una casa sin tejado,
monta un caballo ciego por el prado
o deja que a su esposa aconseje un tonsurado,
merece sin duda alguna ser ahorcado..."

-Ja, ja, ja, sabio es ese bergante... ¿Y cómo decís que se llama? Debo escribir su nombre en el salvoconducto...

Transcripción del mismo documento
-Don Geoffroy de Chaucer, majestad. Y tened en cuenta ese nombre, porque las generaciones futuras no lo han de olvidar mientras siga habiendo gente que abra libros para tomar placer y deleite con su lectura...


Y fue escrito esto justo el mismo día -aunque 649 años más tarde- en que el rey Carlos II firmó el salvoconducto para que Geoffrey Chaucer anduviera por su reino de Navarra "like Peter in his house". Y como no creo que nadie más se haya acordado hoy en Navarra de esta entrañable y literaria efeméride, vaya desde aquí este guiño de un escritor muy pequeño a otro muy, pero que muy grande.


And thanks for coming into Navarre, mr. Chaucer!


© Mikel Zuza Viniegra, 2015

miércoles, 18 de febrero de 2015

CON ESTOS BUEYES

Pamplona, Viana y Roncesvalles, enero del año 1934

El Consejo de Cultura de Navarra, a cuya junta directiva me honro en pertenecer, en atención al 700 aniversario de la llegada al trono del rey Teobaldo I de Champaña, ha decidido erigir un monumento conmemorativo en los jardines de la Taconera de Pamplona. 



Aprovechando este fervor escultórico -desafortunadamente siempre tan ajeno a estas tierras- he propuesto en dicha reunión levantar también otras dos obras que recuerden los innegables méritos de dos importantes personajes históricos relacionados con Navarra, ofrecimiento que ha sido aprobado por unanimidad de los presentes (probablemente en su ánimo habrá influido que les haya asegurado yo que no costará una peseta a la Institución, pues además de contar con alguna subvención -magra- de la Diputación, tengo muy adelantados ya los proyectos, de cuya ejecución -naturalmente- me he de encargar yo mismo). 

Así pues, y con motivo de haber sido hallado recientemente el Cantar de Roldán en la biblioteca de la Universidad de Oxford, me ha parecido adecuado dedicar a este héroe de leyenda un hito precisamente en el lugar donde su fama nació: en Roncesvalles. Pero no por ello ha de ser una llamada a la guerra, sino a la paz entre los pueblos. Para ello el elemento principal será una campana, en recuerdo de aquella que desde lo más alto de Ibañeta guiaba hace siglos a los peregrinos hacia la cumbre, y tendrá también un altar dedicado a quien nuestros antepasados, al derrotarlo, convirtieron en mito: el par de Francia que reventó sus pulmones tocando el olifante para que el emperador de la barba florida viniese a rescatarle...



Por esa misma razón la campana, que ordené fundir al campanero Erice, lleva una inscripción ideada por mí: Din, don, dan, Bizi gaitezen pakean -vivamos todos en paz-. Pulsata omnibus pacem sono. Pacem eundi atque redeunde. Pacem mercium et litterarum -Sueno por la paz de todos, la paz de ir y volver, la paz del comercio y la paz de las letras-.


En cuanto al otro personaje cuyo recuerdo pretendo traer a la memoria de la actual generación de navarros, es nada menos que el comandante en jefe de los ejércitos de Navarra en 1507: el famosísimo César Borgia, cuyos huesos yacen todavía de forma anónima e ignominiosa en plena calle, frente a la portada de Santa María de Viana. Para él he tallado, pues, un sepulcro acorde a su prestigio, que no he formado yo nunca parte de todos aquellos que calumnian su proceder, igual en todo -y aún bastante mejor- al de muchos de sus contemporáneos que hoy pasan por buenas personas...
He puesto en todos estos monumentos lo mejor de mí, y aunque sé que no faltarán quienes digan: "zapatero a tus zapatos", y pensarán que un cirujano como yo no pinta nada haciendo estatuas, habré yo de responderles que lo hago de manera totalmente altruista y porque quiero. Y también porque amo la historia del lugar donde vivo. Y si con eso no les basta, también lo haré con los versos de Antonio Machado: 

"Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto escribo,
a mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago..."

Firmado: Dr. Victoriano Juaristi


ADDENDA: 

La estatua del rey Teobaldo, cuya imagen fotográfica recuperó de su tumba de papel un servidor de todos ustedes, fue destruida a los pocos meses de ser colocada, allá por mediados de 1935. Una persona que sabía, me dijo que fueron unos anarquistas y republicanos de salón, que "no podían tolerar que Pamplona hubiese levantado un monumento a un rey -fuese el que fuese-" y que por eso le arrancaron la cabeza de un mazazo y echaron la figura al foso. Ya no volvió a reponerse nunca más. Aunque personalmente pienso que nunca es tarde...

Todavía en 1948, cuando la estatua de Teobaldo ya no era más que un recuerdo sepultado en la memoria de la ciudad, el archivero municipal, Vicente Galbete, que firmaba como "Catón" en "El Pensamiento Navarro", la emprendió con muy poca gracia contra la escultura de un modo que deja traslucir la homofobia rampante de las autoridades ¿culturales? de la época: 

"la culpa la tiene Vuestra Alteza por dejarse esculpir en batín. Si se hubiera puesto la armadura de los domingos, otra cosa hubiera sido. Nos hacemos cargo de que a Vuestra Alteza -que se batió el cuero como los buenos en el monte Tauro, y que probó cumplidamente su condición de "ome" a través de tres matrimonios y nueve retoños- ha de hacerle poca gracia el que le tomen por lo que en Tafalla llaman un marimueta, pero, ¡qué se le va a hacer! El hábito no hará al monje, pero despista a la gente."

El sepulcro de César Borgia fue colocado finalmente, tras mucha oposición de lo más carca y faccioso de la población vianesa, en el zaguán del Ayuntamiento de la localidad. En agosto de 1936, los mismos (carlistas, falangistas y fanáticos ultramontanos de variado pelaje) que habían intentado que no se recordase bajo ningún concepto la memoria del comandante en jefe de los ejércitos de Navarra, sabiéndose ya intocables, la emprendieron a culatazos contra la escultura, destruyéndola para siempre, pues según ellos -y haciendo gala de aquello de ver la mota en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio-: "un hombre tan malo no merecía recordatorio alguno". El párroco de la cercana población de Bargota -un botarate bien definido por su nombre de pila, llamado Prímitivo Zuñiga- había dejado escrito en el periódico "Diario de La Rioja": 

"Con un raposo a mis pies
y un gran puñal en las manos
un escultor cirujano
me dio al mundo como ves.

Mis atributos son, pues, 
felonía y crueldad; 
así que en esta ciudad,
leal, noble y generosa,
seré siempre una babosa
que empañe su caridad."

En cuanto al arco de Roldán, su proyecto fue duramente atacado desde el principio por el periódico nacionalista "La voz de Navarra", desde cuyas páginas tildaron a Juaristi de "traidor al pueblo vasco, por empeñarse en levantar un homenaje al invasor". Acusaciones que, por falta de sustento y de razón alguna, dolieron mucho al promotor, que se defendió con denuedo de semejante sarta de estupideces. 

En enero de 1936, el monumento fue destruido por un rayo, cuyos restos adornan hoy en día -al parecer- algún caserío de la vertiente norte de Ibañeta...

Así pues, don Victoriano Juaristi concitó en su contra a lo más cerril de las izquierdas, de las derechas, de los nacionalistas vascos y hasta de los cielos. ¡Y sólo por hacer tres estatuas!

De verdad que lo admiro, y no se me ocurre posición vital más envidiable. 

Aún así, es fácil comprobar un poso de fuerte amargura en este juicio de valor que dejó escrito el buen doctor: 

"Los vascos no hacen imágenes, ni las contemplan con emoción, porque no tienen imaginación, porque carecen de fantasía... El vasco, aun el cultivado, tampoco se interesa por la imagen como espectáculo, casi es iconoclasta. En cuanto a la imagen literaria, no necesito decirles nada..."

Hoy, casi un siglo después, cada uno de aquellos actores puede conceptuarse como merece. Uno en el de las personas que aman y promueven la cultura. Otros, en el de quienes la persiguen con saña hasta destruirla. Para hacer el bruto todas las ideologías se unen. Y desgraciadamente tampoco creo que en Navarra las cosas hayan cambiado demasiado, ni en este, ni en otros muchos asuntos. Aunque no pierdo la esperanza.

Eso si: que cada quien escoja su bando...



Esta crónica no hubiera podido escribirla sin haber leído antes el libro de Salvador Martín Cruz: "Victoriano Juaristi: el ansia de saber"

©Mikel Zuza Viniegra, 2015

lunes, 9 de febrero de 2015

LEALES


Iglesia de San Nicolás, Tudela, 9 de febrero de 1522


-No insistáis: la justicia de los hombres ha hablado, y si ha errado o no en sus conclusiones, sólo a Dios y no a mí, que soy únicamente el más humilde de sus representantes, le corresponderá enmendarlo en el día del Juicio Final.

-La justicia de los castellanos, querréis decir. ¿Cómo entender si no que se aprobase la muerte de una mujer por el único delito de bordar una bandera?

-¡No una bandera cualquiera: la bandera del usurpador Enrique de Labrit! Parecéis haberlo olvidado, aunque no me maravillo de ello, puesto que vos participasteis de la misma traición que vuestra madre, y en lugar de reforzar las tropas de socorro provenientes de Aragón, os dedicasteis a ondear con regocijo ese vil estandarte desde el campanario de este mismo templo en el que ahora nos encontramos, saludando con probada soberbia la llegada de los invasores, hace de esto apenas siete meses. Tan sólo vuestra corta edad os ha librado de compartir el destino de vuestra madre, pero no agotéis la paciencia de los fieles servidores de su majestad...

-¿Invasores? ¿Cómo considerar tal cosa a quienes venían a recuperar el país para nuestro legítimo rey? Decid más bien que debéis vuestro puesto y vuestras rentas de párroco a haber besado la mano -y no falta quien dice que otras partes de su cuerpo- al alcaide del castillo.

-¡El único rey legítimo de Navarra es el emperador Carlos! Grabaoslo en vuestra dura cabezota si no queréis acabar colgando de la misma soga de la que todavía pende el cadáver de vuestra madre, allá, en Traslapuente...
Y basta ya de esta infernal querella: os vuelvo a reiterar que su cuerpo no será sepultado en esta iglesia por mucho que ella fuese bautizada en nuestra pila. A los traidores a su señor y por tanto a Dios, no les corresponde ser enterrados en suelo sagrado, si no que habréis de llevar sus restos a campo abierto, o a un cruce de caminos, para que allí mueva a la oración de los verdaderos cristianos.

-Sosegaos, señor arcipreste, y ved que la fuerza de mis quince años es más que suficiente para traspasar vuestra abundante barriga con esta espada. Ahora sentaos y escribid lo que yo os dicte si no queréis comprobarlo:

"Yo, Pedro de Baigorri, beneficiado y párroco de esta iglesia de San Nicolás de Tudela, en el reino de Navarra, declaro que no sin mucho pesar y fatiga para mi conciencia puedo seguir ostentando este cargo proveniente de la simonía y la corrupción, y también que no puedo igualmente fingir mi adhesión al emperador extranjero don Carlos, cuando la soberanía de este reino de Navarra corresponde sin duda alguna al rey don Enrique II de Labrit, que para eso nació en él, en la muy fiel ciudad de Sangüesa, mientras el usurpador alemán nacía en un retrete del lejanísimo lugar de Gante. Por tanto anuncio a todos con esta carta mi intención de cruzar los Pirineos para secundar a mi señor natural en su justa lucha por hacer valer sus derechos al trono de Navarra."

-¡Nadie se creerá esta sarta de mentiras! ¡Haré que os cuelguen!

-Cuando mañana por la mañana descubran esta nota clavada en el altar mayor, y que vos no aparecéis por ningún lado, sí lo creerán. Ya sabéis que los castellanos desconfían de cualquier nacido entre estas mugas. Y ahora don Pedro, dad saludos al Diablo de mi parte. Decidle que me espere, que no tardaré en llegar...

La oronda figura del párroco se desplomó sin apenas ruido, con casi dos tercios de la espada dentro de su cuerpo. El joven entendió entonces perfectamente el alcance de la expresión "pesas como un muerto", y lamentó no haber hecho que aquel traidor se hubiera metido él mismo en la fosa. Porque no podía ser una fosa cualquiera, no. Debía ser la que se hallaba justo delante de la puerta de ingreso a la nave, aquella que todos los que entren pisarán durante siglos, al menos mientras esta iglesia permanezca abierta.

Y tampoco lo arrojarás en ella boca arriba, como se hace con los buenos cristianos, sino boca abajo, para que si su podrida alma trata de escapar por la boca, no encuentre otro camino que el del Infierno que merecen los traidores y los faltos de compasión.


Cuando ya está todo hecho, colocas encima la losa de madera que cubrirá la tumba, y con la punta de la daga grabas en ella: Aquí yace Marina de Arriazu, traidora a su patria y a su rey. Con eso te asegurarás de que nadie querrá hurgar en la fosa para percatarse de que el cura no está en la corte de los Albret, sino en la de Belcebú. Y eso será así para toda la eternidad...

Está amaneciendo, la hora en la que la ley permite recoger el cuerpo yerto de los ahorcados. Así que descuelgas a tu madre con toda la delicadeza de la que eres capaz, como si temieses despertarla, y cuando los guardias que te miran con desprecio ya no pueden verte, envuelves sus restos con la bandera que ella misma bordó, la que muestra el carbunclo y las flores de lis de los leales a Navarra.

Y en un pequeño bote remas Ebro abajo, hasta que atándole la piedra más grande que puedes levantar y dándole el beso más cálido que tus labios son capaces de ofrendarle, la arrojas al remolino más profundo, rezando para que si la tierra de Tudela es demasiado sagrada para los fieles a su verdadero rey, sean sus aguas al menos mucho más acogedoras, y lleven hasta Dios a quienes actuaron en conciencia y siguiendo únicamente su libre albedrío.

Foto de Angel Charela
Y luego simplemente dejas que la corriente te lleve lejos, muy lejos...


Enterrados boca abajo en San Nicolás de Tudela    

©Mikel Zuza Viniegra, 2015

miércoles, 4 de febrero de 2015

HEART OF ICE


Ujué, 4 de febrero de 1374

Debiste haberte marchado mucho antes, porque mira que estabas advertido de que la tempestad estaba al caer, pero a ver cómo recorres ahora las ocho leguas que te separan de tu casa, allá en la muy principal ciudad de Sangüesa...

Claro: querías asegurarte de que los frescos que llevas casi dos años pintando en el santuario quedaban perfectos, pero bien que podías haber dejado los últimos detalles para la primavera. Total, ¿quién iba a reparar en tus fallos en medio de este tenebroso luto que dura ya cuatro meses?

No sería desde luego el rey don Carlos quien te reprochase nada, porque desde que murió la reina doña Juana allá en la ciudad normanda de Evreux, está como ausente, y apenas sale de su habitación en el palacio si no es para encender vela tras vela ante la imagen de santa María, consumido por el remordimiento de no haber podido despedirse de ella...

Y no advierte en esas ocasiones que tus pinturas, esas que él mismo te encargó, están ya casi terminadas, como tampoco hace el más mínimo caso de los mensajeros que llegan constantemente con malas nuevas sobre más que probables invasiones desde Castilla o desde Aragón.

Así que si buscabas unas palabras de reconocimiento por tu trabajo, ya ves que aquí no has de conseguirlas, y tu estupidez al esperarlas te obligará ahora a helarte por esos caminos de Dios. Imagínate cómo estarán, viendo cómo la nieve que ha caído desde ayer sobre el pueblo ya te llega hasta las rodillas, y que hasta la portada del templo está completamente blanca, por toda la escarcha que el inmisericorde viento ha recogido en el atrio.

La foto del pórtico nevado de Uxue es de Elvira Ayesa
Vale, es cierto, lo admites: no te fuiste antes porque te daba pena el rey. Contigo siempre se ha portado bien, a pesar de las muchas -y falsas- cosas malas que sobre él te habían contado. Y también la reina te resultaba simpática. Y bien guapa que era, por cierto. En medio de toda esta calma helada, y blanca, es cómo si todavía la estuvieses viendo, ahí sentada, en el banco a la derecha de la puerta, con su breve estatura, su regia diadema recogiéndole el pelo, su piel tan blanca, su amplia sonrisa, su espalda apoyada sobre la pared y sus brazos sobre las rodillas, esperando a que don Carlos bajase cada noche a rezar completas para entrar juntos a la iglesia. ¿Y si...?

Por supuesto, ¿cómo no se te habrá ocurrido antes? Cualquier pintor -al menos si es tan bueno como lo eres tú- lleva dentro de sí también a un escultor, que es el que le permite medir correctamente las proporciones y las correspondencias de las figuras que luego habrá de plasmar sobre el muro o sobre la tabla. ¿Por qué no hacer entonces un último obsequio al rey de Navarra?

Y dejas tus bártulos en el paseo de ronda, y sales a amontonar toda la nieve que crees que vas a necesitar, y pasas la gélida noche dando forma humana a ese material que al fin y al cabo ha caído de allí donde el monarca cree que estará ahora mismo la reina. Y aunque has de parar a menudo para frotar tus manos entre sí y para echarles el poco aliento que comienza a quedarte en los pulmones, lo cierto es que al amanecer puedes ver de nuevo a doña Juana, con su breve estatura, su regia diadema recogiéndole el pelo, con su piel aún más blanca, su amplia sonrisa, su espalda apoyada sobre la pared y sus brazos sobre las rodillas.

El viento ha cesado justo tras haberse llevado todas la nubes. Es hora de partir. No te quedarás a ver cómo reacciona don Carlos. Lo conoces: es demasiado inteligente como para pensar siquiera en que tu gesto sea sólo una broma de pésimo gusto.

No, al contrario: lo que sí sabes es que entenderá que lo has hecho para darle la oportunidad de que pueda despedirse de ella. Y que cuando el sol, dentro de muy pocas horas, comience a derretir la figura, y cada gota de agua se filtre vaya a lavar los huesos de quienes reposan bajo el losau, podrá don Carlos por fin dejar que su honda pena se la lleve esa vivificante catarata, y podrá volver a ocuparse con tanto valor como antes de los asuntos del reino.

Y es que no hay que intentar retener en el corazón a quienes se fueron -al cielo, a otro país o a otro hogar que juzgaron más agradable- más tiempo del conveniente, que se sufre demasiado empeñándose en tan vana empresa.


Aunque, mi buen Martinet, puede que esto sea más fácil decirlo que hacerlo. Pero desde luego, hay al menos que intentarlo...


©Mikel Zuza Viniegra, 2015