lunes, 30 de septiembre de 2013

TUBOS DE PLATA

Olite, 30 de septiembre de 1439



Toda la ciudad ha salido a la calle para ver pasar la comitiva nupcial, pero allá dentro, en la iglesia de Santa María, y con todos los invitados ya ocupando sus lugares, sólo quienes se ocupan de los últimos preparativos deambulan frenéticos por la espaciosa nave procurando que hasta el último detalle quede  como llevan meses ensayando. Y entre todos ellos el más importante es sin duda John Oldfield, el que fue músico principal de la corte de Navarra que, ya retirado, ha vuelto hoy a ponerse frente al órgano de forma excepcional, pues no todos los días se casa el heredero del reino, a quien ha visto crecer desde que era apenas un niño. 

Y -efectivamente- allá, ante el altar, se agita nervioso el joven príncipe de Viana, esperando ver aparecer de una vez a Agnes. Arriba, en la tribuna regia que conecta el templo con el palacio, su madre doña Blanca le pide calma con un sonriente guiño. Su padre, don Juan, parece entre molesto y desplazado, como de costumbre. 

Cuando el aumento del griterío en la calle  parece anunciar que la novia está ya a punto de entrar,  el viejo John ordena con una seña a los dos sirvientes que atienden el fuelle que inicien su labor, coloca sus pies sobre los pedales, tira de los registros y estirando muy fuerte sus ya reumáticos dedos empieza a deslizarlos por el teclado para que, mientras la princesa recorre lentamente el pasillo central, suene la melodía solicitada expresamente por Carlos para este momento, pues esa -y no ninguna otra- quiere que realce la entrada de la novia.

Lo cierto es que, y como regalo de bodas del antiguo maestro de capilla, iba a ser el propio señor de Ocasek quien la interpretara, pero contratiempos de última hora en la guerra de casi un siglo que los ingleses vienen manteniendo contra los franceses en Aquitania, han hecho imposible que su viejo compañero de armas pueda estar hoy aquí, aunque como tuvo el detalle de avisar con la suficiente antelación, Oldfield ha podido ensayar la pieza con esmero. Y por eso ahora, los pasos de Agnes van subrayados por una de las canciones favoritas de Carlos, quien la aprendió -junto a otras muchas- en las ya un tanto anticuadas partituras de John.

Afortunadamente -dada la lamentable pronunciación inglesa de los nativos de este reino- el coro sí que ha podido burlar a las patrullas francesas y comienza también a entonarla con sus pulidas y hermanadas voces:

 "Why don't you dream anymore what's in the way? 

How come you point to the door and ask me to stay? 

Why don't you flash that smile  like you used to do? 

Why don't you stay for a while? 

Uh well it's up to you 

Because you are the girl 

That keeps me up at night 

You are the girl 

That makes me feel all right 

You are the girl 

Well you give me a twirl 

You are the girl 

In my dreams."
  



"¿Por qué no sueñas otra vez con qué nos deparará el camino?

¿Por qué no llamas a la puerta y me pides que me quede?

¿Por qué no me sonríes cómo solías hacerlo?

¿Por qué no te quedas un rato?

Bueno, ahora te toca a ti.

Porque tú eres la chica

Que me mantiene despierto toda la noche

Tú eres la chica

Que me hace sentir bien

Tú eres la chica

Que me volvió del revés

Tú eres la chica de mis sueños." 

Y por el feliz rostro de los contrayentes, ya reunidos ante el adusto obispo, parece que muy de su gusto ha sido el cover de "You are the girl"", así que ya mucho más tranquilo el viejo Oldfield, puede dedicarse a llevar a cabo la segunda parte del plan, esa que sólo unos pocos iniciados -entre los que naturalmente no están los príncipes- conocen. Además, durante el resto de la ceremonia, con música mucho más convencional, y con la excusa del agotamiento físico, será otro organista quien toque. 

Pero para la edad que tiene, la verdad es que Oldfield se conserva muy bien. Al menos eso es lo que siempre le dice Sagastibelza, el maestro de ingenios, que como tenían convenido previamente, le espera en el patio del palacio.

-¿Está ya todo listo?

-Prácticamente todo, sí. Pero verdaderamente no ha sido nada fácil ir cambiando de lugar las tuberías que llevan el agua a los jardines colgantes, para introducirlas en todas y cada una de las torres de este enorme palacio. A saber: la gran torre, la torre del portal de Fenero, la torre de la Atalaya, la torre de la Joyosa Guarda, la torre de las Tres Grandes Finiestras, la torre del Aljibe, la torre del Homenaje, la torre del Retrait, la torre ochavada o de las Tres Grandes Coronas, la torre de las Cigüeñas y la torre de Los Ángeles. Para lograrlo, naturalmente, hemos tenido que ir agujereandolas piso por piso y terraza a terraza cada una de ellas. Finalmente ha habido que conectarlas todas entre sí y también a la consola que ahora poco acabo de instalar en la galería, y a su vez unir la citada mesa de teclados con el gigantesco fuelle traído expresamente desde el riojano monasterio de Cañas, que sólo aceptó cederlo durante quince días y a cambio de una generosa donación, pues dicen que lo construyó el diablo para tentar a doña Urraca López de Haro, que fue su abadesa más famosa.

-Sí, probo Sagastibelza. Y para finalizar tan descomunal tarea, aún os queda colocar los tubos más grandes en el paredón de la Gran Torre, bien a la vista de todos. Y es que esos son los tubos llamados "canónigos", porque a pesar de su imponente aspecto y su presunta importancia, no desarrollan labor alguna aparte de la exclusivamente decorativa. Y esta enseñanza me parece muy adecuada para unos príncipes herederos, ¿no creéis? Pues lo cierto es que por muchas galas que vistas, o por muchos cargos que ostentes, siempre habrá un humilde peón que realice un trabajo más importante que el tuyo, igual que en un órgano suenan los tubos más pequeños, y los más grandes sólo adornan.



Pero alegraos, Sagastibelza, pues no en vano habéis dirigido las obras del órgano más grande que ha existido en el mundo desde los tiempos de su inventor, el muy sabio Ctesibio de Alejandría, hace nada menos que dieciocho siglos, pues no es poca cosa precisamente convertir todo un palacio en un instrumento musical. La pena es que, por aquello de dar la sorpresa a los novios, no ha habido ocasión de probarlo, pero no por ello tengo miedo a ser yo el afortunado que vaya a estrenarlo. Y no acompañado por cualquier juglar o ministril, no, sino por un artista bien famoso: el señor de Cocker, que tiene la misma quebrada voz de los habitantes del África ignota.

-Este príncipe es de lo más caprichoso.

-Aunque no puede negarse que tenga buen gusto para la música. No en vano yo mismo le enseñé todo lo que sabe en ese terreno. Por eso está tan puesto en vetusta música inglesa, y por eso sé también que la canción que tocaremos es una de sus preferidas. Además Cocker me debía un favor, así que digamos que me hace precio de amigo.

-No sé cómo acabará todo esto, pero yo debo ir a colocar vuestros moralizantes "canónigos", aunque me temo que los de verdad estarán poniéndose morados ya en el banquete.

-Sí, de eso no cabe la menor duda. Id pues, que en cuanto finalice el ágape llegará nuestro momento. Yo voy a recibir mientras tanto al ilustre artista. Por cierto, ¿no habréis olvidado colocar la gran caracola del Báltico para que su voz pueda escucharse sin dificultad,no?

-Perded cuidado, aunque más vale que el difunto rey don Carlos III tenía una en su gabinete de curiosidades, porque de ese tamaño tan descomunal no se ven por las costas de San Sebastián, y a mí no me pagan gastos de viaje tan generosos como para llegarme a Lituania...

-Nada, nada. Luego  iré con él para que pueda decir: "probando, probando. Hola, sí, sí, hola, sí..."

-¿Pero no decís que es inglés como vos? Pues entonces dirá one, two, three. Vamos, digo yo, porque si no parecerá un juglar de fiestas de pueblo, y esos acaban todos irremediablemente en el pilón. Aquí podríamos arrojarlo al foso, aunque desde que dicen que navega por él un gardacho más grande que el que mató San Jorge, pocos son los que se atreven a aventurarse en sus profundas aguas.

-Algo he oído sobre ese largarto, sí, y también que nos echan la culpa a los ingleses de su supuesta existencia, pues dicen que uno de nosotros lo tenía como mascota y que en cuanto empezó a crecer lo acabó echando por el retrait para librarse de él. Y dicen también que como las tuberías de palacio son tan enrevesadas, hasta conseguir llegar al foso mordió muchas posaderas -no se sabe si regias o no-.

-Bah, todo eso no son más que leyendas urbanas, fruto de la imaginación calenturienta de los habitantes de una capital tan grande como Olite.

-Será tal como decís sin duda, Sagastibelza, pero por si acaso yo no lanzaría al señor de Cocker al foso, no vaya a ser que tengamos un disgusto....

Y mientras los comensales dan cuenta de todos los platos y platillos cocinados para la ocasión, va cayendo la tarde y acercándose el momento preparado por Oldfield y Sagastibelza. Cuando todos los invitados están ya sentados en la amplia terraza del castillo, y una docena de hombres espera sólo la señal del músico para empezar a mover el enorme fuelle, el señor de Cocker aparece en un iluminado sitial, muy elegantemente vestido.

-Y una, y dos, y un, dos tres:

"You showed me what truth is

And how to give


I will live for you


I want to live for you


I will give to you


I will live for you


No more hopeless rainy nights


The fire is lit


And I'm safe inside


Just where I need to be


Where I need to be


No disguises no more games


You taught me to let go


And feel the flame


I will live for you


I want to live for you


I will give to you


I will live for you".




"Me mostraste dónde está la verdad,


y cómo hay que darse. 


Voy a vivir para ti. 


Quiero vivir para ti. 


Yo me daré a ti. 


Voy a vivir para ti. 


No más noches de lluvia sin esperanza. 


El fuego por fin está encendido,  


y estoy a salvo dentro. 


Justo donde tengo que estar. 


Donde debo estar. 


No más disfraces ni más juegos, 


tú me enseñaste a olvidarlos, y a sentir esa llama. 

Voy a vivir para ti 


Quiero vivir para ti 


Yo me daré a ti 


Voy a vivir para ti." 

Y mientras suena la canción, salen volando por los aires árboles, pabellones, antorchas, pebeteros, almenas, banderas y sombreros, pues la potencia del instrumento es tal que parece haberse descorchado de repente la botella celeste que guarda todos los vientos, y sólo la ronca voz del cantante parece poder domarlos. Y no es sólo en Olite donde se siente el sonoro terremoto, que desde Ostabat hasta Cortes y desde Laguardia hasta Peña, creen muchos llegado el fin del mundo, pues piensan que las trompetas angélicas que han de anunciarlo no han de ser muy distintas a estas otras que ahora se escuchan. 



Y monta en cólera el rey don Juan, gritando para que pueda escuchársele: 

-¿Pero qué coño es este ruido infernal? ¿Por qué no han actuado los joteros de Aragón que pedí? ¡Por lo menos algo que se entienda! ¡Nadie me hace nunca caso en esta corte!

Y así le contesta su hijo, el príncipe de Viana, mientras procura no perder punto del espectáculo: 

-Claro que sí, padre. ¿Por qué no vais a daros un baño en el foso? Os garantizo que hará mucho bien a vuestros nervios. Ya mandaremos también luego a los joteros esos que decís para que os acompañen...

Y van llegando correos y mensajeros de todas las buenas villas del reino a saber qué está pasando allí, y vienen un tanto descoyuntados porque casi todos se han caído de sus aterrados caballos, pero al saber que el Fuero General ordena que en las bodas de infantes de Navarra haya siempre barra libre, todos los males y moraduras se les calman al instante, y no tardan en disfrutar ellos también del concierto, que parece estar llegando a su fin. 

Y cuando efectivamente termina, tienen todos los asistentes un pitido en sus oídos que tarda lo suyo en disiparse. Pero cuando al fin lo hace, lo primero que oye Carlos de boca de Agnes es: 

-¡¡¡¡¡Como mola!!!!!

Y por esta gloriosa aportación a la historia de la música, serán siempre recordados Oldfield y Sagastibelza, o Sagastibelza y Oldfield, que en pago a sus desvelos sonoros fueron nombrados por la reina doña Blanca caballeros de la Orden de Bonefoy, aunque antes de recibir los collares de hojas de castaño, hubieron de prometer a la soberana que en el el próximo concierto tocarían la balada triste que tanto la conmueve, esa que un tal Escobar compuso sobre la perdida de un carro...

Escudo de armas de Agnes de Kleves


Y esto fue escrito el día del 
574 aniversario de la boda 
de Carlos de Evreux y
Agnes de Kleves, príncipes de Viana.

© Mikel Zuza Viniegra, 2013

sábado, 28 de septiembre de 2013

BUENOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA

Castillo de Tudela, corte del rey don Sancho VII el Fuerte
28 de septiembre de 1204

-¿¿¿Cuánto habéis dicho???

-Setecientas libras de sanchetes, Majestad.

-¡Pero eso es una barbaridad! ¿Creéis acaso que fabrico el dinero?

-Bueno, en sentido amplio sí que lo hacéis, Majestad...

-Pero es que cobrar semejante cantidad sólo por recitar y cantar unos versos...

-No son unos trovadores cualquiera, señor, sino los mejores en su género. La calidad hay que pagarla...

-Pero a su justo precio. Si creen que por no ser muy aficionado a la poesía pueden timarme, están muy equivocados.

-Si queréis que los torneos de otoño queden realzados con la presencia de artistas de primera fila, eso es lo que tendréis que desembolsar.

-No sé, sigo sin estar demasiado convencido, senescal. A ver, leedme otra vez sus hemistiquios y sus diferentes tarifas.

-Veamos. El primero que los representantes nos han ofrecido es don Giraut de Bornelh, un lemosín que compone muy bellas canciones. Vedlo vos mismo:

"Tan es sos cors gais et isneus
e complitz de belas colors
c'anc de rozeus no nasquet flors
plus fescha ni d'altres brondeus.

Ni anc Bordeus,
non ac senhor fos plus galhartz
de me, si ja m'acuoill ni partz
tan que fos sos dominis sers.

E fos apelatz de Bezers,
can ja parlar
m'auziri'om de nulh celar
qu'elam disses, celadamens,
don s'aires lo seus cors gens!!

"Su cuerpo es tan alegre, esbelto 
y cumplido de hermosos colores,
que ni nunca nació alguien igual de rosal alguno
ni de ningún ramo otra flor más fresca. 

Y nunca habrá en Burdeos
 señor que sea más gallardo que yo,
si ella me acoge y tolera que sea su siervo.

Y sería acusado desde Beziers
si  yo revelase algún secreto
que ella me hubiese confiado, 
provocando la indignación de su gentil corazón."

-Si, no está mal, pero... ¿cuánto pide?

-Quinientas libras, señor. Pero exige también que la posada donde deba residir sea pintada de azul, diez docenas de toallas de hilo fino y cuatro cajas de naranjas valencianas.

-¿Y no querrá también cincuenta cestos de uvas pasas y un juego de ajedrez de oro y marfil? !Tachad a ese zascandil de la lista inmediatamente!

-El siguiente es don Arnaut Daniel, del Perigord. También escribe de manera muy hermosa:

"D'autras vezer sui secs e d'auzir sortz,
q'en sola lieis vei et aug et esgar;
e jes d'aisso no ill sui fals plazentiers
que mais la vol non ditz la boca l cors;
q'ieu no vau tant chams, vautz ni plants ni puois
q'en un sol cors trob aissi bos aips totz:
q'en lieis los volc Dieus triar et assire."

"Para ver a las demás soy ciego, y sordo para oírlas,
pues sólo a ella veo, oigo y miro.
Y no por ello soy falso adulador,
ya que mi corazón la quiere más que lo que dice mi boca;
que voy por campos, valles, llanos y montes,
sin que encuentre en otra tan buenas cualidades: 
que Dios quiso reunirlas todas en ella."

-Sí, muy bien, ¿pero éste qué pide?

-Sólo trescientas libras, señor, aunque también exige dos barricas de vino lombardo para aclarar su garganta antes de la actuación.

-¿Como? ¡De manera que viene a Navarra, la tierra del mejor vino, y este bergante pide aguado vino italiano! Muy poco seso demuestra con semejante petición, así que fuera también de la relación de trovadores.

-Es que no quedan muchos más, señor...

-¿Y no se conformaría la gente con alguna jota, como siempre?

-Señor... No son géneros musicales que puedan compararse...

-¿Cómo que no? ¿Habrá alguno de estos pretenciosos trovadores que pueda igualar la belleza de una estrofa como esta?:

"Como la perdiz herida, 
que se va a morir al soto,
así tengo el corazón, 
cuando te veo con otro."

-Tenéis razón, Majestad. Esa es tan buena como las que se componen en la Provenza. Más aún queda algún otro autor para que podáis considerarlo...

-Tan sólo uno más, que ya he perdido la paciencia.

-Pues entonces juguémonos el todo por el todo, y vayamos a por el mejor de todos ellos. Al que ellos mismos consideran su rey: don Bernart de Ventadorn:

"Lo tems vai e ven e vire
per jorns, per mes e per ans,
et eu, las!, non sai que dire,
c'ades es us mos talans.
Ades es us e nos muda,
c'unan volh en ai volguda,
don anc non aic jauzimen.

Pois ela non pert lo rire,
a men ven e dols e dans,
c'a tal joc m'afaih assire
don ai lo peyor dos tans
-c'aitals amors es perduda
qu'es d'una part mantenguda-,
tro que fai acordamen.!

"El tiempo se va y vuelve
 por días, meses y años,
y yo, desgraciado, no sé qué decir,
pues siempre es el mismo mi deseo.
Siempre es el mismo y no cambia,
porque sólo a una quiero y he querido,
aunque nunca me ha hecho caso.

Mientras ella no pierde la sonrisa,
a mí me vienen penas y daños,
pues entrando en su juego,
por dos veces me han venido los peores tantos,
ya que es amor perdido
aquel que sólo es mantenido por una parte, 
aunque confío en que acabe entrando en razón."

-Perfecto, senescal, ¿y la Dolorosa?

-Pues su caché asciende a mil libras de sanchetes, señor...

-¿Estáis de broma, no?

-No he terminado. Eso es lo que cobra él solo. La banda de juglares de la que se hace acompañar cobra otras tantas...

-Ah, que bien... Pues mirad, por mí que se queden todos cantando al otro lado de los Pirineos. No soltaré un sólo maravedí para pagar los caprichos de esos vividores provenzales.

-Pues las invitaciones para el torneo ya están cursadas ya, y en ellas consta bien claro que habrá alarde de trovadores, así que si queréis que vuestra fama de tacaño quede más certificada aún...

-Contened vuestra impertinente lengua, senescal, que yo no he dicho que no vaya a haber festival, sólo que no será de la forma en que los hacen en todas partes, sino de una mucho más pedagógica, que he decidido aceptar el ofrecimiento de un sabio catalán que sabe sobre trovas y trovadores mucho más que ellos mismos.

Y además no exige quince sacos de almendras recién cogidas, ni trescientas botellas de agua perfumada de azahar compradas en el zoco de la medina de Fez, aunque merecería cobrar diez veces más que todos esos presuntuosos que me habéis ido citando, sobre todo porque si queda alguna memoria de ellos en el futuro, será por la labor de profesores como él.

-¿Y cómo se llama ese sabio?

-Don Martí de Riquer. Y puede, además de recitar todos los poemas escritos en la langue d'oc, contaros las andanzas y desventuras de quienes los compusieron. Así aprenderíais -como hice yo leyendo sus libros- que don Raimbaut de Vaqueiras fue hijo de un pobre caballero de Provenza. Y que se hizo juglar y sabía cantar bien y hacer coplas y sirventeses. Y estando en la corte del marqués de Montferrato se enamoró de la hermana del marqués, que se llamaba Beatriz, y sobre ella trovaba muchas buenas canciones. Y conoceríais también que don Peire Vidal, además de cantar mejor que nadie en el mundo, fue uno de los hombres más locos que han existido, pues creía que era verdad todo lo que le gustaba y quería, y así se enamoraba de todas las damas importantes que veía, y a todas las requería de amor, y todas le decían que harían y dirían lo que él quisiese, por lo que creía ser el amante de todas y que todas ellas se morían por él. Y sobre todo os conmoveríais con la vida de don Jaufré Rudel, que fue muy gentil hombre, príncipe de Blaia. Y se enamoró de la condesa de Trípoli, sin haberla visto nunca, por lo bien que oyó decir de ella a los peregrinos que volvían de Antioquía. E hizo sobre ella muchos versos con buen son y pobres palabras. Y por deseo de verla se hizo cruzado y se embarcó, y cayó enfermo en la nave y fue llevado a Trípoli, a un albergue, pues lo dieron por muerto. Pero cuando la condesa fue informada, fue al lecho donde yacía y lo tomó entre sus brazos. Y cuando él supo que era la condesa, al punto recobró el oído y el aliento, y alabó a Dios porque le había mantenido la vida hasta haberla visto; y así murió entre sus brazos. Y ella lo hizo enterrar con gran honor en la casa del Temple; y luego, aquel mismo día, se hizo monja por el dolor que tuvo por su muerte...

-Honra eterna merece don Martí si ha conservado todas esas historias tan hermosas, Majestad.


-Y sabe también tanto sobre armaduras y espadas, que estoy deseando ya tenerlo en mi corte para que me aconseje sobre el atuendo guerrero más adecuado para mi próxima campaña guerrera, y para que me cuente enterica toda la saga del Santo Grial, que es su historia favorita y también la mía. Y si se tercia, haré que recoja todas esas jotas desperdigadas que no tienen nada que envidiar a las de los trovadores occitanos.


Y con la ayuda de los eximios artitas Arantxa Díez y Josetxo Goia-Aribe, hemos de empezar por la que dice:

"Y vi que estabas soñando, 
en tu habitación entré, 
y vi que estabas soñando. 

Te dí un besico en la boca, 
pues de mí estabas hablando, 
pues de mí estabas hablando. 

En tu habitación entré..."

El 17 de septiembre pasado murió don Martí de Riquer, uno de los más grandes medievalistas que hayan existido. A sus libros debo muchos descubrimientos, placeres y entretenimientos. Moltes gracies, mestre. 

Y VÍ QUE ESTABAS SOÑANDO

© Mikel Zuza Viniegra

martes, 24 de septiembre de 2013

EN LA MUERTE DE ALVARO MUTIS




Ayer murió Alvaro Mutis, que siempre decía que la última noticia que verdaderamente le había interesado era la caída de Constantinopla. Siempre exagerado, sí, pero que por eso mismo me resulta quizás tan cercano, y también porque en ese sorprendente juego de las afinidades electivas, Mutis no era nada ajeno a la historia medieval de Navarra y por tanto a alguna de las recurrentes obsesiones de estas Crónicas Irreales.

Y recordé entonces lo que cuenta Miguel Sanchez Ostiz, en su libro "Literatura, amigo Thompson" (pp. 51-52), de cuando estuvieron juntos en Pamplona, y hablaron sobre lecturas comunes y entusiasmos compartidos, y también "de antiguas monarquías de nombres prestigiosos -Evreux y Albret- y de sus leyendas, el Príncipe Negro, y sus andanzas y hazañas cantadas por Charles Le Herault -"sí, fue en marzo, no lo dudéis"-, de sus reyes y poetas. Alvaro Mutis puso unas flores al pie del mausoleo de Carlos III el Noble, y se despidió para ir en busca de aquel otro general de los ejércitos pontificios y navarros: César Borgia, caído en los campos de Viana".

Ahora que ya navega definitivamente al lado de Maqroll, me quedo precisamente con un fragmento de su libro más famoso:

"-¡A callar, hijas de puta!
¡Yo fui amigo del príncipe de Viana, 
respeten la más alta miseria, la corona de los insalvables!".

Maqroll el Gaviero. Editorial Siruela, año 1997, página 96.




© Mikel Zuza Viniegra, 2013

lunes, 23 de septiembre de 2013

ENVIDIA

Olite, 8 de septiembre de 1428

Tic, tic, tic...

Tic, tic, tic...


Tic, tic, tic...


El pequeño y ligerísimo martillo del orfebre graba delicadamente a buril sobre la lámina de oro el escudo de armas del príncipe de Viana: terciado en palo; partido dimidiado de Aragón, cuartelado de Navarra-Evreux, partido dimidiado del cuartelado en aspa de Aragón, Castilla y León.

Cuando su espléndido trabajo -fruto de una destreza adquirida durante años- le parece completamente terminado, lo envuelve en un fino terciopelo y se lo entrega con mucho cuidado al mensajero para que se lo haga llegar velozmente a la reina Blanca, que lo espera en Uxue, donde la familia real se ha desplazado para celebrar la festividad de la Natividad de Nuestra Señora.

Ella misma lo ha encargado, pues no le parece bien que su hijo y heredero Carlos no tenga todavía un emblema que lo identifique, al contrario que los otros príncipes de la Cristiandad. Y como de costumbre, su marido don Juan no está nada conforme. Así que en cuanto ve cómo su esposa desenvuelve el recién llegado paquete estalla en uno de sus cada vez más frecuentes ataques de ira:

-¡Un infante no necesita más armas que las de su padre! -grita airado.

-¡Ya estamos otra vez! ¿Vuelves a olvidar que yo soy la reina propietaria, esposo mío? Cumple a su condición de heredero al trono reconocido por las Cortes de este reino el que posea un escudo propio. Así lo he decidido y así será llevado a cabo. 

-Las semillas de futuras disensiones no necesitan mucha tierra para germinar , Blanca. Te conviene no olvidarlo...

-¿Y qué quieres decir con eso, Juan? ¿Acaso tienes envida de un niño de siete años que además es tu propio hijo?

-Si cebas su orgullo desde tan pequeño, cuando crezca se creerá con derecho a cuestionar las razones de sus mayores.

-¿Lo dices por propia experiencia? Porque no es precisamente la modestia la virtud que te caracteriza...

-Pues con todo ese orgullo que me achacas, aún no he visto representado mi escudo de armas en este reino ni media docena de veces.

-¡Te podrás quejar! Lo está -que yo recuerde ahora mismo- en el sarcófago de nuestra hija Juana en los franciscanos de Tudela y en la portada de la iglesia de San Francisco de Olite, donde bien que insististe para que el maestro tallador incluyese la bordura de calderos que indica tu condición de conde de Lara. E incluso estos días has ordenado que se grabe también en el arco de las escaleras de subir a la iglesia. ¿O crees que no iba a enterarme porque mi resentida salud no me permite salir de palacio tanto como quisiera? Lo cierto es que si a ti te complace recitar una y otra vez tu larga lista de títulos nobiliarios, a mí me basta únicamente con ostentar el de reina de Navarra, y a nuestro hijo Carlos ha de bastarle también.

-¡Haz lo que quieras, como siempre!

-Pues  ya que me lo pides tan amablemente, esposo mío... ¡Ordeno que paralicen inmediatamente el tallado de tu escudo en ese arco, y que en su lugar sea esculpido el diseño del príncipe de Viana, nuestro hijo!

-¡Pero ya está casi terminado! ¡Raer las armas de un caballero es un gravísimo insulto!

-¿Y faltar al respeto al futuro rey, no te parece grave, Juan: ? He dado una orden y voto a Santa María de Uxue que se cumplirá hoy mismo, aunque tenga que subirme yo al andamio para lograrlo. Es más, las armas irán policromadas, para que nadie tenga jamás dudas de que es a él y no a ti a quien representan...


Zaragoza,, 23 de septiembre de 1461

Los heraldos han reventado prácticamente sus caballos para poder traer al rey don Juan la noticia de la muerte de su hijo Carlos esa misma madrugada, en el Palacio Real de Barcelona. Delante de la corte finge pesar, pero sabe que el mayor obstáculo para sus planes de dominio ha sido definitivamente eliminado, así que cuando se queda solo no puede dejar de esbozar una franca sonrisa: será su hijo Fernando quien lleve a la práctica sus anhelos de unir todos los reinos. Carlos sólo era un estorbo, un mal hijo que no le daba más que problemas. Jaque Mate.

Pero hay un pequeño detalle aún que no deja descansar su conciencia desde hace casi ya treinta y tres años, y que también va siendo hora de solucionar. Así que a la mañana siguiente ordena preparar todo para viajar a Navarra, y a los dos días está ya en Uxue con el pío pretexto de rezar por el alma de su fallecido primogénito. Pero esa misma noche, cuando nadie lo ve, trepa con gran esfuerzo al andamio que ha ordenado montar en el arco de subida a la iglesia, y armado con una maza de guerra destruye a golpes -fruto de una destreza adquirida durante años- el escudo del príncipe de Viana.

¡Cras, cras, cras!

¡Cras, cras, cras!

¡Cras, cras, cras!



Y esto fue escrito el 23 de septiembre de 2013, día del 592 aniversario de la muerte del príncipe de Viana.


© Mikel Zuza Viniegra, 2013

Las fotos del arco me fueron generosamente cedidas por Mikel Burgui para que yo pudiese jugar con ellas.

domingo, 22 de septiembre de 2013

EL TURISMO ES UN GRAN INVENTO

Tudela, 21 de septiembre de 1442


Nada mejor que recibir el otoño a orillas del Ebro, han pensado Agnes y Carlos. Así que aparejando a toda prisa su carreta, hacia la dorada ciudad de Tudela dirigen sus pasos. Y puestos en la duda de hacerlo por el camino libre de peajes o por el que su padre -el tiránico don Juan- grava con todo tipo de pechas y gabelas, deciden utilizar este último, sin que su principesca condición les libre de pagar hasta el último cornado.

Muy en cuestión será quitar este impuesto cuando yo reine, piensa Carlos, que no es razón separar a unos y otros habitantes según donde residan. Y que no han de pagar los de la Ribera por subir a Pamplona, si éstos no lo hacen tampoco por acercarse a la mar que baña la costa de "Ypuzcoa". Contrafuero gravísimo le parece tal cosa, y ha de corregirlo en cuanto pueda, aunque Agnes -escéptica- le dice que sí, que lo conseguirá "cuando se aplane el Moncayo al nivel de la Ribera", con lo que demuestra que a pesar de llevar tan sólo cuatro años en Navarra, está ya muy puesta en el folclor popular de sus súbditos.

Y al poco de llegar, descubren que ya bulle la calle Herrerías con un nutrido mercado futurista, que les ha dado últimamente a todos los comerciantes ambulantes de este reino por organizar en cada pueblo sus tenderetes a la manera en que ellos piensan que se vestirá y se comprará en el siglo XXI. En uno de ellos hay un artista que vende hermosas y helicoidales piezas por él mismo elaboradas con "oro vegetal", que es material muy vistoso proveniente de la rara planta del Capim, que al parecer sólo crece en el lejano país de Jalapao, y muchos torques y anillos se prueba la princesa.

Pero apetece ya un poco de paz, así que abandonando el gentío se van paseando hacia la catedral, cuya imponente puerta del Juicio les espera como siempre para mostrarles su selecta colección de castigos y torturas  infernales. Y estando allí meditando ante semejante biblia de piedra, les parece empezar a oír de fondo, quizás más allá de San Jaime, hacia la rúa de Carnicerías, una estruendosa música acompañada por berridos de más difícil interpretación por el momento que todas estas dovelas tan sumamente bien talladas.

-¿Qué cantan?

-Cantar no sé, más bien chillan no sé qué de un "Corazón latino".

-¿La de Bisbal?

-¡Ah, que bueno sería que ese tal Bisbal -si es quien ha perpetrado semejante abominación- cayera un ratico en manos de estos demonios de la portada!

-Mira que eres exagerado, Carlos.

-Espera, que ahora se arrancan con otra tonada...

-¡Esta me suena que es de la afamada y bella juglaresa florentina Rafaella de Carrá!

-Creo entender que la historia trata de un hombre que se hizo pasar por enfermo de peste para ahuyentar a su mujer de casa, pensado que así él podría holgar más tranquilamente con su amiga. Pero como la mujer regresó inesperadamente, él tuvo que esconder a su amante en la alacena.

-¿Qué me dices, Carlos, que tenía una mujer dentro del armario?

-Tal parece,sí. Así que esta canción debe ser sin duda uno de esos planctos o lamentaciones que tan de moda se han puesto en nuestro siglo XV, pues escucho grandes voces que encogen el corazón al clamar: "¡Ay, ay, ay, qué dolor, qué dolor!", y que sin duda deben estar gritando unas llorosas plañideras...

Ya muy intrigados, les basta con seguir la barahúnda para llegar al origen de todo aquel ruido. Y hay efectivamente ante las tabernas de la calle Carnicerías una concentración de muchachas vestidas de verde, que llevan atuendo y gorro parecido al que siempre llevaba el justiciero inglés Robin Hood, y que bailan y cantan al son que les marca una banda de músicos muy bien preparada.

-Qué va, Carlos, ¿no ves que van disfrazadas de Peter Pan y Campanilla?

-Ya me he dado cuenta, ¿pero cómo medievalizo tales atuendos? Nada, nada, mejor hago alusión al generoso bandido del bosque de Sherwood, que no ha salido todavía en ninguna de estas crónicas...

Llegan por fin ambos a la conclusión de que esto tiene que ser una despedida de soltera, seguro, así que dejar a todas aquellas desaforadas doncellas cuanto más atrás mejor les parece entonces gran acierto, por lo que no tardan en encontrar refugio en el Mercadal, donde las viandas de Casa Lola les resultan de lo más ricas y variadas, a más de solazarse mucho con las estampas de bravos guerreros tudelanos de antaño que pueblan las paredes de tan noble establecimiento.

Más estando allí muy bien aposentados, vuelven a aparecer las muchachas de verde, aunque a juzgar por sus sincopados movimientos, ya un poco afectadas por el calor y los espirituosos. Pero eso no las hace bajar en el tono de  sus canciones, al contrario: ahora la emprenden con una oda al alcohol en la que proclaman que han venido a emborracharse porque el resultado del torneo les da completamente igual.

Una vecina comenta entonces al verlas que la protagonista de la jornada se va a casar con un habitante de las Antípodas australes, y Carlos y Agnes piensan sino sería harto mejor que todas ellas estuviesen ahora mismo a aquella distancia, pues no hay manera ya de entenderse.

Buena cosa será intentar hallar refugio en la placeta de San Jaime. Intentarlo, que no lograrlo, pues al poco rato allá que llegan también las cantarinas festivaleras, que empiezan a ser talmente como si los demonios aquellos de la puerta del Juicio se hubieran escapado para mortificar a los dos viajeros, así que allá las dejan de una vez, deseando a la futura novia que le vaya muy bien el matrimonio, y al incauto futuro marido que ella quede afónica  por una buena temporada...

Y es que aunque es Tudela joya de la más señeras del reino de Navarra, no olvidan que son también herederos de Aragón. Y qué mejor para atestiguarlo que llegarse hasta la muy bella ciudad fronteriza de Tarazona, aunque les cueste un poco hacerlo porque la señalización de los caminos no es muy buena, y no es cosa rara, que siempre está Navarra en guerra con Aragón, así que no hay por qué dar facilidades. Algo tendrá que hacer también Carlos para solucionarlo cuando gobierne, aunque de momento de lo que más se alegre es de que Agnes haya sido tan hábil como para reparar en un minúsculo cartel que hacia allá por fin les guía, más cuando en pleno despiste ya habían dejado atrás el último confín de la capital ribera, y sólo unos embajadores del Gran Khan de la China, alojados en su Hiper Bazar Euro Asia parecían morar en tan yermo despoblado


Y esta localidad aragonesa se caracteriza por sus altísimos campaniles de ladrillo mudéjar que tan poco tienen que envidiar a los de las señorías del norte de Italia, y también con sus empinadas cuestas que quitan el resuello al andar por sus calles.Y en la primera de esas condenadas cuestas han de apartarse para que no les atropelle un señor mayor que la baja corriendo a tanta velocidad que ha de sujetarse la boina con la mano para que no se le vuele y que al pasar a su lado sólo repite: "¡Qué Clavario, madre, qué Clavario!

-¿No te suena su cara, Carlos?

-No sé, Agnes. Ya sabes que la Ciudad no es para mí...

Y resulta que en lo más alto de la villa, están celebrándose las fiestas del barrio de San Miguel, así que pueden disfrutar de un concurrido concierto de jota. Y jura este cronista que en la puerta de la iglesia estaba también oyéndolo el intérprete siciliano Franco Battiato. Y si no era él, que no es lo más importante, era sin duda su doble más cercano, tal era su tremendo parecido.

Pero les da tiempo a ver más cosas, aunque no la catedral, porque llegan cinco minutos tarde y al parecer debe llevar aparejada excomunión latae sententiae del señor obispo si se deja pasar a los impuntuales. Al menos así lo asegura la muy arisca cancerbera que guarda las puertas. Y ya que no pueden visitar la Seo, se conforman con contemplar la fachada del Ayuntamiento, que es obra de cantería muy señera con todas las historias de Hércules muy bien labradas. Y en esa misma plaza, cada 27 de agosto, corre y salta hasta que lo atrapan un atolondrado personaje de multicolor vestido llamado "Cipotegato", que es cosa muy digna de ver. Y como ya se pasó esa fecha, una estatua mantiene su memoria el resto del año. Y junto a ella Agnes y Carlos escuchan a una mujer francesa preguntando a su marido:

-C'est quoi ça "Cipote"?

Y mucho se ríen los príncipes de tan peregrina cuestión, cuya respuesta excedería sin duda la extensión no ya de un cuento como éste, sino de varios tratados psicológicos y anatómicos. Así que hora es ya de poner fin al viaje, no vaya a ser que el toro embolado que acaban de soltar allá arriba, en San Miguel, nos pille a todos leyendo tan bizantinas abstracciones...


© Mikel Zuza Viniegra, 2013
   




viernes, 13 de septiembre de 2013

DÉDALO


Mazmorras del palacio de Tafalla, 13 de septiembre de 1452

Casi un año ya encerrado, muerto en vida entre estos muros por haberse atrevido -como en una tragedia griega- a enfrentarse a su tiránico padre. Y como si precisamente por ello hubiese sido maldecido por los todos los dioses, derrotado sin remisión en la batalla de Aibar

Desde su enrejado ventanuco ve como apilan en el patio los últimos libros que quedan de lo que fue la impresionante biblioteca de su abuelo el rey Noble. Su padre ordenó que fueran quemando una tanda cada mes hasta que no quedase ni uno. Buscaba que eso doliera tanto al príncipe que acabara con sus ganas de rebelarse de una vez por todas. 

Pero el vendaval de cenizas en que se han ido convirtiendo todas aquellas venerables páginas no ha podido arrancar del corazón del joven Carlos su ansia de revolución. Y aunque no pueda hacerlo -prisionero como está- de ningún otro modo, busca y rebusca en el dobladillo de su raída hopalanda por ver si todavía queda alguna moneda de plata allí escondida y cuando detecta una bajo la tela, en cuanto consigue extraerla llama a gritos al esbirro que está a punto de prenderles fuego, y se la ofrece a cambio de uno cualquiera de aquellos volúmenes condenados a muerte.

A través de los barrotes hacen el intercambio. No se trata de la Cronica de los reyes de Navarra de Fray García de Eugi, ni de los hindúes cuentos del Calila e Dimna, ni siquiera del muy educativo Libro del Tesoro de Brunetto Latini, no. Es tan sólo una modesta guía de la isla de Candía o Creta, como también se la conoce.



Mas en un único libro pueden quedar encerrados todos los que se han escrito, así que el príncipe se enfrasca en este como si su vida dependiese de ello, como en realidad depende, pues si su cuerpo no puede evadirse de esta inmunda celda, dejará que al menos lo haga su mente. 

Y lee, lee avidamente toda la pasada gloria de la civilización minoica, situada allá en medio de ese Mediterráneo que por derecho legítimo y como heredero de Aragón le pertenece, aunque su padre se niegue a reconocérselo. Y aprende que precisamente  en el dominio de esos mares basaron tales reyes su tremendo poder. 

Y que tal sistema político recibe el nombre de Talasocracia, que viene de la palabra griega θάλασσα, Thalassa. Y recuerda entonces con un poso de tristeza cuánto le hubiese gustado poner a la hija que nunca tuvo con Agnes ese mismo nombre: Thalassa, pues cada vez que la llamasen su respuesta hubiera  sido como oír las olas del Egeo en la caracola de su infantil sonrisa...


Pero sigue, sigue leyendo, y descubre que hubo allá otro príncipe que vivió hace más años de los que cualquier calendario pueda contar, y cuyo perfil se parecía al de propio Carlos, e incluso que le gustaban también los lirios, la flor emblemática de los reyes de Navarra...

Y más se asombra del muy vistoso atuendo de sus sacerdotisas, que como esos si que no se han visto por estos pagos. Qué va, seguro que se acordaría de algo así. Aunque ahora que lo piensa... Sí, aquella vez en la plaza de Olite, cuando al saltar muy fuerte cedieron todos los botones del corpiño de una bella dantzari, y quedaron a la vista de todos sus pechos, igualica a las mujeres cretenses. Aunque no por ello dejó de bailar, que no se tapó hasta que terminó su danza. ¡Menudo escándalo se organizó! Y es que no, en Navarra no resulta nada fácil contemplar estos desahogos, aunque Carlos piensa que no tenía nada que envidiar aquella dantzari a la sacerdotisa. No señores...



Y en otra imagen del tratado aparecen unos hombres desafiando a un toro, de forma muy parecida a como lo hacen esos vasco-landeses que actúan en las fiestas de San Fermín. Aunque en Creta, por presumir, a este asunto lo llamen Taurokathapsia¿Mas no sería que alguno de los hombres de aquellas tierras del otro lado de los Pirineos que acompañaron al tío abuelo Luis en la conquista de Albania acabó asentándose en Creta -buscando sin duda a las frescas sacerdotisas aquellas- pero al final tuvieron que conformarse con seguir saltando por encima de toros, igual que hacian en las Landas? ¿Acaso no repetía su madre, la reina doña Blanca, un dicho sobre el terrible poder tractor de dos tetas como aquellas? Pues en eso no habían de ser tan diferentes los vasco-landeses de los navarros. Seguro.





Pero lo que más impresiona de todo el libro al príncipe es la historia del laberinto, del monstruoso Minotauro y del valiente Teseo que, ayudado por el ovillo de Ariadna, consiguió darle muerte sin perderse en aquel gigantesco dédalo. 



Y reflexiona que talmente aquella es su propia historia, con la única variación de que él no tiene ya una Ariadna para que le ayude a salir de su propio laberinto, que una y otra vez recorre sin encontrar la salida mientras sufre los ataques del Minotauro en que se ha convertido su padre. Y a miles de leguas de distancia siente entonces el mismo miedo y la misma soledad que aquel Teseo sintió hace tantísimos siglos, completamente perdidos ambos en sus fieras circunstancias.

Pero justo en ese mismo momento en que Carlos se desespera en la oscuridad de su celda, una mujer -morena y sabia cual Ariadna- empieza a recorrer el camino de gastadas losas de piedra que conduce al auténtico laberinto, allá en el palacio de Knossos. Y ella no necesita una madeja de lana para no perderse, pues le basta con evocar los versos de un poeta nacido en Alejandría, al otro lado del mar:  

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.


No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti...

Y no hay ya entonces mar tan grande ni encrespado que impida a Carlos encontrarla ni encontrarse, mientras toma el literario ovillo que aquella nueva Ariadna le ofrece para finalizar el poema: 

Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.


Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.


Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.





© Mikel Zuza Viniegra, 2013


Y resulta que me acabo de dar cuenta de que esta misma tarde se han alcanzado las 80.000 visitas en este blog, así que me ha parecido bien celebrarlo uniendo dos subgéneros muy habituales en él, que por varias razones me resultan tan cercanos: el príncipe de Viana y las historias de Grecia.

Gracias a todos por las visitas, y valor para afrontar los laberintos. 
Ah, el poema es de Kavafis.