lunes, 30 de septiembre de 2013

TUBOS DE PLATA

Olite, 30 de septiembre de 1439



Toda la ciudad ha salido a la calle para ver pasar la comitiva nupcial, pero allá dentro, en la iglesia de Santa María, y con todos los invitados ya ocupando sus lugares, sólo quienes se ocupan de los últimos preparativos deambulan frenéticos por la espaciosa nave procurando que hasta el último detalle quede  como llevan meses ensayando. Y entre todos ellos el más importante es sin duda John Oldfield, el que fue músico principal de la corte de Navarra que, ya retirado, ha vuelto hoy a ponerse frente al órgano de forma excepcional, pues no todos los días se casa el heredero del reino, a quien ha visto crecer desde que era apenas un niño. 

Y -efectivamente- allá, ante el altar, se agita nervioso el joven príncipe de Viana, esperando ver aparecer de una vez a Agnes. Arriba, en la tribuna regia que conecta el templo con el palacio, su madre doña Blanca le pide calma con un sonriente guiño. Su padre, don Juan, parece entre molesto y desplazado, como de costumbre. 

Cuando el aumento del griterío en la calle  parece anunciar que la novia está ya a punto de entrar,  el viejo John ordena con una seña a los dos sirvientes que atienden el fuelle que inicien su labor, coloca sus pies sobre los pedales, tira de los registros y estirando muy fuerte sus ya reumáticos dedos empieza a deslizarlos por el teclado para que, mientras la princesa recorre lentamente el pasillo central, suene la melodía solicitada expresamente por Carlos para este momento, pues esa -y no ninguna otra- quiere que realce la entrada de la novia.

Lo cierto es que, y como regalo de bodas del antiguo maestro de capilla, iba a ser el propio señor de Ocasek quien la interpretara, pero contratiempos de última hora en la guerra de casi un siglo que los ingleses vienen manteniendo contra los franceses en Aquitania, han hecho imposible que su viejo compañero de armas pueda estar hoy aquí, aunque como tuvo el detalle de avisar con la suficiente antelación, Oldfield ha podido ensayar la pieza con esmero. Y por eso ahora, los pasos de Agnes van subrayados por una de las canciones favoritas de Carlos, quien la aprendió -junto a otras muchas- en las ya un tanto anticuadas partituras de John.

Afortunadamente -dada la lamentable pronunciación inglesa de los nativos de este reino- el coro sí que ha podido burlar a las patrullas francesas y comienza también a entonarla con sus pulidas y hermanadas voces:

 "Why don't you dream anymore what's in the way? 

How come you point to the door and ask me to stay? 

Why don't you flash that smile  like you used to do? 

Why don't you stay for a while? 

Uh well it's up to you 

Because you are the girl 

That keeps me up at night 

You are the girl 

That makes me feel all right 

You are the girl 

Well you give me a twirl 

You are the girl 

In my dreams."
  



"¿Por qué no sueñas otra vez con qué nos deparará el camino?

¿Por qué no llamas a la puerta y me pides que me quede?

¿Por qué no me sonríes cómo solías hacerlo?

¿Por qué no te quedas un rato?

Bueno, ahora te toca a ti.

Porque tú eres la chica

Que me mantiene despierto toda la noche

Tú eres la chica

Que me hace sentir bien

Tú eres la chica

Que me volvió del revés

Tú eres la chica de mis sueños." 

Y por el feliz rostro de los contrayentes, ya reunidos ante el adusto obispo, parece que muy de su gusto ha sido el cover de "You are the girl"", así que ya mucho más tranquilo el viejo Oldfield, puede dedicarse a llevar a cabo la segunda parte del plan, esa que sólo unos pocos iniciados -entre los que naturalmente no están los príncipes- conocen. Además, durante el resto de la ceremonia, con música mucho más convencional, y con la excusa del agotamiento físico, será otro organista quien toque. 

Pero para la edad que tiene, la verdad es que Oldfield se conserva muy bien. Al menos eso es lo que siempre le dice Sagastibelza, el maestro de ingenios, que como tenían convenido previamente, le espera en el patio del palacio.

-¿Está ya todo listo?

-Prácticamente todo, sí. Pero verdaderamente no ha sido nada fácil ir cambiando de lugar las tuberías que llevan el agua a los jardines colgantes, para introducirlas en todas y cada una de las torres de este enorme palacio. A saber: la gran torre, la torre del portal de Fenero, la torre de la Atalaya, la torre de la Joyosa Guarda, la torre de las Tres Grandes Finiestras, la torre del Aljibe, la torre del Homenaje, la torre del Retrait, la torre ochavada o de las Tres Grandes Coronas, la torre de las Cigüeñas y la torre de Los Ángeles. Para lograrlo, naturalmente, hemos tenido que ir agujereandolas piso por piso y terraza a terraza cada una de ellas. Finalmente ha habido que conectarlas todas entre sí y también a la consola que ahora poco acabo de instalar en la galería, y a su vez unir la citada mesa de teclados con el gigantesco fuelle traído expresamente desde el riojano monasterio de Cañas, que sólo aceptó cederlo durante quince días y a cambio de una generosa donación, pues dicen que lo construyó el diablo para tentar a doña Urraca López de Haro, que fue su abadesa más famosa.

-Sí, probo Sagastibelza. Y para finalizar tan descomunal tarea, aún os queda colocar los tubos más grandes en el paredón de la Gran Torre, bien a la vista de todos. Y es que esos son los tubos llamados "canónigos", porque a pesar de su imponente aspecto y su presunta importancia, no desarrollan labor alguna aparte de la exclusivamente decorativa. Y esta enseñanza me parece muy adecuada para unos príncipes herederos, ¿no creéis? Pues lo cierto es que por muchas galas que vistas, o por muchos cargos que ostentes, siempre habrá un humilde peón que realice un trabajo más importante que el tuyo, igual que en un órgano suenan los tubos más pequeños, y los más grandes sólo adornan.



Pero alegraos, Sagastibelza, pues no en vano habéis dirigido las obras del órgano más grande que ha existido en el mundo desde los tiempos de su inventor, el muy sabio Ctesibio de Alejandría, hace nada menos que dieciocho siglos, pues no es poca cosa precisamente convertir todo un palacio en un instrumento musical. La pena es que, por aquello de dar la sorpresa a los novios, no ha habido ocasión de probarlo, pero no por ello tengo miedo a ser yo el afortunado que vaya a estrenarlo. Y no acompañado por cualquier juglar o ministril, no, sino por un artista bien famoso: el señor de Cocker, que tiene la misma quebrada voz de los habitantes del África ignota.

-Este príncipe es de lo más caprichoso.

-Aunque no puede negarse que tenga buen gusto para la música. No en vano yo mismo le enseñé todo lo que sabe en ese terreno. Por eso está tan puesto en vetusta música inglesa, y por eso sé también que la canción que tocaremos es una de sus preferidas. Además Cocker me debía un favor, así que digamos que me hace precio de amigo.

-No sé cómo acabará todo esto, pero yo debo ir a colocar vuestros moralizantes "canónigos", aunque me temo que los de verdad estarán poniéndose morados ya en el banquete.

-Sí, de eso no cabe la menor duda. Id pues, que en cuanto finalice el ágape llegará nuestro momento. Yo voy a recibir mientras tanto al ilustre artista. Por cierto, ¿no habréis olvidado colocar la gran caracola del Báltico para que su voz pueda escucharse sin dificultad,no?

-Perded cuidado, aunque más vale que el difunto rey don Carlos III tenía una en su gabinete de curiosidades, porque de ese tamaño tan descomunal no se ven por las costas de San Sebastián, y a mí no me pagan gastos de viaje tan generosos como para llegarme a Lituania...

-Nada, nada. Luego  iré con él para que pueda decir: "probando, probando. Hola, sí, sí, hola, sí..."

-¿Pero no decís que es inglés como vos? Pues entonces dirá one, two, three. Vamos, digo yo, porque si no parecerá un juglar de fiestas de pueblo, y esos acaban todos irremediablemente en el pilón. Aquí podríamos arrojarlo al foso, aunque desde que dicen que navega por él un gardacho más grande que el que mató San Jorge, pocos son los que se atreven a aventurarse en sus profundas aguas.

-Algo he oído sobre ese largarto, sí, y también que nos echan la culpa a los ingleses de su supuesta existencia, pues dicen que uno de nosotros lo tenía como mascota y que en cuanto empezó a crecer lo acabó echando por el retrait para librarse de él. Y dicen también que como las tuberías de palacio son tan enrevesadas, hasta conseguir llegar al foso mordió muchas posaderas -no se sabe si regias o no-.

-Bah, todo eso no son más que leyendas urbanas, fruto de la imaginación calenturienta de los habitantes de una capital tan grande como Olite.

-Será tal como decís sin duda, Sagastibelza, pero por si acaso yo no lanzaría al señor de Cocker al foso, no vaya a ser que tengamos un disgusto....

Y mientras los comensales dan cuenta de todos los platos y platillos cocinados para la ocasión, va cayendo la tarde y acercándose el momento preparado por Oldfield y Sagastibelza. Cuando todos los invitados están ya sentados en la amplia terraza del castillo, y una docena de hombres espera sólo la señal del músico para empezar a mover el enorme fuelle, el señor de Cocker aparece en un iluminado sitial, muy elegantemente vestido.

-Y una, y dos, y un, dos tres:

"You showed me what truth is

And how to give


I will live for you


I want to live for you


I will give to you


I will live for you


No more hopeless rainy nights


The fire is lit


And I'm safe inside


Just where I need to be


Where I need to be


No disguises no more games


You taught me to let go


And feel the flame


I will live for you


I want to live for you


I will give to you


I will live for you".




"Me mostraste dónde está la verdad,


y cómo hay que darse. 


Voy a vivir para ti. 


Quiero vivir para ti. 


Yo me daré a ti. 


Voy a vivir para ti. 


No más noches de lluvia sin esperanza. 


El fuego por fin está encendido,  


y estoy a salvo dentro. 


Justo donde tengo que estar. 


Donde debo estar. 


No más disfraces ni más juegos, 


tú me enseñaste a olvidarlos, y a sentir esa llama. 

Voy a vivir para ti 


Quiero vivir para ti 


Yo me daré a ti 


Voy a vivir para ti." 

Y mientras suena la canción, salen volando por los aires árboles, pabellones, antorchas, pebeteros, almenas, banderas y sombreros, pues la potencia del instrumento es tal que parece haberse descorchado de repente la botella celeste que guarda todos los vientos, y sólo la ronca voz del cantante parece poder domarlos. Y no es sólo en Olite donde se siente el sonoro terremoto, que desde Ostabat hasta Cortes y desde Laguardia hasta Peña, creen muchos llegado el fin del mundo, pues piensan que las trompetas angélicas que han de anunciarlo no han de ser muy distintas a estas otras que ahora se escuchan. 



Y monta en cólera el rey don Juan, gritando para que pueda escuchársele: 

-¿Pero qué coño es este ruido infernal? ¿Por qué no han actuado los joteros de Aragón que pedí? ¡Por lo menos algo que se entienda! ¡Nadie me hace nunca caso en esta corte!

Y así le contesta su hijo, el príncipe de Viana, mientras procura no perder punto del espectáculo: 

-Claro que sí, padre. ¿Por qué no vais a daros un baño en el foso? Os garantizo que hará mucho bien a vuestros nervios. Ya mandaremos también luego a los joteros esos que decís para que os acompañen...

Y van llegando correos y mensajeros de todas las buenas villas del reino a saber qué está pasando allí, y vienen un tanto descoyuntados porque casi todos se han caído de sus aterrados caballos, pero al saber que el Fuero General ordena que en las bodas de infantes de Navarra haya siempre barra libre, todos los males y moraduras se les calman al instante, y no tardan en disfrutar ellos también del concierto, que parece estar llegando a su fin. 

Y cuando efectivamente termina, tienen todos los asistentes un pitido en sus oídos que tarda lo suyo en disiparse. Pero cuando al fin lo hace, lo primero que oye Carlos de boca de Agnes es: 

-¡¡¡¡¡Como mola!!!!!

Y por esta gloriosa aportación a la historia de la música, serán siempre recordados Oldfield y Sagastibelza, o Sagastibelza y Oldfield, que en pago a sus desvelos sonoros fueron nombrados por la reina doña Blanca caballeros de la Orden de Bonefoy, aunque antes de recibir los collares de hojas de castaño, hubieron de prometer a la soberana que en el el próximo concierto tocarían la balada triste que tanto la conmueve, esa que un tal Escobar compuso sobre la perdida de un carro...

Escudo de armas de Agnes de Kleves


Y esto fue escrito el día del 
574 aniversario de la boda 
de Carlos de Evreux y
Agnes de Kleves, príncipes de Viana.

© Mikel Zuza Viniegra, 2013