lunes, 25 de abril de 2016

SANTA ÁGATA DE CATANIA PRECURSORA DEL NACIONALISMO VASCO


Participar en una de las estupendas propuestas culturales que organiza la Asociación Grupo Valle de Izagaondoa puede traer inesperadas consecuencias intelectuales...

Llevaba mucho tiempo detrás de poder ver in situ las pinturas murales que hace pocos años se encontraron en la iglesia de San Adrián de Olloki. Que hayamos tenido la fortuna de que vayan apareciendo más obras de Jehan Oliver (junto con Jehan Lome de Tournay, sin duda el artista más importante de nuestra Edad Media), además de la que sin duda alguna realizó para el refectorio de la Catedral de Pamplona, bien merecen una visita, ya que desgraciadamente las que también aparecieron en Ororbia no pueden verse por estar cubiertas por el retablo renacentista.


El caso es que estaba oyendo con atención las explicaciones de mi amigo Simeón Hidalgo, cuando al escucharle la transcripción de la cartela que lleva un ángel en el espectacular cortejo de guerreros (representados minuciosamente por Oliver a la manera de los que podía ver en la Pamplona del siglo XIV), algo se puso en marcha en mi cabeza. ¿Dónde había oído yo antes ese texto?



Dice así: "Santam Spontaneum Honorem Deo et Patriae". Y por fin lo he recordado: en los Cuentos y Leyendas de Juan Iturralde y Suit, autor  y magnífico dibujante de finales del siglo XIX que fue el principal promotor de la Asociación Euskara de Navarra en 1877, y también de la Comisión de Monumentos durante muchos años. Según su amigo y discípulo Arturo Campión: "Su vastísima erudición y sus conocimientos en el campo de la historia navarra eran superiores a cuantos habían tratado de ella desde el Padre Moret".

Efectivamente, aunque las leí cuando yo era un crío, y recuerdo que por su temática me gustaron, ahora su estilo tardorromántico me las hace ver un tanto aburridas y pasadas de moda. Literariamente hablando, probablemente hasta en su propia época -caracterizada por la representación del realismo cotidiano- lo estuvieran ya.

En la titulada "La campana de Nájera", que cuenta el hallazgo de la talla de la virgen por el rey don García en el año 1044 se cuenta:




Así que -inesperadamente- del fondo de mis recuerdos infantiles venía la misma inscripción que según la Leyenda Dorada un ángel dejó sobre la tumba de Santa Ágata, martirizada en el año 253 en su siciliana ciudad de Catania. ¿Cómo podía ser?

La Leyenda Dorada fue escrita por el dominico Jacobo de la Varágine en 1264, y a partir de entonces se extendió vertiginosamente por toda la Cristiandad, pues lo que contaba en sus numerosas páginas era la vida de los santos y de las santas, no ahorrando detalles escabrosos sobre los martirios a los que fueron sometidos. El morbo no es cosa de ahora...

Para lo que nos interesa, su importancia estriba en que todos los artistas utilizaron esa recopilación para plasmar en cualquier soporte esas mismas vidas sagradas. Y por supuesto también lo hizo Jehan Oliver en los muros de Olloki, donde dejó pintados los hechos principales de la vida de Santa Ágata (o Águeda), que según de la Varágine era una doncella de familia noble "sumamente bella y atractiva". Puede que por eso el cónsul Quintiliano "plebeyo, libidinoso, avaro e idólatra" -lo tenía todo, el andoba- quiso casarse con ella, pensando en conseguir cuatro cosas: "convertirse en noble, disfrutar de su hermosura saciando con ella su concupiscencia, disponer de las cuantiosas riquezas de su familia y agradar a los dioses paganos arrastrándola a la idolatría".

Habrá que convenir con de la Varágine en que estos romanos eran más malos que Griján y piores que Colatre. Yo desde luego convengo en ello, más que nada porque como ya sabéis los que acostumbréis a leerme, no puedo ni verlos y mis héroes principales son Haníbal, Espartaco y el Vesubio (por ese orden natural a la hora de acabar con cuantos más romanos, mejor). Bueno, Atila también me cae bastante bien, para qué voy a negarlo...

El caso es que, como todos habremos supuesto, Ágata lo rechazó sin contemplaciones, y el malvado Quintiliano no se lo tomó nada bien, y como además de mandarlo "ad paseum" ella se negó a hacer sacrificios a los dioses páganos, ordenó torturarla cruelmente, mandato que de la Varagine nos dice que ella recibió con "suma alegría y felicidad".

Se nos cuenta luego que primero le descoyuntaron los huesos en el potro, pero que como eso no la hizo renegar de Cristo, Quintiliano ideó que uno de sus esbirros le arrancase uno de sus pechos. Ella entonces pidió que le arrancasen los dos. Medio muerta fue llevada a su calabozo, donde recibió la visita de un viejo médico que resultó ser el apóstol San Pedro, que cual precursor del doctor Pitangüy, recompuso sus pechos milagrosamente en un periquete.

Martirio de Santa Ágata en la Biblia de Sancho VII el Fuerte, realizada por
Fernando Perez de Funes, lo que demuestra que su culto estaba implantado
en Navarra al menos para el año 1198
Por cierto, que José María Iribarren y José María de Cossío aún pudieron recoger en los años cuarenta del siglo XX esta copla navarro-aragonesa, de lo más alusiva:

«Águeda que no quisiste 
a los dioses adorar, 
en prueba de tu constancia 
las tetas te han de cortar .

Y le respondió la Santa 
con afecto singular: 
Que cuerten por donde quieran 
que cuerten si han de cuertar .

Y le cortaron las tetas 
como aquel que cuerta el pan.»


Como podremos comprender, a estas alturas el imaginativo Quintiliano estaba ya verdaderamente enfadado, así que ahora se le ocurrió quemarla en la hoguera. Y no puedo dejar de imaginármelo con el aspecto patricio y consular que siempre tuvo Javier Krahe mientras cantaba: "pero dejadme, que yo prefiera, ¡la hoguera, la hoguera, la hoguera. La hoguera tiene un qué sé yo, que sólo tiene la hoguera!". Pero en ese preciso momento se produjo un terremoto (cosa habitual en Sicilia), y el tormento tuvo que aplazarse una vez más, aunque el fuego no parecía haberle hecho tampoco demasiado daño. Sin embargo a estas alturas la resistente Ágata ya estaba un poco cansada, y tras pedir al Señor que se la llevase de una vez, murió en prisión el 5 de febrero del año 253.


Cuando los cristianos estaban embalsamando su cuerpo para enterrarla, llegó un cortejo formado por más de "cien mancebos hermosísimos (los que Oliver representó como guerreros en Olloki), presididos por un joven revestido con ornamentos de seda". Nadie los conocía, ni nadie los había visto nunca por aquella región. El más bello se acercó al cadáver de la mártir y tras adorarla, puso junto a su cabeza una lápida de mármol. Al instante, todos desaparecieron como por ensalmo.

Y ya habréis adivinado cuál era la inscripción de esa lápida. Pues natural (o más bien sobrenaturalmente) : "Mentem sanctam spontaneam, honorem Deo et patriae liberationem".

Al año siguiente de su martirio, el Etna entró en erupción, y los ciudadanos de Catania, aterrados, corrieron a su tumba para arrancar el velo que respetuosamente la cubría. Lo colocaron en la puerta de la localidad, y la lava se detuvo al momento, convirtiéndose así Ágata en abogada contra el fuego.

Ah, y tranquilas y tranquilos, que el desalmado Quintiliano tuvo el final que merecía: yendo en su cuadriga para requisar todos los bienes de Ágata, los caballos se desbocaron y fue a caer entre sus patas.Uno le mordió y otro le dio tal coz que cayó a un caudaloso río cuyas aguas lo engulleron, sin que a día de hoy haya aparecido todavía su cuerpo...

Esa primera -y angélica- aparición del lema, y su indudable relación con Santa Ágata, no explica sin embargo qué podía pintar en una campana de los siglos VIII al XI como aquella de la que habla en su historia Iturralde y Suit. Pero lo entenderemos mejor si os digo que esto no ocurrió exclusivamente con la najerina, sino también en docenas, cientos de campanas a lo largo de las señorías italianas, de Aquitania, de Francia, de Aragón, de Castilla y -como no- también del reino de Navarra. Por ejemplo la inscripción está grabada en campanas medievales o renacentistas que cuelgan en los campanarios de Etxarri-Larraun, Ansoain, Ilurdotz, Usetxi, Santa Magdalena de Tudela o Esnoz.

Según Favreau, que es quien más ha estudiado este asunto, desde finales del siglo X la santa tuvo un oficio litúrgico propio, y muy pronto comenzó a recitarse durante su celebración la antífona "Mentem sanctam spontaneam, honorem Deo et patriae liberationem", y también se hacía siempre alusión a su poder sobre el fuego. Pero fue sobre todo a raíz del éxito de la Leyenda Dorada, cuando el culto a Santa Ágata conoció su mayor extensión.

¿Pero y las campanas? ¿Por qué se grababa el lema aguedino en las campanas? Pues porque en aquella época las campanas se bendecían al ser colocadas en sus torres, para que cada vez que se produjese una tormenta, un accidente natural o un fuego, el sonido de las campanas conjurase la amenaza, o al menos advirtiese del peligro a los vecinos. Y recordad que ya os he dicho que Santa Ágata fue considerada abogada contra el fuego. Y pensad lo frecuentes que estos eran, en unas poblaciones donde excepto los más ricos, todos vivían en casas construidas fundamentalmente con madera...

El mismo autor nos informa de que la primera campana conservada en la que aparece la inscripción es la de San Juan Evangelista de Ravena, en 1208. Es, desde luego, una fecha bastante más lógica que la de la campana de Nájera, que Iturralde hizo remontar al siglo VIII. Aunque ya hemos visto en su texto que el padre Moret asegura en su Crónica que en el siglo XVII esa campana todavía se guardaba en el monasterio riojano, así que si le damos crédito, tendremos que admitir que realmente existió...

En fin, espero que os haya gustado esta historia de Santa Ágata tanto como a mí, y que si algún día os veis cercados por el Vesubio, os acordéis de ella, porque seguro que os saca de semejante apuro.

Que no, que no se me ha olvidado el título que he puesto a mi relato y por lo tanto no se acaba aquí, era sólo para desconcertaros un poco. Un poco menos de lo que supongo que os desconcertará mi explicación sobre la relación entre la santa siciliana y el nacionalismo vasco. Pero esperad, esperad un poco nada más.

La interpretación que la Iglesia dio al lema que un ángel dejó sobre la tumba de Ágata de Catania fue siempre relacionada con el reino de los Cielos, y no con ninguna patria terrenal. Así, "Mentem sanctam spontaneam, honorem Deo et patriae liberationem" vendría a traducirse como: "Tuvo un alma santa. Se consagró al Señor espontáneamente. Dio honor a Dios y alcanzó la patria eterna". Una traslación demasiado literal y poco comprometida tal vez.

Pero recordemos que Iturralde  y Suit no dio su propia interpretación a finales del siglo XIX, sino que adoptó la que el cronista Moret había dado ya en 1684, en el Libro XIII, capítulo II, de sus famosos Annales, y que resulta evidentemente mucho más política:

"Honor a Dios y Libertad a la Patria", entendiéndolo como que el reino de Navarra basaría su acontecer histórico a partir de entonces en ser una nación eminentemente cristiana, pero sobre todo libre y soberana. ¿Y quiénes en ese mismo final del siglo XIX en el que Iturralde recordó lo que decía Moret dos siglos antes, elaboró una teoría política, heredera en cierto modo del recién derrotado Carlismo?

Pues los hermanos Luis y Sabino Arana, que fundaron en 1895 el Partido Nacionalista Vasco, cuyo lema era y sigue siendo "Jaungoikoa eta Lege Zaharrak" JEL. Dios y Leyes Viejas. Oséase: Dios y Fueros, las leyes que históricamente aseguraron la libertad de los territorios vascos.

Tenemos pues, para nuestra sorpresa, el lema que supuestamente un ángel dedicó en el siglo III a la siciliana Santa Ágata (aunque con seguridad sólo podamos confirmarlo documentalmente desde finales del siglo IX), grabado en campanas por toda Europa a partir de entonces, recogido en una leyenda por el primer cronista del reino de Navarra en el siglo XVII, y convertido en marca y emblema de un partido político en el siglo XIX. Y también en el XX, porque aún bajo la dictadura de Franco, miembros del proscrito PNV, refugiados en la Real Sociedad de Amigos del País, siguieron empleando el lema propuesto por Moret, elevándolo a la categoría de Lema Real de Navarra, como demuestra esta dedicatoria que os adjunto inserta en el libro "Historia del reino de Navarra", de Carlos Clavería, conspicuo miembro -en la clandestinidad- del PNV en Navarra, y cuya primera edición data del año 1971: 



Al año siguiente, se dio en las páginas del Diario de Navarra una polémica sobre este mismo asunto, entre el abogado Joaquín Olcoz -miembro de la citada Real Sociedad de Amigos del País, trasunto del PNV navarro- y el director del periódico, J. J. Uranga Santesteban "Ollarra". Al parecer los Amigos del País habían colocado en la tumba de los primeros reyes de Navarra en Leyre una placa justo con el mismo texto de la dedicatoria del libro de Clavería, y el 11 de junio ambos publicaron su opinión sobre el dichoso lema. 

El artículo de Ollarra llevaba por título: "Un falso lema real de Navarra", y en él se acusaba -admitamos que con bastante fundamento- de credulidad histórica a los Amigos del País por haber aceptado sin dudar la leyenda de la aparición de la virgen de Nájera al rey don García, leyenda que sólo comienza a extenderse a partir del siglo XVI. Es imposible que en 1052 el rey de Navarra -o el propio reino- tuvieran un lema, porque ese fenómeno no se da hasta varios siglos más tarde. Y eso por mucho que lo defendiese Moret, que como autor del siglo XVII que fue, recoge las leyendas como si estuvieran basadas en hechos históricos reales. En cuanto a Iturralde y Suit, es evidente que retomó el lema tratándolo claramente como leyenda, y en ningún caso como historia. 

Con la muerte de Franco, ya no hacía falta esconder el lema del PNV, aunque debió haber ciertas reticencias en la organización a mantenerlo, por lo que en el Primer Congreso tras la restauración democrática, que se celebró en Pamplona en 1977, el Partido determinó que:   
Euzko Alderdi Jeltzailea. Partido Nacionalista Vasco, fundado por Sabino Arana, recibe su nombre del lema "Jaungoikoa eta Lege Zarra", expresión que conjuga una concepción trascendente de la existencia con la afirmación de la Nación Vasca, cuyo ser político ha de expresarse a partir de la recuperación de la soberanía contenida en el Regimen Foral.
Sin embargo aún he encontrado una mención más reciente -año 2007- al lema proveniente de Santa Ágata. En respuesta al artículo publicado por el escritor Miguel Izu en el Diario de Noticias, titulado "La falsedad, al Boletín Oficial", la escritora Arantzazu Amezaga publicó otro del que entresaco este párrafo, que demuestra que todavía hoy existe gente que cree que ese fue el Lema Real de Navarra, pero que sobre todo nos da a conocer un dato bien ilustrativo: 

Al fundar su partido, poco después, Sabino Arana modeló la forma final de la ikurriña, cuyos datos se exhiben en Castejón, ondeando desde el Batzokija de Bilbao hasta Zuberoa, pasando por Gipuzkoa, Lapurdi, Benabarra y Zuberoa, y llegó a los numerosos centros vascos (Eusko Etxeak) de América, los fundados por exiliados de las guerras carlistas y de la centralización administrativa francesa. Fue un éxito de tal magnitud que, solamente eso, hace grande a Sabino. Arana estuvo asesorado por los navarros Aranzadi e Irujo, ambos abogados, porque traduce para el lema exhibido en Castejón, el concepto de Fueros asociado al de Naturaleza Antigua que las Cortes de Navarra habían aplicado y los reyes de España jurado a partir de la invasión de 1512, y el Gloria a Dios y Libertad a la Patria del lema de 1052, estampado en las campanas de Nájera, entonces Navarra.
    
¿Tengo que decir que Aranzadi e Irujo formaban parte fundamental del Movimiento Euskaro presidido por Iturralde y Suit, y que por lo tanto conocían las leyendas que aquél había escrito, y pudieron así transmitírselas a Sabino Arana cuando vino a las manifestaciones contra el ministro Gamazo que se celebraron en Castejón y Pamplona en 1893? Ahí está evidentemente la conexión entre el lema de Santa Ágata y el del PNV,que sería adoptado dos años más tarde, en 1895, y que increíble -pero sobre todo indudablemente- mantiene vivo y coleando un supuesto mensaje angélico del siglo III, en pleno siglo XXI. 

Pero no soy yo -que me invento tantas cosas- quién para reprochar a nadie que hiciera lo mismo que tanto me gusta hacer a mí. Y menos que a nadie a don Juan Iturralde y Suit, cuya obra admiro y al que hace bastantes años ayudé todo lo que pude a mantener su memoria, cuando el panteón donde está enterrado en el cementerio de Pamplona estaba a punto de hundirse y dí toda la brasa que pude en los periódicos para que fuese restaurado. Cosa que el Ayuntamiento hizo, y bien que se lo agradezco.

D. Juan Iturralde y Suit
(1840-1909)
Al contrario, casi diría que, fantasioso como soy, me encanta que un partido político de la actualidad base su lema centenario en algo tan etéreo -nunca mejor dicho- como es un ángel siciliano, cosa en la que juro que nunca hubiera caído yo de no comparecer el pasado sábado en la iglesia de Olloki, para quedarme embobado con el retrato de Santa Ágata que en sus muros dejó el maravilloso pintor Jehan Oliver. 

Así que espero que ambos perdonen mi atrevimiento por este montaje fotográfico que voy a perpetrar ahora mismo, que aunque resume muy gráficamente lo que he escrito, servirá además para sacar de quicio una vez más al malvado Quintiliano. Bueno, y seguro que a unos cuantos "cónsules romanos" alérgicos a la bicrucífera de los que tanto abundan por estos pagos, también. Como si lo viera. Pero no es más que una broma, porque si hay algo que yo deteste de veras es a quienes se toman las cosas demasiado en serio:



Conste, de todos modos, que la única bandera que realmente aparece en Olloki es esta otra. El emblema de cuando Navarra era un país independiente: 




Y para finalizar, una confesión. Estuve una vez en Catania. Y aunque, por ser ya tarde, no pude entrar a ver la tumba de la bienaventurada y sabia Ágata, y tampoco el busto que la representa, y cuya corona (atención, Sagastibelza) fue al parecer regalada por Ricardo Corazón de León, y por tanto probablemente también por su esposa Berenguela de Navarra, sí que puedo confirmaros que ni toda la lava del Etna hubiera podido derretir los fabulosos y helados granites que dan fama a aquella ciudad.  





© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016







viernes, 22 de abril de 2016

BRÚJULA

Alrededores del castillo de Leguin (Izagaondoa), abril de 1174


Otorgaste leyes justas, acuñaste moneda de buena plata y no de vellón, aumentaste tus dominios hacia el oeste, recuperando las tierras de tus antepasados, e incluso cambiaste tu titulación regia -Pampilonensium Rex- por la mucho más sonora de Rex Navarre. Pero ahora eres incapaz de orientarte en medio de este condenado aguacero.

El ejército del rey Alfonso VIII de Castilla invadió el país con tal poder y fuerza, que tuviste que abandonar Pamplona y servirle de cebo para que te persiguiera hasta aquí, donde llevabas tres semanas cercado y en peligro de caer en sus manos.

Así te habló Martin Txipia, tu capitán más esforzado:

-Majestad, nosotros podremos mantenerles ocupados más tiempo todavía, pero si la torre de Leguin cae al fin y vos estáis dentro, todo nuestro esfuerzo no habrá servido de nada, y con vos caerá todo el reino. Hacedme caso por una vez y aprovechando que la lluvia tiene a los sitiadores metidos en sus tiendas, salid por el portillo sur y tomad el camino de Izaga hacia el norte. Subid la montaña, bajadla y dirigíos todo lo aprisa que podáis hacia Monreal. No es una ruta complicada, y la habéis hecho docenas de veces en nuestra compañía, ¿creéis que podréis hacerla ahora en solitario?

-Por supuesto que sí, soy el rey, ¿cómo no voy a ser capaz? Bastará con que no utilice los caminos y no me acerque a los poblados, que estarán infestados de castellanos. En pocas horas volveré con refuerzos...

Salir del castillo fue lo más fácil. A partir de ahí sólo las pequeñas ventanas que se abren entre los nubarrones te permiten atisbar la peña y no errar demasiado tu objetivo. Cada tanto tienes que esconderte entre los bojes para que las patrullas enemigas no te vean. Pero parece que se han abierto las compuertas del cielo, y la cortina de agua es tan densa que al poco ya no sabes donde estás.

¿De qué te extrañas? Siempre te pasa lo mismo. No debiste presumir delante de Martín de tu capacidad de orientación, que siempre ha resultado escasa, por no decir inexistente. Como aquella vez que comandaste a tus barones en una expedición para tomar Nájera -ciudad de Reyes- y aparecisteis todos en Santo Domingo. ¡Por aquí también se va! -te oían gritar- pero en sus rostros se veía el gesto de resignación del que sabe que va a ocurrir lo de siempre.

Hasta tu tía Margarita, casada con el rey Guillermo de Sicilia, te envió una guía muy puesta en razón para ayudarte con tu problema. En esa dulce lengua que parlan los italianos llevaba por título: "Come trovare la cittá di Trapani e non morire cercandola". Aunque ahora que lo piensas, no recuerdas si por fin la leíste o no...

Oyes campanas, pero con tanta agua no sabes dónde. ¿Serán las de Reta, las de Zuazu, las de Ardanaz? Lo mejor será seguir adelante, ya escampará. La corona empieza a pesarte como si fuese de plomo, tu capa está completamente empapada.

Pero no. No deja de caer agua y es evidente que estás completamente perdido. Otra cosa es que lo admitas, ni siquiera ante ti mismo. Prefieres pensar que...¡Por aquí también se va!

Y entonces, de entre el fragor del bosque surge ella. Hace señas para que la sigas, pero anda tan rápido que a duras penas puedes lograrlo. Cada vez que el camino se bifurca, y lo hace muchas veces, tú optas invariablemente por el sendero equivocado. ¿Pero de dónde has salido tú? -demanda airada.

-Eso mismo debería preguntarte yo. Soy el rey.

-¿El rey de los tontos, acaso? Porque si sigues por esa vereda acabarás en el campamento del rey Alfonso. Y si en la siguiente vas por donde tu escojas, te meterás directamente en el corazón de la tormenta que ruge sobre  nuestras cabezas. Dame la mano y haz lo que yo haga.

Conociste una vez a un joven fraile en Leyre  que subía a lo más alto del campanario antes de que el abad terminase de rezar el Ave María, pero tú no eres ni fraile, ni joven, aunque apostarías porque aquel atleta no podría ganar a esta aparecida que ahora te guía. ¿Y si es una de esas damas que viven en los bosques de las que te hablaba tu padre, el rey don García, cuando eras pequeño? Desde luego es bellísima, y las selvas no parecen tener secretos para ella, que sólo detiene su paso para auxiliar a un pequeño topo que ha extraviado su madriguera.

No sabes cuanto tiempo lleváis andando, pero el corazón te late como un atambor sarraceno. No puedes más, solicitar tregua se impone, pero entonces te dice:

-Yo no puedo pasar de aquí. Sigue por ese camino -sin desviarte a tu antojo- y antes de que anochezca llegarás a Monreal. Vas a decirle algo, cuando de repente te da un beso que sabe a bosque y en medio de un relámpago desaparece de forma tan misteriosa como apareció.

Piensas que es una lástima que tus rastreadores jamás se despidan de esa misma forma, y entonces resuena un trueno descomunal sobre el que parece imponerse la voz de la dama del bosque:

-¡Y no te olvides de mandar refuerzos a quienes te esperan en Leguin, calamidad!

Al paso de los años, una y mil veces pidieron a su padre las infantas Berenguela, Blanca y Constanza que les contase cómo había conseguido escapar del cerco de Leguin aquella primavera del año 1174, pero jamás le arrancaron otra cosa que vagas alabanzas sobre su capacidad de desenvolverse sobre el terreno, aún en las circunstancias más complicadas.

Lo cierto es que desde aquel momento, fueron muchas las veces en las que los habitantes de Izagaondoa vieron merodear al rey don Sancho por la peña, decían que practicando orientación en montaña, aunque todos sabían que en realidad buscaba a la dama del bosque.

Y hasta hay quien dice que la encontró. Bueno, seguro que fue ella a él, pero qué queréis que os diga: "por aquí también se va".



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016


jueves, 14 de abril de 2016

VIDA



Eusebio Ijurra fue jardinero principal de la Diputación Foral de Navarra entre 1928 y 1937. Ese es el único dato contrastable de su biografía, por ser también el que puede rastrearse en los áridos documentos que su actividad dejó en los registros burocráticos.

Compra de abundantes semillas, acarreo de tierras fértiles, cuidado y poda de árboles, planificación y realización de distintos parterres ornamentales por toda Pamplona... Notas y estadillos como esos jalonaron al parecer su existencia.


Aunque, sorprendentemente, nos quedan también otras dos pertenencias suyas -que no ofrecen duda alguna por estar etiquetadas por el propio Eusebio con su nombre- conservadas en el Archivo de Navarra : un viejísimo disco de gramola, y una edición original del libro "La Théorie et la Pratique du Jardinage", escrito en 1710 por Antoine Joseph Dezallier d'Argenville, y que todavía hoy se sigue considerando como la Biblia del arte de la Jardinería.



La tesis fundamental del tratado de D'Argenville fue que la jardinería era el arte de ordenar la naturaleza según principios arquitectónicos, y es fama que alcanzó tal dominio y destreza en su disciplina, alabada por todos sus contemporáneos, que llegó a ser capaz de conseguir que los macizos plantados por él brotasen en un día concreto, el que él quisiera, extraordinaria capacidad con la que asombró muchas veces a quienes contrataban sus servicios.

No quedan muchos ejemplares de ese libro en el mundo. Que yo haya podido comprobar, uno en Versalles, otro en la Pierpont Morgan Library de Nueva York, y este al que me estoy refiriendo del Archivo de Navarra, que como digo perteneció a Eusebio Ijurra. Curiosamente al que forma parte de nuestro patrimonio bibliográfico le falta una página: precisamente aquella en la que D'Argenville explicaba cómo se podía hacer nacer cualquier planta en un momento concreto. El corte no parece hecho cuidadosamente, sino que quedan muchas rebarbas, como si se hubiera arrancado a toda prisa...

El último documento donde aparece el nombre de Ijurra nos da la fecha en la que dejó de prestar sus servicios en Diputación, y nos informa también de que prácticamente inspeccionaba y cultivaba los jardines de todas las instituciones de la ciudad. ¿Cómo puede ser que alguien así no haya dejado más huellas de su existencia? Nada más en el Archivo de Navarra o en el Municipal de Pamplona. Ni una línea tampoco en la Gran Enciclopedia Navarra o en la Auñamendi. Otro misterio sin resolver. Hasta hoy...

No le pusieron trabas para entrar. Nunca lo hacían: era el jardinero de Diputación. Lo veían trastear en cualquier época del año y a cualquier hora del día o de la noche -buscando el beneficioso influjo de la luna creciente, ya saben ustedes, solía decir a los guardias-, labrando, sembrando, regando, esperando. Y ahora la espera había llegado a su fin.

Había pasado primero por Capitanía, donde los soldados lo conocían de sobra también. Luego se había llegado hasta el Obispado a inspeccionar que todo estuviera tal y cómo lo había ido preparando los últimos meses, y finalmente había vuelto a los jardines de Diputación.

Fue haciendo allí lo mismo que en los otros dos lugares, y con esmero retiró las grandes telas que cubrían los parterres. No se oía ni un alma en las calles, lo natural teniendo en cuenta el toque de queda nocturno. Era Pamplona una ciudad en guerra, aunque solamente consigo misma, pues el frente quedaba muy lejos, y era el enemigo interior -la Quinta Columna de la que hablaba siempre la radio- el que preocupaba a los nuevos gobernantes. Ese denso silencio sólo se rompía al amanecer, cuando desde la torre del reloj de palacio se conectaban los altavoces y atronaba por toda la población el recordatorio de los gloriosos caídos por Dios y por España.

Ijurra quedó muy satisfecho con su trabajo. Algo nada extraño teniendo en cuenta que siempre trataba a la tierra como si fuera una vitela en blanco, y a las flores como las letras hermosas y doradas de una miniatura medieval y, como tantas otras noches, advirtió al guardia de que subía a guardar  sus herramientas en el trastero de esa misma torre desde la que en breves minutos volvería a sonar el fúnebre toque de Generala. Era la madrugada del 14 de abril de 1937...

Esperó desde su atalaya a ver el primer rayo de sol elevándose sobre Izaga, y cambió el disco conectado a los altavoces por otro que él llevaba consigo. Empezó a sonar el Allegro del concierto para violín nº 5 de Antonio Vivaldi. Por fin una celebración de la vida, después de tantos meses de imperio terrible y necrófilo de la Muerte.

Mientras en todos los barrios iba asomándose la gente a las ventanas, extrañándose temerosamente de semejante cambio, Ijurra arrancó una página de su antiquisímo libro mientras desde la ventana veía balancearse allá abajo las flores que él mismo había plantado con tanto esmero. Es cierto que le hubiera  gustado disponer de otras semillas, pero en plena guerra le fue imposible obtener otras de mayor lujo, aunque en realidad las humildes amapolas, los resistentes ziapes, y las danzarinas violetas conseguían el mismo y buscado efecto. Y lo mismo ocurrió en Capitanía o en el obispado.


Comenzaron a oírse gritos de mando. Botas vertiginosas marchando al compás por las calles. Boinas rojas y camisas azules llegaron al otro lado de la verja. Los oficiales parecían fuera de sí. ¡Ni una, que no quede ni una! -gritaban rabiosos-. Pero las culatas de los fusiles no conseguían más que tronchar los verdes tallos, y las bayonetas sólo cortaban las flores, que caían sobre la tierra sin dejar de ofrecer por ello su colorido.

Los ateridos reclutas en Navarrería, y los somnolientos seminaristas donde el Labrit, no obtenían mejores resultados, y el viento de primavera llevaba en volandas los tres colores malditos por las calles.


Subieron a la torre gritando amenazas y disparates, pero Eusebio ya no estaba allí. No encontraron más que un disco de gramola y un libro antiguo encuadernado en pergamino.

Unos dicen que unos amigos le facilitaron el paso a Francia, otros que lo atraparon antes de poder cruzar y lo fusilaron en la tapia del cementerio de un pueblo del norte. Dicen también que llevaba aún los bolsillos llenos de semillas, y que en la siguiente primavera brotaron incontenibles.

Lo único que sé con certeza es que allí donde estuviera, seguro que hubo flores. Y eso es más de lo que puede decirse de muchas personas.

Placa en homenaje a los  empleados asesinados en 1936,
en la fachada del Palacio de  Diputación



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016





martes, 5 de abril de 2016

REYNO

Muchos historiadores caen en el común error de situar a los gobernantes cuyos hechos tratan de dilucidar, un escalón más alto que el resto de la gente que vivió en su época. Como si no compartieran las mismas emociones, gustos y sentimientos de todos aquellos que tenían la suerte o la desgracia -las más de las veces- de tener que soportarlos.

Ese ha sido el tratamiento habitual dado al último rey de Navarra, Juan de Labrit, de cuyo fallecimiento se cumple este año el 500 aniversario. Muchos de los datos sobre su vida permanecen aún inéditos, durmiendo el sueño de los justos -nunca mejor dicho en este caso concreto- en archivos que pocas veces reciben más visitas que la del funcionario que vigila su conservación.

Pero están ahí. Siempre han estado ahí. Sólo hay que querer encontrarlos, algo que desde las altas instancias administrativas o eclesiásticas de Navarra prácticamente nunca se ha fomentado. Recordemos que los vencedores siempre pagan mejor.

SUPUESTO RETRATO DEL REY JUAN DE LABRIT (a la izquierda)
en el RETABLO DE ISABEL LA CATÓLICA
de JUAN DE FLANDES

Mariano Arigita, que a principios del siglo XX ostentó simultáneamente los cargos de Archivero de la Diputación Foral y de la Catedral de Pamplona, tuvo pues a su disposición muchos de esos documentos en los que nadie había reparado antes, o más bien no habían permitido que nadie reparase.

Uno de ellos, glosado apenas en su libro sobre Bibliografía Navarra, nos habla de cómo Juan de Labrit volvió a Navarra una vez más de las que los cronistas admiten normalmente. Recapitulemos: tras la invasión del reino por las tropas de Fernando el Católico en julio de 1512, el rey legítimo intentó recuperarlo en noviembre de 1512 y en marzo de 1516. Pero el citado legajo habla de otra estancia -bien que fugaz- del rey en Pamplona en 1514. ¿A qué pudo responder esta desconocida visita?

En ese año, el duque de Alba había abandonado ya Navarra, que creía definitivamente dominada. El poder represivo recaía por tanto en el coronel Villalba, quien hasta entonces había sido su subordinado. Pero tenía aún por encima al virrey: don Diego Fernández de Córdova y Arellano, marqués de Comares y alcaide de los Donceles. Y ese era el puesto que realmente ambicionaba el coronel...

Con ser muy cruel, era también inteligente, y sabía que la única oportunidad que tenía de alcanzar tal posición era hacer un regalo al rey Fernando que éste se viera obligado a recompensar. ¿Y qué mejor regalo que la captura del reyezuelo Labrit?

Puso por tanto a micer Juan Rena -que presumía del pomposo título de "Contador del Ejército de Castilla", pero era en realidad un reptil ducho en el arte del más vil y traicionero espionaje- a investigar cada detalle de la vida del antiguo gobernante.

Supo así de su afición a los libros, que le hacía recorrer largas distancias a la búsqueda de armoriales y centones de versos. Supo también que no había sido fiel a la reina Catalina. Tantas veces que resultaba imposible conocer la identidad de todas las implicadas, aunque tampoco le extrañó lo más mínimo, porque eso era lo que hacían en su tiempo todos los reyes. Se mostró mucho más interesado por la opción de encerrar a todos sus bastardos y amenazar con matarlos, aunque de todas maneras no era seguro que la sangre ilegítima hiciera conmoverse tanto al de Labrit como para lograr que volviese al reino, ya que era de ilusos pensar en enviar un contingente de soldados al bien protegido territorio del Bearne para secuestrarlo...

Unos viejos sirvientes de palacio, coaccionados adecuadamente por Rena, dieron con la clave: el rey Juan era al parecer ciego seguidor de un artista procedente de Las Indias, allende los mares. Atesoraba todos sus cancioneros impresos, y hacía aprender sus tonadas a los juglares y músicos de la corte para poder escucharlas una y otra vez. No lo podían asegurar, pero creían haberle oído decir que lo había conocido hacía más de veinte años, cuando la reina Isabel de Castilla lo envió a Navarra como muestra de buena voluntad. Desde entonces era un acérrimo admirador suyo.

Quizás... Quizás si Rena y Villalba conseguían traerlo de nuevo a Navarra, y hacían correr la noticia por el Bearne, el estúpido Juan de Labrit podría caer en la trampa que catapultaría a ambos a lo más alto del escalafón castellano en el reino ocupado, porque si el coronel quería ser virrey, el espía quería ser obispo...

Convencieron pues al marqués de Comares de que moviese en la corte de Castilla la idea de organizar otro concierto de aquel condenado músico en Pamplona, para demostrar que, tras dos años de conquista, la paz más armoniosa era la tónica habitual del reino. Fueron después despachados correos numerosos a la ciudad de Pau, donde residía don Juan, anunciando tan gozosa ocasión para el tres de abril. Ahora sólo restaba tener un poco de paciencia...

Llegó el día señalado. Probablemente casi un tercio de la nutrida asistencia reunida para escuchar al músico eran guardias castellanos camuflados. La red estaba tendida, Rena y Villalba sólo esperaban al incauto pez.

Lo vio todo muy cambiado. El palacio era ahora un cuartel. Su biblioteca, un vertedero. El bullicio de las calles era ahora silencio crispado, el que nace de la vigilancia permanente de los ocupantes sobre los ocupados. ¿Y él, acaso no había cambiado también? Antes era rey y ahora no era nada. Ni siquiera lo reconocían al pasar: unos porque siempre agacharon la cabeza a su paso, y otros porque quizás lo recordaban con el pelo menos cano y la barba más poblada. Pero quería agarrarse como a un clavo ardiendo a una sola posibilidad: que la voz del cantor sí siguiera siendo la misma de hace veinte años.

Y sí, contra todo pronóstico, seguía siendo tan cálida y evocadora como sólo puede serlo la de las gentes que vienen de allende los mares. Tanto como para hacerle olvidar la más mínima prevención, aún sabiéndose rodeado de docenas de enemigos en aquel mismo instante. Y, de pronto...

De pronto una mano que sujeta fuertemente la tuya, y unos ojos familiares porque son la misma mano y los mismos ojos que te acompañaban en el concierto de hace veinte años. Eso tampoco ha cambiado. Y las canciones os llevan, lejos y cerca. Lejos de los que entre el público os acechan, y cerca de lo que fuísteis.

Arigita no dice más en su libro, aunque sabemos que ni el mezquino Villalba llegó a virrey, ni el intrigante Rena a obispo. Juan de Labrit no recuperó tampoco lo que por derecho y razón legítima le correspondía.

O -leyendo bien esta historia- quizás sí que lo hizo, porque sólo cada persona -incluidos los reyes- sabe cuál es su verdadero reino...



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

viernes, 1 de abril de 2016

HUESOS DE SANTO


¿Qué hacen las armas de Navarra en una moneda húngara del siglo XVI?



En 1502 era rey de Bohemia y Hungría Wladislaus II Jagiello (Ladislao II de Jagellon en castellano). Era un monarca extranjero en sus dos dominios, pues su dinastía era de origen polaco, y por eso necesitaba urgentemente asentarse en el trono teniendo descendencia.

Para lograrlo necesitaba casarse previamente, así que buscaron por toda Europa una princesa que asegurase tal contingencia, y fueron a hallarla en la dinastía de Foix, que en ese momento gobernaba Navarra y que era famosa por la prolífica cantidad de hijos que sus mujeres solían tener. Esa princesa se llamaba Ana de Foix-Candale, y era hija de Catalina de Foix, infanta de Navarra, nieta por tanto de la reina Leonor I de Trastamara, y bisnieta de la reina Blanca I de Evreux.



Sobre las expectativas de numerosos alumbramientos que los húngaros podían tener, bastará con indicar que la reina Leonor I tuvo once hijos, y que por ejemplo su nieta Catalina I, llegó a tener doce.

En realidad a la pobre Ana no le dio tiempo a tener tantos, pues tras casarse en 1502 con el rey Ladislao II, tuvo a Ana de Jagellon-Foix en 1503, y a Luis de Jagellon-Foix en 1506, falleciendo tras este último parto a la edad de 22 años. Su marido, que le llevaba 28, cayó entonces en un estado letárgico de profunda tristeza, que hizo que el poderoso reino húngaro fuera gobernado los siguientes diez años por validos y nobles. Es fama que cuando le exponían cualquier problema de gobierno (y Bohemia y Hungría tenían muchos, metidas en plena refriega externa contra los turcos, y en una no menos terrible lucha interna entre católicos y protestantes) el deprimido Ladislao, queriendo únicamente que lo dejasen en paz, sólo acertaba a decir: "dobzse, dobzse", que en polaco quiere decir "Está bien así, está bien así..."

El caso es que antes de que se le nublara la mente -unos dicen que por amor, otros porque sufrió un ataque cerebral- ordenó acuñar una moneda que dejase a todos claro el poderío de la pareja real. Mostraba la preciosa pieza en su anverso las armas de ambos cónyuges. A la izquierda las del rey: las barras y la doble cruz húngaras, las tres cabezas de leopardo dálmatas, el león de Bohemia y en el escusón central el águila polaca. Y a la derecha las de la reina: el carbunclo pomelado de Navarra, las barras de Foix, las vacas de Bearn, las flores de lis con la banda componada de gules y plata de los Evreux-Navarra, y en el escusón central, los dos leopardos de Bigorra.

En su reverso, la figura de San Ladislao a caballo, armado y coronado.



He ahí la explicación de la presencia del escudo de Navarra en la moneda de un rey checo, húngaro y polaco. Pero curiosamente no acaba ahí la relación de estos lejanos parientes -nunca mejor dicho- con nuestro reino...

Desde el año 1998, con gran empeño personal de la investigadora Mariona Ibars, comenzó a estudiarse la que se decía que era la momia del príncipe de Viana conservada en el monasterio de Poblet. Conviene recordar que el príncipe de Viana murió en Barcelona en 1461, y que fue enterrado en la catedral de esa misma ciudad con todos los honores, pues metidos en plena guerra civil contra su padre, el rey Juan II de Aragón, los catalanes trataron de hacerlo santo. Como tantas otras veces a partir de entonces, perdieron esa guerra. Una de las primeras medidas ordenadas por el rey vencedor, fue remover el cuerpo de su hijo de la cripta de la catedral y llevarlo a Poblet, panteón real de la corona de Aragón.

Resulta lamentablemente triste constatar como después de haberlo perseguido con saña mientras vivía, tampoco le dejó reposar una vez muerto, y en vez de respetar la tumba barcelonesa de su hijo se empeñó en que trasladasen cínicamente sus restos al panteón de la monarquía aragonesa. Más aún teniendo en cuenta que durante años le negó el título de primogénito de Aragón que por nacimiento y derecho le correspondía, mientras que a su otro hijo, Fernando -el Católico para los poco informados- se lo reconoció a los diez días de la muerte del legítimo heredero.

Digo todo esto porque vayan ustedes a saber si, dados los antecedentes de odio de Juan II respecto a su hijo, en el trayecto entre Barcelona y Poblet los restos del príncipe de Viana no se "perdieron" para siempre. Personalmente lo creo capaz de eso y de cosas tan o más abyectas que esa...

Pero bueno, aceptemos que efectivamente el cuerpo de Carlos de Viana fue depositado en Poblet -donde naturalmente su padre o su hermanastro no se preocuparon de proporcionarle una tumba de categoría, sino que fue introducido en el panteón de la familia Cardona- y que allí pasó casi tres siglos. Hasta que en 1837, tras la desamortización, el monasterio quedó abandonado y fue saqueado a la búsqueda de las joyas con las que las momias reales hubiesen podido ser enterradas. Los restos y huesos de todos los reyes, infantes y nobles quedaron mezclados en medio de la nave, donde el cura de la Espluga de Francolí (un pueblo cercano), los recogió lo mejor que pudo y los llevó a la catedral de Tarragona. Algo similar, para nuestra perpetua vergüenza, ocurrió por esos mismos años con los de nuestros primeros reyes en el abandonado monasterio de Leyre...

El caso es que en 1935, un avispado diplomático, escritor y hasta egiptólogo catalán, don Eduard Toda, consiguió que le permitiesen recuperar los restos del príncipe de Viana, verdadero ícono de la historia de Catalunya y de Navarra. ¿Pero cómo hacerlo, si los restos de más de 110 personas estaban completamente mezclados? Pues con mucha cara dura, y en la confianza de que el conocimiento humano nunca podría llegar a descubrir su frankensteiniano juego...

Buscó primeramente una momia de un hombre de unos cuarenta años, que era la edad del príncipe al morir, y al encontrar una a la que le faltaba un brazo, recordó que a Carlos -por esa fama de santidad a la que antes me refería- se le había cortado uno para hacer un relicario (que naturalmente había desaparecido también en la quema de conventos durante la Semana Trágica de Barcelona de 1909). La mano que conservaba la momia mostraba unas uñas muy cuidadas, evidentemente pertenecían a un noble, y en la oreja llevaba un arete de oro, signo que al parecer llevaban en aquella época quienes habían visitado Italia (como el príncipe). El rostro había sido destrozado a culatazos de fusil...

Con eso le pareció suficiente para confirmar la identidad. Que no conservase la parte inferior de la columna vertebral ni las piernas le pareció un detalle nimio, así que procedió a serrar una pelvis que cogió del montón de huesos -y que para más Inri resultó ser de mujer-, y unas piernas que le parecieron sin duda mejores que las de Marilyn Monroe, y atándolo todo y cubriéndolo con un sudario, se lo entregó a los monjes de Poblet para que en medio de una ceremonia verdaderamente regia volviesen a enterrarlo. No faltaron allí por cierto representantes de la Diputación Foral, que hasta llevaron un saquete de tierra navarra para que fuese enterrada en el mismo féretro que el príncipe de Viana.

Y pasaron nuevamente los años, hasta llegar a 1998, cuando los adelantos técnicos y científicos que no pudo prever Eduard Toda, eran ya un hecho. A la identificación por ADN me estoy refiriendo. Sin embargo, tal y como ocurre siempre cuando se trata del príncipe Carlos y su increíble mala fortuna, faltaba todavía por encontrar algún familiar con el que poder comparar sus restos. No porque no se supiera perfectamente su linaje de ascendencia y de descendencia, sino porque como si una mano negra se hubiera complacido en eliminarlas, la mayoría de esas tumbas habían desaparecido.

Sí, por esos mismos años habían aparecido los restos de su madre, la reina Blanca I, en Santa María de Nieva (Segovia). Sí, en la catedral de Pamplona se enterró a sus abuelos Carlos III el Noble y Leonor. Y sí, los restos de los últimos reyes de Navarra se conservan -o eso dicen- en la catedral de Lescar, pero ninguna administración u obispado daba permiso para hacer los estudios pertinentes.

Fue entonces cuando tuve la suerte de conocer a Mariona Ibars, y de ayudarla, en la medida de mis modestas posibilidades, en su estancia en Pamplona. Así que por un tiempo me alisté –y encantado además de hacerlo- en la causa del Príncipe de Viana, que demostró ser tan arrebatadoramente perdida en el siglo XXI  como en el XV.  

Porque en Navarra, a pesar de que el entonces responsable de la Institución Príncipe de Viana -caramba, qué coincidencia- llegó a asegurar en los periódicos que se iba a abrir la tumba de Carlos III en Pamplona para descubrir si el príncipe de Viana era padre de Cristóbal Colón –otra chaladura más-, el Arzobispado no dio permiso para hacer estudio alguno. Pocos años antes se había levantado precisamente el suelo de la catedral, pero no hay constancia alguna de que los arqueólogos entrasen en la cripta real. Al menos no hay publicado nada al respecto, y averiguaciones personales no han sido concluyentes, aunque la mayoría de los interrogados contestó que no, que no se había entrado -yo me tiraba de los pelos cuando me lo aseguraban, y aún confío en que no fuesen tan ciegos o tan necios-.

Pero tampoco hay que ser ingenuos: la cripta regia de la catedral se sabe a ciencia cierta que fue visitada/violada con seguridad en el siglo XVIII, en el XIX -cuando apareció el yelmo que probablemente perteneció al rey Carlos II-,  y también a principios del XX, así que la posibilidad de que quedase algún hueso del rey Noble o de su esposa era más bien remota. Ello no obsta para que teniendo la oportunidad de entrar que tuvieron, casi finalizando el siglo XX,  no hacerlo me parezca de verdaderos botarates. Pero como reitero que no se ha publicado nada sobre el particular, sólo ese puede seguir siendo mi juicio.


En Lescar pasó otro tanto, pero ahí al menos se sabía que todos los restos de los diferentes reyes estaban mezclados tras las guerras entre hugonotes y católicos del siglo XVI. Allí mismo, por cierto, llevan 500 años justos esperando lo que quede de los reyes don Juan de Labrit y doña Catalina que alguien cumpla su súplica de ser enterrados en la catedral de Pamplona, donde ellos y sus antecesores habían sido coronados. ¿Llegaremos a conocer aunque sea un mero acto simbólico en tal sentido allá dentro? Mejor será que esperemos sentados…

En cuanto a Nieva y los restos de Blanca I de Navarra, que murió allí habiendo dejado el mandato escrito de que la enterrasen en Ujué, en otra ocasión contaré, si viene al caso, mi lisérgica experiencia en pos de esos huesos. Pero como diría Rudyard Kipling: "eso ya es otra historia..."

Sin ancestros accesibles, no hubo mucha más suerte con los hijos ilegítimos del príncipe, cuyas tumbas, como las de casi todos los bastardos que en el mundo han sido, no dejaron huella en el pavimento de las iglesias en las que fueron sepultados. Otra hermana del príncipe, la princesa Blanca repudiada por Enrique IV de Castilla,  no tuvo hijos. Sólo quedaban pues los descendientes de la última hermana, Leonor, aquella que llegó a reinar durante apenas quince días, y cuya tumba también se perdió en la niebla de los tiempos.

De los once hijos que dijimos que tuvo, todas las tumbas han desaparecido también, pero quedaba en la catedral de San Vito de Praga el sepulcro de Ana de Jagellon-Foix, la hija de aquella otra Ana a la que su apesadumbrado viudo ordenó honrar acuñando la moneda de la que os hablaba al principio. Y las autoridades checas –mucho más receptivas que las navarras, menuda novedad- sí que dieron su consentimiento para extraer el ADN mitocondrial (el que sólo se transmite por vía materna).

Ana de Jagellon-Foix

Y por estos restos de la sobrina-nieta del príncipe de Viana pudimos saber todos al fin el trampantojo histórico que había urdido Eduard Toda, pues ninguno de los tres pedazos que ensambló a principios del siglo XX para confeccionar su particular monstruo de Viananstein tenía parentesco alguno con Ana de Jagellón-Foix. Y de rebote se pudo saber también que los restos de la supuesta Blanca I de Navarra en Nieva, tampoco. Cosa de la que yo me alegré muchísimo, por el mal trato que nos dieron en aquel pueblo, y porque eso me permite soñar con que su hijo cumplió finalmente el deseo de su madre y trajo sus restos para que durmieran toda la eternidad en tierra de Navarra. Algo que él no pudo -desgraciadamente- conseguir para sí mismo.

Monedas y huesos. Aunque os haya aburrido, reconocedme que no he podido haceros regalo más regio o más propio al menos del cofre de un pirata...



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016