miércoles, 18 de febrero de 2015

CON ESTOS BUEYES

Pamplona, Viana y Roncesvalles, enero del año 1934

El Consejo de Cultura de Navarra, a cuya junta directiva me honro en pertenecer, en atención al 700 aniversario de la llegada al trono del rey Teobaldo I de Champaña, ha decidido erigir un monumento conmemorativo en los jardines de la Taconera de Pamplona. 



Aprovechando este fervor escultórico -desafortunadamente siempre tan ajeno a estas tierras- he propuesto en dicha reunión levantar también otras dos obras que recuerden los innegables méritos de dos importantes personajes históricos relacionados con Navarra, ofrecimiento que ha sido aprobado por unanimidad de los presentes (probablemente en su ánimo habrá influido que les haya asegurado yo que no costará una peseta a la Institución, pues además de contar con alguna subvención -magra- de la Diputación, tengo muy adelantados ya los proyectos, de cuya ejecución -naturalmente- me he de encargar yo mismo). 

Así pues, y con motivo de haber sido hallado recientemente el Cantar de Roldán en la biblioteca de la Universidad de Oxford, me ha parecido adecuado dedicar a este héroe de leyenda un hito precisamente en el lugar donde su fama nació: en Roncesvalles. Pero no por ello ha de ser una llamada a la guerra, sino a la paz entre los pueblos. Para ello el elemento principal será una campana, en recuerdo de aquella que desde lo más alto de Ibañeta guiaba hace siglos a los peregrinos hacia la cumbre, y tendrá también un altar dedicado a quien nuestros antepasados, al derrotarlo, convirtieron en mito: el par de Francia que reventó sus pulmones tocando el olifante para que el emperador de la barba florida viniese a rescatarle...



Por esa misma razón la campana, que ordené fundir al campanero Erice, lleva una inscripción ideada por mí: Din, don, dan, Bizi gaitezen pakean -vivamos todos en paz-. Pulsata omnibus pacem sono. Pacem eundi atque redeunde. Pacem mercium et litterarum -Sueno por la paz de todos, la paz de ir y volver, la paz del comercio y la paz de las letras-.


En cuanto al otro personaje cuyo recuerdo pretendo traer a la memoria de la actual generación de navarros, es nada menos que el comandante en jefe de los ejércitos de Navarra en 1507: el famosísimo César Borgia, cuyos huesos yacen todavía de forma anónima e ignominiosa en plena calle, frente a la portada de Santa María de Viana. Para él he tallado, pues, un sepulcro acorde a su prestigio, que no he formado yo nunca parte de todos aquellos que calumnian su proceder, igual en todo -y aún bastante mejor- al de muchos de sus contemporáneos que hoy pasan por buenas personas...
He puesto en todos estos monumentos lo mejor de mí, y aunque sé que no faltarán quienes digan: "zapatero a tus zapatos", y pensarán que un cirujano como yo no pinta nada haciendo estatuas, habré yo de responderles que lo hago de manera totalmente altruista y porque quiero. Y también porque amo la historia del lugar donde vivo. Y si con eso no les basta, también lo haré con los versos de Antonio Machado: 

"Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto escribo,
a mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago..."

Firmado: Dr. Victoriano Juaristi


ADDENDA: 

La estatua del rey Teobaldo, cuya imagen fotográfica recuperó de su tumba de papel un servidor de todos ustedes, fue destruida a los pocos meses de ser colocada, allá por mediados de 1935. Una persona que sabía, me dijo que fueron unos anarquistas y republicanos de salón, que "no podían tolerar que Pamplona hubiese levantado un monumento a un rey -fuese el que fuese-" y que por eso le arrancaron la cabeza de un mazazo y echaron la figura al foso. Ya no volvió a reponerse nunca más. Aunque personalmente pienso que nunca es tarde...

Todavía en 1948, cuando la estatua de Teobaldo ya no era más que un recuerdo sepultado en la memoria de la ciudad, el archivero municipal, Vicente Galbete, que firmaba como "Catón" en "El Pensamiento Navarro", la emprendió con muy poca gracia contra la escultura de un modo que deja traslucir la homofobia rampante de las autoridades ¿culturales? de la época: 

"la culpa la tiene Vuestra Alteza por dejarse esculpir en batín. Si se hubiera puesto la armadura de los domingos, otra cosa hubiera sido. Nos hacemos cargo de que a Vuestra Alteza -que se batió el cuero como los buenos en el monte Tauro, y que probó cumplidamente su condición de "ome" a través de tres matrimonios y nueve retoños- ha de hacerle poca gracia el que le tomen por lo que en Tafalla llaman un marimueta, pero, ¡qué se le va a hacer! El hábito no hará al monje, pero despista a la gente."

El sepulcro de César Borgia fue colocado finalmente, tras mucha oposición de lo más carca y faccioso de la población vianesa, en el zaguán del Ayuntamiento de la localidad. En agosto de 1936, los mismos (carlistas, falangistas y fanáticos ultramontanos de variado pelaje) que habían intentado que no se recordase bajo ningún concepto la memoria del comandante en jefe de los ejércitos de Navarra, sabiéndose ya intocables, la emprendieron a culatazos contra la escultura, destruyéndola para siempre, pues según ellos -y haciendo gala de aquello de ver la mota en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio-: "un hombre tan malo no merecía recordatorio alguno". El párroco de la cercana población de Bargota -un botarate bien definido por su nombre de pila, llamado Prímitivo Zuñiga- había dejado escrito en el periódico "Diario de La Rioja": 

"Con un raposo a mis pies
y un gran puñal en las manos
un escultor cirujano
me dio al mundo como ves.

Mis atributos son, pues, 
felonía y crueldad; 
así que en esta ciudad,
leal, noble y generosa,
seré siempre una babosa
que empañe su caridad."

En cuanto al arco de Roldán, su proyecto fue duramente atacado desde el principio por el periódico nacionalista "La voz de Navarra", desde cuyas páginas tildaron a Juaristi de "traidor al pueblo vasco, por empeñarse en levantar un homenaje al invasor". Acusaciones que, por falta de sustento y de razón alguna, dolieron mucho al promotor, que se defendió con denuedo de semejante sarta de estupideces. 

En enero de 1936, el monumento fue destruido por un rayo, cuyos restos adornan hoy en día -al parecer- algún caserío de la vertiente norte de Ibañeta...

Así pues, don Victoriano Juaristi concitó en su contra a lo más cerril de las izquierdas, de las derechas, de los nacionalistas vascos y hasta de los cielos. ¡Y sólo por hacer tres estatuas!

De verdad que lo admiro, y no se me ocurre posición vital más envidiable. 

Aún así, es fácil comprobar un poso de fuerte amargura en este juicio de valor que dejó escrito el buen doctor: 

"Los vascos no hacen imágenes, ni las contemplan con emoción, porque no tienen imaginación, porque carecen de fantasía... El vasco, aun el cultivado, tampoco se interesa por la imagen como espectáculo, casi es iconoclasta. En cuanto a la imagen literaria, no necesito decirles nada..."

Hoy, casi un siglo después, cada uno de aquellos actores puede conceptuarse como merece. Uno en el de las personas que aman y promueven la cultura. Otros, en el de quienes la persiguen con saña hasta destruirla. Para hacer el bruto todas las ideologías se unen. Y desgraciadamente tampoco creo que en Navarra las cosas hayan cambiado demasiado, ni en este, ni en otros muchos asuntos. Aunque no pierdo la esperanza.

Eso si: que cada quien escoja su bando...



Esta crónica no hubiera podido escribirla sin haber leído antes el libro de Salvador Martín Cruz: "Victoriano Juaristi: el ansia de saber"

©Mikel Zuza Viniegra, 2015