martes, 19 de julio de 2011

GARANTÍA DE COBRO



Petilla, julio de 1209

Apenas hace un mes que el rey Pedro II de Aragón puso, como garantía del prestamo de veinte mil maravedíes que le ha concedido el muy poderoso señor de los navarros, los lugares de Petilla, Gallur, Escó y Trasmoz.

Y como no parece que el aragonés vaya a ser capaz de saldar su deuda, ha ordenado su majestad don Sancho a la cancillería navarra el estudio exhaustivo de las riquezas y posibilidades que puedan albergar esas cuatro nuevas villas sobrevenidas al reino.

Así que descartados los fuertes castillos que guardan Escó y Gallur, parece que lo más valioso o aprovechable para sostener la independencia frente a las apetencias anexionistas de Aragón y de Castilla, son los maléficos poderes hechiceriles de la Tía Casca, que tiene atemorizada a toda la comarca de Trasmoz, y la noticia aún no confirmada de que en Petilla pueda vivir un gran físico y doctor hebreo que responde al nombre de Cajón y Ram-Al, y que al decir de todos es el hombre más sabio que nunca haya pisado esta tierra...

Manda el rey por tanto que se vaya raudamente en busqueda de científico tan importante, que nunca está de más hacerse con los servicios de nuevos Salomones, aunque sea Navarra tierra pródiga en ellos. Además, ya habrá tiempo luego de reclutar también a la sorgiña y a toda su dinastía de volanderas hijas y sobrinas. Y como está soliviantada toda la frontera aragonesa con tales nuevas, pues no se resignan los pueblos a ser simples amarrekos entre reyes, juzga don Pedro Pérez de Funes que lo mejor será enviar a tan destacada misión a dos agentes que ya han demostrado en otras ocasiones su valía. Y cree, como máximo encargado del espionaje navarro, que hacerse pasar por peregrinos hacia el santo cenobio de San Juan de la Peña, será lo más conveniente para sortear los peligros del viaje.

Y lo primero que les sorprende, una vez puestos en ruta, es que la calzada, que hasta poco más allá del hermoso templo de Vadoluengo, es tan firme y lisa como el resto de las carreteras forales, se convierte como por ensalmo nada más salir del reino en una sucesión de baches y badenes que jamás hubiera pasado los controles que los antiguos romanos, máximos conocedores del arte de construir viales, establecían para sus muy prácticas obras. Lo curioso es que justo al entrar en el término de Petilla, vuelve la carretera a alisarse como una vidriera, y es cosa muy maravillosa de sentir, pues no puede haber más explicación para tan extraño fenómeno que la reciente obtención por parte de este territorio de la condición foral navarra. Bueno, eso, o que Construcciones Sancho el Fuerte ha emprendido ya su campaña anual de obras públicas...

El caso es que a medida que van ascendiendo hacia la villa, con poca dificultad a pesar de lo escarpado del terreno, que quien ha subido a Gallipienzo tiene ya más conchas en esto de guiar carros que el austriaco señor de Lauda, van admirando el impresionante paisaje que se abre a los pies del pueblo, que tal parece sacado de uno de esos grabados que muestran las bellezas naturales de la Confederación Helvética. Y hay también muchas vacas sueltas mirándoles acercarse, mas como los caballos de hierro aún no se han inventado, justo es reconocer que no les hacen mucho caso los tales animales bovinos al pasar a su lado, que como todo el mundo sabe, las reses sólo se embobinan ante el tráfico ferroviario...

Y llegados a la iglesia que corona el lugar, pásmanse al ver como su hermosa portada queda cortada de repente por una guerrera torre de vigilancia, aunque comprenden que han de ser necesarias tales beligerancias, si quiere mantenerse la unidad del reino. De lo que no hallan ni rastro es del sabio al que han ido a buscar. Parece ser que su familia emigró a Ayerbe, que es pueblo muy famoso por las tortas dulces que se hornean en sus panaderías. De todas formas queda constancia de la casa que ocuparon en Petilla, y aunque la encuentran cerrada a cal y canto, no pueden dejar de pensar que no sería tan culto y erudito el tal doctor, si dejó atrás un lugar tan hermoso como éste, que con mucha razón es perla destacada en la corona navarra, y que merecería sin duda tener -como tienen todas las islas-, un horario GMT distinto al del resto del reino, para que pudiesen los correos y pregoneros de don Sancho anunciar a viva voz por los cruces de caminos:

-¡Son las cuatro en Pamplona, una hora más en Petilla de Aragón!

Y emprendido el viaje de regreso, y como los dineros otorgados por el canciller Funes (que por cierto, tiene tan buena cabeza que debieran apodarle "el memorioso"), aún no se han acabado, deciden parar en Sos, que es pueblo aragonés provisto de todo bien, y que está casi ya en la frontera y cuenta con muchos lugares renombrados por el buen yantar que ofrecen a los viajeros. Y en uno de ellos, regentado por Bruixas mucho menos temibles que las de Trasmoz, y desde luego con mucha mejor mano para los fogones que aquellas, cenan opiparamente los dos mientras la luna llena se cuela por la ventana.

La misma luna llena a la que el gran visir, filósofo y astrónomo zaragozano Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al-Sa'ig ibn Bayyah, conocido por los cristianos como Avempace, dedicó estos inspirados versos:

"Tu amado amigo
descansa en la tumba
y ¿te atreves, estando ya muerto,
a salir luminosa y brillante
por los cielos azules, oh Luna?

¿Por qué no te eclipsas? ¿Por qué no te ocultas,
y así tu eclipse será como el luto
que diga a las gentes
el dolor que te causa
tu tristeza, tu pena profunda?"


Mas no es momento de tristezas ni de eclipses, sino de brindar por próximas embajadas en una taberna a los pies de la iglesia de San Esteban, esa en cuya portada está tallada doña Estefanía que, aún siendo reina, seguro que no fue ni la mitad de guapa que la agente navarra que acaba de pedirse una cerveza con limón...


© Mikel Zuza Viniegra, 2011