viernes, 9 de abril de 2010

SAN MIGUEL SALVA LAS JOYAS DE LA CORONA



A fines del siglo XI, concretamente entre 1094 y 1104, ocupó el trono de Pamplona y Aragón el rey Pedro I. Puede que con motivo de sus luchas contra los moros, a los que conquistó Huesca y Barbastro, o porque en los ratos libres fuese de mucho perseguir a las mozas de ambos reinos, el caso es que le acometió un violento dolor en sus partes nobles, vulgarmente conocidas como cojones (así es como aparece recogido en la Crónica).

El dolor no remitía, ni siquiera con los baños de asiento en los helados barrancos del río Gallego que sus físicos le recomendaron, así que decidió acudir a instancias más altas para su curación, pues ya no podía montar a caballo, y no era cuestión que todo un rey hubiese de viajar en litera, cual mujer recién parida.

Consultadas sus tristes cuitas con los santos abades de Leyre y San Juan de la Peña, y con los muy nobles obispos de Jaca y Pamplona, hombres al fin, y por ello justamente muy comprensivos de la gravedad del asunto, convinieron todos en que el santo más poderoso que ejercía su jurisdicción sobre los dominios de don Pedro era sin duda el arcángel San Miguel, que desde la cima de Aralar proveía de milagros sin cuento a sus fieles devotos.

¿Cómo no iba a poder con una simple inflamación testicular quien derrotó al dragón infernal? Y aunque el dolor fuese a veces tan intenso como las dentelladas del demonio, allá que se puso el buen rey en ruta hacia los predios angelicales. Mas como le pareció que subir a pie la sagrada montaña no era suficiente penitencia, y quizás San Miguel no quisiese poner en práctica sus virtudes andrológicas con viajero tan comodón, se puso a recoger en un saco las piedras más grandes que encontró por Zamarce, aunque algunas se las quitó el vigilante por estar muy bien labradas y no haber más dineros con las que pagar unas nuevas al maestro escultor.

Con carga más propia de animales que de personas, y con ese sofoco inguinal que hasta allí lo había llevado, comenzó la áspera ascensión el monarca, y unas veces tropezando, otras veces lastimándose con las zarzas, consiguió llegar hasta un prado desde donde divisó por fin el santuario. Agotado por la caminata pensó en descansar un rato, pero dado que la naturaleza de su dolencia no le permitía sentarse con la comodidad y el decoro que a un rey le es menester, y que Satanás no desaprovecha la oportunidad de tentar a las humanales criaturas, aunque éstas lleven corona en las sienes, procedió a tumbarse a la sombra de un árbol, donde quedó profundamente traspuesto.

Y diz que San Miguel, siempre atento a las necesidades de quienes solicitan su amparo, curó a don Pedro mientras dormía, pues cuando salió el rey de su modorra pudo al fin juntar las piernas como solía, cosa que hacía meses que no había podido llevar a cabo. Y vio entonces complacido que, allá donde antes había un remedo de trufa y mandrágora descompuesta, ahora habían vuelto las redondeces que, en su medida justa, muchas veces habían puesto en fuga a la morisma y en rendición al mujerío.

Y muy contento por tales albricias, se echó el saco de piedras al hombro, aunque justo es reconocer que tentado estuvo de atárselo a la zona recien curada, como muestra de respeto y sumisión al arcángel, pero que éste, con un simple batir de sus alas, le hizo desistir de intención tan poco razonable, pues aún le quedaba bastante trecho para alcanzar la basílica. Y es fama que cuando llegó por fin al templo, rezó luengamente ante la imagen de su bienhechor, y que como atestiguan los documentos, concedió tales rentas al monasterio que nunca más los cofrades de San Miguel volvieron a pasar fatigas ni hambre.

La semana que viene llega San Miguel a Pamplona. No están los tiempos para rechazar las visitas de un ángel o de una ángela, aunque naturalmente cada uno puede hacer de su capa un sayo.

Eso sí, quienes alguna vez hayamos recibido la agreste caricia de un balón de reglamento en nuestros tegumentos procreativos, o aquellas a quienes su cargante visita mensual hace agotar el Espidifén en sus botiquines, no perderemos ni perderán nada acudiendo a recibirlo, pues ya hemos visto que es abogado infalible en tales ocasiones y que incluso podemos pedir su patrocinio cuando en el foro o en la vida, alguno o alguna se complazca en tocarnos los susodichos con muy malas artes...

PD: Para quien en estos tiempos de duda generalizada no se crea que todo lo narrado es cierto, puede consultar la transcripción que del libro sobre los "Milagros de San Miguel de Excelsis" hizo Jose María Lacarra en la revista "Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra", Año nº 1, Nº 3, 1969 , pags. 347-361.

Yo, humildemente, únicamente he contribuido a destrozar el texto latino.
Pero aviso a los y las que duden del poder de San Miguel: puede que a más tardar esta noche, empiecen a notar ciertas dolorosísimas inflamaciones en eso que todos tenemos a pares y que no son los ojos, ni las orejas, ni los brazos, ni las piernas, ni las manos, ni los piés...


© Mikel Zuza Viniegra, 2010