sábado, 29 de mayo de 2010
NACE EL PRÍNCIPE DE VIANA
Cabalgar, cabalgar hasta reventar todos los caballos que los prebostes del rey le proporcionen en las postas. Hay cinco días de viaje entre Peñafiel y Olite. Él lo hará en cuatro. En tres, si come y duerme sobre la silla…
Siente pegado al pecho el relicario de oro que le entregó en propia mano doña Blanca, apenas levantada de su lecho en el convento dominico donde hace unos días acababa de parir al heredero de Navarra. Es un medallón con las armas del reino labradas a buril y, cuando se abre, muestra un mechón de cabello del niño recién nacido, que ella mismo cortó con unas tijerillas de plata.
Las órdenes de la princesa resuenan en su cabeza:
-Llevarás a mi padre el mensaje de mi feliz alumbramiento. Entre todos los hombres de mi guardia que pugnaban por llevar a cabo tan honorable encargo, te he elegido a ti, Miguel, porque siempre me serviste bien y porque de sobra conozco el daño que mi marido te ha causado. Triste actitud la de un hombre que no respeta siquiera el embarazo de su esposa, lanzándose a perseguir a la del prójimo. Pero Columba, tu mujer, no fue como las otras damas que, por miedo o de buen grado, cayeron en los brazos del príncipe Juan, sino que resistiéndose a sus asechanzas, y en gran ensalzamiento de vuestra honra y de la suya propia, no tuvo más remedio que herirle con un cuchillo en el rostro para conseguir que la dejase en paz. Mas como dicta el Fuero que la persona y la familia del Rey son inviolables, ella fue condenada a muerte y vos a salir del reino formando parte de mi escolta, en previsión de que, con toda justicia, intentaseis liberarla.
Avergonzada por la conducta de mi consorte, os brindo ahora de buena gana la posibilidad de que salvéis a vuestra esposa de tan injusta pena. Pedídselo al rey. Os aseguro que no negará nada al hombre que le trae la noticia de que un nuevo Carlos se sentará pronto en el trono de sus antepasados. Pero hacedlo cuanto antes, por Dios, pues la sentencia ha de cumplirse no más tarde del día del Santo Apóstol San Bernabé…
Su montura tasca espuma, y sus cascos hacen brotar chispas del suelo de piedra de la plaza porticada de Peñafiel, cuando Miguel emprende su carrera contra la muerte…
Llega a Aranda, pasa a galope por el Burgo de Osma y todos los huesos le duelen ya cuando otea la ciudad de Soria en la lejanía, donde sólo se detiene para cambiar de corcel. El tibio sol de mayo y la fría luna que hace aullar a los lobos son sus únicos compañeros hasta alcanzar la villa de Agreda, y siente que Navarra y Columba le abren sus brazos al arribar a Corella. Los moradores de Cadreita y Marcilla no saben si aquél es jinete o arcángel alado cuando ya les da la espalda y, casi con el último aliento de su alazán, siente tremolar por fin la bandera real en la torre de la Atalaya del castillo de Olite.
Entra en la villa por el portal de Fenero y oye el redoble de tambores que indican que aquella multitud que se agolpa en la plaza lo hace para presenciar una ejecución .
-¡Paso franco! –grita desesperado mientras se lanza contra el gentío, que asustado huye buscando refugio-. Ya tiene delante el cadalso y, sobre él, el verdugo con la espada levantada presta a separar la cabeza del cuello de la inerme Columba. Con la destreza mil veces ensayada del soldado, desenvaina la suya y, colocando la hoja sobre el cuello de su esposa, consigue desviar en el último momento el mandoble del esbirro.
Ruedan entonces por los suelos, ante la tremenda furia del golpe detenido, caballo y caballero, y la guardia del Rey captura al agotado Miguel que, llevado y puesto de rodillas ante don Carlos, saca de entre sus ropas las cartas y el medallón que doña Blanca le dio, y cuenta a su Alteza y a todo el pueblo de Olite allí reunido que el pasado 29 de mayo de este año del Señor 1421, día de la gentil mártir Santa Teodosia de Constantinopla, vino al mundo el hijo de la princesa doña Blanca, que andando el tiempo ha de ceñir la corona que ahora luce su abuelo, y que contra los deseos de su padre, fue bautizado con el mismo nombre que lleva su noble abuelo y que llevó su famoso bisabuelo: Carlos. Y que parece mozo despierto y pacífico. Y que tanto la madre como el niño están bien, y anuncian su venida a Navarra en cuanto ambos se vean con ánimos de emprender tan arduo viaje.
Y llora de alegría el viejo soberano ante tan feliz noticia, aunque pronto acaba por regocijarse ante los vítores de su pueblo, que alborozado celebra a su lado las albricias. Y promete ante todos que ha de conceder al mensajero lo que le pida. Y Miguel no pide más que la vida de Columba, incluso a cambio de la suya propia si es condenado por haber interrumpido la justicia del rey. Pero éste le hace levantarse y con un gesto de su mano ordena que suelten a Columba, que corre a abrazarse con su esposo.
Y dicen que don Carlos concedió además 400 florines de oro del cuño de Aragón a la pareja, y que con ese dinero Miguel y Columba emprendieron viaje a San Sebastián, “que está en la costa de Ypuzcoa”, y allí tomaron un barco que les llevó muy lejos de las iras del vengativo y rijoso príncipe Juan. Pero que antes de abandonar Navarra prometieron que volverían cuando ese niño que les había traído la vida de Columba bajo el brazo, reinara próspero y feliz.
Y esto fue escrito el mismo día del nacimiento de Carlos d’Evreux y Trastamara, 29 de mayo, aunque 589 años más tarde, para que todos le recuerden y susurren una oración por su alma, o al menos beban un vaso de buen vino navarro en memoria de quien debió haber sido el mejor gobernante que jamás pisara este reino.
Laus Deo.
© Mikel Zuza Viniegra, 2010