viernes, 4 de junio de 2010

SEÑORA DE MONREAL




Año del Señor 1185.

-Señora del castillo de Monreal, nada menos…

Uno de los más fuertes del reino, pues controla el camino que viene de Aragón y forma parte del sistema de defensa que su padre se ha encargado de modernizar, harto de tener que refugiarse en la agreste fortaleza de Leguin cada vez que al rey de Castilla le da por invadir Navarra.

-Allí al fondo, detrás de aquella montaña donde ahora mismo están construyendo la basílica de San Miguel, está Leguin –piensa la princesa Berenguela mientras se apoya en las almenas que coronan el torreón-. Todas las noches los centinelas encienden la almenara en la cresta de Izaga para indicar al alcaide de Monreal que todo está tranquilo, y para que éste a su vez prenda la suya para que sea vista en Yarnoz, y la de allí en Otano, y ésta en Noain, y finalmente en su palacio de Navarrería, el viejo rey Sancho pueda dormir tranquilo sabiendo que sus dominios están a salvo y en paz.

Ella misma, gracias al artefacto creado a tal efecto por su maestro de ingenios don Manuel de Sagastibelza, la ha encendido muchas veces sin peligro desde que el rey le concedió la lugartenencia de Monreal, buscando tanto igualar su categoría a la de su prometido, Ricardo, conde de Poitiers, como impedir que éste, famoso por sus calaveradas, intentase raptarla en Pamplona para adelantar el matrimonio y mortificar de esa manera al rey de Francia, Felipe Augusto, que quería que el conde cumpliese la palabra de casamiento dada hace tanto tiempo a su hermana Aelis.

Pero Ricardo, al que por su extraordinario arrojo todos conocen ya como “Corazón de León”, no tiene ojos más que para Berenguela desde que la vio bañarse en el embravecido mar que bordea las costas aquitanas, donde a bordo del buque “Unicornio de Betelu”, había ido a representar a la corona navarra. Mas no se dio entonces a conocer, pues venía de sofocar la revuelta de unos villanos, y no la quiso impresionar con sus ropas llenas de sangre.

Berenguela sabe todo esto. Que Ricardo la ama y que su padre la ha apartado de la capital para evitar tentaciones al heredero inglés. Incluso ha dado orden a la guarnición del castillo de Monreal de no dejar pasar a nadie cuyo idioma y porte delate que viene de más allá de Roncesvalles.

Pero la hija de un rey sabio, necesariamente ha de haber heredado tan notable cualidad, y por tanto ha mantenido secretamente el contacto con su enamorado a través de inflamadas cartas llenas de versos que el ilustrado príncipe le hace llegar por los medios más insospechados. Sin embargo hoy espera algo más que poemas, pues Ricardo le ha prometido en su último mensaje que uno de sus amigos más queridos, el trovador Blondel de Nesle, ha partido ya y viaja hacia Monreal para hacerle entrega de un retrato suyo, para que nunca le olvide, igual que él no olvida cuando la vio salir del mar.

Y eso es lo que mantiene preocupada a la princesa, pues el enviado no ha de poder pasar el puente levadizo. Así que a medias con el siempre leal Sagastibelza, ha ideado un sistema de poleas para que el mensajero sea alzado en un cesto atado por una fuerte maroma hasta las habitaciones de Berenguela, que en previsión de tan singular visita se han trasladado a la torre que da cara al pueblo, que por estar situado en lo más fuerte de la peña, no necesita vigilancia alguna.

Y brinca su corazón cuando ve llegar por el camino de Pamplona a un gentil mozo con un laud a su espalda que, atendiendo a las instrucciones enviadas por la princesa, rodea el monte donde se asienta el castillo, entra en la villa, y rápidamente asciende hasta la iglesia, en cuya trasera le está esperando ya don Manuel para ayudarle a meterse en el cesto. Y no muestra el inglés miedo a la aventura, pues explica al ingeniero que por culpa de Ricardo, ya ha perdido la cuenta de las veces en que ha puesto su vida en juego. No obstante, ha de cumplir estrictamente las órdenes del príncipe, así que antes de subir a los cielos, cual profeta Elías en su carro de fuego, afina su laud y canta la contraseña convenida entre ambos futuros esposos. Una canción compuesta por Ricardo que dice así:

-“Jamais un homme prisonnier ne pourra s’exprimer delicatement, sinon tristement; mais, avec vehemence, il peut ecrire une chanson…”

Y como Berenguela ya advirtió a su prometido que no es Navarra tierra de muchos poetas y además Miguel de Zuazu, que era el más inspirado de todos, partió a Jerusalén hace unos meses en pos de una princesa armenia de cuya belleza quedó prendado al oir hablar sobre ella a un peregrino recién retornado, ha tenido la pobre que echar mano de un humilde juglar que pasaba por Monreal, el cual, a indicación de la princesa responde con una tonada escogida para la ocasión por ella misma:

-“Si te quieres casar con las chicas de aquí, te tendrás que venir a Pamplona a vivir, a Pamplona a vivir te tendrás que venir, si te quieres casar con las chicas de aquí…”

Y hechas las presentaciones musicales, comienza maese Sagastibelza a tirar de la soga, y en un periquete se planta don Blondel ante Berenguela, a la que reverencia y besa la mano con esa elegancia y misterio extranjero que tanto subyuga a las mujeres navarras. Y le habla de Ricardo, de sus batallas y de sus gustos, y finalmente extrae de su escarcela un objeto cubierto por fino terciopelo que, al descubrirlo, muestra, según lo que dice el trovador, la vera efigie del conde de Poitiers, retratado un día de mucho sol en sus tierras, y por eso lleva un gorro muy parecido al que suelen utilizar los judíos cuando se sientan a la puerta de sus comercios a tomar el fresco al final de la jornada. Más el cetro que lleva en su mano izquierda delata al futuro monarca, que parece muy apuesto con esa barba tan bien cuidada…

Y dice el volador mensajero que este esmalte dorado es sólo una réplica del verdadero, pues cuando los destinos de Ricardo y Berenguela se unan definitivamente, llegará a Pamplona un retablo entero que maravillará por los siglos de los siglos a quienes lo contemplen, y que esta figura del príncipe que trae ahora para solaz de la infanta, aparece allí también representada, para que nunca se olvide en Navarra que una de sus princesas está casada con el que será el rey más grande de toda la cristiandad.

Y aún trae otro regalo consigo don Blondel, pues ciñe al brazo de Berenguela un galón de pasamanería decorado con muchas cruces de oro y plata que le ha entregado a tal fin la reina doña Leonor de Aquitania, mientras le explica que esa prenda es atributo exclusivo de la dinastía Plantagenet, a la que muy pronto honrará con su inteligencia y belleza.

Y cuando el trovador por fin abandona Monreal, lleva consigo la palabra escrita y jurada por la propia Berenguela de que en cuanto Ricardo se lo pida, ella acudirá a sus brazos. Y como ya se ha echado la noche encima, llega Blondel a la torre de Yarnoz, donde los centinelas se muestran sorprendidos porque el fuego que esta vez flamea en lo alto del castillo de Monreal tiene forma de corazón, y piensa entonces el inglés, no sin razón, que es mucha la habilidad del señor de Sagastibelza, y mucho más todavía el amor de doña Berenguela…


© Mikel Zuza Viniegra, 2010