martes, 1 de noviembre de 2011

DIA DE DIFUNTOS



Palacio real de Sangüesa, 1 de noviembre de 1448

El día 6 hará seis meses ya que murió Agnes, y ha andado todo ese tiempo el príncipe Carlos contristado y meditabundo, como quien siente que ha perdido más de lo que nunca podrá volver a encontrar.

Lee y relee una y otra vez la complaynta que a la princesa dedicó el gran poeta don Pere Torroella:


"Si, oh cruel Muerte, Dios te maldiga, hubieras tú empleado tu saña con tantos millares de gentes cuantas en el mundo inutilmente viven, y hubieras dejado a ésta, que para ejemplo servía...

Mas puesto que tú, que eres del bien la mayor adversaria, has querido perseguirla a ella, alégrate pues, cruel vencedora, por haber obtenido el más noble despojo que jamás tuviste.


Tú has convertido en nada a aquella hermosa persona, proporcionada de tan lindas y acabadas facciones que no obra natural parecía, sino que por un patrón de divinas manos mostraba ser fabricada y compuesta.

Tú has deshecho aquellos movimientos acompañados de tanta gracia que en reir, hablar, pasear y obrar mostraba, observando aquel apacible compás que a los entendidos contenta, pues no solamente festejando agradaba, sino que contrariando placía.

Y lugar, manera y tiempo en todas sus obras guardando, era la conversación suya tan convincente, que hablar con ella sin dejar la voluntad a sus pies era casi imposible..."

Y ha de detener don Carlos la lectura porque sus lágrimas amenazan con emborronar la tinta en la que van escritas todas aquellas certezas. Y es hora ya de dar las órdenes pertinentes, pues la noche se acerca y justo es intentar llevar a buen fin el plan que lleva meses preparando. Y es que no ha de conformarse con llevar flores a la tumba donde yace su esposa en la catedral de Pamplona, sino que ha decidido ofrendarle lo que ella siempre quiso: una Navarra en paz.

Y ha recuperado para ello el príncipe un proyecto de su bisabuelo don Carlos II, de honorable aunque muy belicosa memoria. Y por ser de carácter tan guerrero aquel rey, decidió poner en marcha la fabricación de una serie de impresionantes proyectiles , con los que amenazar las vidas y las haciendas de sus enemigos los reyes de Francia y de Castilla. Y es cierto que alguno de esos ingenios llegó a alcanzar la villa de Pau al norte, y la de Agreda al sur, aunque por no dar más fama aún a monarca tan notable, no quisieron los cronistas de aquellos reinos reconocerle tan extraordinario mérito aeronáutico.

Afortunadamente ni su hijo Carlos III, ni su nieta Blanca I, quisieron seguir adelante con aquella locura que ahora parece haber sorbido el seso del príncipe de Viana, pues son sus mandatos bien claros y taxativos:

"Llévese toda la pólvora que atesoren las santabarbaras de los cien castillos que defienden Navarra hasta el lugar muy bien bautizado por don César de Oroz como Cabo Gabarderal. Et aillí, vuelvan a juntarse las piezas abandonadas por mis antecesores para formar un artefacto volador tan grande como nunca se haya visto.

Y ocúpese de ello el leal Sagastibelza, cuyos ancestros ya lo hicieron también en su tiempo. Y todos los que le ayuden en este empeño, sepan que pertenecen desde este mismo momento a la NA-SA, la "NAvarra-SAgastibelza", pues muy justo es retribuir las cualidades de los que trabajan bien. Y todos llevarán en su jubón, para que no haya confusión posible, un escudo con mis armas de Evreux muy bien acordadas. Oséase: con su sembrado de flores de lis y su banda de gules y plata..."




Y es de ver como van llegando con mucho cuidado los barriles solicitados. Lo mismo desde las lejanas fortalezas de Maya, Rocabruna, Garaño, Buradón, Resa o Mirapeix, que desde las más cercanas de Irulegi, Leguin, Rocaforte, Burgui o Peña, hasta que efectivamente no queda en todo el reino otro resto de aquella negra munición, más que el que allí se concentra alrededor del ingenio. Y ha ordenado don Carlos que se disponga en su interior una plancha de gran tamaño, que lleva punteado y bien relleno de detonante un dibujo que sólo él conoce, pues muy secretamente encargó al mejor artista de la corte que así se hiciese.

Y ha subido el príncipe a lo más alto de la torre de Santa María, que es la más alta y galana de la villa. Y llegado el momento del lanzamiento, mueve a derecha e izquierda un farol encendido para que sea su luz vista en cada atalaya de vigilancia de camino que lleva a Gabarderal. Y llegado allí el aviso, prende Sagastibelza la mecha cuya duración él mismo ha calculado teniendo en cuenta la prudencia y lo ordenado por don Carlos: que sea Hamar el primer jalón de la cuenta, por ser además de número en el viejo idioma de los navarros, descripción muy atinada de lo que sentía por doña Agnes en lengua romanzada.

Y así pues va contando hacia atrás el ingeniero: hamar, bederatzi, zortzi, zazpi, sei, bortz, lau, hiru, bi, bat. Y cuando llega al final, se produce un tal estallido que es como si se hubieran abierto de par en par las puertas del Infierno, mas cuando se va desvaneciendo la humareda, pueden ver todos ascender el cohete como una flecha lanzada directamente hacia los astros.

Y ha elegido el príncipe esta fecha por ser la del cuarto creciente, de tal forma que cuando el artilugio estalla en lo más alto del firmamento, la pólvora que sale únicamente por los agujeros de la acondicionada lámina va formando en los cielos el retrato de la princesa. Y es como si la luna replicara la diadema de plata que Agnes solía llevar sobre su cabeza.




Y llora don Carlos al volver a verla, pero está también reconfortado, pues habiendo hecho arder toda la pólvora del reino, cree cumplida la palabra que dio a su esposa de mantener a Navarra siempre en paz. Y antes de que se apaguen todas aquellas luces que iluminan ahora el Cosmos, saca de nuevo el poema mencionado y lee:

"Doléos pues, virtuoso príncipe, como poseedor de tan singular don, del que habéis sido desposeido ahora sin esperanza de recobrarlo, y quedad desolado de una compañía tan a vuestros placeres dispuesta, a vuestras condiciones conforme y a vuestro bien conveniente..."

© Mikel Zuza Viniegra, 2011