Pocos entre los visitantes y aun entre los propios feligreses de la iglesia de San Cernin de Pamplona reparan hoy día en una oscura capilla lateral a la izquierda del altar mayor, pero en ella tuvo lugar uno de los más grandes milagros de los que en este reino de Navarra nos haya quedado constancia.
Aunque la parquedad de los registros de la obrería no nos permiten aquilatar todo el misterio que tal caso encerró, pero justamente esa sobriedad contable es la que acredita la veracidad de esta historia, que a pesar de permanecer olvidada, sacudió en su tiempo la tranquila existencia de las gentes del viejo burgo.
Efectivamente, en el libro correspondiente al año 1737, que se custodia en el archivo parroquial, una breve nota del día dos de noviembre atestigüa:
"Se debieron componer los adornos y columnas del retablo de las Benditas Ánimas del Purgatorio, que por haber sido sagrado escenario del inconmensurable milagro con que Nuestro Señor quiso cumplir la primera de las Obras de Misericordia, que es dar de comer al hambriento, habían quedado muy deslucidas."
Al erudito sacerdote don Mariano Arigita, en su obra sobre los priores de la catedral, publicada en 1906, ya le llamó mucho la atención esa anotación tan extraordinaria, pero tras hacer muchas averiguaciones, tuvo que acabar desistiendo de encontrar el quid de esta extrañísima cuestión, que con el tiempo pasó a convertirse en tema de chanza entre investigadores de los más variados campos de la Historia.
Hasta que hace apenas dos años, cuando se procedía a embalar la ingente cantidad de volumenes custodiada en la antigua Biblioteca General de Navarra, sita en la plaza de San Francisco, para su traslado a la nueva sede de Mendebaldea, al remover los fondos más antigüos de tema religioso, de un grueso volumen de la Summa Theologica de Santo Tomás resbaló un opúsculo o folleto impreso en 1753 que llevaba por título: "Maravillas y portentos que la Divina Providencia ha hecho brotar en este reyno de Navarra desde que el venerable mártir san Saturnino trajo por primera vez su Palabra a estos dominios."
Y desde luego que su autor, el capuchino fray Carlos de Uestarroz [sic.] no reparó en el acopio de todos los fenómenos sacros que desde aquellos remotísimos tiempos habían acaecido en esta Diócesis de Pamplona. Y todo indica que esta joya bibliográfica de la que nos estamos ocupando era sólamente el índice de otra más amplia a la que nuestro fraile debió dedicar buena parte de su vida.
Esperando que alguna vez aparezca en el mercado de los libros de viejo una obra tan singular, no nos queda sino volver a tratar del asombroso caso que dió origen a este artículo. Y es que De Uestarroz nos desvela en pocas palabras lo acontecido en esa capilla de San Cernin...
"...Fue aquel año de 1737 de tal sequía, que ni los más viejos del lugar recordaban una igual. Los muchos meses transcurridos sin llover provocaron tal ruina al común de la población, que las calles de la capital se llenaron de menesterosos que no tenían qué llevar a la boca de sus familias. Por si esto fuera poco, al durísimo verano sucedió un otoño de frío crudelísimo, que provocó el paso a mejor vida de muchas de aquellas pobres almas. El Ayuntamiento encendía en todas las plazas y belenas hogueras nocturnas, para que al menos pudieran calentarse, pero al poco comenzó a escasear la leña, pues la necesidad era tanta que hasta la Taconera fue quedándose sin árboles de porte, hasta que no hubo más remedio que prohibir la tala incontrolada, y fueron así proscritas también las hogueras, con lo que los hielos y la escarcha volvieron a enseñorearse de las calles de Pamplona.
Mas como el pastor no olvida nunca a sus ovejas, así Nuestro Señor socorre a todo aquel que se lo pide, y por eso una noche en la que María de Lizaso, natural de la villa de Oricain, creyó llegada su hora postrera, acertó a entrar en la parroquia dicha de San Cernin, que a aquellas horas de la madrugada permanecía desierta. Y allí, no teniendo fuerzas ya ni para acercarse al presbiterio, cayó desmayada y dispuesta a morir en la capilla de las Ánimas Benditas, que entre las llamas del Purgatorio esperan a que los buenos cristianos liberen sus almas con oraciones o con limosnas.
Y cuando despertó el sacristán para tocar las campanas que llaman a la misa del alba, lo que vio le hizo correr a buscar al párroco, y ambos tuvieron que caer de rodillas al contemplar como esas mismas llamas representadas en la madera del retablo, iluminaban con más ansia y daban más calor que cualquier hoguera hecha por los hombres, y que a su vera, la sobredicha María de Lizaso recuperaba la salud y aún obtenía de aquellas imágenes talladas pero vivas, todo un cargamento de pan recién horneado, que toda la nave del templo estaba aromatizada como lo están las panaderías más surtidas. Y era aquél sin duda pan hecho por ángeles, que dio de comer a la hambrienta población de la villa hasta que las generosas lluvias que a este prodigio sucedieron, hicieron germinar las resecas semillas para convertirse en espigas de abundante grano.
Y todo esto fue asegurado ante notario por el párroco don Alberto de Elizalde y por el sacristán don César de Ollo. La dicha María de Lizaso, por no saber escribir, puso una miga que de aquél festín bendito le había sobrado, y es fama que no se endurece aquel pan, ni el moho puede anidar nunca en él..."
Una pronta edición crítica de este singular folleto sin duda permitirá a los investigadores aportar más luz sobre tan gastronómico milagro. Mientras tanto, no estará de más recordar que una pequeña oración saca del Purgatorio a varios cientos de Ánimas Benditas...
© Mikel Zuza Viniegra, 2011