domingo, 11 de marzo de 2012

LA ÚLTIMA CARTA

Tafalla, 11 de marzo de 1471

Puede que os sorprenda recibir esta carta, señor conde de Lerín, sobre todo ahora que el trabajo que me encomendásteis puede darse definitivamente por fracasado y yo mismo vuelvo a ser un proscrito. Tomáosla como la última explicación que un soldado como yo debe a su superior, aunque sospecho que vos mismo conocéis más claves de esta asunto que yo...

Porque recordad que fuisteis vos quien me sacó de la mazmorra más oscura del castillo de Peña, que es la penitenciaría más inexpugnable de todo el reino. Me dijísteis que necesitábais a alguien de mis características: a quien nadie echase de menos y que además cumpliese el requisito de haber nacido agramontés, aunque ahora sirviese a sus mortales enemigos los beaumonteses. Y yo cumplía indudablemente todos esos requisitos, pues nací en una familia noble de la muy agramontesa ciudad de Tudela, de donde tuve que escapar a uña de caballo por una falsa acusación de asesinato con la que intentaron camuflar una querella en la que yo sólo ejercí mi derecho a la defensa propia.



Crucé las lineas y llegué hasta Pamplona, donde para poder subsistir tuve que enrolarme en vuestras tropas, para las que llegué a desarrollar misiones auténticamente suicidas contra mis antiguos correligionarios y parientes. Hasta me enviáisteis a la Aquitania inglesa, donde adquirí las sucias costumbres que practico desde entonces. Sobre todo una desmedida afición al licor que aquellos señores destilan en sus islas, a su entretenídisimo juego de naipes basado en las combinaciones entre reyes y ases, y a utilizar siempre juramentos e imprecaciones en su extraña lengua, y no en la mía propia.

Hasta que las denuncias por mis métodos un tanto expeditivos sumaron tantas resmas de papel que uno de vuestros capitanes decidió dejarme pudrir en la fortaleza a la que vos vinistéis a buscarme. Y lo que me propusísteis sonaba ciertamente absurdo: que aceptase buscar el oro de los agramonteses, aquél que supuestamente el rey Juan II había hecho llevar al castillo de Laguardia -que no pertenece a Navarra desde hace casi veinte años-, para pagar con él a las tropas que se enfrentarían al príncipe de Viana. Os confieso que ya había oído alguna vez esa vieja leyenda, que creía tan inventada como falsa. Pero era mi ocasión para salir de aquella condenada prisión, y no la desaproveché.

Con los pocos fondos de los que me proveisteis hice venir desde el norte a dos viejos amigos para que me ayudaran: el minero Jimmy Amaiur y el cazador Red-ín.



Y es que no sería asunto fácil burlar a las patrullas del gobernador castellano para llegar hasta donde supuestamente se ocultaba aquel tesoro. Eso sin contar con las bandas de desertores agramonteses que infestaban la frontera. Pero causando a nuestro paso más muertes que una epidemia de peste, conseguimos llegar al cementerio que según vos ocultaba la tumba donde se escondía vuestro ansiado oro...

Os hayan contado lo que os hayan contado, os doy mi palabra de oficial de que allí no había absolutamente nada. Quizás lo hubo en algún momento, pero por lo que yo yo he podido llegar a saber, se lo llevó el capítán Cintruénigo, un agente del propio rey Juan II, que una vez más volvió a engañar a todos, "robándose" a sí mismo un dinero que al fin y al cabo no le pertenecía a él, sino a la esquilmada Navarra. Así me lo contó dicho capitán con mi espada puesta sobre su cuello. Comprenderéis que con todo lo mal que lo habíamos pasado, procediéramos a confiscarle la parte de aquella fortuna que el desgraciado había obtenido por su participación en semejante estratagema.

Gracias a ello mis amigos y yo podemos ahora pensar en un bonito y cómodo futuro, del que no me molesta adelantaros algo, en la confianza de que, si sabéis lo que os conviene, no mandaréis a ninguno de vuestros perros tras nuestra pista. Hace mucho tiempo que no voy por Tafalla, y acaban de llegarme noticias de que una buena amiga mía llamada Zaranda Pearl, está actuando allí en un tugurio llamado "La Huesera". Tenemos algo pendiente ella y yo. Y aunque Jimmy dice que ella volverá a mascar y escupir luego mi corazón como si fuera un trozo de tabaco, convendreís conmigo en que no hay ningún otro tipo de mujer por el que merezca la pena arriesgarlo todo...



So long, Beaumonteko Jauna.

Firmado:

Teniente del 7º de caballería, Mikel Doneztebe Lekunberry


Y esto fue escrito al día siguiente de la muerte del señor Jean Giraud, el más importante maestro dibujante que hayan visto los ojos de este cronista, que le debe muchos ratos de felicidad y entretenimiento.
Merci pour tout, Gir.

© Mikel Zuza Viniegra, 2012