domingo, 25 de marzo de 2012

BIBLIOTE KID


Lauda sepulcral de Sancho III en San Isidoro de León

Toki-l-Agua, a las afueras de Pamplona, 25 de marzo de 1003

-Es un honor recibir a todo un magnate como vos en mi humilde morada, señor don Sancho de Berriosuso.

-Y tan humilde, señor de Ilargi. No sé cómo podéis haberos hecho a vivir en esta choza. Precisamente vos, tan habituado a las comodidades palaciegas...

-Esta es mi tierra y mi casa, y en ellas tengo todo lo que necesito, señor: una mesa para escribir, y una silla para leer los diezlibros que forman mi biblioteca.

-¿Diez libros? Más de los que guardo en mi torre, y desde luego muchos más de los que poseen los nobles más importantes del reino en sus casas...

-Bueno, es cosa sabida que vuestra clase nunca se ha caracterizado por su bibliofilia. Por eso me extraña también vuestra presencia aquí, sabiendo como sabéis que fui apartado para siempre de la corte del rey don García, a pesar de ser reconocido por todos como el mejor bibliotecario que había en sus dominios...

-Claro que lo sé. Y sé también que el motivo que se hizo público para expulsaros: que aprovechándoos de vuestro cargo habíaís robado varios tratados de la biblioteca del monasterio de Leyre, fue completamente falso, y que lo que realmente ocurrió es que los salvásteis del ansia purificadora de su abad, que quería quemarlos para aplastar no sé qué supuesta blasfemia que en ellos decía que se encerraba...

-A aquel acémila todos los libros le parecían blasfemos. Es lo que pasa por elegir para el mando a alguien sin luz en su entendimiento.

-Pienso igual que vos, y por eso estoy aquí. Debéis saber que el rey don García está cada vez más enfermo, y que no cabe duda de que muy pronto traspasará la frontera entre este mundo y el otro. Lo heredará su hijo Sancho, un muchacho de apenas diez años al que todos querrán gobernar.

-Y vos y el resto de nobles también, claro está...

-¿Qué preferís, que le ayudemos a regir Pamplona nosotros, o que caiga en manos de los mismos clérigos que os han condenado a malvivir en esta pocilga?

-¿Pero qué es lo que puedo hacer yo? No soy un guerrero...

-Hay muchos tipos de lucha, señor de Ilargi. Se ha convocado una competencia para cubrir un puesto de nueva creación: el de bibliotecario real. De sobra sabéis que quien tiene el conocimiento, tiene el poder. Si conseguimos que al joven príncipe Sancho le aconseje un sabio que no dependa de ninguna intrigante autoridad eclesiástica, estoy convencido de que una nueva era de luz se abrirá para nuestra tierra. Pero a vos no os dejarán presentaros, así que quiero pediros que transmitáis todos vuestros conocimientos a alguien que pueda enfrentarse con garantías de éxito a los representantes de los grandes monasterios del reino.

-¿Y habíais pensado en...?

-En mi hijo Daniel, que es muchacho despierto y conoce bien las letras y las ciencias. Y le gustan los libros mucho más que las espadas. Por eso estoy seguro de que con vuestro magisterio podrá alcanzar la sagacidad de aquellos señores griegos y romanos cuya sabiduría aún nos asombra. Tenéis cinco meses hasta el día fijado para el concurso...

-La verdad es que me seduce la idea de vengarme de todos esos que llevan hábito de monje, pero no practican ninguno de los preceptos establecidos por la regla de San Benito, especialmente el de la humildad... Acepto vuestra proposición con el convencimiento de que no existen malos alumnos, sólo malos profesores. Así pues, joven Daniel Sanz de Berriosuso: ¿estás dispuesto a estudiar duramente bajo mi supervisión durante el tiempo que resta hasta la competición bibliotecaria?

-Sí. Y estoy convencido de que con vuestra ayuda lograré el premio. ¿Puedo llamaros Ilargi jauna?

-Baaaai!, Daniel Sanz. Nos queda mucho trabajo por delante para vencer a rivales tan poderosos como los novicios de los principales monasterios. Es a saber, los de San Zacarías de Zilbeti, San Salvador de Leyre y Santa María de Irache en Pamplona, los de San Martín de Albelda y de San Millán de la Cogolla en las tierras al otro lado del Ebro, y los de San Juan de la Peña y de Santa Cruz de la Serós en Aragón. No perdamos más tiempo, y empecemos desde el principio, o lo que es lo mismo: por la propia elaboración de los libros, Daniel Sanz. Ahí, en el cobertizo, tienes todas esas pieles de oveja listas para ser sumergidas en una solución de cal que ayude a desprenderlas luego de su vellón. Y para eso hay que rasparlas y pulirlas con mucha dedicación, pues dependiendo de la edad que tuviese la res, así será luego la calidad del pergamino. Si era joven, lujosa vitela es lo que obtendrás tras tu duro trabajo, que durará muchos días. Así que ya sabes: "mano derecha, raspar vitela; mano izquierda, pulir vitela..."

-Mucho me ha complacido tu desempeño en este trance, Daniel Sanz, y sin duda habrás fortalecido tus brazos preparando las hojas que luego formarán los gruesos volúmenes que deberás manejar. Y por eso ahora entrenaremos tu equilibrio, pues ya se sabe que "si equilibrio bueno, bibliotecario bueno". Sube a esa escalera de tijera y estira tus brazos en cruz. Colocaré sobre ellos todos los tomos que forman las obras completas del filósofo don García de Bacca, y tú habrás de soportar su peso sin dejar que ni uno solo de ellos caiga al suelo. Pero únicamente podrás apoyarte en una pierna, lo cual servirá para recordarte que es el oficio de bibliotecario empleo muy sacrificado, y deberás pues levantar la otra como hacen las grullas en los ríos.

El golpe de la grulla, en versión de Dave Hopkins


Si consigues dominar tal técnica, no habrá enciclopedia que no puedas levantar, y ni siquiera las muy pesadas Etimologías de San Isidoro se resistirán a tu impulso, que te permitirá ordenar raudamente todas las estanterías que tengas a tu disposición...

-Bravo, Daniel Sanz, has cumplido también con generoso esfuerzo esta difícil encomienda, así que ahora convendrá que prestemos atención al lugar que debe custodiar la colección, y para ello nada mejor que seguir al pie de la letra los diez claras mandamientos del famoso arquitecto sajón dominus Faulkner Brown, que ahora mismo te entrego. Aprendételos bien, que yo iré preguntándotelos durante las próximas semanas...

-¿Cuál es entonces el cuarto mandamiento, Daniel Sanz?

-Una biblioteca debe ser extensible, pues es exactamente igual que un organismo vrvo, o crece o muere. Extensible quiere decir por tanto que el edificio ha de estar diseñado de tal manera que pueda crecer, Ilargi jauna.

-¿Y el sexto?

-¡No cometerás actos impuros!

-¿En una biblioteca? Definitivamente Daniel Sanz es o demasiado ingenuo o demasiado atrevido. Si se trata del segundo caso, le recomiendo que acuda a la sección marcada por el venerable fray Dewey de York con el número 613.88. Aunque me temo que las prácticas sean para estos asuntos mucho más importantes que la teoría...
Pero no, mi ofuscado adolescente, a lo que yo me refería con mi pregunta es a que una biblioteca debe estar organizada, de modo que permita el acercamiento entre
libros y lectores. Claro que si después se da también el acercamiento entre lectoras y lectores, no veo tampoco el perjuicio por ningún lado...

Y muchas más cosas aprendió Daniel Sanz del señor Ilargi. Por ejemplo que Antuerpia era una noble ciudad del reino de Bélgica, y no una invención literaria de algún monje malencarado, también el nombre de todos los ganadores del "Premio Planata", así llamado porque todos los científicos saben que la Tierra es plana, y no redonda como empiezan a defender ahora algunos insensatos, y sobre todo se instruyó en el arte de administrar una biblioteca con muy poco dinero, que es el gremio bibliotecario orden perpetuamente mendicante...

Y cuando llegó la fecha de la competición, aventajaba Daniel Sanz en conocimientos a monseñor Manuel Carrión, a la abadesa doña Natalia Orera, y hasta al Santo Padre Marc XXI, que pasaban en su tiempo por ser los más prestigiosos tratadistas. Y con esa seguridad se enfrentó en primer lugar al hermano Ismael de Zilbeti, a quien derrotó por no perder el tiempo escribiendo en los tejuelos cifras larguísimas, sino tan sólo los tres primeros números, que son suficientemente indicativos la mayor parte de las veces. Y venció después a doña Mencía de Santa Cruz de la Serós, que enfrascada en consignar exactamente la materia de la que trata cada libro, no reparó en que el tiempo asignado para tal menester se le agotaba, como fehacientemente marcaron los últimos granos de arena en reloj de los examinadores. Y llegó así el día de la gran final, en la que tuvo que vérselas con la torva figura de Malaquías de Cemborain, el protegido del abad de Leyre, dominus Jorge de Burgui, viejo conocido del señor Ilargi...

-Vuestro mozalbete no tiene nada que hacer contra el mío. ¿Qué podría haber aprendido al fin y al cabo de un mísero ladrón de libros como vos?

-Al menos que es mejor robarlos para poder así asegurar que otros los lean, que no quemarlos, y mantener en la ignorancia a quienes jamás podrán ya instruirse con ellos.

-Entiendo. Lo que vos queréis es que se extienda el libertinaje por todo el reino de Pamplona...

-Vos y los que son como vos, tendéis a confundir siempre libertad con libertinaje, y encadenais los libros a las estanterías con la excusa de que nadie los robe, cuando en realidad lo que pretendéis es que no salgan nunca de vuestro control. Pero no prevaleceréis en tan imposible empeño, y aunque cueste generaciones derrotaros, llegará el tiempo en que habrá tantos libros en el mundo como pájaros en el cielo.

-¡Ilusiones, vanas fantasías vuestras! ¡Os juro que mi halcón desplumará a vuestra grulla!

-¡Que se acerquen los dos contendientes, y que recuerden que salirse de las normas marcadas por la IFLA supondrá su inmediata descalificación!

-¡No eres nadie, Berriosuso, y tu maestro menos que nadie, sólo un ratón de biblioteca a punto de ser devorado por un gato demasiado grande para él!

-¡Deberán colocar perfectamente ordenados en la estantería todos los libros que ven sobre la mesa! ¡Tiempo!

-¡Toma, Berriosuso, éste tan lígero te conviene!

-¡Advertencia de castigo para Malaquías de Cemborain por haber dejado caer sobre la mano derecha de Daniel Sanz de Berriosuso el libro de los XXV años de la película Tasio!

-¿Qué te pasa, nene, te duele la mano? ¡Aquí encontrarás remedio!

-¡Punto de castigo para Malaquías por haber dejado caer el Manual Merck sobre la mano izquierda de su oponente!

-¡No puedo con él, Ilargi jauna! ¡Tengo miedo, quiero irme a una tranquila biblioteca de convento!

-Escucha, Daniel Sanz: "¡bien perder ante adversario, mal perder ante miedo!"

-¿Y qué queréis que le haga? ¡Tengo miedo!

-Daniel Sanz: concentra, enfoca fuerza. Tus mejores conocimientos bibliotecarios aún dentro de ti. ¿Recuerdas las leyes dos y tres del santón hindú Ranganathan?

-Sí: "a cada lector su libro, a cada libro su lector".

-Entonces derrótalos con sus propias armas. ¡Arrójale encima las interminables colecciones de libros eclesiásticos que tanto sitio ocupan en las bibliotecas: los 33tomos del Catálogo del Archivo Diocesano de Pamplona, y añádele también los 11 de la Historia de los obispos de Pamplona...!

-Estás definitivamente derrotado, Malaquías, así que tomate este último libro como una propina personal de Daniel Sanz de Berriosuso: el inmanejable y enorme libro de casi una vara de largo: "M100guel : 1910-2010, 100 años de Miguel Hernández". Si tienes el buen gusto de abrirlo, podrás refrenar tu soberbia y la de tu propio maestro meditando sobre estos versos:

"...Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos en mi reino,
hoy descarga en mi pecho el desaliento..
."

-¡Hemos ganado, Ilargi jauna!

-Baaaai, Daniel Sanz. Pero de nada habrá servido tu victoria si acabas actuando igual que tus adversarios. No olvides nunca que: "ambición sin conocimiento ser como barco varado en tierra firme". Aconseja con tino al príncipe Sancho, y no dejes nunca que haga demasiado caso ni a los nobles ni a los clérigos, pues sólo si se mantiene cercano al pueblo podrá llegar a ser el Mayor rey que nunca hayamos tenido...



Es más sencillo de lo que parece. Sólo es cuestión de entrenar...

Dedicado al muy ilustre, paciente y abnegado gremio
formado por las bibliotecarias y bibliotecarios de Navarra.

© Mikel Zuza Viniegra, 2012