miércoles, 13 de enero de 2016

LA GUERRA DE LOS LAZOS


El 7 de septiembre de 1425 falleció el anciano rey Carlos III, que por sus hechos mereció el sobrenombre de "Noble".

La noticia llegó inmediatamente a Araciel (despoblado cercano a Corella, y campamento donde su yerno, el infante Juan, estaba reunido con su hermano el rey de Aragón, Alfonso V, preparando la enésima campaña contra Castilla), y el nuevo rey de Navarra procedió a encerrarse en su tienda en espera de que le fuesen enviadas por su esposa, la reina propietaria Blanca, las insignias regias que le conferirían su nueva condición.

Cuando llegaron el pendón de Navarra y las sobrevestes reales, montó a caballo junto con su hermano, y ambos recorrieron el campo, precedidos por sus alféreces, mientras el rey de armas clamaba en alta voz: "¡Real, real, por el rey don Juan de Navarra e por la reina doña Blanca su mujer!". Según los cronistas castellanos, no se hallaba presente ningún hombre de estado de Navarra "aunque se estaba dentro del reino y tuvieron tiempo para venir. E diz que se hizo así a sabiendas, porque según sus Fueros e costumbres, non le habían de alzar por rey hasta que primeramente jurase los privilegios del reino en cierto lugar, e en cierta forma..."

Por su parte, los navarros hicieron otra solemnidad semejante en Olite a la reina doña Blanca. Comenta el padre Alesón en los Anales de Navarra, que "estas aclamaciones separadas, y la del rey hecha en campamento de ejército extranjero, pudieron ser anuncio de las divisiones y guerras, más que civiles, que después hubo entre el rey y su hijo don Carlos, nacido ya en este matrimonio".

Apenas celebrados los funerales por su suegro, el nuevo rey de Navarra volvió a su única preocupación: sus dominios en Castilla. Quedó doña Blanca como gobernante exclusiva de Navarra, como su señora natural que era. Nuevamente los cronistas castellanos nos dan la explicación de su funesto comportamiento: "y es que tenía don Juan en mucha más estima lo que en Castilla poseía que todo el reino de Navarra e incluso que lo que tenía en Aragón...".

De esta forma, la política castellana de don Juan acabaría arrastrando a la pacífica Navarra a luchas totalmente ajenas a sus intereses, y acabaría provocando la guerra civil que, con el tiempo, acarrearía la perdida de la independencia y el fin del reino.

Pasaron cuatro años, y sus continuas intrigas en Castilla no le permitieron siquiera acercarse a Navarra para ser coronado, hasta que en abril de 1429 fue conminado por las Cortes a que regresara de una vez para poder llevar a cabo la ceremonia, que finalmente tuvo lugar el 18 de mayo de ese mismo año. Los Tres Estados juraron como rey a don Juan "por el derecho que a vos pertenesce por causa de la reina donna Blanca, nuestra reina y seinnora, propietaria del dicho regno de Navarra", y a doña Blanca como "nuestra reina et seinnora natural", remarcando de ese modo que el aragonés no era más que un extranjero sin más derecho en Navarra que el le otorgaba su condición de príncipe consorte.

Tampoco esta vez permaneció mucho en su reino, pues la guerra en Castilla había rebrotado con una violencia tal que esta vez amenazaba las fronteras de Navarra, cuyo tesoro había ido dilapidando en sus conflictos personales en los últimos cinco años, hasta el punto de que ahora las arcas estaban completamente exhaustas. Aunque le quedaba todavía algo por rapiñar: las joyas de su esposa, la reina doña Blanca...

El 26 de mayo (es decir: apenas una semana después de la coronación) el rey de Navarra dio poderes a su consejero Rodrigo de Villalpando para vender joyas, vasos de  oro y plata y piedras preciosas, que se venderían en Barcelona o donde hubiese compradores.


El insigne historiador José María Lacarra nos aclara -como siempre- lo sucedido: "sin duda estas joyas eran propiedad de la reina, y el rey había dispuesto de ellas sin su conocimiento. Al día siguiente ésta, sumisa, y sin duda coaccionada, dio orden a sus procuradores para que así se hiciera, ante las urgentes necesidades del rey". En Barcelona se vendieron una imagen de oro de San Pablo y otras de Santa Catalina y San Pedro con diadema de zafiros y perlas, un libro y una espada también con piedras preciosas.





El reino de Navarra perdió de esa manera "la más rica capilla de luces e imágenes de oro, con muy rica pedrería, cálices y ornamentos que príncipe del mundo tuviese", y de la vajilla se decía también que era "la más rica que príncipe de cristianos hubiese tenido".

Pero no sólo eso, pues las Cortes ordenaron recoger toda la plata de las iglesias, de los legos y de los judíos, para darla en préstamo a mercaderes de Pamplona, y obtener dinero de esa manera para resistir a los castellanos. La reina apoyó así a su marido en una guerra impopular -pues nada se le había perdido a Navarra en Castilla- pero en la que era preciso resistir -afirmaba ella misma- "et pugnar por la honor de nuestra Real Corona de Navarra".




Así pues, son incontables las obras de arte que por la rapiña de don Juan se perdieron para siempre, y revalorizan aún más las contadísimas que de aquél periodo nos quedan en Navarra, como el relicario del Santo Sepulcro de la catedral de Pamplona -que ya se había salvado a su vez del asedio francés a la Navarrería del año 1276-, el de San Saturnino en San Cernin de Pamplona o el cáliz de Ujué. Esto es algo que también tenemos que "agradecer" los navarros a ese rey usurpador que aún hoy en día muchos necios se empeñan en reivindicar, como dechado de inteligencia y de virtudes políticas. ¡Pobre Navarra!

Había entre todas esas joyas de orfebrería que el rey malvendió una muy especial, pues había sido realizada bajo las indicaciones personales de Carlos III el Noble para que fuese el ornamento principal de la capilla de San Jorge en su palacio de Olite. Se trataba de una cruz de plata maciza con muchas perlas, zafiros y rubíes engastados en ella, que medía casi un metro de alto. Por ser la que presidía ese regio espacio, los estudiosos del arte medieval la denominan "Cruz de Olite" cuando tratan sobre ella.

Esta que adjunto es una pobre recreación moderna de cómo debió ser, pues la única -y parca- descripción que de ella tenemos es la recogida en el registro de Comptos nº 268 del año 1402, a través del recibo de pago al argentero Pierre de Saintcler "por una gran cruz de plata para la capilla del señor rey, hecha al modo y manera de su divisa de los lazos". Otra escueta mención a esta emblemática pieza es la que la reina en persona rubrica en  otro registro de comptos, rogando a los procuradores de su marido que no la hagan fundir, "en atención a haver sido fecha por su padre, el muy reduptable y poderoso señor don Carlos". Resulta evidente que no se atendió su petición, pues al fin y al cabo tanto los procuradores como el propio rey don Juan eran extranjeros, y nada podía decirles ni importarles la divisa regia del lazo triple.

Así debió ser la Cruz de Olite:

Recreación moderna de la Cruz de Olite. Año 1402
Que varios años después el recuerdo de esa hermosa joya seguía grabado a fuego en el imaginario de la familia real de Navarra -posiblemente como símbolo de una edad dorada que ya no se volvería a alcanzar jamás- nos lo hace conocer el cronista aragonés Zurita, cuando al tratar de la batalla de Aibar, que el 23 de octubre de 1451 enfrentó a don Juan contra su hijo don Carlos, nos dice que "el alférez del príncipe llevaba el estandarte de Navarra bordado con la cruz que dicen de Olite, que su padre había hecho fundir veinte años antes con ocasión de la guerra contra Castilla". Con la utilización de ese símbolo quería el príncipe subrayar que era él el rey legítimo de Navarra, y que su padre no era más que un usurpador.

Recreación del estandarte del príncipe de Viana en la batalla de Aibar (1451)
Quizá sea buen momento para recordar que, en aquella época, el lazo triple adoptado como divisa por el rey Carlos III el Noble, y que después de él emplearon también sus legítimos descendientes doña Blanca y don Carlos, príncipe de Viana, representaba a la Santísima Trinidad, y por extensión la figura de Dios, que al igual que este lazo que nos ocupa, no tiene tampoco principio ni fin.

Sombra del Lazo Triple de los Evreux en la torre de la Joyosa Guarda del palacio de Olite
Por tanto el Príncipe de Viana se acogió a la protección divina al emplear la divisa de su dinastía. Mientras que podemos establecer, puesto que sabemos que don Juan usurpó también las divisas reales de su suegro, incluso en la citada batalla de Aibar, que el rey invocó a otras potencias que no tienen nada que ver con las moradas celestiales para vencer a su hijo:

666


¿Y recordáis el capítulo XIII, versículo XVIII del Apocalipsis de San Juan?:

"Pues aquí está la sabiduría. Quien sea inteligente calcule el número de la bestia, pues es el número de un hombre. Y ese número es 666".

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© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016