En mi penúltima crónica os hablaba de la cantidad de obras de arte que debieron perderse en la guerra contra Castilla en la que Juan II metió a Navarra el año 1430 (incluidas las joyas de la propia reina doña Blanca), y de cómo esa y otras muchas calamidades posteriores refuerzan aún más el valor de las pocas -para las que sabemos que existieron- que han llegado a nuestros días.
Pero muy de cuando en cuando una de ellas vuelve desde el pasado para maravillarnos con su perfección, haciéndonos soñar -aunque sea fugazmente- con el poder que posee la belleza para derrotar a la barbarie.
Es cierto que yo ya había hablado -a mi manera- algo sobre esta pieza tan hermosa en una de mis historias: http://cronicasirreales.blogspot.com.es/search/label/ESCOLAR , y que lo hice empleando los datos que obtuve en el siempre interesante blog que sobre la historia de su ciudad mantiene el estellés Javier Hermoso de Mendoza: http://www.sasua.net/estella/articulo.asp?f=santaclara
En esa entrada se hacía un exhaustivo recorrido de la trayectoria del extinguido monasterio de Santa Clara, y entre otras muchas cosas se comentaba la relación entre la monarquía navarra y ese convento situado en los Llanos, donde unas cuantas princesas del siglo XIV aprendieron a leer y a escribir, entre ellas la joven Blanca, que con el tiempo llegaría a convertirse en reina.
De esa estrecha y regia relación presumían las siempre necesitadas monjas aún en pleno siglo XVII, cuando la vieja fábrica estaba tan desvencijada, que elevaron un memorial a Felipe V de Navarra (III de España) pidiéndole socorro económico. Ayuda que por supuesto no llegó, porque para los Habsburgo el viejo cenobio estellés no significaba nada. Desde luego ni una milésima parte de lo que significó para los Evreux, verdaderos reyes de Navarra.
Y es que en la página 18 de ese manuscrito redactado por la entonces abadesa doña Violante Guerrero, titulado: "Fundación, reedificación y privilegios de los reyes, en cumplimiento de un mandato del padre Vicario General fray Antonio Trejo (10 de octubre de 1616)" se dice que "la reina doña Blanca, además de reedificar el monasterio a sus expensas, regaló a las monjas varias joyas y alhajas preciosísimas: una cruz de cristal, una virgen de marfil, una representación del Juicio Final, dos hostiarios y un cáliz de plata sobredorada con los cuatro evangelistas..."
Nos advierte el historiador José Goñi Gaztambide en el segundo tomo de su Historia Eclesiástica de Estella de que es raro que todas esas donaciones no quedasen registradas en la documentación de Comptos, pero si tenemos en cuenta que tanto Blanca como sus hermanas residieron en el convento (aunque a veces eran las monjas las que se desplazaban a Pamplona o a Olite para enseñar a las infantas), y que los testigos que aportan las religiosas en su memorial dirigido al rey de España hablan incluso de que en el monasterio había "un cuarto muy derruido y viejo, al que las monjas llamaban comúnmente el cuarto de la reina Blanca, donde debió habitar ella algún tiempo", creo que no parece haber muchas dudas sobre de dónde pudieron obtener una joya artística del calibre de la que me estoy ocupando.
Una joya que hoy no podríamos identificar si alguien anónimo no la hubiese fotografiado en 1901, cuando obligadas por las penurias a las que la última guerra carlista había sometido al monasterio en 1873, las monjas solicitaron al obispo que pidiese permiso para enajenar una imagen de marfil de la Santísima Virgen María, no expuesta al culto. El comprador ofreció 25.000 pesetas. El nuncio accedió el 5 de noviembre, poniendo como condición que la imagen no fuese al extranjero. A petición del obispo, el nuncio acabó cambiando esa condición por la de que el comprador fuese católico...
Y esa vetusta fotografía que reproduce Javier Hermoso de Mendoza en su blog, y que imagino que se conservaría en el archivo del convento -hoy en día lamentablemente trasladado desde Estella a Santa Engracia de Olite- o en el del propio arzobispado, es todo lo que nos había quedado del más que probable regalo de doña Blanca a las clarisas de Estella. Hasta ahora...
Basta con ver la imagen para admitir que la pieza era una maravilla, el digno presente de una reina, con su escasa altura de poco más de treinta centímetros, su minucioso tallado, y esa especial característica que dota de una gracia especial a muchas de estas obras realizadas en marfil: su adaptación a la curvatura del colmillo en el que fueron labradas, que hace que los torsos de la virgen y del niño se inclinen tanto, que los pliegues verticales de sus vestidos se aprovechan para subrayar ese alargamiento. Precioso también el detalle del orejudo y diminuto dragón que aparece a los pies de santa María.
Una obra, como digo, tan especial, que ha sido expuesta en algunas de las principales exposiciones que se han organizado sobre el arte del siglo XIV, como las acontecidas en París en 1982 (Les Fastes du Gothique: le Siècle de Charles V ) y en 1998 (L’art en France au temps des rois maudits), en cuyos extensos catálogos puede uno volver a maravillarse con nuestra vieja amiga estellesa, que resulta que desde 1978 para en el British Museum de Londres, adonde llegó procedente de la colección de marfiles medievales de sir Harold Werhern (que vaya usted a saber en dónde o a quién se la habría comprado)
La foto antigua de esta estatuilla tan relacionada con Estella y con la monarquía navarra (su más que probable procedencia parisina y su datación, en el primer tercio del siglo XIV, permiten ponerla en relación quizás con los primeros reyes de la dinastía de Evreux, es decir, don Felipe y doña Juana, bisabuelos de Blanca, de quienes ella la habría acabado heredado), se publicó en el blog de Javier Hermoso de Mendoza en febrero de 2012. Pocos meses después yo leí esa entrada y fascinado y sorprendido pude comentarla con mi citada amiga Clara Fernández-Ladreda, que me dirigió hacia los fabulosos catálogos que ya he mencionado.
Pero una foto en blanco y negro no hace justicia a esta estellesa tan hermosa de la que os estoy hablando, por eso lo mejor es que la veamos tal y cómo pudieron hacerlo doña Blanca y las clarisas del convento donde aprendió las primeras letras. Y a fe que la enseñaron bien, porque fue primero reina de Sicilia y luego reina de Navarra, y en los dos países se la recuerda con cariño, lo que no es habitual en gobernante alguno.
Así que como hoy en día Internet nos lo permite, y gracias a que el British (y mira que muchos otros museos podrían tomar ejemplo) tiene su catálogo prácticamente digitalizado al completo, os hago un regalo verdaderamente regio, recuperando -siquiera virtualmente- una obra de arte de nuestro patrimonio histórico e identitario más importante, que quizás algún día pueda regresar para una exposición temporal en la tierra de la que lamento profundamente que una vez llegase a salir.
Tampoco es algo tan extraño, precisamente la semana pasada regresó de la National Gallery de Londres el retrato del marqués de San Adrián, prestado durante unos meses por el Museo de Navarra para una exposición sobre Goya. Y ya conoceréis el viejo adagio jurídico: "Quid pro quo", así que bastaría un poco de buena voluntad para hacer la petición por parte de las autoridades culturales navarras y, quién sabe, quizás algún día podamos tenerla momentáneamente de vuelta. Ojalá...
http://www.britishmuseum.org/research/collection_online/collection_object_details.aspx?objectId=50598&partId=1
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016