domingo, 29 de mayo de 2011
COLUMBOGRAMA
Peñafiel, 29 de mayo de 1421
Ha de imponerse la princesa con firmeza a sus dueñas para que la dejen levantarse del lecho donde hace apenas unas horas ha traído al mundo a su nuevo hijo, que descansa a su lado en una cuna adornada en su cabecera por el triple lazo de los Evreux.
Y es que aunque se siente sin fuerzas, ha de cumplir la palabra dada a su padre el rey Carlos, de que le anunciaría el nacimiento en cuanto se produjera. Para eso él le entregó a Berenguela, la paloma mensajera más veloz del reino, cuando emprendió el viaje a Castilla. Para que la enviase de vuelta a Navarra con la nueva esperada. Y justamente eso hace doña Blanca, escribiendo con pulida letra de pendolista el siguiente mensaje:
"Haced que resuenen todas las campanas del reino, padre y señor mío, que el heredero de Navarra lleva vuestro mismo nombre."
Y lo introduce en un pequeño tubo de plata sellado, que ata con mucho esmero a la pata de la torcaz. Después la acerca al ventanal y, dándole un beso, la lanza a que cumpla su misión por esos insondables caminos del cielo que sólo estas aves conocen...
El padre de la criatura, el príncipe Juan, a pesar de haber sido advertido inmediatamente por un heraldo de su esposa de la gran noticia, no ha querido interrumpir la cacería en la que él y todos sus hombres llevan enfrascados desde el amanecer. Y no lo ha hecho porque espera ver salir de la torre a la paloma a la que su mujer tantos cuidados prodiga, para capturarla y cambiar el mensaje que aquella lleva por otro más favorable a sus propósitos. Uno que dice:
"Era un niño, pero nació tan muerto como lo están vuestros dos hijos varones."
Y es que el príncipe sabe que el viejo tiene el corazón débil y que, con un pequeño empujón, quizás el demonio quiera que muera de una vez para que él pueda convertirse ya en rey de Navarra...
Así que envía contra la volátil mensajera a "Islero", uno de sus neblís mejor adiestrado, para que la derribe implacablemente. Pero lo que no sabe el ambicioso personaje es que Berenguela ha cumplido ya muchas misiones para don Carlos. Ha viajado por ejemplo hasta Constantinopla para llevar los ánimos del rey de Navarra al emperador Manuel Paleólogo en su constante lucha contra el feroz turco, ha traído las cuantiosas ofertas económicas del rey de Inglaterra por la normanda ciudad de Cherburgo, y voló también hasta Sicilia cuando aquella isla fue gobernada por doña Blanca.
No es por tanto un neblí enemigo suficiente, así que decide emprender un picado vertiginoso hacia un frondoso pinar perseguida por la rapaz. Entonces, volando directamente hacia la altísima copa de uno de los árboles, varía su rumbo justo antes de impactar contra el tronco, cosa que no le da tiempo a hacer al halcón, que tras el tremendo golpe cae golpeándose de rama en rama hasta ir a parar precisamente a la hoguera con la que unos pastores preparan su comida, de tal suerte que su brillante plumaje arde como los sarmientos en un decir Jesús.
Muy contrariado se muestra el príncipe por este inesperado desenlace, pero aún no ha dicho su última palabra, pues ha ordenado a sus vigías en la riojana ciudad de Nájera que en cuanto divisen una paloma solitaria proveniente del suroeste, lancen contra ella a un temible azor que cuenta sus vuelos por triunfos. Y, efectivamente, cuando los esbirros detectan a Berenguela surcando el firmamento, sueltan a "Avispado", que rápidamente se pone a la par que su presa, ya muy cansada por tantas horas de vuelo. Y cuando siente casi las garras del alcaudón sobre su lomo, divisa a lo lejos una nutrida nube de estorninos. Y vuela hacia allá con el aliento de la muerte sobre su estela, y por la solidaridad que sólo guardan entre sí los humildes, el cúmulo de pájaros se abre para que ella pase, pero se cierra violentamente cuando llega el gerifalte, que picoteado por miles de furiosas avecicas, se precipita con estrépito al suelo, yendo a caer en las ardientes cocinas del monasterio de Santa María, donde su brillante plumaje arde al instante...
Más el taimado don Juan aún dío una orden más, y es por eso que en la frontera de Navarra, otro de sus cetreros espera ver aparecer a la paloma, por si ha sido capaz de llegar hasta allí sin duelo ni quebranto. Y retira la caperuza de Richtoffen, el maravilloso regalo de un margrave de la Suabia a su paso por la corte. Y tiene este halcón las plumas de color rojo y, lo que es peor aún, las garras envenenadas por un nigromante al servicio del príncipe...
Pero aunque sobrevuelan ambas ya el cielo de Navarra, le queda todavía un buen trecho por cubrir a Berenguela, cuya meta es la torre de Ujué, donde el rey don Carlos, que es viejo, pero no estúpido, está maniobrando ya todos los aparatos astrónomicos que su hermanica la infanta Bona solía utilizar para ver más de cerca las estrellas, pero ahora para divisar la llegada de Berenguela. Y cuando muy a lo lejos todavía, aparece en la lente de vidrio la paloma a punto de ser atrapada por una feroz rapaz que al instante reconoce como propiedad de su yerno, ordena que retiren el telón que cubre la jaula de sus halcones. Y allí estiran sus alas sus mejores animales: Eneko Arista, capaz de volar tan alto como el lucero de la mañana, Teobaldo, que mueve sus alas con una cadencia casi musical, y García el Temblón, porque justo antes de despegar tiembla,no para mostrar pavor, sino para calentar sus articulaciones...
Pero no, definitivamente esta es labor para Sancho el Fuerte, un aguíla que cuando extiende sus gigantescas alas, no puede entrar ni siquiera en la torre de las cuatro grandes finiestras de Olite. Y con el telescopio la ve alejarse majestuosamente y alcanzar en un suspiro a las otras dos aves, justo en el momento en que una de las empozoñadas garras de Richtoffen aprisiona el costado de Berenguela...
Y aunque el águila aprisiona con su poderoso pico el cuello del halcón, matándolo al instante, y provocando naturalmente su caída en picado sobre las brasas donde unos pobres mendigos de Tafalla calientan su aguada sopa, ardiendo su brillante plumaje al momento (que ya vemos que estos halcones de combate se inflaman en cuanto tocan el suelo), cae también la paloma desmadejada hasta que su salvadora, en vuelo rasante, la recoge en el aire y la deposita delicadamente sobre su espalda, emprendiendo rápidamente el regreso hacia Ujué, donde don Carlos III, que lo ha visto todo, ordena que todos sus médicos se preparen para atender a paciente tan especial...
Y aunque les lleva toda la noche, consiguen reponer a Berenguela de los efectos del veneno, de tal suerte que ella misma puede entregar el mensaje a su destinatario, que llora de contento con tan faustas nuevas.
Y dicen las crónicas que envió el rey a todas las aves de sus pajareras a comunicar la noticia del nacimiento de su nieto a todos los pueblos del reino, para que hiciesen bandear sus campanas llamando a celebrarlo, de tal suerte que no hubo ni ha habido nunca tanta volatería suelta por los cielos de Navarra como en aquella joyosa ocasión...
Y atestiguan también que a Berenguela le fue concedido el grado de Capitán de la Guardia Real, pues no en vano don Carlos se consideraba descendiente en recta linea del emperador Carlomagno, aquél que dijo: "Dejad que mis ejércitos sean las rocas, y los árboles…y los pájaros del cielo..."
Y de este modo, ya no tuvo Berenguela que poner nunca más su vida en peligro al servicio de su rey, pues éste le otorgó un retiro dorado en los paradisíacos jardines del palacio de Olite...
Y esto fue escrito la mañana del mismo día en que Carlos, príncipe de Viana, vino al mundo, hace hoy exactamente 590 años.
© Mikel Zuza Viniegra, 2011