Está efervescente la ciudad de los odiados condes de Haro, pues hay torneo esa misma tarde. Y es que ha querido Belcebú, como de costumbre, que tengan que llegar siempre a esta agraciada villa cuando está la marea rojiblanca desatada por las calles...
Y es casi imposible no tener que jurar bandera cada vez que se intenta entrar a una taberna, incluso a la que lleva el nombre de la muy leal capital del reino de Navarra. Pero bien se preocupa Carlos de rodear al portaestandarte para no tener que pasar por debajo de la volandera funda de colchón, pues teme que, como dicen que acontece a los brucólacos en la Transilvania al contacto con la cruz, quede en su rostro la marca rusiente si roza siquiera tan aborrecida enseña.
Aún así han de soportar, mientras saborean el entrañable licor destilado por monseñor Martini, allá en las repúblicas italianas, que ministriles y atabales con más vino que alma berreen a su alrededor himnos de guerra que rememoran glorias acontecidas allá cuando Jafet, el hijo del patriarca Noé, anduvo fundando esas tierras, pues de esa época datan, por mucho que se empeñen en sostener allí lo contrario, las últimas victorias reseñables de aquella hueste...
Y será por que esa llamada de la antiguedad insondable ha abierto en sus mentes una puerta que creían ya definitivamente cerrada, que dirigen sus pasos hacia una casona estrecha que corona y cierra a la vez una plaza dedicada a un gran caballero que tuvo por lema personal: "La verdad, antes que la paz". Y tiene aquel lugar un aire de plaza romana, con sus escaleras hacia el cielo, pues no parecen tener fin, o al menos desde allá no se contempla...
Y hay en el citado palacio tantos y tantos objetos surgidos de la noche de los tiempos, que van volviendo a sus memorias los nombres aprendidos o incluso nunca sabidos de todos ellos: bifaces, lascas, cistas, fíbulas, azagayas, arpones, antenae...
Hay que reconocer que la princesa Agnes se acuerda bastante más que Carlos de tan sonoras denominaciones, pues no es época aquella que emocione ni mucho ni poco al príncipe, siempre escéptico para las cronologías y las piedras y metales labrados antes del siglo IX después de la llegada al mundo del que anduvo sobre la mar. Pero haciendo un esfuerzo puede arañar todavía los nombres de: falcata, Cogotas, Lascaux y ciertas "hachas achelenses" que nunca existieron más que en su imaginación, pero que no le extrañaría encontrar en aquellos armarios de cristal que tantas maravillas contienen.
Y no es la menor de ellas un denario de la ceca de Baskunes, que muestra en una cara el perfil de un noble barbudo, que en el otro frente empuña la espada montado a caballo. E inconscientemente les lleva el alfabeto latino a interpretar cítricamente su leyenda grabada: "limones", pero hay que tener en cuenta que aquellos señores antiguos pensaban y hablaban en vasco, aunque escribían en idioma ibero, que parece tan complicado de descifrar, que no aciertan los príncipes de Navarra a comprender cómo harían el Jabato y Claudia para entenderse. Aunque como parece que les iba bien así, y en cosas de enamorados es mejor no meterse, para qué seguir dándole vueltas a tan espinoso asunto...
Y aunque esa moneda es ciertamente bella, y tiene don Carlos una de ellas en su colección numismática del palacio de Pamplona, por ser de las primeras que circularon por el solar de su reino, tiene bien claro que cuando él reine por fin, acuñará una mucho más hermosa, más que cualquiera de las utilizadas por sus antepasados, pues a la inicial coronada de su nombre, la rodearán los triples lazos -divisa dinástica de los Evreux-, para que no haya dudas nunca más de quién manda en Navarra.
Va siendo hora de emprender el camino de vuelta a casa, no sin antes escandalizarse al leer en una pizarra que en el torneo de esa tarde, casi todos los caballeros participantes son en realidad súbditos de los príncipes, que en lugar de reforzar el ejército navarro, que mañana mismo tiene una crucial batalla en el reino de Aragón, han preferido ponerse al servicio del odiado pero creso conde de Haro.
Y muy pronto urden planes para incautar todos los bienes de semejantes advenedizos e incluso para meterlos a todos en las amplias mazmorras del castillo de Monreal, arrojando después la llave a lo más profundo de la sima de Iguzkiza. Bueno, en realidad sólo don Carlos acaricia tan reconfortantes ideas, pues a Agnes no se le ha perdido nada en tan ridícula guerra, y tiene bastante con recortarse al sol de mayo, en aquella escalera sin fin de la anteiglesia de Begoña, con un perfil digno de ser esculpido en una moneda de plata de la mejor ley...
Aún así, como recorren aquella ciudad una especie de diligencias muy cómodas y silenciosas, que van tocando una campana para no atropellar a las gentes que, enfervorecidas, se encaminan en ese momento hacia el prado de San Mamés,
juzgan los príncipes que emplear sus carlines, sus groses y sus blancas de vellón en pagar aquel transporte, contribuiría decisivamente al fortalecimiento de sus rivales, así que adoptando durante el viaje la misma actitud y expresión beatífica que la de los santos en los altares labrados por el maestro Jean de Lome, no sale de su faltriquera ni un cuarto de maravedí, pues piensan con mucha razón que, si ese es su gusto, mantengan tal servicio los infiltrados atorrantes de la U.D.C. Txantrea...
PD: El domingo, día de Nuestro Señor 8 de mayo de 2011, patriotas de Navarra (y de muchos otros sitios), hambrientos y en inferioridad numérica, cargaron sobre los campos de la Romareda. Lucharon como poetas guerreros. Lucharon como navarros (y gracias a Dios también como húngaros) . Y ganaron la libertad. Para siempre (o algo muy parecido)
Y es casi imposible no tener que jurar bandera cada vez que se intenta entrar a una taberna, incluso a la que lleva el nombre de la muy leal capital del reino de Navarra. Pero bien se preocupa Carlos de rodear al portaestandarte para no tener que pasar por debajo de la volandera funda de colchón, pues teme que, como dicen que acontece a los brucólacos en la Transilvania al contacto con la cruz, quede en su rostro la marca rusiente si roza siquiera tan aborrecida enseña.
Aún así han de soportar, mientras saborean el entrañable licor destilado por monseñor Martini, allá en las repúblicas italianas, que ministriles y atabales con más vino que alma berreen a su alrededor himnos de guerra que rememoran glorias acontecidas allá cuando Jafet, el hijo del patriarca Noé, anduvo fundando esas tierras, pues de esa época datan, por mucho que se empeñen en sostener allí lo contrario, las últimas victorias reseñables de aquella hueste...
Y será por que esa llamada de la antiguedad insondable ha abierto en sus mentes una puerta que creían ya definitivamente cerrada, que dirigen sus pasos hacia una casona estrecha que corona y cierra a la vez una plaza dedicada a un gran caballero que tuvo por lema personal: "La verdad, antes que la paz". Y tiene aquel lugar un aire de plaza romana, con sus escaleras hacia el cielo, pues no parecen tener fin, o al menos desde allá no se contempla...
Y hay en el citado palacio tantos y tantos objetos surgidos de la noche de los tiempos, que van volviendo a sus memorias los nombres aprendidos o incluso nunca sabidos de todos ellos: bifaces, lascas, cistas, fíbulas, azagayas, arpones, antenae...
Hay que reconocer que la princesa Agnes se acuerda bastante más que Carlos de tan sonoras denominaciones, pues no es época aquella que emocione ni mucho ni poco al príncipe, siempre escéptico para las cronologías y las piedras y metales labrados antes del siglo IX después de la llegada al mundo del que anduvo sobre la mar. Pero haciendo un esfuerzo puede arañar todavía los nombres de: falcata, Cogotas, Lascaux y ciertas "hachas achelenses" que nunca existieron más que en su imaginación, pero que no le extrañaría encontrar en aquellos armarios de cristal que tantas maravillas contienen.
Y no es la menor de ellas un denario de la ceca de Baskunes, que muestra en una cara el perfil de un noble barbudo, que en el otro frente empuña la espada montado a caballo. E inconscientemente les lleva el alfabeto latino a interpretar cítricamente su leyenda grabada: "limones", pero hay que tener en cuenta que aquellos señores antiguos pensaban y hablaban en vasco, aunque escribían en idioma ibero, que parece tan complicado de descifrar, que no aciertan los príncipes de Navarra a comprender cómo harían el Jabato y Claudia para entenderse. Aunque como parece que les iba bien así, y en cosas de enamorados es mejor no meterse, para qué seguir dándole vueltas a tan espinoso asunto...
Y aunque esa moneda es ciertamente bella, y tiene don Carlos una de ellas en su colección numismática del palacio de Pamplona, por ser de las primeras que circularon por el solar de su reino, tiene bien claro que cuando él reine por fin, acuñará una mucho más hermosa, más que cualquiera de las utilizadas por sus antepasados, pues a la inicial coronada de su nombre, la rodearán los triples lazos -divisa dinástica de los Evreux-, para que no haya dudas nunca más de quién manda en Navarra.
Va siendo hora de emprender el camino de vuelta a casa, no sin antes escandalizarse al leer en una pizarra que en el torneo de esa tarde, casi todos los caballeros participantes son en realidad súbditos de los príncipes, que en lugar de reforzar el ejército navarro, que mañana mismo tiene una crucial batalla en el reino de Aragón, han preferido ponerse al servicio del odiado pero creso conde de Haro.
Y muy pronto urden planes para incautar todos los bienes de semejantes advenedizos e incluso para meterlos a todos en las amplias mazmorras del castillo de Monreal, arrojando después la llave a lo más profundo de la sima de Iguzkiza. Bueno, en realidad sólo don Carlos acaricia tan reconfortantes ideas, pues a Agnes no se le ha perdido nada en tan ridícula guerra, y tiene bastante con recortarse al sol de mayo, en aquella escalera sin fin de la anteiglesia de Begoña, con un perfil digno de ser esculpido en una moneda de plata de la mejor ley...
Aún así, como recorren aquella ciudad una especie de diligencias muy cómodas y silenciosas, que van tocando una campana para no atropellar a las gentes que, enfervorecidas, se encaminan en ese momento hacia el prado de San Mamés,
juzgan los príncipes que emplear sus carlines, sus groses y sus blancas de vellón en pagar aquel transporte, contribuiría decisivamente al fortalecimiento de sus rivales, así que adoptando durante el viaje la misma actitud y expresión beatífica que la de los santos en los altares labrados por el maestro Jean de Lome, no sale de su faltriquera ni un cuarto de maravedí, pues piensan con mucha razón que, si ese es su gusto, mantengan tal servicio los infiltrados atorrantes de la U.D.C. Txantrea...
PD: El domingo, día de Nuestro Señor 8 de mayo de 2011, patriotas de Navarra (y de muchos otros sitios), hambrientos y en inferioridad numérica, cargaron sobre los campos de la Romareda. Lucharon como poetas guerreros. Lucharon como navarros (y gracias a Dios también como húngaros) . Y ganaron la libertad. Para siempre (o algo muy parecido)
© Mikel Zuza Viniegra, 2011