martes, 3 de mayo de 2011

TACOS


Autor de la foto: Malko.

26 de abril de 1483

Están preciosos los campos que rodean Orcoyen, como si la lluvia reciente hubiera avivado toda la gama de verdes y los amarillos que su vegetación contiene. Y más hermosos le parecerían aún si las circunstancias fueran otras, y en lugar de prisionero estuviese allí, ante la puerta del imponente templo de San Miguel, en calidad de viajero o de simple peregrino.

Pero no, no se encadena ni se golpea a un huesped, ni siquiera en esta triste época, en la que Navarra se desgarra en una guerra inacabable entre Agramonteses y Beamonteses. Y ha querido Dios que él pertenezca a los primeros, y que esta villa sea feudo principal de los segundos. Y ha dispuesto también aquel que creó el Mundo, que la hija del señor de Orcoyen posea una belleza tan extraordinaria, que desde que la vio por primera vez no haya existido ya nunca más otra, pues ninguna se le iguala, Y aunque sabiendo desde el principio que su amor es imposible, y que si sus familias se enteran correrá la sangre, han seguido los dos viéndose a escondidas, hasta que algún fementido traidor, celoso sin duda de su felicidad, les denunció ante el Concejo, sin darle más tiempo que a saltar a su caballo para galopar hacia Arazuri.

Mas ella quedó en Orcoyen, acusada de haber sido preñada por un agramontés. Y su padre ha dado orden de que ningún caballero, ni siquiera su propio hermano, pueda defenderla. Y los clérigos se afanan en anunciar a gritos por los pueblos cercanos que de no aparecer un protector en tres días, será quemada como si fuese una bruja o faitillera. Y aunque son los muros del palacio tan gruesos, resuenan esas voces, más que en las galerías o en las alcobas, dentro de sí mismo.

Y así como cuentan las crónicas antiguas que un joven labrador llamado don Perceval fue armado caballero por el rey Arturo de Bretaña, para que de esa guisa pudiese defender a la reina Ginebra frente a su acusador, el muy bellaco don Galván, así también comprende él que no tiene otro camino que tomar que el de Orcoyen, si quiere poder seguir mirándose al azogue todas las mañanas.

Pero antes de guiar hacia allí a su montura, deja dispuestas ciertas prevenciones que luego han de verse, pues al contrario de lo que piensa mucha gente, no es pérdida de tiempo el leer novelas de caballería. Al menos no, si de ellas se sacan provechosas enseñanzas...



Y como quedó dicho, ya está delante de la iglesia, encadenado ante el señor de la villa, que mucho se ríe de que su anhelada presa se haya entregado sin oponer resistencia. Y cuando ya está a punto de dictar mortal sentencia, su sonrisa se quiebra cuando oye gritar al prisionero que quiere acogerse al derecho que como caballero le asiste de cargar el "fierro calient d'Orcoyen", y demostrar de esa forma, si no que la dueña no está preñada, que eso sólo Dios y ella lo saben, sí que los amores entre ellos fueron lícitos y que de nadie tienen por qué esconderse.

Y aunque es ese juicio cosa que desde hace muchos años no se practica, consultan el Fuero de Navarra los juristas y comprueban que, efectivamente, es ajustada a derecho la petición de aquel maldito agramontés, así que proceden a seguir los pasos marcados en el libro, que comienzan por comprobar que su mano derecha no tiene marcas, ni cicatrices que puedan confundirse con la más que probable quemadura que dejará el fierro. Y como tiene la palma tan lisa como la piedra del molino de Subiza, es puesto el cautivo en una mazmorra hasta que dentro de tres días se efectúe la prueba.

Y en ese tiempo, en lo más oculto de la noche, es visitado por el señor de Armendariz, al que hizo avisar desde Arazuri, pues sabía que simpatizaba en secreto con la causa agramontesa, a pesar de formar parte del Concejo. Y como el dicho señor fue en su tiempo un gran pelotari, conoce todos los trucos y mañas de su noble oficio, por lo cual, tratando con mimo la investigada mano del rehén, va cubriéndola con muchas resinas, trapos pegajosos y bolas de tela, que previamente calienta en un hornillo, de tal forma que, cuando termina y coloca sobre el emplasto un guante de lino -como indica el Fuero-, tapándolo para que nadie pueda distinguir el artificio, podría sin dificultad el acusado enviar una bala de culebrina hasta el rebote, y sacando desde el cuatro.

Y cuando por la mañana todo el pueblo se reune ante el altar de San Miguel, donde ya reposa el hierro calentado al rojo vivo esperando a ser tomado por el prisionero, se miran éste y su enamorada como si ambos pudieran sentir a la vez el dolor de la más que próxima quemadura. Así que cuando recoge el ardiente metal sin mostrar daño alguno, murmuran las gentes y ruge de rabia el señor de Orcoyen, gritando que aquello ha de ser forzosamente nueva brujería. Y entonces le agarra muy fuertemente el preso su mano, y poniéndole el hierro en ella le espeta:

-Nada de eso, noble señor, vos mismo podéis comprobarlo...

Y el grito de dolor del beamontés se oye hasta en el claustro de la catedral de Pamplona, que es lugar silencioso donde los haya. Y mientras sus esbirros corren a auxiliarle, aprovechan los dos encausados para saltar al caballo que el señor de Armendariz ha dejado en el lugar convenido, y se abren camino entre la multitud a patadas, y rodean la iglesia, lamentando no tener tiempo para observar el paisaje tan entrañable que desde allí se divisa, con las cumbres del Txurregi y del Gaztelu mordiendo el horizonte.

Y no, no es nada fácil salir de aquella población, pues en la entrada de todas las calles alrededor de la iglesia, hay colgados escudos de gules con una franja de plata en el centro, y cuando ya están a punto de ser alcanzados por sus perseguidores, ven unas mujeres que les hacen señales desde el final de una calle, y hacia allá se encaminan a la desesperada, y resultan ser dichas damas, además de dueñas de las tabernas "Camelia" y "Le parisien", también de simpatías agramontesas, aunque llevan con pena que todos sus hijos se hayan hecho beamonteses...

Y por el camino que aquellas bienaventuradas les han indicado, consiguen salir al fin de semejante laberinto urbano, donde queda, esperemos que para siempre, el "fierro calient" abandonado.

Y esa misma tarde, en la torre más alta del palacio de Arazuri, ondean juntas las banderas entrelazadas de los dos enamorados.

¡Y allá Navarra con su guerra y sus parcialidades!



Ismael Chafee. Foto de David Aprea para el Diario Vasco
© Mikel Zuza Viniegra, 2011