sábado, 25 de septiembre de 2010

SOL Y SOMBRA



Albada del 10 de mayo de 1271
San Pedro de Gazaga, cabe Dicastillo…

Hora es ya de cumplir la palabra dada al buen rey Teobaldo II el Joven, allá en los desiertos de Túnez, de que pondría su espada regia sobre el altar de esta iglesia, donde fue armado caballero por su padre, Teobaldo I el Trovador.

El soberano murió en aquella campaña de ultramar, y la mayor parte del ejército navarro con él. De los supervivientes, sólo él, el caballero Pedro Iñiguez, sabe bien cuál es su cometido: llevar a buen término la promesa hecha al rey.

Así que ata su caballo a la puerta, y a tientas, se introduce en la umbría soledad pétrea del templo. El rosetón de la cabecera deja entrever ya el sol naciente, y el del hastial, a la luna que termina su jornada. Desenvuelve entonces la espada, y saca brillo a la hoja con el paño que la cubre. Se coloca en el centro exacto de la nave, allí donde los rayos de los dos astros se combinan, y la eleva hacia lo alto para que ambos la bañen con su celestial influjo.

Y a esa luz y a esa sombra, pues de de las dos etéreas sustancias se llena tan mágico espacio, refulgen las joyas engastadas en su empuñadura. A saber: una fina taracea con las armas de Champaña y de Navarra en el pomo, una por cada lado; un diente del mártir San Lupo de Troyes en la base; un denario de oro acuñado por Poncio Pilatos -adquirido por el primer Teobaldo en Palestina-, en el arriaz derecho, y un sello con extraña e ininteligible escritura alrededor en el gavilán izquierdo, que el segundo Teobaldo encontró entre las arenas de Cartago, y diz que perteneció al gran soldado Aníbal, que en muchos aprietos puso a Roma y a su imperio…

Y la afilada hoja que tanta gloria ha dado al reino, refleja también la luz solar al este, y la pálida oscuridad al oeste. Y a ese embrujo va iluminándose la fábrica entera con luces que no han visto nunca los humanos, excepto quizás algún santo que anduviera en comunicación con los ángeles que van alumbrando los pasos de Dios. Y cobran las bóvedas tal brillo, que las cabezas de piedra que sostienen las claves, mudas desde que las tallaron, abren sus bocas y, con el ansia de quien no sabe cuándo podrá volver a hablar, comienzan a alabar a la regia dinastía:

-Teobaldus Reges Navarrorum, Campaniae et Brie Comes Palatini, Requiem Aeternam dona eis, Domine!

-Teobaldus Reges Navarrorum, Campaniae et Brie Comes Palatini, Requiem Aeternam dona eis, Domine!

-Teobaldus Reges Navarrorum, Campaniae et Brie Comes Palatini, Requiem Aeternam dona eis, Domine!


Y mientras resuena cada vez más fuerte tan asombrosa coral, se arrodilla Pedro ante el altar y deposita sobre él la espada de su señor. Y en la base opuesta a la del diente de San Lupo comienza a formarse un prodigioso esmalte, que muestra a la luna y el sol recién unidos en aquel lugar de Gazaga.

Cuenta desde entonces la espada de los Teobaldos con esa nueva alhaja en su haber, bendecida además por las profundas y rocosas gargantas de Gazaga que, mudas de nueva, vuelven a sostener calladamente sus crucerías. Y sin demorar su partida más que para santiguarse, sale Pedro hasta donde dejó su caballo, y puede ver que las espigas de trigo que rodean la iglesia, a pesar de ser aún primavera, han madurado de tal manera que están prestas ya para ser segadas, y se promete a sí mismo que volverá para hacerse con una hogaza del pan que con ellas se obtenga, pues no es cosa de desdeñar tanta señal del cielo junta...

Galopa pues Pedro hacia Irache, que allí es donde el nuevo monarca, Enrique I, ha de recoger la espada para coronarse luego ante Santa María de Pamplona. Y al entregarla al abad, hace también donación a cenobio tan importante de aquel mágico lugar junto a Dicastillo, en el que tantas maravillas acaba de contemplar.


“Y quien quiera que osare impedir o molestar esta donación, incurra para siempre en el furor y la maldición de Dios omnipotente y de la gloriosa Virgen María, su Madre…”

Y hay sobre esta portentosa espada muchas otras historias que contar, que si Dios y las cabezas parlantes de Gazaga quieren, se irán relatando en este desconocido libro…




© Mikel Zuza Viniegra, 2010