miércoles, 22 de septiembre de 2010

DOS PAÍSES EN LA MOCHILA



Enero del año del Señor 1135

García Ramírez, junto a los ilustres don Fermín Valencia y don Marco Antonio Sanz de Acedo, cabalgan desde Pamplona hacia Vadoluengo, donde han de reunirse con otros tres caballeros aragoneses para acordar un tratado que selle la paz entre ambos reinos, que hasta hace apenas unos meses permanecieron unidos bajo el gobierno del rey Alfonso. Pero el inaceptable testamento de éste, que legaba todos sus dominios a las sagradas órdenes militares del Temple, del Hospital y del Santo Sepulcro, hizo que los nobles de ambos estados buscaran un señor propio al que seguir en batalla. Los pamploneses escogieron a García, y los de Aragón a Ramiro, hermano del soberano fallecido, pero también monje profeso en San Ponce de Thomieres…

La lucha parecía inevitable hasta que uno y otro llegaron al compromiso de que el monje “adoptara” al guerrero. Los dos conservarían sus respectivos reinos, pero Ramiro tendría el poder sobre el pueblo, y García mandaría a los caballeros en la guerra. Ese es el pacto que se debe suscribir hoy, muy cerca de Sangüesa…

Se llaman los caballeros aragoneses: don Joaquín de Carbonell, don Eduardo de Paz y don José Antonio de Labordeta. Es éste quien recibe a García Ramírez, pues le conoce de mucho tiempo atrás, cuando el ahora rey de Pamplona era sólo un niño allá en Monzón, y él era su maestro y quien le enseñaba todo lo que un hombre debe saber para bregar en la vida.

-Habéis elegido mal vuestro bando, señor de Labordeta –le saluda burlón el monarca-. No puedo creer que con lo combativo que sois, prefiráis obedecer a un fraile que a un guerrero…

-Soy aragonés antes que nada. Y vos también, aunque ahora hayáis escogido ser cabeza de ratón antes que cola de león. Y por eso mismo sabéis que:

“Somos
igual que nuestra tierra,
suaves como la arcilla,
duros del roquedal…”


Y es bien cierto que no simpatizo con los santurrones de hábito raído y tonsura en la cabeza, pero Ramiro me ha pedido que lleve el estandarte de Aragón, y os juro que no habrá quien me lo arranque de la mano, así que no os recomiendo intentarlo. Por todo esto que os cuento, quizás seáis vos quien deba cambiar de bando, que no entiendo por qué habéis aceptado separar a las tierras y a las gentes de Pamplona de la unión con Aragón…

-Pues para poner en práctica la principal lección que de vos mismo aprendí. ¿Recordáis?:

“Que sea como un viento
que arranque los matojos
surgiendo la verdad,
y limpie los caminos
de siglos de destrozos
contra la libertad.”


-Y buena cosa será para Navarra que siempre tengáis esa enseñanza en mente, señor don García. Lo que nunca adiviné en aquellos años son vuestras actuales veleidades guerreras…

-¿Olvidáis que por mis venas corre la sangre del Cid Campeador, el mejor hombre que jamás ciñó espada?

-No he olvidado a vuestra madre, no. Bien majica que era doña Cristina. Aún no entiendo qué pudo ver en vuestro padre, porque yo era mucho más guapo. Aunque también recuerdo la copla, y aunque yo no dé importancia al nacimiento de las personas, pues para mí todas son iguales, resulta evidente que don Rodrigo Díaz de Vivar sí que se lo daba. ¿Os acordáis de cuando la cantábamos juntos?:

“Ved cómo aumenta la honra del que en buena hora nació,
cuando señoras son sus hijas de Navarra y Aragón.
Hoy los reyes de España sus parientes son,
a todos alcanza honra, por el que en buena hora nació…”


-Seguís teniendo un vozarrón estupendo, don Jose Antonio, y estaría verdaderamente complacido si lo utilizaseis para cantar las glorias de mis antepasados, los reyes de Pamplona.

-A esos no les han de faltar nunca cantantes, no os preocupéis, pero ya sabéis que yo prefiero otro tipo de canciones menos lisonjeras, así que no me pidáis que cambie ahora, que soy ya viejo para hacerlo. Y vamos a lo nuestro, que es evitar que acabemos todos dándonos de garrotazos por un quítame allá esa aldea, ese río o ese mallo. Busquemos, en definitiva:

“Tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.”

-¿Y con qué territorios os conformaríais?

-“Polvo, niebla, viento y sol,
y donde hay agua una huerta.
Al norte los Pirineos:
esta tierra es Aragón.”


-Y yo no os lo niego, pero Tudela ha de quedar en mi reino, que si yo la perdiera, mi mujer Margarita no me lo perdonaría jamás, pues no en vano tan hermosa ciudad es propiedad suya…

-Gran perla perderemos entonces, pero si es por conseguir la paz, aún os ofreceremos también la ilustre villa de Sangüesa, para que vuestro reino quede bien defendido por el Este. Pero eso sí: nosotros nos quedamos con Uncastillo, Sos y Ejea, que somos generosos, pero no tontos...

-¿Quién podría rechazar acuedo tan extraordinario? Por mi parte nuestras diferencias quedan zanjadas para siempre. Sosieguen de una vez los pueblos y llegue por fin la paz a las dos riberas del río Aragón.

-Veo que os enseñé bien cuando eráis mocé, y me enorgullezco de ello.
Sí, ya casi las estoy oyendo:

“Sonarán las campanas
desde los campanarios,
y los campos desiertos
volverán a granar
unas espigas altas
dispuestas para el pan.”


Nos dice la Historia que Aragón y Navarra volvieron a enzarzarse en disputas estériles muchas otras veces, mas a quien esto escribe le parece que nada semejante hubiera ocurrido de haber muchas más personas como Jose Antonio Labordeta al frente de los casi siempre turbios intereses políticos. Y eso que seguir su ejemplo es bien fácil, basta con recordar que:

-“Aunque me voy no me voy,
aunque me voy no me ausento.
Aunque me voy de persona,
me quedo de pensamiento...”


© Mikel Zuza Viniegra, 2010