sábado, 12 de enero de 2019

¿CÓMO ERA LA CORONA DE LOS REYES DE NAVARRA?


Aprovechando que justamente hoy se cumplen 525 años exactos de la última coronación de unos reyes de Navarra en donde ordenaba el Fuero: ante Santa María de Pamplona, voy a hacer un repaso a las distintas coronas que por los testimonios histórico-artísticos que se han conservado podemos suponer que pertenecieron a los reyes y reinas de Navarra.

Vaya por delante que no hay constancia documental alguna de que hubiera una sola corona o una sola espada que se transmitieran de monarca en monarca, o que se emplearan por decreto en cada ceremonia, como todavía ocurre por ejemplo con las de los reyes de Inglaterra, así que lo más probable es que cada soberano navarro se hiciera una a su medida, porque estrictamente hablando, recordemos que una corona no es más que un aro que se coloca sobre la cabeza, generalmente como adorno, en señal de premio o como símbolo de nobleza o dignidad, así que según el tamaño de la cabezota de algunos y algunas de los nativos, así variaría también el peso y el tamaño de los materiales preciosos empleados para confeccionar la corona del reino de Pamplona primero, y del de Navarra después.

Si no tenemos en cuenta los retratos de Sancho II Abarca que aparecen en el Códice Vigilano y en el Emilianense, realizados hacia el año 994, y en los que su cabeza más que coronada se muestra nimbada, como si fuera un santo, las primeras representaciones de algo parecido a una corona sobre las sienes de un rey de Pamplona serían las que aparecen en las primeras monedas acuñadas en nuestro territorio: las del rey de Aragón y pamplona Sancho V Ramírez. Un modelo numismático, por cierto, que fue repitiéndose con sus hijos Pedro I y Alfonso I, y que pasó sin cambios importantes a la nueva dinastía, representada por García V Ramírez, su hijo Sancho VI el Sabio, y su nieto Sancho VII el Fuerte.



Los seis reyes aparecían en sus monedas de perfil, llevando en la cabeza más que una corona una diadema o una cinta, herederas ambas características de las monedas romanas, en las que los emperadores aparecían también de manera lateral, coronados por ramas de laurel o de olivo.

Lo cierto es que sólo se conservan tres retratos fidedignos de los reyes de Navarra. A saber: las figuras yacentes de Sancho VII el Fuerte en Roncesvalles y de Carlos III el Noble en Pamplona, y la que que muestra a doña Blanca I en el claustro de Santa María de Olite. Esas tres representaciones son las que fundamentalmente nos permiten hoy en día extraer el tipo de coronas que llevaron los tres.

Sancho VII el Fuerte falleció en Tudela en 1234, y tras muchas vicisitudes y dos entierros, fue sepultado en la nave central de la colegiata de Roncesvalles, bajo un sepulcro del que sólo se conserva actualmente su estela funeraria, y donde es su imponente altura -que concuerda con los testimonios históricos y forenses- es lo que más ha llamado la atención de los estudiosos y visitantes. La corona que lleva es abierta, como todas las medievales, de ocho puntas, cuatro más altas, y decorada con abundante pedrería en forma de cruz.

Aunque podamos dudar de que en tan temprana fecha (primer tercio del siglo XIII) el escultor tallase un retrato riguroso del rostro de Sancho, sí que podemos suponer que reflejaría lo más exáctamente posible la corona del rey, porque es más que posible que la tuviese delante. Además, esa corona es bastante similar a las que -más esquematicamente- aparecen dibujadas por Ferrando Pérez de Funes en las dos Biblias que elaboró para dicho monarca hacia el año 1198.




El rey Carlos II, ya a mediados del siglo XIV, recuperó la efigie regia en las monedas navarras, perdida desde tiempos de los Teobaldos, y se hizo representar coronado y hasta casi sonriente (con el genio que él tenía) en este precioso gros de plata: 


 Ya veis que su corona era abierta y con puntas posiblemente flordelisadas, aludiendo a su ascendencia francesa. Y poco más tarde encontramos el espléndido sepulcro de Carlos III el Noble en la catedral de Pamplona, realizado por Jean Lome de Tournai hacia 1415, cuando el rey aún vivía, por lo que si sabemos que lo representó tal y cómo él era, no tenemos por qué tener duda de que la corona que situó sobre su cabeza y sobre la de su esposa Leonor eran las más lujosas que aquel rey poseía, las que él mismo escogió para que le acompañasen por los siglos de los siglos.


Vemos que es una corona abierta, decorada con abundante pedrería (toda ella desaparecida, aunque lo más probable es que sólo fuesen cristales de colores y no joyas verdaderas) y con las puntas en forma de hoja o tallo vegetal. Los estudios más recientes apuntan que el rey está representado con el mismo traje del día de su coronación, así que es muy posible también que su corona fuera también la empleada aquel día, el 29 de julio de 1390.

Curiosamente tenemos un testimonio precioso sobre aquel día y sobre aquella corona, pues el encargado de predicar el sermón del día de la coronación fue el cardenal aragonés Pedro de Luna, venido desde Aviñón para participar en la ceremonia y para conseguir que el rey de Navarra abandonase la obediencia del papa de Roma, cosa que logró haciendo un gran elogio público de la Realeza navarra, y jugando dialecticamente con los conceptos de Corona (el reino de Navarra) y de corona (la joya que adornaba la cabeza del rey de Navarra). Os copio un resumen muy escueto de su discurso, actualizando algunas palabras para que se entienda mejor: 

"Un conocido dicho afirma: 

Antigua observancia es que el rey en Pamplona,

por ornament de Gracia reciba corona".



"Y dicen las Sagradas Escrituras: Nuestro Sennor Dios dará a la vuesta cabeça acresçentamiento de Gracias, et corona muy noble la cubrirá".



"Podemos considerar por tanto en la corona del rey la materia, que es de oro, por el qual es significado el poder real, por quanto, segunt dizen los doctores es metal muy precioso, mas aun propiamente, por quanto no recibe en sí corrupción, et por esto significa fidelidad, en la qual es fundado el poder real en tres aspectos. Es a saber, en la fidelidad que el rey ha de tener a Dios, en la fidelidad que los súbditos han de tener al rey, et en la fidelidad quel rey ha de tener a los súbditos.


Podemos también considerar que la forma de la corona es redonda o circular, por lo qual dizen los doctores que es significada perpetuación del reino, mas aun propriament esta figura es apropiada a Dios, a la perfección del qual el rey debe intentar acercarse.



Dize el venerable doctor Alano que Dios es una esfera inteligible, de la qual el punto medio es en toda part, et la fin suya no es en ningún lugar. Mas aun en la forma de la corona hay puntas et todas en la parte de arriba por significar que la intençion del rey toda debe ser guardar a Dios et a la gloria celestial, no a ninguna cosa terrenal.


Et podemos considerar quel ornament de la corona es de piedras preciosas, por las quales son significadas virtudes las quales son de quatro naturas, es a saber: balaxes o rubíes, por los quales es significada sabiduría o prudencia; item zafiros, por los quales es significada justicia; item esmeraldas, por las quales es significada templanza; item diamantes, por los quales es significada fortaleza et constancia…"


De esta forma, y gracias a quien acabaría convirtiéndose en el papa Benedicto XIII (el único verdaderamente legítimo, y no los de Roma, aunque esa es otra historia), sabemos qué significaba espiritual y simbólicamente la Corona para un hombre del Medievo, y sabemos también más concretamente cómo era la corona del rey de Navarra, al menos la del rey Carlos III el Noble: de oro, adornada con rubíes, zafiros, esmeraldas y diamantes. 


Y queda la tercera representación de un rey navarro, en este caso de una reina: doña Blanca I, la hija de Carlos III, situada en la puerta del claustro de Santa María de Olite. Bueno, ahora hay una réplica, porque afortunadamente se llegó a tiempo de salvarla de la erosión, pero el caso es que tanto la figura original como la copia muestran a la gobernante con una corona abierta, adornada por joyas, y que parece más baja que la de su padre, aunque puede que la moda de las coronas femeninas fuera así en aquel momento, y puede también que las puntas y florones de la corona se hayan perdido con el tiempo, como interpretó el autor de la réplica.

Original

Copia

El caso es que de las coronas de Blanca I tenemos un par de testimonios más: las pintadas en la bóveda de la catedral de Pamplona alrededor de sus armas heráldicas, de ocho puntas terminadas en flores de lis (recordad: el símbolo de la realeza de Francia), con el triple lazo de la dinastía de Evreux decorando la cruz frontal:




Y esta moneda de plata acuñada por Blanca I y por su marido Juan II de Aragón. Es un gros, también conocido popularmente por el nombre de Corona, no hará falta explicar por qué: 


 En cualquier caso, mucha de la riqueza de la familia real de Navarra (la vajilla más rica que principe hubiera tenido jamás, dice la documentación de Comptos) la dilapidó el citado Juan II en sus guerras de Castilla, obligando muchas veces a su esposa -que era la reina propietaria- a empeñar sus joyas o a malvenderlas, así que muy probablemente ninguna de las coronas de la casa real de Navarra llegó jamás a manos del príncipe de Viana o de sus hermanas Blanca o Leonor, entre otras cosas porque a los dos primeros no les dejó reinar su padre, el ínclito don Juan, y a la tercera sólo 15 días, que fue el exiguo tiempo que ella pudo sobrevivir a su tiránico progenitor, fallecido -¡por fin! el año 1479.

A partir de esa fecha, los únicos testimonios que sobre coronas de los reyes de Navarra puedo aportar son los que aparecen en las monedas acuñadas por los últimos reyes de Navarra, esos cuya coronación conmemoramos hoy mismo: 12 de enero de 2019. A Catalina I de Foix -que pronto dará felizmente nombre a una avenida pamplonesa- y a Juan III de Labrit -que hace cien años ya que da nombre a una calle y a un famoso frontón- me estoy refiriendo, que cuando acuñaron escudos de oro, recuperaron la costumbre -perdida desde tiempos de Carlos II- de incluir en el anverso el retrato regio. Tosco, eso sí, pero retrato al fin y al cabo.



Podemos ver que las coronas de ambos son iguales, y bastante altas las dos, con sus puntas flordelisadas y sus joyas decorando el aro. Probablemente así serían las coronas de los últimos reyes alzados en la catedral de Pamplona, y probablemente se las llevaron con ellos al exilio, cuando Fernando de Aragón invadió el reino en 1512. Pienso que si se las hubieran dejado en Pamplona, el usurpador habría hecho ostentación de ellas al incautarlas. Como no ocurrió así, lo más lógico es que se las llevaran consigo al Bearne por dos razones fundamentales. 

La primera: porque eran las joyas más representativas, las que les hacían reyes ante cualquiera. La segunda: porque por esa misma razón, que eran joyas, y por lo tanto valiosas, podían emplearlas en caso de necesidad económica, y recordemos que levantaron un ejército en dos ocasiones (1512 y 1516) para intentar recuperar su reino, con lo cual creo con bastante fundamento que el fin de las coronas de los reyes de Navarra sería ser fundidas para pagar tropas con el dinero obtenido por ellas gracias a algún prestamista. 

Y si ese fue su fin: contribuir al intento de recuperación de la libertad perdida por su pueblo, me parece un final más que digno y hermoso para las coronas de unos reyes legítimos, como lo fueron Juan y Catalina. 

Dibujo de la coronación de Juan III y Catalina I hecho por Juan Luis Landa
para su libro 1512: In memoriam




® MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019