miércoles, 23 de septiembre de 2015

PARAISO

Palacio Real de Barcelona, 23 de septiembre de 1461


¿Dónde está? No te importan ahora todas las reliquias de santos que se agolpan en tu mesilla, porque nada pueden hacer ya por ti. No: sólo buscas la piedra acanalada y blanca que cambia al color naranja cuando le da el sol. ¿Dónde está?

-¿Ha llegado ya el correo de Palermo? -vuelves a preguntar a quienes te rodean. Pero no saben qué contestarte, porque no saben de qué les estás hablando. Sólo saben que eres el príncipe de Viana, heredero por tanto del odiado rey Juan, y que estás a punto de morir. Que en semejante trance tu única preocupación sea ese condenado correo de Palermo no hace sino aumentar tu bien ganada fama de excéntrico. Pero a nadie le importan ya aquí tus locuras, sino encontrarte un sustituto para que la rebelión pueda seguir adelante.

Sellaste tu destino al negarte a reconocer a alguno de tus hijos ilegítimos como te pedían desde el Consejo de Gobierno de la Ciudad. "Bastante he sufrido como para desear que uno de mis pobres hijos pase por lo mismo que yo", les dijiste. Y desde ese mismo momento moriste para ellos, porque ya no eras útil para su causa.

Y están en lo cierto, porque la realidad es que no te importa su causa, sólo la piedra ¿Dónde estará? Hubieras jurado que la llevabas encima cuando el rey te obligó a abandonar Sicilia.¿Pero y si se quedó allá olvidada? La larga agonía te ha permitido enviar mensajeros a Palermo para que la busquen en el palacio que los normandos construyeron y ocupó tu madre, Blanca, cuando no podía ni soñar que un día llegaría a ser tu madre. Sí, allá, oculta en tu habitación debió quedarse. Nadie habrá podido robarla, porque nadie más que tú otorgaría valor a una simple piedra igual a tantas otras piedras.

Sólo tú. Sí: sólo tú se lo darías, porque sólo tú sabes de donde arrancaste esa piedra. Pero el correo de Palermo sigue sin llegar, y sientes que tu deshilachado corazón no podrá ya aguantar muchas más horas. Y podrías decirles a los que sólo esperan que mueras que a doce leguas de Palermo se encuentra el valle de Segesta, que casi pasa desapercibido entre otros valles similares, todos ellos resecos tras el llameante verano de esta isla. Pero que ese valle es distinto, porque alberga dentro de él la puerta de los Campos Elíseos, aquellos donde reposarán felices por toda la eternidad las almas inmortales de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos.

Ni una cosa ni otra has sido tú, pero no has sido tan malo como para no poder codearte con ellos soteníendoles la mirada, así que desde que percibiste que tus días estaban contados no has podido pensar en otra cosa que en la puerta hacía esos benditos campos, que es un templo antiguo de hechura perfecta y tal gracia en su sencillez que cualquiera de las mezquitas de los moros o las iglesias de los cristianos palidecen a su lado.


Allá el Dios supremo de los griegos habla por boca de los grillos, y los olivos hacen de su silenciosa guardia adoración perpetua. Allá la lluvia cae con el dulce ritmo que marcan las musas que habitan poco más arriba, en el teatro abierto al infinito. Muchas joyas viste en tu vida, pero ninguna como aquel templo, que te llama y te atrae con la fuerza atávica e irresistible de lo que siempre ha existido, existe y existirá.


Pero aún no es el momento y lo sabes. Tu espada golpea una de las columnas, que cede y resiste a la vez en medio de un febril chisporroteo metálico. Pero una lasca de piedra acanalada y blanca, que torna al color naranja cuando le da el sol ha saltado a tus pies. La recoges del suelo y la llevas contigo con la certeza de que será tu llave cuando el barquero venga a buscarte.

Y el barquero finalmente ha llegado, pero el correo de Palermo no. ¡Espera! Desde el puerto suben gritos hacia el Palacio Real:¡Ha llegado un barco desde Sicilia! Su capitán ha saltado por la borda y corre hacia donde el príncipe agoniza. Llega a la habitación con el resuello perdido, y pone en la mano de don Carlos la piedra solicitada.

Un rayo de sol crepuscular la hace cambiar de color y el último aliento del príncipe es de color naranja...



Y fue esto escrito el día del 554 aniversario de la muerte del Príncipe de Viana, Carlos IV de Navarra, que estuvo en Sicilia y comprendía la lengua de los griegos... 

© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015