miércoles, 5 de octubre de 2011

SINGLADURA


Monreal, 1 de octubre de 1372

Y como es cosa muy común en estos tiempos, y costumbre jurídica muy asentada que se dé la oportunidad de cambiar las onerosas multas e caloñas que el Fuero impone, por peregrinaciones a lugares santos, a nadie sorprende ver ponerse en camino a estos cinco homes buenos, pues les ha ordenado la reina doña Juana -que gobierna Navarra mientras don Carlos II atiende sus asuntos en Francia-, que cumplan el voto de "yr en romería a Santa María de Uxue et ofrecer allí una torcha de quoatro libras de cera por la salut del rey nuestro sennor et nuestra, et por la nuestra criazón".

Muy dispuestos se muestran a ello don Pedro, don Alberto, don Juan, don Carlos y don Miguel, pero previendo que las fuerzas les fallen si se ponen en ruta desde la misma y muy leal ciudad de Pamplona, obtienen de tan gentil señora el acortamiento de la andariega penitencia, lo cual les permite ahorrarse un montón de leguas saliendo desde Monreal.

Todavía no clarea el alba cuando dejan a su izquierda el muy hermoso palacio de Equisoain. Y viajando a oscuras, ciertamente escasea la capacidad de orientación en el grupo, si no fuera porque don Juan es maestro de ingenios muy renombrado y sabe guiarse por los astros y abrir veredas bien sea por bosques o por sembrados. Hasta ha elaborado motu proprio un plano que envidiaría el famosísimo geógrafo mallorquín don Cresques Abraham, si pudiese llegar a verlo...

Y es buena cosa que al fin salga el sol, pues van introduciéndose por bosques donde se adivinan extrañas estructuras camufladas entre los árboles.


Y al pasar bajo una de ellas, se les hiela la sangre por las destempladas voces que de allí surgen, y juzguen quienes esto lean si no eran para morirse de miedo, pues esto es lo que allí escucharon:

-"La barbacoa,
la barbacoa,
¡Cómo me gusta,
la barbequiú!"


Y aunque jamás pueda esperarse de quienes entretienen su ocio en esas torres que discutan filosóficamente sobre las Cinco Vías de Santo Tomás, creen más juicioso los peregrinos poner cuanta más tierra de por medio,mejor.



Y más que ninguno don Miguel, que lleva en la cabeza un colorido sombrero escocés, que podría ser confundido con una torcaz o una zurita por aquellos insensatos, sobre todo después de almorzar con vino...

Dejada atrás aquella insólita floresta, se dan de bruces con otro asombroso paisaje, pues docenas de molinos de ruidosas aspas dominan todas las crestas hasta donde se pierde la vista. ...


Y hay entre los viajeros a quien semejante panorama le parece digno de las muy renombradas aventuras del caballero australiano don Mad Max, y a algún otro le recuerda a cierto cuadro del grandísimo pintor flamenco Brueghel el Viejo...

Y así, entre conversaciones de hondo calado científico, como las que al fin hacen comprender a los de letras el por qué se enfría el agua en los botijos, o la que establece la importancia de que micer Mendilibar acierte de una puñetera vez a situar sobre el terreno al equipo de torneos que brega sus justas a la vera del río Sadar, van acercándose a la noble villa de Ujué, aunque esto sólo lo sepan por lo que les asegura don Juan señalando su benemérito mapa, pues por aquellas trochas no se adivina la población desde ningún lado.

Así que mucho se alegran cuando por fin divisan el airoso torreón en lontananza, y cuando llegan a su meta, lo primero que hacen es correr a cumplir lo prometido a doña Juana. Y da la "torcha de quoatro libras de cera" para iluminar toda la nave, aunque sólo por breves instantes, que son muy listos los capellanes del templo. Y cada cual pide lo que quiere a la dueña del santuario, que refulge allá al fondo en su columna. Y si atiende o no tales peticiones, es cosa que sólo a cada uno compete, aunque conviene no olvidar nunca que las mujeres de esta zona hacen siempre lo que quieren...

Y mientras don Miguel explica los pormenores artísticos de la iglesia a sus compañeros, al glosar que en su portada pueda ser que aparezca la noble figura del ilustre clérigo don Robert Lecoq -a quien por ser siempre tan fiel partidario del rey don Carlos, éste le concedío el obispado de Calahorra-, escuchan a tres lugareños que al sol pasan la mañana opinar que cuánto mejor hubiera hecho el rey si en vez de regalarle tal canonjía, lo hubiese puesto a trabajar. Y es que gran milagro es -sin duda alguna-, ver a un obispo trabajando...

Pero para milagro, el que consigue don Alberto, que sorpresivamente extrae de un elegante cofre redomas y más redomas de malta y lúpulo fermentados. Y reluce su color verde al sol de mediodía más que la esmeralda que llevaba el Miramamolín en las Navas. Y están muy fresquicas, porque el cofre aquél debe participar de las mismas cualidades que el mágico botijo supradicho...

Y de ahí, pasan a reponer fuerzas a uno de los muchos hermosos hostales que se arraciman en las calles. Y allí dentro se les une el maestre Zabalza, que ha llegado cabalgando una yegua muy galana. Y mucho se brinda en la mesa, como establecía el voto, por don Carlos II de Navarra, por doña Juana y por su criazón, que habrá de ser el futuro don Carlos III. Y hubieran seguido brindando al menos hasta Carlos X o Carlos XI, si no se hubiese echado encima la hora de cerrar el establecimiento.

Mas venden allí cerca sabrosísimas almendras garrapiñadas, y una bolsa bien llena de ellas se vacía en un visto y no visto, pues aunque hay tratados antiguos que dicen que al otro lado del mar existen peces con dientes muy afilados capaces de comerse a una persona en un decir ¡Jesús!, duda mucho este cronista que sean tan rápidas en sus afanes gastronómicos como estos seis sagaces viajeros, que ya planean con calma su próxima romería...




© Mikel Zuza Viniegra, 2011