De vuelta a Navarra, año de 1364
Y no es grato hacerlo en estas circunstancias -piensa el rey Carlos II-, tras la tremenda derrota sufrida en le Parc de Cocherel ante el Stade de France. Pero retirarse no es rendirse, y además aún queda por resolver la confrontación doméstica, ciertamente abandonada en sus preferencias los últimos tiempos...
Verdaderamente, hace bastante tiempo que no centra sus desvelos en la hueste que dejó en Pamplona. Esa labor se la encomendó al sozmerino de Izco, y del triste estado en que la ha encontrado al regresar, a él y sólo a él le corresponderá dar cuentas. Todos le dicen que la garra que siempre caracterizó a las tropas navarras se ha esfumado como por ensalmo desde que fueron puestas bajo el mando de un estratega del reino de Murcia, que pareció llegar a Navarra tan sólo para recoger su abundante soldada, y no para lograr aquello para lo que se le contrató: que los hombres a sus órdenes dominaran las artes de la estrategia, del ataque alegre y de la sólida defensa.
Al contrario. Desde su llegada las pocas nociones que de esos conceptos demostró tener el ejército navarro, se perdieron en un marasmo de aburrimiento e indolencia. Y otras milicias, que en épocas recientes huían sólo con agitar ante ellos el estandarte rojo del reino, ahora masacran a los nuestros sin que éstos opongan la más mínima resistencia. La vanguardia no recibe el suficiente apoyo de la columna central, que se asienta en una retaguardia mansa y sin recursos. Sólo el último hombre se muestra capaz de detener casi todos los avances enemigos, pero él solo no puede sostener a toda la tropa. Justo es reconocer también la labor del capitán, que desde Huarte brega sin descanso en cada batalla, muchas veces sin ayuda ninguna de sus compañeros...
Mucho enfadan estas noticias al rey, así que nada más cruzar la frontera de Navarra, envía a Pamplona un mensajero con la orden estricta de que el sozmerino tome medidas enérgicas antes de que él llegue a la capital; pues de no hacerlo incurrirá en su más furibunda ira, y hay en Miluce mobiliario muy bien dispuesto para ocasiones como ésta...
Y es lo que tiene ser hombre de palabra, que todo el mundo sabe que cumples lo que prometes, así que el señor de Izco no tarda en enviar al falso táctico murciano al otro lado del Ebro, avisándole, pues al fin y al cabo han sido muy amigos, que si vuelve a verse su oronda figura en Navarra, nadie podrá garantizar su integridad, que es muy mala cosa hacerse enemigo de monarca tan poderoso como don Carlos. Y ese camino es el que toma sin dolor alguno el ilustre condottiero, que sabe que su trabajo es así: hoy llegas a Navidad, y mañana no te comes los turrones...
Resuenan por las calles de Pamplona los atabales, ministriles y vuvuzelas, pues el rey está otra vez en su casa. Todos le reciben agitando desde las ventanas los colores rojos y azules de su divisa. En cuanto ha descansado un poco, hace llamar a palacio al sozmerino, que inclina su cabeza ante él, pareciendo que no le llega la camisa al cuerpo. Así le hablar el rey:
-¿Qué habéis hecho de las tropas que os entregué para que las convirtiérais en ejército temible? Me dicen que en vez de miedo, la mayoría de las veces lo único que causan es risa y hasta pena. Si no os mando encerrar ahora mismo en la mazmorra más profunda del castillo de Monreal, es porque la experiencia me enseña que en tiempo de tribulación es mejor no hacer demasiada mudanza, fuera de la de librarse de ese cantamaitines al que confiásteis el mando...
-Señor, los combates son así. En las batallas no hay nada escrito. No hay enemigo pequeño. El que perdona, lo acaba pagando. Ni ahora somos tan malos, ni antes éramos tan buenos. Los jueces son humanos. Ahora hay que pensar en el siguiente combate. Si nos confíamos somos muy malos...
-¡Basta, ganapán! ¡Todo eso no son más que memeces y ganas de marear la perdiz! Pero de toda vuestra verborrea la expresión que más me molesta es sin duda la última. No hemos llegado hasta aquí siendo conformistas: nos temen en Francia, en Inglaterra, en Castilla y hasta en la tierra de los mercenarios portugueses, que ahora parecen dominar los campos de batalla con su soberbia y engreimiento. Siempre es mejor ser cabeza de ratón que cola de león, digáis lo que digáis. Voy a permitir que sigáis en vuestro cargo, pero si no observo un cambio radical en las prestaciones de la hueste, atenéos a las consecuencias...
-Con el debido respeto, si no abrís vuestra bolsa con más prodigalidad yo no puedo hacer gran cosa, Majestad. ¿Cónoceis acaso las fabulosas rentas de las que disponen otros contendientes?
-¿Y cuándo no ha tenido Navarra que vérselas con enemigos mejor provistos que ella? Porque yo no recuerdo haber empuñado nunca la espada en otras circunstancias...
Veremos qué se puede hacer. Lo primero será la contratación de el señor de Mendilibar, que ha de ser sin duda una gran persona, como demuestra que fuese expulsado de esa banda de cuatreros dirigida por los aborrecidos señores de Haro. Tiene además fama, como yo mismo, de ser duro, pero justo en sus decisiones, y aquí tendrá mucho trabajo que hacer para recuperar el tiempo perdido estos dos últimos años.
Sí, presiento que, por fin, vienen tiempos mejores...
Y no es grato hacerlo en estas circunstancias -piensa el rey Carlos II-, tras la tremenda derrota sufrida en le Parc de Cocherel ante el Stade de France. Pero retirarse no es rendirse, y además aún queda por resolver la confrontación doméstica, ciertamente abandonada en sus preferencias los últimos tiempos...
Verdaderamente, hace bastante tiempo que no centra sus desvelos en la hueste que dejó en Pamplona. Esa labor se la encomendó al sozmerino de Izco, y del triste estado en que la ha encontrado al regresar, a él y sólo a él le corresponderá dar cuentas. Todos le dicen que la garra que siempre caracterizó a las tropas navarras se ha esfumado como por ensalmo desde que fueron puestas bajo el mando de un estratega del reino de Murcia, que pareció llegar a Navarra tan sólo para recoger su abundante soldada, y no para lograr aquello para lo que se le contrató: que los hombres a sus órdenes dominaran las artes de la estrategia, del ataque alegre y de la sólida defensa.
Al contrario. Desde su llegada las pocas nociones que de esos conceptos demostró tener el ejército navarro, se perdieron en un marasmo de aburrimiento e indolencia. Y otras milicias, que en épocas recientes huían sólo con agitar ante ellos el estandarte rojo del reino, ahora masacran a los nuestros sin que éstos opongan la más mínima resistencia. La vanguardia no recibe el suficiente apoyo de la columna central, que se asienta en una retaguardia mansa y sin recursos. Sólo el último hombre se muestra capaz de detener casi todos los avances enemigos, pero él solo no puede sostener a toda la tropa. Justo es reconocer también la labor del capitán, que desde Huarte brega sin descanso en cada batalla, muchas veces sin ayuda ninguna de sus compañeros...
Mucho enfadan estas noticias al rey, así que nada más cruzar la frontera de Navarra, envía a Pamplona un mensajero con la orden estricta de que el sozmerino tome medidas enérgicas antes de que él llegue a la capital; pues de no hacerlo incurrirá en su más furibunda ira, y hay en Miluce mobiliario muy bien dispuesto para ocasiones como ésta...
Y es lo que tiene ser hombre de palabra, que todo el mundo sabe que cumples lo que prometes, así que el señor de Izco no tarda en enviar al falso táctico murciano al otro lado del Ebro, avisándole, pues al fin y al cabo han sido muy amigos, que si vuelve a verse su oronda figura en Navarra, nadie podrá garantizar su integridad, que es muy mala cosa hacerse enemigo de monarca tan poderoso como don Carlos. Y ese camino es el que toma sin dolor alguno el ilustre condottiero, que sabe que su trabajo es así: hoy llegas a Navidad, y mañana no te comes los turrones...
Resuenan por las calles de Pamplona los atabales, ministriles y vuvuzelas, pues el rey está otra vez en su casa. Todos le reciben agitando desde las ventanas los colores rojos y azules de su divisa. En cuanto ha descansado un poco, hace llamar a palacio al sozmerino, que inclina su cabeza ante él, pareciendo que no le llega la camisa al cuerpo. Así le hablar el rey:
-¿Qué habéis hecho de las tropas que os entregué para que las convirtiérais en ejército temible? Me dicen que en vez de miedo, la mayoría de las veces lo único que causan es risa y hasta pena. Si no os mando encerrar ahora mismo en la mazmorra más profunda del castillo de Monreal, es porque la experiencia me enseña que en tiempo de tribulación es mejor no hacer demasiada mudanza, fuera de la de librarse de ese cantamaitines al que confiásteis el mando...
-Señor, los combates son así. En las batallas no hay nada escrito. No hay enemigo pequeño. El que perdona, lo acaba pagando. Ni ahora somos tan malos, ni antes éramos tan buenos. Los jueces son humanos. Ahora hay que pensar en el siguiente combate. Si nos confíamos somos muy malos...
-¡Basta, ganapán! ¡Todo eso no son más que memeces y ganas de marear la perdiz! Pero de toda vuestra verborrea la expresión que más me molesta es sin duda la última. No hemos llegado hasta aquí siendo conformistas: nos temen en Francia, en Inglaterra, en Castilla y hasta en la tierra de los mercenarios portugueses, que ahora parecen dominar los campos de batalla con su soberbia y engreimiento. Siempre es mejor ser cabeza de ratón que cola de león, digáis lo que digáis. Voy a permitir que sigáis en vuestro cargo, pero si no observo un cambio radical en las prestaciones de la hueste, atenéos a las consecuencias...
-Con el debido respeto, si no abrís vuestra bolsa con más prodigalidad yo no puedo hacer gran cosa, Majestad. ¿Cónoceis acaso las fabulosas rentas de las que disponen otros contendientes?
-¿Y cuándo no ha tenido Navarra que vérselas con enemigos mejor provistos que ella? Porque yo no recuerdo haber empuñado nunca la espada en otras circunstancias...
Veremos qué se puede hacer. Lo primero será la contratación de el señor de Mendilibar, que ha de ser sin duda una gran persona, como demuestra que fuese expulsado de esa banda de cuatreros dirigida por los aborrecidos señores de Haro. Tiene además fama, como yo mismo, de ser duro, pero justo en sus decisiones, y aquí tendrá mucho trabajo que hacer para recuperar el tiempo perdido estos dos últimos años.
Sí, presiento que, por fin, vienen tiempos mejores...
© Mikel Zuza Viniegra, 2011