domingo, 17 de octubre de 2010

VAMOS DE PASEO

Mediodía del 16 de octubre del año de Gracia de 1239

El tibio sol de octubre lleva toda la mañana luchando contra los negros nubarrones que tratan de apoderarse de la cumbre de Izaga cuando el rey don Teobaldo y todo su séquito se ponen en marcha desde la fuerte torre de Mendinueta, para recorrer el hermoso valle de Lónguida.

Todas las banderas señoriales, tejidas en hilo de seda, son desplegadas al viento. Y va la primera la del rey de Navarra, partida con la divisa de Champaña, y le siguen a pocos pasos las de los doce ricoshombres del reino, es a saber: los Aibar, los Almoravid, los Baztán, los Guevara, los Subiza, los Lete, los Vidaurre, los Rada, los Cascante, los Urroz, los Monteagudo y el rampante león de gules de los Mauleón. Y van después las de las buenas villas y los concejos, y detrás de tanto estandarte los caballeros y villanos que quieran ir a recuperar la Tierra Santa de manos de los sarracenos.

Y para que a muchos caballeros y ruanos remolones no se les olvide tan sagrado llamamiento, ha decidido el rey salir a buscarlos él mismo. Así que deja atrás Urroz, que tiempo habrá luego de volver a lugar tan bien dispuesto, y se dirige hacia Liberri, que es muy bello palacio, y hace sonar a su puerta todas las trompetas, para que su dueño tome la cruz y les siga. Y muy bien engualdrapado su caballo, efectivamente se les une, mientras su dama le despide llorosa desde las recias almenas. Y de ahí llegan muy pronto a Villaveta, donde recogen a muchos más, incluidos a los de Zuza, palacio que dormita allá, al otro lado del Irati.

Y pasan todos por Aós, y se llegan hasta Ayanz, que no tiene en este momento caballero que enviar a conquistar Jerusalén, pues murió su señor defendiendo la frontera contra los aragoneses, y es muy niño aún el heredero, que sostiene entre sus brazos la viuda doña María, a la que canta unos lais don Teobaldo por ver de consolarla un tanto…

Y aparece luego en el camino la noble villa de Murillo, con su sin par palacio de ladrillo rojo salpicado de espejeante azulejería, y casi sin detenerse ante tanta maravilla, cruzan todos el río por un puente que se cimbrea como la cola de los gardachos en manos de los mocetes, y en un decir Jesús están en Larrangoz, donde su señor les tiene preparados ascéticos manjares y dulce jugo de pacharán, que es planta que abunda por aquellos contornos; Y aunque el rey sabe que no son buena cosa los licores cuando se ha de seguir camino, no puede por menos que probar tan rico néctar antes de alabar el retrato que el caballero ha hecho tallar de sí mismo en la iglesica del lugar, que le gusta hasta el punto de maldecir con muchos y variados castigos infernales a quien en el futuro se atreva a intentar destruirlo. Y tal y como aparece reflejado en la portada, sale de su palacio el caballero, con su brillante cota de malla, y un gran escudo adornado con la cruz de la que podrán presumir quienes acudan a Palestina.

Y quien sabe si por el efecto del rojo jarabe, o porque es el soberano de los navarros muy dado a tales excesos, se lanza don Teobaldo a entonar una canción que dice:

-Señores, sabed que quien no venga ahora a la tierra donde Dios vivió y murió, y quien no tome la cruz de Ultramar, difícilmente irá al Paraíso. Quien sienta dentro de sí piedad y recuerdo del Altísimo, debe soñar con vengar al Señor todopoderoso, liberando su tierra y su país.
¡Quédense aquí todos los perezosos y falsos, que no aman a Dios, ni el bien, ni el honor ni la gloria!


Y es muy celebrada la composición por todos los asistentes, aunque sean las gentes de estos valles poco dadas a la poesía, menos el señor de Zuazu, que es más amigo de libros que de cruzadas, y por eso no tiene la menor intención de acompañarles, lo cual no le impide reconocer la calidad literaria de las trovas que compone su soberano.

Y deciden entonces peregrinar al cercano y famoso santuario de Santa Fe, a que los monjes de Conques les den comida y cobijo. Y de camino van sumándose al colorido cortejo todas las hojas que el otoño arranca a los árboles que bordean los senderos. Y las que aún tienen algo de savia en sus venas y no pueden seguirles por el aire, alfombran su paso para que las herraduras de plata de los caballos no se desgasten hasta llegar por lo menos al puerto cristiano de Acre.

Es aquél lugar de Eparoz de una belleza tan grande, que todos quedan maravillados, a pesar de que los frailes no se hallan en el monasterio, y han dejado además el hórreo donde guardan las viandas cerrado y bien cerrado...

Pero no es el hambre tanta como para conseguir que no se regocijen todos con la sosegada tranquilidad del claustro, y como para que don Teobaldo no repare en el tosco rostro de las dos damas con corona cinceladas en la portada del templo. Y como está la reina delante, no puede dejar de comparar su semblante con el de aquellas otras, y le parece que sale con ella ganando, cosa en la que está la princesa también muy de acuerdo.

Y es hora ya de desandar lo andado, que si el espíritu se contenta solo con lo bello, el cuerpo necesita alimento más sólido y material. Así que es Ecay su próximo destino, que hay allí hospedería conocida por su muy buen yantar, y después, como están a las puertas de Aoiz, es en el pintiparado molino de tan ilustre localidad donde se toman las infusiones y licores que siempre han de poner el broche de oro a las comidas señaladas.

Y de vuelta a casa, aún se empeña el señor de Urroz en que se visite su villa, que hay allí también mucho que ver, y no es la menor joya que allí puede contemplarse el equipo de torneo que lleva por bandera los colores txuribeltza de los templarios, muy célebre por no dar nunca sus encuentros por perdidos. Y es efectivamente tanto el arrojo de esos once caballeros, que siente el rey que tiene que homenajearlos con otra de sus famosas composiciones, así que se sube a la piedra de Roldán y desde allí empieza a cantar:

-Una villa de renombre, se conoce por Urroz,
unos cuantos habitantes y un equipo campeón.
Es verdad que es un modesto, un club sin gran pretensión,
y por eso lo llevamos más en todo el corazón…


Y no tardan todos los presentes, entre grandes vítores y saltos, en responder:

-Txuribeltza!!! Presente la afición,
la calavera ríe y remoja el garganchón.
Blanki-negros al césped, patateros oi!, oi!, oi!
Txuribeltza!!! Txuribeltza!!!


Y dicen las crónicas que se agotó aquella noche todo el pacharán que había en la villa, pues el que había aportado el señor de Larrángoz se había terminado mucho antes de llegar a la población donde el ilustre club Urroztarra concierta una cita con la victoria cada quince días…


© Mikel Zuza Viniegra, 2010