martes, 19 de junio de 2012

EL REY QUE FUE Y QUE VOLVERÁ A SER


A las afueras de Lumbier, 30 de julio de 1512


Tristes y exiguas son siempre las comitivas que marchan al exilio, y no lo iba a ser menos esta del rey don Juan de Labrit, que rodeado de sus últimos fieles, encara el camino que lleva al valle de Salazar, desde donde alcanzará el de Roncal, fronterizo con su seguro refugio del Bearne, donde le espera la reina doña Catalina.


Hace apenas una semana que tuvo que salir también a toda prisa de Pamplona, y apenas le dio tiempo a traer consigo lo más importante: la documentación regia, de la que está al cargo su canciller, el ilustre don Juan del Bosquet, y tres arcas con los libros más bellos de la nutrida biblioteca del palacio real, pues sabe que dejarlos allá hubiera significado su segura destrucción, que los invasores no ven nunca en manuscritos o impresos más que fácil combustible para las hogueras con las que se prepara el rancho de las tropas. Y no duda que ese será el fin de los volúmenes que han debido quedarse allí, en cuanto la guarníción castellana los descubra...


Y van esas tres arcas custodiadas por Pedro e Inés, que eran los encargados de mantener los tomos ordenados y dispuestos para cuando Su Alteza quisiera utilizarlos, allá en la capital. Y ahora van los dos en una de las carretas que forman tan apesadumbrado cortejo, y mientras ascienden el serpenteante puerto de Iso, y dejan atrás el hermoso puente de Bigüezal, van abriendo los tres baules para ver qué libros seleccionó personalmente su atribulado señor.


Y es el primero de ellos la biblia que para el rey Sancho el Fuerte confeccionó el ingenuo pero torrencial dibujante don Fernando Pérez de Funes, allá por el año 1198. Y muy bien escogido está, que no hay otra obra elaborada en aquellos remotos tiempos que pueda igualar una joya como ésta, con su completo santoral encabezado por el señor San Miguel, patrón celestial de Navarra, y de cuya pericia en combate muy buena cuenta deberá tomar ahora Su Majestad. Mucho se maravillan luego con el siguiente volumen, que es el Códice Albeldense, por haber sido manuscrito e iluminado en aquel remoto monasterio, y cuyas imagenes muestran  a los primeros reyes de estos territorios, cuyo ímpetu y valentía frente al invasor, hará bien en imitar don Juan III. Y nada más cerrar este tomo, más aún se sorprenden con el mapamundi que adorna el Beato del rey Sancho el Sabio, que establece muy claramente los cuatro puntos cruciales del Orbe: Jerusalén, Roma, Pamplona y el ígnoto lugar donde moran los patagones, que son seres de una sola pierna, y por tanto de un solo y enorme pie, que alzan al inclemente sol de aquellas latitudes, para utilizarlo a modo de sombrilla cuando quieren descansar en la agreste campiña. Y está también en aquellos cofres el Evangeliario sobre el que los Reyes de Navarra juran el día de su Coronación, con sus tapas decoradas por fabulosos relieves de oro y plata, donde puede verse por un lado al implacable Pantócrator y a la misericordiosa Santa María por el otro. No falta tampoco la Crónica Completa de los Reyes de Navarra, escrita de propia mano por el príncipe de Viana, incluida su trascendental cuarta parte, en la que se narran con mucho detalle todas las fechorías que debió soportar por parte de su padre, el malvado y usurpador Juan de Aragón... 


Y, como no,  tampoco se ha olvidado el soberano del ejemplar más antigüo del Fuero, que es la ley vieja y unívoca de esta tierra, ni del rolde de poemas de su lejano antepasado el rey Teobaldo I, que aparece dibujado en la primera hoja tocando el laud bajo el balcón de una dama que lo mira con arrobo. Y no es para menos, pues lo que le canta son versos muy inflamados:

"En cuanto a mí, vos sabéis perfectamente que soy vuestro, y no podría ser de otra manera. Y no sé si esto será malo para mí, pues he superado pocas de las pruebas que me habéis puesto. Tan pocas, que mucho tarda en llegarme la alegría..."

Y piensa Pedro que es una pena no tener la facilidad de palabra de aquél príncipe poeta, para poder recitarle cosas parecidas a Inés, que está tan atareadica como siempre buscando aplicar a todos aquellos tesoros librarios las cinco leyes del sabio alfaquí moro don Shiyali Ramamrita Ranganathan, y eso que traquetea tanto la carreta por estos caminos de montaña, que resulta imposible pensar en que cada lector tiene su libro, y cada libro su lector, como dejó sentenciado tan renombrado autor, aunque en este caso está bien claro que el rey ha escogido los libros más simbólicos de la monarquía navarra, aquellos que guardan su pasado y su razón de ser.... 



Y mucha suerte tienen cuando el rey ordena detener la caravana junto a la muy bella iglesia de Santa María del Campo de Navascués, que tiene forma de podio olímpico, con su torre muy alta y airosa en medio de la imponente nave de piedra. Y lo que más llama la atención en el conjunto son los maravillosos canecillos que adornan el alero del ábside, y entre ellos, mucho les gusta a los asendereados bibliotecarios uno que muestra a un hombre que parece descorrer una cortina, tras la que vaya usted a saber qué cantidad de misterios insondables se esconderán...


Y reanudada la marcha, atraviesan a buen paso aquel almiradío, que toda precaución es poca en tiempos de guerra. Y en poco tiempo llegan a Esparza de Salazar, que es hermosa villa donde las haya. Y hay junto al río un carnicero ambulante vendiendo ricas txistorras, que vendrán muy bien para no pasar hambre en el camino, y han de tener en aquel pueblo mucho cuidado las damas del séquito, que es traicionero el empedrado para quienes porten en sus pies escarpines de delicados tacones.


Y a medida que el rey don Juan va viendo las preciosas poblaciones que va dejando atrás, se le encoge el corazón por la magnitud de lo que está perdiendo, y lamenta profundamente no tener suficiente fuerza para oponer a su poderoso enemigo el rey Fernando de Aragón. Pero dice también a quien quiera escucharle, que prefiere mil veces vivir errante por montes y sierras a ser esclavo en su propia tierra...

Pero no es sólo al soberano a quien se le entristece el alma por tener que abandonar el reino, que a Pedro e Inés les va dominando también cada vez más la melancolía a medida que se van acercando a la muga, así que para cuando la compañía acampa en Ezcaroz, ellos ya han decidido quedarse para ayudar a organizar la resistencia desde dentro. Y así se lo comunican al rey, que tras dudar un instante, les concede finalmente su permiso mientras abre una de las arcas y busca un libro en concreto para regalárselo a sus fieles servidores.



Se trata de "La Morte d'Arthur", de Sir Thomas Malory. Y nada menos que en la edición original del impresor William Caxton, fechada en 1485. Por haberlo catalogado lo conocen bien, y por eso saben también que no pueden aceptar un tomo de tal categoría, obsequio personal además del rey Enrique VIII de Inglaterra, el traidor cuyas tropas colaboran ahora en la invasión de Navarra. Pero don Juan insiste tanto que no les queda más remedio que consentir a su deseo.

Y cuando la columna, con el rey a la cabeza, enfila hacia Ochagavía y los altísimos puertos que tras aquella villa aguardan, ellos se aposentan a la orilla del río, junto al camino que lleva a Jaurrieta. Y allí sentados, frente a las señoriales casas que se apiñan junto a la iglesia, no envidian a quien lleva la corona, pues bien ven que trae aparejados muchos más disgustos que alegrías. Y abre entonces Pedro al azar el libro que el rey les acaba de entregar, y lee en voz alta para que Inés pueda oírlo:

-"Aunque dicen algunos que el rey Arturo no ha muerto, sino que por voluntad de Dios se fue a otro lugar, y dicen que volverá, y ganará entonces todas las batallas. Y otros muchos dicen que sobre su tumba escribieron: HIC IACET ARTHURUS, REX QUONDAM REXQUE FUTURUS...*"

Y aunque ambos esperan fervientemente que tan regia profecía se cumpla en la persona del rey don Juan, que ha de volver muy pronto desde el Bearne al mando de un poderoso ejército para recuperar Navarra de una vez por todas, lo cierto es que se está allí tan bien, juntos los dos a la vera del Salazar, que no les importaría que aquel momento durase hasta el día del Juicio Final... 


*AQUÍ YACE ARTURO, EL REY QUE FUE, Y QUE VOLVERÁ A SER...

© Mikel Zuza Viniegra, 2012