miércoles, 30 de diciembre de 2015

EMPERADORES

Taormina (Sicilia), 30 de diciembre de 1411


En los primeros años del siglo XV, como semillas sembradas por los antiguos romanos que de repente volviesen a la vida, comenzaron a descubrirse en Sicilia docenas, centenares de restos arqueológicos, que asombraron a los estudiosos por su perfección y factura.

A veces era una estatua de un dios recóndito, otras el relieve minucioso de una tumba, pero en la mayor parte de ocasiones eran las monedas de emperadores olvidados las que brotaban de la tierra al menor golpe de azada. Ello produjo sin duda un auge desconocido hasta entonces de la ciencia numismática, en la que sobre todos los demás practicantes destacó Benedetto d'Erice.

Residía este famoso sabio enfrente del palacio donde se reunían las Cortes de Sicilia, que en aquel año de 1411 presidía la reina viuda Blanca de Navarra. Presidir es un eufemismo, pues la realidad es que la nobleza se había banderizado de tal forma a la muerte del rey Martín, que la joven reina era más prisionera que gobernante de aquella reunión, hasta el punto de que el principal de los ilustres rebeldes, el malvado Bernardo de Cabrera, había jurado que sólo saldría de allí si aceptaba casarse con él.

Pero Benedetto sólo se preocupaba por sus monedas. Cada día los campesinos le traían al menos cinco, diez, hasta doce completamente desconocidas. Él se las pagaba a bastante menos del valor que sabía que luego podría sacar por ellas, pero tampoco les engañaba tanto como muchos otros rebuscadores de tumbas. Las limpiaba con esmero, arrancándoles la tierra que durante más de un milenio las había abrazado, y luego dedicaba largas horas a catalogarlas consultando las crónicas y los manuscritos que habían dejado para la posteridad los autores latinos sobre sus gobernantes más celebrados. Y a veces esas historias eran tan fascinantes que pasaba la noche entera leyéndolas, hasta que el amanecer le advertía de la llegada de un nuevo día.

Cuando eso ocurría, le gustaba asomarse al balcón y disfrutar de cómo los comerciantes iban abriendo las tiendas que atestaban el corso maggiore. Pero una mañana, en vez de mirar a la calle miró hacia el palacio, y en una de sus ventanas vio aposentada a una dama de rubia cabellera y ojos verdes, que se le antojó tan bella como las emperatrices romanas que aparecían en sus monedas. Y de ese modo pasó de repente a interesarse por la política de su propia época, y no sólo por la de la antigua Roma.

Y así averiguó que aquella dama era en realidad la reina Blanca, que custodiada en sus habitaciones por los esbirros de Cabrera, pasaba los días intentando escapar sin que el resto de cobardes nobles sicilianos se atreviese a ayudarla en su empeño. Decidió por tanto emplear las únicas armas de las que disponía en abundancia para conseguir que Blanca obtuviera su ansiada libertad: las monedas con las que había pensado labrar su fortuna, y con las que al fin consiguió hallarla.


A los centinelas de la puerta, los de más baja categoría, los sobornó con monedas de bronce del dictador Lucio Cornelio Sila, que hizo cocer en una gran marmita a veinte legionarios que no le saludaron al pasar. A los del primer piso les dio todas las piezas de plata acuñadas por Publio Helvio Pertinax, que hizo arrojar a cuatro mil enemigos vencidos al precipicio más profundo de la provincia de Partia Póntica. A los del segundo piso, que eran quienes guardaban los aposentos de la reina, les entregó todas las monedas de oro que poseía del emperador Vario Avito Basiano Marco Aurelio Antonino Heliogábalo, que hizo bailar sobre braseros ardientes a los cien mil habitantes de la recién conquistada ciudad de Idún. Y eran muchísimas monedas de oro, como merece el rescate de una reina.

De esa forma pudo sacarla al fin de palacio sin que nadie hiciese preguntas. Y ya en la calle, tuvo que ser la misma Blanca quien marcase la ruta para salir de Taormina, pues acontece muchas veces a estos eruditos distraídos, que por vivir entretenidos con las andanzas de lo que ocurrió en otras épocas, no aciertan luego a orientarse en la propia. Eso, y que además en esa hermosa isla todos los caminos parecen conducir siempre a Trápani...

Pero dije antes que Benedetto había entregado todas sus monedas de oro a los sicarios de Cabrera, y eso no es del todo cierto, porque se había guardado dos, engastadas en una pulsera. Las más raras y carísimas que tenía, pues ambas pertenecían al ignoto emperador Quinto Octavio Marino Germánico Meloncio, de quien afirma Suetonio que recorrió Sicilia de punta a punta -y eran los caminos entonces muy malos- detrás de la gran dama Calpurnia Lavinia Gatuna, a la que ofreció todo su imperio sin dudarlo ni un instante.

Y todavía hoy en día, cuentan en Sicilia que eso mismo prometió Benedetto a Blanca mientras le ceñía la pulsera en su brazo...


Y CON ESTE CUENTO SICILIANO ALCANZO LAS 150.000 VISITAS A MI BLOG, LO CUAL APROVECHO PARA DESEAROS UN FELIZ AÑO 2016 A TODAS Y TODOS.

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015

domingo, 27 de diciembre de 2015

JURAMENTO

Catedral de Pamplona, verano de 1865

-Ilustrísima, le digo que hace meses que sueño siempre lo mismo: una mujer encadenada a la pared de una habitación en penumbra, que podría ser una mazmorra. Es muy bella y está desnuda. Múltiples heridas, quizás producto de haber sido azotada con saña, puntean su torso y sus miembros. Entonces una voz ronca, de hombre, brota de la oscuridad y dice: "admite que me has hechizado y haré que tu dolor cese dándote una muerte rápida. Continúa negando tu condición de bruja y comprobarás que todavía puedo idear innumerables maneras para seguir torturándote".

-Don Manuel: quizás le convenga descansar un tiempo. Ha trabajado usted demasiado últimamente. Además de encargarse de la pesada carga que supone ser mi secretario y de los trabajos inherentes a su condición de canónigo de esta santa casa, se empeñó en excavar el suelo de la catedral en busca de la tumba de los reyes de Navarra, donde al parecer halló usted algunas piezas arqueológicas, de las que por cierto aún no me ha dado cuenta ninguna. Quizás esa sea la causa de que su imaginación se haya desbocado un tanto, de tal modo que ahora lamento yo profundamente haberle dado permiso para acometer semejante tarea, que no es cosa buena turbar el sueño eterno de los que nos antecedieron...

-¿Pero y si los que nos antecedieron no merecen ese sueño eterno, Ilustrísima? No me ha dejado usted que concluya de contarle mi sueño, en el que la mujer, con evidente esfuerzo por su parte, replica al hombre que se esconde en las tinieblas: "igual que vos violáis mi cuerpo, monseñor de Barbazán, será violada vuestra tumba cuando los hombres hayan perdido ya la memoria de vuestra maldad. De sobra sabéis que soy inocente de cuanto me acusáis, y que sólo vuestra lujuria me condena, pero juro que volveréis a poneros de pie para entrar definitivamente en el Infierno..."

-¡Pero usted ha perdido el juicio, don Manuel! ¿Está usted acusando acaso al insigne obispo don Arnalt de Barbazán, a quien todas las crónicas del siglo XIV señalan como uno de los mejores obispos que se ha sentado en la cátedra de San Fermín, de incumplir sus votos, tentado por una mujer?


-No, Ilustrísima: la verdad es que no creo que ella tentase en ningún momento a Barbazán, sino más bien que éste la acusó falsamente de brujería para poder poseerla a su antojo.

-Claro, don Manuel, y eso lo sabe usted porque lo ha soñado un par de veces...

-Ilustrísima: nuestra condición de clérigos nos convierte en puente hacia lo sobrenatural, así que no debería sorprenderle que haga yo caso a las premoniciones cuando aparecen con tanta fuerza como esta que le estoy confesando. Pero mi condición de investigador no se hubiera conformado sin acudir a los archivos catedralicios, donde encontré -no demasiado bien camuflada- la prueba documental que confirma que el obispo Arnalt de Barbazán -Dios me perdone- era un cerdo, y que no fue una sola vez, sino muchas, las ocasiones en las que acusó de brujería a mujeres a las que torturó, violó y después hizo quemar para evitarse complicaciones.

-¿Y que pretende usted que hagamos, más de quinientos años después? Imagínese el escándalo si llega a saberse la verdadera condición de uno de mis más insignes antecesores...

-Ciertos crímenes no prescriben jamás, Ilustrísima. Pero sí, me imagino perfectamente el escándalo. Por eso le propongo un trato: usted me permite abrir la tumba de Barbazán, y yo le entrego los documentos que prueban su iniquidad, que podrá hacer desaparecer como mejor le convenga.

-¿Y qué conseguirá con ello, don Manuel? ¿Se cree tan importante como para que el mismo Infierno abra sus puertas cuando a usted se le antoje?

-Yo sólo quiero que esa horrible pesadilla que me persigue cese de una vez. ¡Y por Dios vivo, que si tengo que poner de pie a los muertos para conseguirlo, y de ese modo dar paz a las almas de aquellas mujeres y a la mía propia, lo haré sin dudarlo! ¡Lo juro!


Momia del obispo Barbazán, hallada en su sepulcro por el canónigo
D. Manuel Mercader, y expuesta en el claustro de la catedral de Pamplona
entre el 18 y el 25 de agosto de 1865.
Foto publicada en La Avalancha, nº 256. 8/11/1905


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015

jueves, 24 de diciembre de 2015

VILLANCICO



Cada Nochebuena, en un ciclo ininterrumpido dicen que desde Carlomagno, al recién nacido heredero de la corona francesa se le cantaba este villancico. Si se dormía durante su interpretación, perdía el derecho de primogenitura en favor de su siguiente hermano por nacer, pues había demostrado no tener las condiciones necesarias para ser rey. Esto no ocurrió sin embargo más que dos veces entre el siglo VIII y el XIV.

Pero a principios de ese último siglo, la dinastía de los Capetos llegó a su fin, así que la rígida etiqueta de la Corte tuvo que conformarse con los recién nacidos de las ramas más próximas a la de la familia que había gobernado el país desde que las crónicas guardaban memoria.

Así que la Nochebuena de 1327 fueron llevados a Notre Dame de París dos niños, uno, el hijo de Felipe de Valois y de Juana de Borgoña; otro, el hijo de Felipe de Evreux y Juana de Navarra. Comenzó la capilla regia a entonar el Noel Nouvelet, y todos los presentes vieron que el infante que daba cabezadas  y estaba más próximo a dormirse era el Valois, por lo tanto sería el navarro quien se sentase en el trono de Carlomagno.

Pero entonces Juana de Borgoña se arrancó un alfiler de la toca que cubría su cabello, y se lo clavó con todas sus fuerzas a su hijo, de tal forma que el punzante dolor le impidió dormirse, y fue el de Navarra quien sucumbió al sueño. Un  sueño que le privó de la corona de Francia...

Muchos, muchos años después, cuando Carlos ya andaba refugiado a los pies de la virgen de Uxue, todavía aborrecía escuchar el Noel Nouvelet. A un juglar que, sin saber la historia, se lo cantó en Monreal, consta que lo hizo desollar vivo, pues toda su vida detestó ese villancico.

Aunque dicen también que, al morir en el palacio de la Navarrería, resonaba en sus avejentadas sienes con tanta fuerza como si se lo estuviese cantando de nuevo la capilla de música de Notre Dame de Paris.


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015

lunes, 21 de diciembre de 2015

QUE TODO EN LA VIDA ES CINE


Estella, agosto de 1975



-Te digo, Joaquín, que ya empiezo a estar un poco harto de los caprichos de estos dos. Que yo sepa hablar inglés no les da derecho a traerme y llevarme como un dominguillo. Si quieren un traductor "full-time", que paguen de su propio bolsillo uno profesional, que para eso ellos son los protagonistas y yo sólo el mánager de producción.

-Y yo el jefe de especialistas y ya ves, Apolinar, haciendo también de chico de los recados. Ahora se le ha metido en la cocorota que necesita una "lunchbox". Una fiambrera, vamos. Y como además se ha empeñado en comprarla él mismo, aquí nos tienes, a nuestra edad haciendo de carabinas, porque naturalmente ella no ha querido quedarse en el hotel...

-Yo es que no le entiendo: su contrato estipula que comerá en los mejores restaurantes, allá donde nos encontremos, y se empeña en conseguir una tartera. Y por supuesto querrá la más barata, ya lo verás...

-A mí no me extraña. Hablando con colegas de profesión de otros rodajes, ya me comentaron que hacía honor a su tierra de nacimiento...

-Bueno, eso según le dé, porque ya te contaré luego la que lió ayer en Pamplona. Si no lo veo, no lo creo...

-Lo peor es que hoy empiezan aquí las fiestas, y no sé si vamos a tener nada abierto.

-¿Cómo se llamaba la tienda que nos recomendaron en el hotel? ¿Era la Ferretería Errazquin, no? Pues si aquí no encuentra lo que busca, no lo hará en ningún sitio, porque desde luego no he visto semejante muestrario de herramientas ni en los almacenes que surten a los grandes estudios cinematográficos de Los Angeles, o de Londres. 



-Mr. Connery, Miss Hepburn, come on! It's here!
¡Señor Connery, señora Hepburn, vengan! ¡Es aquí!





-Lo que imaginábamos: dice que quiere la más pequeña que tengan. Hasta Audrey le ha dicho que haga algo más de gasto, pero ya le has entendido, ¿no? Dice que ya gastó bastante ayer en Pamplona.

-¿Pero qué es lo que compró?

-Todas las perlas que tenían en una de las mejores joyerías de la ciudad. Por lo menos debían ser más de quinientas...

-¿Y para qué querría hacer algo así?

-Por supuesto a mí no me dio explicación alguna, pero "sin querer" escuché cómo explicaba a Audrey (mientras le regalaba por lo menos una docena) que las quería para reconciliarse con su esposa. Deben haber tenido alguna discusión conyugal reciente. Así que supongo que la fiambrera la querrá para usarla como "estuche". 

-Estos actores, siempre tan excéntricos. O igual a eso es a lo que llaman "humor británico". 

-Sí, eso será. Pero espera, vamos a ver qué le está diciendo Connery a esa niña del mostrador:

-Little girl: there are mountains and lakes in Scotland less green than your eyes...
Pequeña: hay montañas y lagos en Escocia menos verdes que tus ojos...



-Please, Sean, she's only five years old! You are going to scare her with your beggar's beard!
¡Por favor, Sean, sólo tiene cinco años! ¡Vas a asustarla con esa barba de vagabundo!




-Don't worry, Audrey! And say, princess: what's your name?
¡No te preocupes, Audrey! Y dime, princesa: ¿Cuál es tu nombre?

-Ainhoa.

-A-in-hua? Very nice. It's a Chinese name?
¿A-in-hua? Muy bonito. ¿Es un nombre chino?



-No, Sean. It's Basque!
No, Sean. ¡Es vasco!



-Ah! I don't know, Audrey. Yesterday, in Pamplona, the jeweller had an Italian surname: Vi-gui-ris-ti. Here they use all languages. It's funny!
Ah. No sé, Audrey. Ayer, en Pamplona, el joyero tenía un apellido italiano: Vi-gui-ris-ti. Aquí se usan todos los idiomas. ¡Es divertido!



-Viguiristi it's also Basque, fool! And leave the poor girl in peace!
¡Viguiristi también es vasco, bobo! ¡Y deja a esa pobre niña en paz!

-Look at that poster: Estella bullfight today! Do you want to come with me, little princess? Ouch! She's just given me a kick in my shin! She's dangerous and beautiful, like a Bond girl!
¡Mira ese cartel: hoy hay corrida de toros en Estella! ¿Quieres venir conmigo, princesa? ¡Ay! ¡Me ha dado una patada en la espinilla! ¡Es bella y peligrosa, como una Chica Bond!



-Yes, but she's smarter, she doesn't like such atrocity, Sean. Come here, pretty, and give me a kiss! Take these two pearls, a little present for you to remember us with a smile. 
Sí, pero mucho más inteligente, si no le gusta semejante barbaridad, Sean. ¡Ven aquí, preciosa, y dame un beso! Toma estas dos perlas, para que te acuerdes de nosotros con una sonrisa. 




-Pues tenías razón, Apolinar, al final hemos sido nosotros quienes hemos tenido que dar la cara por este tacaño. Hasta la dueña me ha dicho, al pagarle la dichosa fiambrera, que 007 es un sinsustancia, y que hay pordioseros en la puerta de san Pedro de la Rúa con mejor pinta que él...



-¿Y eso cómo se traduciría? A whitout substance in saint Peter of the Street? Si nos oye Connery, seguro que nos despiden de la película. Y a propósito... ¿No habría un pequeño papel para esa cria tan combativa y tan guapa?



-No sé, pero si ha podido hasta con James Bond, cualquiera se atreve a proponérselo...







© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015


martes, 8 de diciembre de 2015

SECUNDARIOS


Sólo quien encuentra su lugar natural -incluso anónimamente cómodo- en un borroso segundo plano, puede entender a la perfección qué es lo que pasa por la cabeza de otro secundario que ve postergados sus méritos en favor de otros que quizás posean muchos menos merecimientos que uno mismo. 

Y esta es ley que tiende a cumplirse de manera prácticamente inexorable en el cerrado mundo que supone la administración pública. Lo que resulta mucho más extraño es que alguien opte por quedar difuminado adrede. Y eso es lo que al parecer ocurrió no una, sino dos veces, en el Archivo General de Navarra...



Jose María de Huarte
En la década de los 20 y primeros años de los 30 dicha institución fue dirigida por José María de Huarte, que como marqués consorte de Valdeterrazo, centró sus investigaciones preferentemente sobre temas relacionados con la genealogía y la heráldica. Por esa misma época ocupaba ya el puesto de oficial técnico del Archivo José Zalba Labarga, a quien Manuel Iribarren define en su antología sobre Escritores navarros de ayer y de hoy como "un erudito que cursó estudios eclesiásticos en el Seminario, y que al no poder ordenarse sacerdote, necesitó dedicarse a la enseñanza privada y a la investigación para poder vivir. Gozaba fama de sabio, pero a su muerte en 1947 la obra que dejó fue muy pobre.

José Zalba Labarga
Se antoja un juicio muy duro sobre quien -efectivamente- no publicó demasiado, pero a cambio se esforzó por ordenar y recopilar la documentación de un monarca que hasta entonces no había sido demasiado bien estudiado: Sancho VI el Sabio. De ahí que se guarde todavía hoy en el Archivo su cartulario inédito, siempre a la espera de un interesado en difundirlo entre los curiosos, mucho más proclives a sumergirse en el océano de documentos que se conservan de Carlos II o de Carlos III que en la magra producción de la cancillería del penúltimo de los Ximeno. 

Ahora bien, Zalba había dado ya muestras durante sus años en el seminario de su interés por otra disciplina del saber, cuya obsesiva profundización le acarreó al parecer que sus superiores no le permitiesen tomar las órdenes sagradas. A la Cábala hebrea me estoy refiriendo.

La Cábala es un sistema místico de interpretación de las Escrituras Sagradas, transmitido desde la época talmúdica como tradición esotérica, gracias al florecimiento cultural y religioso posterior al exilio babilónico, y desarrollada sobre todo en las comunidades judaicas de la península ibérica a partir del siglo XIII, en combinación con elementos filosóficos propios. La palabra hebrea Kabalah procede de la raiz verbal kbl cuyo significado es "recibir", de modo que designa la tradición y la enseñanza transmitida y recibida a lo largo del tiempo. 

Este último párrafo lo obtengo de una conferencia que sobre la Cábala dictó el propio Zalba en Pamplona en el año 1914, y de la que sólo se conservan dos de los ejemplares que se editaron en la imprenta y librería de Serafín Argaiz. Uno obra en mi poder, y el otro pertenece al fondo local de la Biblioteca de Navarra. El dato más interesante que en dicho texto se recoge es la aportación documental de que desde 1180 -es decir: casi 60 años antes de que otro rey con sobrenombre de Sabio promoviese en Toledo el fructífero encuentro de las tres culturas del Libro- Sancho VI patrocinó los estudios de varios cabalistas residentes en su reino. 

El más importante de los cuales fue Apolinar Rabinal, un autor estellés que hacia 1194 (último año del reinado de su protector) escribió el Sefer Otsar Ha-Razim o Libro del Tesoro Secreto, una especie de tratado de adivinación de difícil interpretación, más aún en su fragmentario estado actual, pues desafortunadamente sólo se conservan unas páginas gracias a que otro erudito hebreo, el holandés Simón de Amberes las copió en el siglo XVII en su obra titulada "Despertar de los Siete Amaneceres." 

Es muy complicado poner en relación esas docenas de enrevesados versículos con hechos acaecidos posteriormente en el reino de Navarra, aunque Zalba lo hizo con tres de ellos: 

1. "Los árboles del reino no volverán a ser barcos sobre la mar", que aludiría a la pérdida de la Navarra Marítima pocos años después, durante el reinado de Sancho VII el Fuerte.

2. "El águila destruirá al hierro", que a su juicio haría alusión a lo acontecido en la batalla de las Navas de Tolosa.

3. "La fabulosa dote de la doncella sólo se revelará al único navarro que esté presente cuando el inglés Ricardo regrese para arrojar su aliento de fuego en Pamplona", que aludiría a las clausulas nupciales del contrato matrimonial de la infanta Berenguela con Ricardo Corazón de León. Aunque el propio Zalba admite que hay que ser cuidadosos con su atribución, pues si bien los más prestigiosos autores defienden que el rey inglés participó en un torneo en Pamplona, no hay constancia de que -si acaso llegó a hacerlo-, retornase luego nunca más a Navarra.

José Ramón Castro
En cualquier caso ya quedó dicho que esta es una historia de actores secundarios. José Zalba murió en 1947, sin ver publicado -me temo que por propia voluntad- el cartulario de Sancho VI el Sabio, que permaneció "oculto" entre la maraña de papeles que sólo los subalternos manejan. Para aquel entonces el director del Archivo de Navarra ya era José Ramón Castro, que como era de esperar centró sus investigaciones en la figura de Carlos III el Noble, a quien dedicó una voluminosa biografía.

En 1966 le sucedió en el cargo Florencio Idoate, que a pesar de tocar en sus estudios muchos otros campos como el de la brujería navarra o los esfuerzos bélicos del reino durante el siglo XVI, siguió sin mostrar interés alguno en el rey sabio. Un interés que sí puso de manifiesto el segundo protagonista de nuestra historia: Gabriel E. Aspurz.

Florencio Idoate
Era la tercera generación de su familia que estudiaba en Salamanca. Doctorado Sobresaliente cum laude con una tesis precisamente sobre la Cancillería navarra en tiempos del rey Sancho VI el Sabio. Poseía -insisten quienes lo conocieron- conocimientos enciclópedicos sobre la historia del reino de Navarra. Tenía un historial impresionante, tal vez demasiado impresionante. Se diría que perfecto. Estaba preparado para los cargos más altos del Departamento de Archivos y Bibliotecas: Director, Archivero jefe... Cualquier cosa. Sin embargo se conformó con el puesto de Oficial Técnico del Archivo, donde está claro que conoció de primera mano las antiguas investigaciones "cabalísticas" de Zalba.

En 1970 las cosas empezaron a torcerse. Tras un curso en París, su informe a los diputados forales sobre la más que necesaria modernización del Archivo General fue censurado. Por lo visto se les indigestó lo que en él decía sobre la conveniencia de abandonar de una vez el método implantado por Yanguas y Miranda a mediados del siglo XIX.

Durante los meses siguientes hizo tres solicitudes para que le trasladasen a la sección de Acción Cultural de la Diputación, negociado de Medios de Comunicación y Cinematografía. Y por fin las aceptaron.

Cine.

¿Por qué coño haría eso?

Aunque no por ello descuidó sus intereses. Al contrario: aprovechó su posición para convertirse en todo un precursor del préstamo interbibliotecario, obteniendo de este modo mucho más fácilmente docenas de libros sobre -curiosamente- Cábala hebrea, como prueban los recibos custodiados en distintas universidades nacionales y extranjeras o en la propia Biblioteca Nacional, donde consta que rebuscó el Sefer Otsar Ha-Razim de Apolinar Rabinal, teniendo que conformarse con reclamar finalmente el Despertar de los siete amaneceres de Simón de Amberes.

No quedan fotografías suyas. Tan sólo el recuerdo que dejó en varias personas que lo conocieron en sus tiempos de la Diputación. Una de ellas, la mítica historiadora María Puy Huici, me lo describió como "muy atractivo. Parecido a Marlon Brando cuando era joven. Cuando iba por la calle llevaba casi siempre una boina calada, de esas pequeñas, como la del Ché".

Y es que sin duda lo más sorprendente de su carrera administrativa es su desaparición fulminante tras unos años en su último cargo. Se llegó a pensar incluso en la posibilidad de un secuestro, pero la inexistencia de reivindicación o de petición de rescate por grupo alguno hizo que el caso se clasificase como no resuelto, así que desde 1979 Gabriel E. Aspurz fue dado oficialmente por muerto a petición de su única pariente viva, una anciana tía que falleció a los pocos meses.

J.J. Martinena
Entra ahora en escena el último de los actores secundarios que actúa en esta obra: yo mismo. En 1994, recién terminada la carrera, conseguí una beca de prácticas en el Archivo General. Entonces aún estaba situado en su antigua sede, el ya vetusto edificio que Florencio Ansoleaga construyó en los jardines de Diputación. El director era ya J. J. Martinena. Yo tenía mis ilusiones intactas, y tan sólo quería una misión. Y por mis pecados, me la dieron.

En los húmedos sótanos donde se apilaban decenas, cientos quizás de mohosos tomos del Catálogo de Comptos elaborado por Castro e Idoate, se hallaban también -caoticamente desordenados- todos los papeles que otro técnico secundario había dejado de su paso por la Administración foral. Naturalmente se trataba de la documentación concerniente a Gabriel E. Aspurz, que yo debía clasificar y catalogar. De ella, primero escéptico, luego sorprendido, y finalmente cautivado, es de donde obtuve los datos que sobre él y sobre Zalba acabo de daros a conocer a todos.

Amadeo Marco
Las últimas carpetas que podían relacionarse con Aspurz demostraban su minuciosidad, y cómo se había preocupado hasta el último detalle por el rodaje de una película que se llevaría a cabo en Navarra. La aséptica documentación demostraba que había logrado convencer al diputado Amadeo Marco para que  ofreciese a los productores del film todo tipo de facilidades burocráticas y económicas, con el único objetivo de que dicho rodaje se desarrollase en nuestra comunidad, y no en Castilla, como debían tener ya casi apalabrado. Hasta el mínimo capricho del menos famoso de los actores fue subvencionado por las arcas forales, convirtiéndose Aspurz en una especie de enlace con el séquito extranjero. Hasta el punto de que llegó a supervisar personalmente la contratación de extras y pagó de su propio bolsillo muchos lujos de las estrellas contratadas, como determinadas y carísimas marcas de whisky o de tabaco.

Terminado ese rodaje, Aspurz permaneció apenas unos meses más en su puesto, y después desapareció, sin que hasta ahora nadie pueda dar noticia de su paradero, sobre todo teniendo en cuenta que para la Justicia y la policía, su caso está completamente cerrado. No me importa decir que tuve la tentación de quedarme con aquellas carpetas, porque sentía ya demasiado cercano a Aspurz como para dejar que el último hilo que aseguraba su existencia se perdiera para siempre en aquellos destartalados sótanos. Sin embargo opté por fotocopiar los documentos más ilustrativos y volví a colocar los originales en sus estanterías metálicas: no tenía derecho alguno a romper semejante cadena temporal de secundarios.

En cuanto a mí, renuncié a la beca y nunca más volví a trabajar en un archivo. ¿Para qué? Sé demasiado bien que el tiempo de la magia y de la Cábala pasó ya. Aunque quién sabe: quizás dentro de treinta años otro oscuro funcionario encontrará esas carpetas a las que yo ya había añadido mi propia aportación, que ahora mismo procederé también a contaros.

Aspurz tenía evidentemente un contacto en la producción de esa última película. Alguien que desde que ese proyecto fílmico fue dando sus primeros pasos "advirtió" al funcionario navarro de que el proceso había comenzado. Alguien que -quizás- fue quien realmente puso en marcha todo el asunto mucho, muchísimo tiempo atrás...

Probablemente también a través suyo obtuvo puntualmente Aspurz la información que le permitió revolver Roma con Santiago para lograr que el diputado Amadeo Marco aflojara la bolsa y no consintiese que el rodaje se fuese a Castilla.

Ese contacto tuvo que hablarle también del reparto previsto. Para un papel circunstancial para cualquier espectador de la película, aún no se había contratado a un actor concreto. El director no tenía aún una idea aproximada de quién debía interpretarlo, y no estaba dispuesto a disparar el presupuesto pagando a algún divo demasiado dinero por apenas diez minutos de metraje. Pues bien, estoy en condiciones de probar con recibos que fue la Diputación Foral, aunque ocultando la procedencia como si fueran los productores quienes ponían el dinero, quien pagó la contratación de un famoso actor que el propio Gabriel E. Aspurz recomendó, y que dado su prestigio profesional y su filmografía satisfizo plenamente a todos los implicados.

El rodaje se llevó a cabo en distintas partes de nuestra geografía, y se contrataron muchos extras de origen navarro para arropar a los protagonistas. En todos los lugares fue así excepto en Pamplona, donde de nuevo Aspurz se encargó personalmente, primero de encontrarles el lugar perfecto para la grabación, y luego de asegurarse de que todos los extras fuesen tan extranjeros como los actores principales. Hasta volvió a pagar de su bolsillo un servicio de guardias venido expresamente desde Madrid para impedir -incluso empleando la fuerza- que ningún otro navarro entrase en el set de rodaje. De hecho sólo los técnicos y actores americanos e ingleses además de él mismo estaban en el improvisado plató cuando el director gritó "Action!"

Así me lo aseguró el viejo cameraman que tuvo la gentileza de recibirme en su casa de Leicester -no hubo forma humana de acceder al actor del que acabo de hablar-, y a quien tuve que mentir diciéndole que pensaba dedicarle mi tesis doctoral. En realidad sólo me interesaba saber si recordaba a Aspurz, y sobre todo si lo recordaba en aquella tarde del 5 de agosto de 1975, durante la cual se habían rodado las escenas pamplonesas. Y sí, vaya que sí lo recordaba...

Recordaba a alguien excepcionalmente atento, preocupado por el mínimo detalle de la producción, y porque los actores tuvieran todo a su gusto. Sobre todo el que él mismo había recomendado, a quien colmó de regalos en forma de su whiskey y tabaco favoritos. Al parecer era el propio Aspurz quien encendía personalmente los cigarros que entre toma y toma encadenaba el actor. Y recordaba también que mientras lo hacía, movía nerviosamente la cabeza en todas las direcciones, como si esperase distinguir alguna señal en los muros.

Tras varias horas la jornada de rodaje terminó, y lo último que el cameraman recordaba de aquel día es que Aspurz despidió con una sonrisa encantadora a todos y cada uno de los miembros del set, y que se quedó dentro del abandonado palacio donde se habían grabado todas las escenas. Y de eso se acordaba porque se le había quedado grabado en la memoria el tremendo ruido que hizo la ganzúa al accionar la desvencijada cerradura...

Os estaréis preguntando de qué película estoy hablando constantemente. Tenéis razón, ya es hora de desvelar el secreto: se trata de "Robin y Marian", dirigida por Richard Lester en escenarios navarros durante el verano del año 1975, e interpretada en sus papeles principales por Sean Connery y Audrey Hepburn. Pero no son ellos los que nos importan, sino un secundario de lujo, como no podía ser de otro modo en esta historia.


El actor que Aspurz recomendó -y pagó- para personificar a Ricardo Corazón de León fue Richard (¿cómo iba a llamarse si no?) Harris. ¿Y recordáis la tercera profecía de Apolinar Rabinal? Pues dejad que os refresque la memoria: "La fabulosa dote de la doncella sólo se revelará al único navarro que esté presente cuando el inglés Ricardo regrese para arrojar su aliento de fuego en Pamplona".







¿Cuáles eran las posibilidades reales que en 1975 tenía alguien -por muy estudioso de la Cábala que fuese- de conseguir que Ricardo Corazón de León retornase al mismo palacio que pisó en su primera estancia en Pamplona? Decididamente pocas, a no ser que consiguiese que el propio autor de un augurio ocho veces centenario le advirtiese de tan increíble oportunidad -para nuestra mortecina y racional mentalidad moderna, claro está-. Y no sólo a través de su libro perdido...

Buscad, si no me creéis, en el enlace que os adjunto, el nombre del "Production manager" o Mánager de Producción. Y el IMDB (Internet Movie DataBase), la mayor base de datos sobre películas en Internet, no engaña:


Diario de Navarra, 6 de agosto de 1975

Evidentemente, que al bueno de Richard Harris no le faltase tabaco para fumar sólo fue otra condición para que el augurio del aliento de fuego de Ricardo se cumpliera. Para que, en suma, la magia cabalística pusiese de manifiesto, ocho siglos después, el lugar exacto donde reposaba la dote de la infanta Berenguela, jamás recogida por Ricardo de Inglaterra.

Miles, centenares de miles de monedas de oro y de plata, de sanchetes cristianos, de mazmudinas musulmanas y de buenos dineros ingleses, del Anjou o de Poitiers encofrados en un muro del abandonado Palacio Real de la Navarrería.

Y un mes entero que -según un anciano y ya jubilado policía municipal, empleó Aspurz para desmontar con sus propias manos el set de rodaje y dejar el edificio "tal y como estaba". Incluso alguna vez él mismo le había ayudado a apilar en su vieja camioneta pesadísimos sacos rellenos -al parecer- de piedras empleadas por los técnicos americanos para enmascarar el mal estado del edificio. Así se lo había asegurado una y otra vez el propio Aspurz. 

No hará falta decir que investigadas las ventas de monedas medievales que por esas fechas se dieron en los mercados numismáticos y de metales preciosos de Amsterdam, de París y de Londres, el número de operaciones se disparó exponencialmente ante la súbita aparición de excelentes piezas que parecían recién acuñadas, aunque eran completamente auténticas. Así que Aspurz se aseguró indudablemente una jubilación verdaderamente dorada.

Aunque a pesar de todo, no tanto como podríamos pensar, porque aunque no haya pruebas contundentes, determinados indicios me hacen pensar que el préstamo de Amadeo Marco para que "Robin y Marian" se rodase en estas tierras no fue del todo desinteresado, y no porque el ascético diputado se quedase con parte del tesoro, sino porque me temo que decidió -quizás en total connivencia con el propio Aspurz- emplearlo en pagar buena parte de las facturas que estaba ocasionando la ingente industrialización que en aquellos primeros años setenta se dio en Navarra.

Resulta, pues, curioso afirmar, que ese proceso por el cual la sociedad navarra pasó de ser eminentemente rural a entrar en la moderna economía global, fue pagado a escote por Sancho VI el Sabio y su hija, la infanta Berenguela, aunque la fama de emprendedores se la llevaran otros, como los diputados forales Urmeneta o Huarte. Pero eso es ya otra historia, aunque desde luego no me resisto a comentar que, de ser cierta, supondría todo un caso de visión empresarial. A ochocientos años vista, concretamente.

No creaís sin embargo que me he animado a contaros el secreto que tantos secundarios hemos guardado hasta ahora, por mera vanidad de investigador, sino porque hace pocas fechas, en mi correo electrónico a nombre de Willard -era un capitan de barco. No me gusta demasiado el mar, pero sí las personas que buscan algo, aunque no sepan qué exactamente- y que apenas utilizo, recibí un escueto mensaje: "San Gabriel, 187".

No me sorprendió ni que utilizase las nuevas tecnologías, ni que estuviese al tanto de mis pesquisas sobre él desde donde se encontrase: al fin y al cabo estamos hablando de Gabiel E. Aspurz,

Comprendí enseguida que era una dirección, pero no de la ciudad de los vivos, sino de la de los muertos. Efectivamente, en la calle San Gabriel (¿en cuál otra si no?), en la parte más antigua del cementerio municipal de Pamplona, hallé el panteón nº 187. El tiempo no lo había tratado bien, pero los secundarios no suelen tener nadie que les recuerde. Bueno, casi nadie, porque un solitario lirio -la flor de la realeza- se erguía desafiante en un cuenco de porcelana recién colocado, y que contrastaba fuertemente con el evidente abandono que durante décadas había sufrido la tumba. Me agaché para retirar las hojas muertas que cubrían la lápida y pude leer un nombre: José Zalba Labarga. Y también una inscripción casi borrada, en la que reconocí unos versos del cabalista toledano Todros Abulafia: "Y Dios escuchará mis súplicas, y destruirá a los aduladores que llenan sus bocas de palabras falsas, y sólo protegerá a los dotados de verdadera inteligencia y virtud."

Removí con los dedos la tierra en la que se sustentaba la flor, y al poco extraje lo que parecía ser una moneda recién acuñada de Sancho VI el Sabio de Navarra, perfectamente protegida por una funda de plástico transparente donde sólo había escrita una palabra: "Zihuatanejo".


No soy tan listo como él. Ya sabéis que sólo soy un personaje secundario en su historia, así que confieso que tuve que mirar en un Atlas dónde estaba Zihuatanejo. ¿Y sabéis? Creo que nadie en su sano juicico iría hasta allí a buscar a alguien que de joven se parecía a Marlon Brando.


Bueno, casi nadie...






©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015

lunes, 2 de noviembre de 2015

Y DURO Y DALE


En el último capítulo -el número ocho- de la serie de RTVE "Carlos, rey emperador", volvía a aparecer en pantalla una vieja amiga de este blog y de todos sus lectores y lectoras:

Nada, que total son cuatro días, pa qué vas a exprimirte el limón

Yo no quería, me obligaron los guionistas, parece estar diciendo el actor
Pues sí: santa María la Real de Pamplona -la imagen ante la que juraban los Fueros los reyes de Navarra- vuelve a aparecer en esta continuación de "Isabel", y sigue pintando tanto en ella como lo hacía en aquella otra hagiografía de los reyes católicos: absolutamente nada, aunque ahora sea Francisco de Borja quien rece ante la talla de la que tantas veces os he hablado ya.

¡No te vayas, que seguro que en el próximo capitulo cambian al testarudo decorador!

A Pamplona hemos de ir...
Pero si los responsables -sean los guionistas, los asesores históricos o los encargados de atrezzo- siguen en sus trece, el que esto escribe no va a dejar de sacarles los colores. Y no porque no puedan tomarse todas las licencias históricas que les apetezcan -lo que hacen bastante frecuentemente-, sino porque cada vez más me parece que lo hacen completamente adrede.

Francisco I - Alfonso Bassave
¿Cómo entender si no que la única alusión en toda la serie a Navarra sea la que en el capítulo seis hace Francisco I de Francia (interpretado por el actor Alfonso Bassave, el mejor con diferencia de todo el reparto, junto con el veterano Ramón Barea), cuando explica sobre un mapa la campaña militar que va  a emprender contra Carlos I en tres frentes: Luxemburgo, Milán y Navarra?

Literal -y muy lacónicamente- sólo dice que: "entrará en Navarra Albret con el apoyo de Lespar"

Campaña de Navarra por todo el Piríneo. Ojalá hubiera sido así...
El condestable de Borbón -interpretado con cierta desgana por el gran Alberto Sanjuan- le replica:
"con todos mis respetos, el señor de Lespar no es el adecuado para comandar la ofensiva en Navarra". Y ahí al menos aciertan los guionistas, porque "el señor de Lespar" (más conocido por estos lares como Asparrós o Asparrots), efectivamente demostró no ser el indicado para ese puesto, pues tras liberar Navarra en un mes, escogió fatídicamente sitiar la ciudad castellana de Logroño, y allí se inició el desastre para la causa del rey legítimo que finalizó en las campas de Noáin.

Enrique II de Labrit "el Sangüesino"
Porque sí: ese aséptico "Albret" que menciona el rey de Francia, era el rey Enrique II de Navarra, el último de nuestros monarcas nacido en territorio del reino, concretamente en Sangüesa. Esto lo subrayo por si los guionistas de "Carlos, rey emperador" tienen a bien rectificar sus anteojeras. Aunque ya sé que no lo harán, porque parece que les interesa más mostrar una idea de imperio o de nación mucho más cercana a los postulados políticos actuales de quienes dirigen RTVE en estos momentos.

Pero para eso también tengo remedio, no se preocupen. Me bastará con recordarles lo que su beatífico Carlos hizo con cierto caballero llamado don Pedro, a la sazón mariscal de Navarra, y que por supuesto no ha salido ni saldrá en esta serie. No he de inventarme nada, que lo cuenta el obispo castellano -para que no puedan acusarme de maniqueo, al menos esta vez- Sandoval en su crónica:

"Sacaron al mariscal de su prisión en el castillo de Atienza, pero antes de ponerle en presencia del rey don Carlos le visitaron personas  graves e importantes por orden de Su Majestad, y propusiéronle que se allanase a lo que era tan justo y casi forzoso, como era prestar el debido juramento a tan legítimo señor. Prometiéronle además la libertad de su persona, que le restituirían sus estados con aumento de otros mayores, de honras, oficios y preeminencias. Pero él respondió con todo el respeto que no desistiría jamás de su propósito, y así les pidió que cejasen en su empeño, pues tenía ya determinado morir como siempre había vivido, pues no era español, ni súbdito de la casa de Castilla, y no podía por tanto hacer homenaje a otros que no fueran sus soberanos. Así pues, como buen caballero que era, permanecería fiel al juramento que había prestado a Juan de Labrit y Catalina de Foix, los verdaderos reyes de Navarra, y jamás renegaría de su patria. Pusiéronle desde entonces  prisionero en el castillo de Simancas, donde  acabó la vida en su porfía y sin remedio..."

Armas de los mariscales de Navarra
© Eneko Saldise

Naturalmente ese "acabó su vida" es un eufemismo, pues apareció una mañana muerto en su celda, y si tuviera que jugarme yo mi escasa fortuna, apostaría sin dudarlo porque los esbirros de Carlos -"rey emperador"- lo "suicidaron". Los tiranos sólo esperan sumisión, no lealtad.

A día de hoy, el Mariscal Pedro de Navarra sigue sin tener una mísera calle en Pamplona, y lo que es a mí, me parecería estupendo sustituir por ejemplo "Avenida San Ignacio" por "Avenida mariscal Pedro de Navarra". Dejo la idea  para el que pueda aprovecharla, aunque recuerdo ahora también que se intentó hace unos años en Estella dedicarle una estela conmemorativa -mediante suscripción popular- frente al palacio real, y la institución "Príncipe de Viana" (vergüenza me causa escribirlo) no dió su permiso.

Y digo yo que el actual Gobierno de Navarra podría hacer algo al respecto. Al menos si tiene voluntad de hacer cosas nuevas, y no busca sólo mantener conductas y estructuras heredadas y anquilosadas por décadas de silencio.

Mientras tanto, "Carlos, rey emperador" y un servidor de todos ustedes seguiremos en guerra, que sólo reconozco un Imperio ante el que inclinar mi cabeza:




© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015