miércoles, 28 de agosto de 2013

CASINO ROYAL

Palacio Real de Pamplona, 28 de agosto de 1190


-¡Maestro, maestro, sé que estáis ahí dentro, abridme la puerta!

-¿Pero qué queréis, doña Berenguela? Pensad que me quedan muy pocas horas para terminar el regalo de vuestro futuro marido, cuya terrible cólera sentiré si no os lo entrego a vuestra entera satisfacción...

-Por eso no os preocupéis, que ya sabré yo domar ese genio a su debido tiempo. En cuanto a la preciosa joya que os afanáis en acabar...

-¿Pero cómo, acaso la habéis contemplado ya? La orden del rey era que no debíais hacerlo hasta mañana.

-Tranquilizaos, maestro, que no estamos hablando de mi vestido de novia, sino de vuestro maravilloso trabajo. Si pensabais acaso que este palacio nuestro de Pamplona era lo suficientemente seguro para la curiosidad de tanta infanta junta, evidentemente os equivocabais. Por cierto que a  mis hermanas Constanza y Blanca también les ha encantado. Aunque hay un pequeño detalle que nos parece que podría corregirse...

-Pero si casi no hay tiempo ya para cambio alguno, ¿a qué os referís exactamente?

-Es sólo una ligera variación. Una molestia apenas para vuestra demostrada capacidad artística. Tan sólo quiero que sustituyáis la cartela que porta el ángel del Tetramorfos que rodea a Santa María...

-¡Pero si justo ahora mismo me estaba dedicando a esa pieza concreta, que además es un encargo personal del propio Ricardo, no puedo hacer eso!

-¿Acaso este retablo no es un regalo nupcial para mí? ¡Pues entonces pondréis el broche final que yo os diga, o mañana rechazaré vuestro trabajo y tendréis que explicar a Ricardo que nuestra proyectada boda no se celebrará porque vos no habéis querido complacer un simple capricho mío! ¿Estáis dispuesto a afrontar semejante responsabilidad?

-Pero señora: pensad que lo que ha quedado reflejado en esa cartela es una muestra muy personal no solo de una de las aficiones más arraigadas de vuestro prometido, sino que además encierra un mensaje muy particular, pues no hay lance más principal en el mundo que el allí ha quedado representado por orden suya.

-¿Que no hay envite más importante que ese? Dejad que me ría, maestro, porque es evidente que desconocéis este otro que aquí os traigo, que os aseguro que es mucho más trascendente y distinguido que ese que decís.

-Pero no conozco esas figuras que me mostráis, alteza.

-No os preocupéis, maestro, que yo os alecciono: estos tres que veis aquí son mi abuelo don García, el restaurador de mi dinastía, mi padre don Sancho, que tiene acreditada fama de sabio, y este otro es mi hermano, también llamado Sancho, que algún ceñirá la corona de nuestros antepasados.

-¿Y esta otra figura?

-Tan sólo una pequeña muestra del cuantioso Tesoro del que dispone Navarra. Para que vean en Aquitania e Inglaterra que somos tan ricos o más que ellos.

-Si vos lo decís, así será, pero no sé yo cómo se lo tomaría Ricardo...

-Por mí puede hacerlo con dos terrones de leche y a las five o'clock. ¿No es así cómo toman todo los ingleses?

-Os pido por última vez que reflexionéis, doña Berenguela. Ved que vos desconocéis también el misterio que encierra la disposición ordenada por vuestro prometido. Permitidme explicárosla tal y cómo me la describieron a mí, pues os confieso que soy totalmente lego en estas competiciones. Estos son los Diez regimientos que marchan siempre a sus órdenes. Este gran caballero es Mercadier, su brazo derecho en la batalla. Esta es la reina, su madre doña Leonor de Aquitania -flor y modelo de todos los trovadores-, a la que muy pronto conoceréis. Este es él mismo Rey Ricardo, como podréis colegir comparándolo con el retrato que os envió. Y esta última es, no una pequeña muestra del tesoro inglés, sino de su gran poderío militar y su inmensa capacidad de levantar innumerables Lanzas en cualquier lugar de occidente. ¿Comprendéis ahora, alteza?

-Sí, claro que comprendo. Comprendo perfectamente que como no hagáis lo que os solicito, esos lanceros que decís peinarán todo el país del Lemosín hasta dar con vos, y será lo mismo que os escondáis en la aldea más remota o en el castillo más ruinoso, porque el caso es que en la mazmorra donde pasaréis el resto de vuestra vida no podréis ya acometer trabajo de esmaltería alguno, lo que sería sin duda muy gran pena para el mundo del arte. Así que aquí os dejo mi diseño, y cuando mañana mi fiel senescal Sagastibelza venga a conduciros hasta la gran sala donde toda la corte aguardará expectante a que descubráis el regalo de mi novio, espero por vuestro bien que mis deseos hayan sido cumplidos, maestro. Hasta mañana.

-Dios mío, con las mujeres no hay manera... ¡Gauthier, Gauthier!

-Aquí estoy, señor.

-Ah, querido discípulo, prepara a toda prisa nuestros pertrechos, y aparta unas monedas de plata del sueldo que el rey nos pagó, para sobornar a los guardas que custodian las murallas de esta ciudad.

-¿Pero cómo, nos vamos antes de entregar la pieza, maestro?

-Sí queremos salvar nuestras vidas, lo mejor es que desaparezcamos cuanto antes de aquí, pues hagamos lo que hagamos, saldremos seguramente perjudicados.

-Como queráis, aunque siento de veras abandonar el bullicio de las tabernas de la Tahurería de Pamplona, que mucho dinero había ganado ya en las partidas y juegos que en ellas se practican...

-¿De verdad se te dan tan bien esos entretenimientos inventados por el diablo, Gauthier? Porque entonces harás bien en explicármelos detenidamente mientras nos alejamos de Pamplona. Sí, en ese trayecto has de contarme con pelos y señales si es tan importante esa "escalera real" con la que el rey Ricardo quería que decorase el retablo. Y si puede considerarse a la misma como todo un símbolo inglés. Mas si consigo entenderte, entonces me aclararás sin demora la supuesta superioridad de las "treinta y una reales" con las que la princesa Berenguela acaba de amenazarme, y naturalmente si esa jugada es también un emblema inmarchitable de este reino de Navarra, pues todo este mundo de los naipes es ciencia ignota para mí, que soy un simple maestro orfebre...

-Por supuesto que os descubriré poco a poco ese fantástico y raudo pasadizo hacia la fortuna más cuantiosa, querido maestro Fournier. Y no se me ocurre mejor oficio para ganarnos la vida que el que empleéis a partir de ahora vuestro estupendo arte en la fabricación de cartas de juego, y que lo hagáis en la villa de Vitoria, que al fin y al cabo es ciudad también muy importante de este país en el que nos encontramos. Más... ¿no se enfadarán mucho mañana al ver vacía esa cartela tan solicitada por todos?

-Bah, para cuando se den cuenta ya estaremos tú y yo lo bastante lejos, así que les desafío a que reparen -ahora o en el futuro más lejano- en que les he dejado, además con las más elegantes abreviaturas y arcaizantes grafías griegas, mi firma muy bien dispuesta: Heraclio. Y por mí que Ricardo y Berenguela bajen juntos su condenada escalera y se vayan al diablo con las treinta y una reales de marras.  

-¡Bien dicho, maestro!

Fotografía de Manuel Sagastibelza





© Mikel Zuza Viniegra, 2013








    

lunes, 12 de agosto de 2013

SEMBRADO

Crucero de Uxue, noche de San Lorenzo de 1444


Sí, como cada año por estas fechas, la corte entera se agolpará en las escalonadas terrazas del palacio de Olite para poder contemplar como las estrellas lloran la muerte en la parrilla del mártir oscense. Y Simón, el astrólogo real les irá explicando a grandes voces todo lo mucho que ha leído en sus incomprensibles cartas y planisferios celestes.

Así que en busca de la tranquilidad que allí no encontrarían -y aprovechando el barullo- se han escapado de incógnito los príncipes de Viana hasta este silencioso lugar que es uno de los balcones más majestuosos del reino.

Como a Carlos no le apetecía conducir esta noche,es Agnes quien ha guiado el carro hasta aquí. El farol delantero -una vez más- no se enciende ni acercándole la antorcha más rusiente.

-¿Cuándo vas a llevarlo al herrero? Mira que te lo he dicho veces...

-¿Pero cuándo voy a poder hacerlo? Pensé que te encargarías tú.

-La otra tarde tenía ya la llave en la mano cuando se presentó repentinamente la embajada del canso del rey de Castilla, y cómo no hubo manera de localizarte, tuve que ser yo quien la recibiera.

-Sabes que estaba revisando los planos de la capilla de San Jorge. No se acabará nunca esa condenada obra. Al menos no sin los mismos recursos económicos de mi abuelo el rey Carlos. Pero tienes razón, soy yo quien debe tratar con los embajadores. El lunes sin falta visitaré al herrero.

-Más vale que no hemos tropezado por el camino con una patrulla de la guardia real. No llevo ni un mísero cornado para pagar la caloña que nos hubiera caído por ir sin luces...

-En cuanto hubiesen visto los escudos pintados en las portezuelas habrían sabido que les convenía dejarnos pasar. De todas formas en la cajonera llevo todos los papeles en regla. Los he firmado yo mismo esta mañana, Agnes. Y los tuyos también, así que teníamos garantizado el paso franco, o el próximo destino del atrevido guarda hubiera sido algún ignoto castillo de la frontera de malhechores.

-Desenrolla la manta. ¿Otra vez la de los tres lazos? Te dije que cogieras la bordada con las hojas de castaño de la orden de Bonnefoy, que es mucho más abrigada.

-Ay, chica, no sé, es la primera que he visto en el armario. Además, lo importante es lo que he metido en la cesta: una botella de aquel espumoso brebaje cuya fórmula trajeron a Navarra los Teobaldos desde su lejana tierra de Champagne.

-¿Pero no llevará doscientos años metido en esa redoma, no?

-¡Qué cosas tienes, Agnes! ¿Crees que los bodegueros de palacio, desde que reinaron aquellos ilustres  antepasados míos hasta hoy, no han tenido tiempo de aprender el método de fabricar este cosquilloso jarabe? Pues no, que tienen muy bien pillada su elaboración. Además este que he traido es el rosado dulce, que no tiene nada que ver con ese otro que llaman "brut", que sólo vale para quitar la grasa de las cacerolas. Y, para que no te quejes, vamos a beberlo además en las copas de cristal tallado que mi madre doña Blanca trajo desde Sicilia. Dicen que cuando entrechocan,  su sonido es como si tañeran a la vez todas las campanas juntas de las catedrales de Palermo y Monreale.

-Tal parece, sí. Pero ven, siéntate aquí, a mi lado, que ya empiezan a llover estrellas, y no es cuestión de dejar que se derrame ni una sola burbuja.

-Ciertamente está muy bueno este extrañísimo caldo, pero ya veremos si no acabo quedándome dormido... Estoy muy cansado últimamente. Estos tiempos no son tan pacíficos ni fáciles de gobernar como los que tocaron en suerte a mi abuelo o a mi madre.

-Ya lo he notado, Carlos. ¿No crees que debieras delegar en alguien de tu confianza para que te ayudase a llevar este terrible peso?

-Dirían entonces que me gobiernan. O si no que favorezco a una de las parcialidades que desgarran el reino desde hace tiempo. Además: sólo confío en ti, Agnes, así que el destino de todos nuestros súbditos está en nuestras manos, y eso es algo que no me deja conciliar el sueño.

-Entonces hoy no serás tú quien me cuente una de esas historias que sacas de los polvorientos libros de tu biblioteca, sino que yo haré que duermas con la que te narre yo.

-Bueno, si algo he aprendido es que no hay autor literario que se precie que pueda escapar a los efectos narcóticos que su obra produce, aunque espero que no todas las mías hayan provocado tu bostezo...

-Sabes muy bien que sólo cuando te enredas en una de esas inacabables discusiones heráldicas con los porteros de los santuarios y palacios que visitamos.

-¿Y qué culpa tengo yo de que el único emblema que conozcan muchos de esos cabestros sea el del equipo de torneo de los aborrecibles condes de Haro? Más vale que no hay vez que eso ocurra que no les haga pagar de su peculio la talla o repintado en rojo y azul del escudo del equipo de la capital de nuestro reino,que no en vano...

-¡Basta, que si no seré yo quien se duerma! Calla y escucha -mientras contemplamos todos estos astros dorados y errantes sobre el azul tapiz nocturno-, la historia y porqué del sembrado de flores de lys que tus ancestros y parientes, los reyes de Francia, llevan en su manto y en su bandera. Y si -como suele acontecer- resulta que ya te la sabes, más te vale mantenerte callado, que esta noche soy yo la juglaresa.

-Acepto, aunque haciendo constar que no sólo esos señores reyes de Francia las llevan, sino que también los reyes de Navarra hace tiempo que las hacen brillar junto a su orgulloso y recio carbunclo pomelado...

-¡A callar he dicho! Solamente pon tu cabeza en mi regazo y deja que tu mente vuele al siglo V de la era cristiana, cuando gobernaba sobre los francos el muy pagano rey Clodoveo. Éste era un gran soldado, que día a día aumentaba sus dominios a cuenta de los de los burgundios y los visigodos, pueblos bárbaros con los que a la sazón se repartía la antigua Galia romana. El caso es que el rey del primero de esos pueblos, con afán de detener las ansias expansionistas de Clodoveo, le ofreció la mano de su hija si detenía sus fieras campañas.

Pero la princesa Clotilde, que así era como se llamaba la novia ofrecida, además de burgundia era muy buena cristiana y se negó a casarse con él si antes no se convertía a la fe de Roma. Y como a la B de Burgundia y de Buena cristiana, añadía doña Clotilde la de Bella sin par, el caso es que el rey de los francos y tres mil de sus hombres más conspicuos aceptaron ser bautizados por el obispo San Remigio en la catedral de Reims.

Y estando don Clodoveo ya metido en la pila de agua bendita, vieron todos los presentes bajar de los cielos un ángel de Dios llevando en sus manos dos sagrados objetos: una pequeña botella conteniendo el oleo santo -y que es fama que nunca se acabará, por mucho que dure el mundo- que desde entonces usan todos los reyes de Francia el día de su consagración, y tres flores de lis con el encargo divino de que a partir de ese mismo momento las  hiciese grabar en su escudo, abandonando para siempre el de los tres diabólicos sapos que hasta entonces  le había representado.

Y muy bien pareció a todos este mandato, por lo que no ha habido rey, entre todos los que se han sucedido en el trono francés, que no se haya coronado en Reims, haya sido ungido con el santo oleo y no haya llevado en batalla el escudo de las flores de lis, que con el tiempo pasaron de ser tres a ser docenas, en un sembrado heráldico y perfecto como el que tus antepasados y tú mismo ostentais orgullosos.

¿Qué te ha parecido, Carlos? ¿Lo he contado bien?

Y al mirar hacia abajo ve Agnes que Carlos duerme profundamente, y sabe entonces que sí, que lo ha contado perfectamente, pues mejor que nadie conoce que, demasiadas veces, son estas historias de la antigüedad pesadísimas y farragosas, aunque el príncipe tenga -afortunadamente para ella- la habilidad y la gracia de saber hacerlas entretenidas.


Así que lo arropa con la demasiado fina manta de los triples lazos, y observa en silencio como allá al frente, sobre el iluminado caserío de Uxue, caen furiosamente las estrellas. Y al hacerlo, se le figuran a Agnes que forman el mismo sembrado de flores de lis de oro en campo de azur que -con la correspondiente banda componada de gules y plata, eso sí- representa a los reyes legítimos e incontestables de Navarra. Y que esa cósmica estructura constelada pone de relieve, para quienes se atreviesen a dudarlo, el origen divino de tales armas y por tanto de tales reyes, al fin y al cabo representantes de Dios sobre la tierra.


Pero todas estas simbólicas memeces, ¿a quién pueden importarle? Y menos hoy, cuando por primera vez en mucho tiempo Carlos duerme en sus brazos, libre de agobios aunque sólo sea por unas horas. Así que mientras acaricia el pelo de su amado y los fugaces meteoros dejan su vertiginosa estela sobre ellos dos, Agnes pide un único deseo: que esa noche y ese momento duren para siempre...

© Mikel Zuza Viniegra, 2013


La foto original de Ujué en la noche de las perseidas es de Jose Carlos Cordovilla. De la mezcla con un cielo muchísimo más estrellado soy totalmente culpable. 

La vidriera de flores de lys es del siglo XIII y está en la catedral de Chartres. La he unido al dibujo de Uxue que aparece en la portada del libro "Ujue, historia y devoción", de Raquel Ruiz y Saturnino Napal.


 

lunes, 5 de agosto de 2013

QUÉ COSAS...

Pamplona, 6 de agosto de 1938
Coro de la catedral


-Señor Pascual, señor Cunqueiro. Si no desean nada más de mí, les dejo solos para que puedan admirar esta pieza maestra de nuestro tesoro a sus anchas.

-Vaya tranquilo, padre Larumbe. Le aseguramos que a pesar de nuestra condición de humildes periodistas, con nosotros estará segura.

-Bueno, no tan humildes: nada menos que el redactor jefe del Arriba España de Pamplona y uno de los más importantes colaboradores de la Voz de España de San Sebastián...

-Bah. Muy poca cosa al lado de su puesto como delegado de Bellas Artes  de Navarra, don Onofre.

-Ya quisiera yo que mis alumnos de la asignatura de Arqueología Sagrada en el seminario mostrasen la misma curiosidad y erudición que ustedes dos.

-Seguro que todos ellos sacan gran provecho de sus muy pedagógicos métodos de enseñanza artística.

-No estén tan seguros. El otro día les propuse a modo de consulta qué les parecería retirar este mismo coro en el que nos encontramos, con su reja y sillería, para que la nave central ganase en perspectiva y se acercase más al modelo de sus hermanas francesas, y ninguno se mostró partidario. ¿A ustedes qué les parecería esta idea?

-Con tal de que no vuelva a moverse de su sitio secular este maravilloso sepulcro del rey don Carlos III el Noble, yo vería con buenos ojos pasar despejar completamente esta nave.

-¿Pero cómo, Angel María? ¿Acaso se atrevieron a tal ignominia?


-Vaya que sí se atrevieron, Alvaro. Tres años estuvo guardado en la cocina, al otro lado del claustro. Y si no hubiera sido por el empeño personal del canónigo don Néstor Zubeldía, probablemente aún seguiría allí.

-Convengo en que el l lugar de reposo eterno de un rey no puede ser una cocina, por más que yo haya soñado muchas veces semejante final.

-Pero eso será por que los gallegos sois de muy buen comer.

-No me parece que los navarros os quedéis atrás a la hora del buen yantar.

-Si me disculpan, su gastronómica conversación me ha recordado que es justamente la hora de comer. Bajo ese paño está el relicario. Admírenlo con calma. Regresaré dentro de un par de horas.

 -Hasta luego, don Onofre.

-¿Así que esta es la maravilla de la que me habías hablado, Angel María? Pues realmente no le veo nada de bizantina....

-Por que evidentemente no lo es. Lo que te dije es que el emperador de Constantinopla, Manuel II Paleólogo, con el ánimo de conseguir ayuda para su sitiada capital, emprendió en 1400 un viaje por todo el occidente cristiano por ver si los monarcas católicos se apiadaban de su desesperada situación...

-¿No te parece el de "Paleólogo" uno de los apellidos más preciosos que jamás hayan existido?

-Sí, y tampoco están nada mal los de Vatatzes, Lascaris, Ducas y Tzimisces. Pero si me tengo que quedar con un sobrenombre imperial griego, elijo el de Basilio II: Bulgaroktonós -el matador de Búlgaros-.

-Eso no te abrirá nunca las puertas de Sofía.

-Pero no me cerrará las de Hagia Sofia, que estimo mucho más.

-En fin: habías dejado al buen don Manuel II rogando socorro como un mendigo por las cortes de Europa.

-Así es. Y como vio que no recibía de sus subordinados -pues al fin y al cabo uno de los títulos del emperador de Bizancio era el de "Rey de Reyes"- más que buenas palabras, optó por intentar ganarse a tan ricos pero indolentes gobernantes regalándoles las más maravillosas reliquias conservadas durante siglos en los monasterios del cuerno de oro.

-Y al rey de Navarra intentó ganárselo con...

-Un trozo de la verdadera cruz de Cristo, y un fragmento del manto que -Mateo cap. IX v. 20- él mismo llevó y a cuyo contacto sanó la mujer que llevaba enferma doce años. El embajador Alejo de Viana los trajo desde Francia y los entregó al cabildo de esta catedral la mañana del día 6 de enero de 1401.

-El día de Reyes, imposible escoger mejor fecha.

-Aunque naturalmente quien venía desde Oriente en busca de auxilio económico no podía costear un relicario tan lujoso como éste. Él regaló lo más precioso: la madera y la tela sagradas, y debió ser el rey de Navarra quien encargó protegerlos con este portento de tracerías góticas que afortunadamente todavía conservamos.

-¿Todavía?

-Hace exactamente tres años, la noche del sábado 10 de agosto de 1935, José Ramón Rodríguez Rajo y Román Gainza Iguarán -al parecer por encargo de cierto relojero pamplonés- robaron muchas piezas del tesoro de la catedral, entre ellas este relicario, que luego barbaramente se complacieron en fragmentar para vender más fácilmente los zafiros, perlas y esmeraldas que lo adornaban. Aunque se ha podido restaurar bastante adecuadamente el pie, de las tres cruces que lo coronaban sólo nos resta auténtica la que está más a la izquierda...

-Ha corrido más aventuras este relicario que Dick Turpin...

-Lo peor es que las dos cruces reproducidas no son -muy evidentemente además- del mismo bellísimo arte que las originales, y es que dígase lo que se diga, no hay ahora ni habrá nunca en el futuro orfebres tan diestros como los medievales.

-¿Y se sabe acaso quién labró semejante maravilla?

-Pues según Martínez de Aguirre, que lo ha estudiado, debió reaprovecharse para confeccionar este relicario el pie elaborado para  una cruz de oro que Carlos II el Malo había adquirido por 3000 florines en la papal ciudad de Aviñon. Y si así realmente sucedió, el autor de la joya que ahora estamos contemplando sería alguien que firmaba como Juan el Argentero, vecino de Pamplona. Para que luego digan que los mejores artistas son extranjeros...

-¿Y si yo te digo, Angel María, que leyendo un viejo tratado de reliquiología, encontré una curiosa noticia sobre la entrega a este rey delante de cuyo florido sepulcro nos hallamos, no de esta precisa reliquia del Lignum Crucis, sino de la otra, la del manto curativo de Nuestro Señor?

-¿Y qué noticia es esa?

-Pues una que contaba que, al abrir el estuche donde se custodiaba el fragmento de tela, descubrió el obispo de Bayona y confesor regio fray García de Eugui, que fue quien en nombre del cabildo recibió tan sacro e imperial presente, una polilla bien gorda, que sin duda había saciado su hambre con tan excepcional tejido. El prior y los chantres querían matarla inmediatamente, pero el sagaz prelado les hizo ver que sería gran sacrilegio aplastar a quien llevaba dentro de sí fibras de la seda que vistió Jesucristo allá en la lejana Galilea. Y como les convenció a todos de la gran maldad que ello conllevaría, tan sólo les quedó ajustar la dieta que a partir de ahora llevaría el díscolo lepidóptero, pues en lo que todos se pusieron de acuerdo es en prohibirle que siguiera paladeando el divino manto. Claro está que la ciencia de la entomología no estaba en aquellos iniciales años del siglo XV muy desarrollada, así que lo que decidieron fue poner cada mes en su nuevo estuche un pedazo de alguna de las casullas del señor obispo o de los mantos de armiño de su alteza don Carlos III, pues juzgaron que esa lujosa colación no se le haría de poca categoría a tan afortunado insecto. Y aún añadía aquella fascinante crónica una última aparición en la historia de tan interesante artrópodo, que por llevar vida tan regalada se conoce que vivió mucho más que los de su especie. Y es que parece que el príncipe de Viana, a la sazón nieto del monarca que había recibido las reliquias, aún empleó el voraz apetito del bicho para raer de todos las banderolas y estandartes de ceremonia las armas de su malhadado padre, que conspiraba por entonces para que no le sucediese en el trono, dejando únicamente a salvo las  divisas y escudos de Navarra y Evreux, y condenando a desaparecer entre las voraces fauces los negros calderos del ducado de Peñafiel y las orgullosas águílas de Sicilia. Y como era aquél príncipe muy espabilado mozo, tal  limpieza de emblemas la consiguió embadurnando con licor de la morera de Olite los de  su envidioso progenitor, pues todo el mundo sabe que las polillas son dipsómanas por naturaleza, y prefieren un buen digestivo a -por ejemplo- los tallarines, cosa que a nadie en sus cabales podría extrañar. ¿Qué te parece, Angel María, crees que si lo buscamos bien encontraremos el rastro de tan simpático animalejo?

-No sé, Alvaro. Del siglo XV para acá se han descubierto muchos avances, y no están entre los menores el Nopol y las bolas de naftalina, así que creo que no será fácil que haya podido sobrevivir, aunque ciertamente es esta fábrica catedralicia tan inmensa y posee tantos recovecos, que muy bien podría haberlo conseguido, sobre todo si mantuvo tan principesco régimen alimenticio. Sin embargo yo, que jamás oí hablar de tal intromisión de las ciencias naturales en las relaciones diplomáticas entre Bizancio y Navarra, sí que descubrí revisando los cartularios de aquellas décadas la trama oculta de este asunto del relicario. Y es que parece ser que a aquél palacio repleto de mármoles y jaspes de Blachernae, que es donde siempre han tenido su morada los Basileus, llegó la noticia de que el rey de Navarra tenía cinco hijas, a cada cual más guapa, pues no en vano dejó escrito Burnett-Swann que las princesas más bellas son y fueron siempre las de Navarra. Y entróle al emperador Manuel II Paleólogo tal desazón y tales ansias de saber más de ellas, que a pesar de estar -como casi siempre- su dorada capital cercada por las tropas del sultán Bayaceto, arbitró con su megaduque una solución que le permitiese viajar a Occidente por si así podía llegar a conocerlas personalmente. Y desde que su imperial nave abandonó el Bósforo casi a escondidas, dedicó todo su tiempo a escribir larguísimas cartas a Juana, a Blanca, a María, a Beatriz y a Isabel, no por que las pretendiese a todas, sino para que al menos una de ellas llegase a ocupar el trono de Constantinopla. Y esas cartas viajaron acompañadas por las dos reliquias ya mencionadas, por ver si con tal regalo se ablandaba la familia real de Navarra. Pero eran las infantas demasiado jóvenes para atender las inflamadas demandas del viejo Paleólogo, y rápidamente corrieron a poner las misivas -que portaban para autentificarlas el sello colgante de oro de los autócratas de Bizancio-  en manos de sus padres. Y aunque no puede negarse que don Carlos y doña Leonor se vieron muy honrados por las pretensiones imperiales, ha de quedar bien claro que acabó pesando más que la honra de emparentar con los descendientes de Justiniano, el amor que por todas sus hijas sentían, lo cual les impedía al fin y al cabo enviar a una de ellas a la casi cierta desdicha de acabar apresada por los turcos, pues hasta el más desconocedor de la geopolítica oriental sabía que la ciudad caería más tarde o más temprano. Así que, agradeciendo mucho sus atenciones, lo que hicieron fue recomendar al emperador que buscase pareja en otras cortes, haciendo hincapié sobre todo en que probase suerte en la de Inglaterra, donde destacaba doña Catalina de Alencastre. Bien es verdad que no le dijeron a don Manuel II que a decir de los cronistas más informados, por lo que destacaba aquella princesa era por ser "mujer de extraordinaria fealdad". Pensaron que ya se daría cuenta él en cuanto desembarcase en la británica isla. Puede ser también -aunque la crónica no lo llegaba a asegurar- que por adornar un poco el nombre de la susodicha, cambiaran el rudo "Alencastre" del romance navarro por el mucho más evocador y anglófono "Lancaster". Y esto es algo que no podrá extrañar a quien haya visto filmes protagonizados por un gran actor americano, que muy probablemente no hubiese hecho carrera cinematográfica si en el cartel luminoso hubieran debido escribir "Burt Alencastre" y no "Burt Lancaster". Y esta es -grosso modo- la forma en que estas preciosas reliquias llegaron a este reino.

-Sería buenísima cosa historiar todos y cada uno de los relicarios de la cristiandad. Nos saldría una interesante enciclopedia formada por docenas de tomos de provechosa y alucinada lectura. ¿No te parece, Angel María?

-Ambicioso proyecto es ese, pero si llegamos a hacerlo algún día, espero que abunden más que ahora los creyentes en insectos sacrófagos, bellas princesas y emperadores peregrinos...


 © Mikel Zuza Viniegra, 2013