lunes, 18 de marzo de 2019

LA TÍA ELISA 2ª PARTE

Al escribir el otro día la historia de nuestra tía Elisa dije que no nos quedaban muchos recuerdos de ella, lo que no resultaba extraño teniendo en cuenta que murió hace un siglo, el año de la gripe. Tan sólo un banquito de madera y un par de rasgos de su carácter: que al parecer no le gustaba la escuela, y que ella misma se cortó el mechón que le cubría la frente, el día que le hicieron la única fotografía que nos permite evocar su imagen.

Lo que yo no sabía el jueves es que sí que mi familia guardaba otro objeto relacionado con la tía Elisa. Uno que viene a cerrar el círculo de su propia historia, además, pues refleja mejor que miles de palabras que yo pueda hilar la unión existente entre las hermanas Blasco, incluso con la que estaba a miles de kilometros, en Argentina: la tía Segunda. Puse su foto, fechada en los años 20 en Buenos Aires, ¿os acordáis?

Segunda Blasco en Buenos Aires, hacia 1920

Pues en esa fotografía, y en realidad en todas las que de ella conservamos, la tía Segunda lleva un precioso dije de oro colgado del cuello, siempre el mismo. El mismo que llevó consigo toda su vida, pues incluso yo, siendo muy pequeño, recuerdo habérselo visto puesto. Lo que yo no sabía hasta que mi hermana  me lo dijo al día siguiente de leer mi crónica sobre la tía Elisa, es que ese colgante encerraba dentro de sí la clave de la historia que acababa de escribir, y que la tía Segunda, la hermana que vivía tan lejos de las otras tres, recibió en Buenos Aires no sólo la postal con la fotografía de Julia, Pilar y Elisa (la única imagen que nos queda de Elisa, y de la que se hicieron las demás que conservamos), sino también el  otro recuerdo que de la hermana fallecida en 1918 guardaron/guardamos:


Efectivamente: el mechón de pelo que Elisa se cortó el día que le hicieron su única fotografía no era simplemente por tanto una muestra de su carácter rebelde, sino también la prueba del cariño que tenía por su hermana Segunda, que quería que se acordase de ella de esa manera. Cosa que consiguió, pues ella lo llevó toda su vida sobre el corazón en un dije guardapelo, un tipo de joya muy común a finales del siglo XIX y principios del XX, que es lo que realmente era y es ese colgante tan hermoso.

Podemos imaginar el dolor que sentiría al enterarse, quizás meses después, de la noticia de la muerte de su hermana Elisa, a la que no había visto desde que salió de Pedroso en 1909 para emigrar a la Argentina. Es decir, cuando Elisa sólo tenía 8-9 años y Segunda 17. Así que podemos pensar que, igual que hizo luego tantas otras veces en su vida, ella sería la encargada -como hermana mayor- de cuidar a la más pequeña desde su nacimiento, y que ese lazo entre ellas jamás se rompió, aunque después no conservemos más cartas entre ellas (lo que no quiere decir que no las hubiera) que las tres postales que las tres hermanas le enviaron... junto con el mechón de pelo de Elisa, siempre tan traviesa.


La tía Segunda contaba que ella misma había acudido a una buena joyería de Buenos Aires y que entre todos los broches y colgantes que le mostraron, el que escogió fue el que más le gustó. Tanto que, aunque a las pocas semanas le advirtieron de la misma tienda que tenían un modelo muy parecido, adornado con rubíes, prefirió quedarse con el suyo, en cuyo reverso hizo grabar sus iniciales. En esa misma joya tan preciada es en la que hacia 1915 guardó el mechón y la foto de Elisa.

Y ahora, al desvelar el secreto de ese dije en 2019, es como si Elisa y Segunda volvieran a abrazarse después de muchos años separadas por un océano de agua salada y de tiempo...




© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019



jueves, 14 de marzo de 2019

LA TÍA ELISA


Desde que tengo memoria, la tía Elisa fue una presencia habitual en nuestras casas. La abuela Pilar, su hermana, tenía colgado su retrato en la suya, y cuando se vino a vivir con nosotros lo trajo con ella y mi madre lo colocó en la nuestra.

Elisa Blasco Torrea (1902-1918)
Es una fotografía que calculo que tiene unos 105 años, sobre todo teniendo en cuenta que la tía Elisa murió en 1918, cuando sólo tenía 16 años, afectada por la temible epidemia que aún se conoce injustamente como Gripe Española, aunque en realidad todo indica que la enfermedad nació en EEUU, pero que la férrea censura de prensa establecida en los medios de comunicación de las naciones enzarzadas en la 1ª Guerra Mundial adjudicó al único país occidental que no participó en ella, y cuyos periódicos por tanto sí que se ocupaban de ese vertiginoso contagio que se llevaba por delante sobre todo a los y las más jóvenes, como la pobre tía Elisa. Se calcula que en todo el mundo murieron entre 40 y 100 millones de personas, y se la considera como la peor pandemia padecida por la humanidad, muy por encima de la Peste Negra que diezmó Europa en el siglo XIV.

La tía Elisa fue la hija más pequeña del matrimonio formado por Isidro Blasco Novoa y Juliana Torrea Pérez, que vivían en Pedroso. Tuvieron cuatro hijas más: Segunda (nacida en 1892), Julia (nacida en 1896), Pilar (nuestra abuela materna, nacida en 1898) y Sabina, que murió cuando sólo tenía dos años, y de la que desconocemos exactamente su año de nacimiento, que quizás pudo ser 1900. En realidad tampoco sabemos en que año nació Elisa, aunque podemos especular con que sería en 1901 o 1902, y que por tanto tendría unos 16 años al fallecer en el año de la gripe.

Los bisabuelos Isidro Blasco Novoa y Juliana Torrea Pérez
De izquierda a derecha sus hijas: Segunda, Julia y Pilar, hacía 1899
Reverso de la misma fotografía. Esta no hay duda de
 quién y dónde la hizo: Alberto Muro, en Logroño

El retrato del que os hablaba la muestra como lo que era: una niña, cuya edad oscilaría en el momento de posar para el fotógrafo entre los 13 y los 14 años. Comparando ese rostro enmarcado con las otras dos pequeñas fotografías que de ella conservamos, podemos comprobar que en realidad se trata de la misma imagen en los tres casos, sólo que retocada y de diferentes tamaños, y que esa imagen tiene su origen en otra fotografía convertida en postal que muestra a las tres hermanas que hacía 1915-1916 seguían residiendo en el pueblo con sus padres: Julia, Pilar y Elisa.

Esta debió ser la única foto que hicieron a Elisa en su vida, y fue obtenida pensando en enviársela a su hermana Segunda, que el año 1910 había emigrado a la Argentina, en cuya capital, Buenos Aires, permaneció hasta el año 1929, que fue cuando regresó a Pedroso para volver a vivir ya siempre con sus dos hermanas Julia y Pilar.

Julia, Elisa y Pilar Blasco Torrea, hacía 1915

La fotografía no tiene sello de autor, así que es imposible saber quién la hizo. Viendo el fondo escogido, que no parece de estudio, quizás podríamos adjudicársela a algún fotógrafo aficionado o incluso itinerante, que iría por los pueblos ofreciendo inmortalizar a quien le pagase unas pocas pesetas. O quizás no, y puede que bajaran a Logroño para que saliese perfecta. Como os digo, aunque fue revelada como postal, no fue enviada por correo, pero sí que en su reverso consta la inscripción: "Para Segunda Blasco". Por eso mismo sabemos que la imagen fue concebida para que la querida hermana que vivía entonces tan lejos pudiera tener un recuerdo de las hermanas que se habían quedado en Pedroso. Que ahora podamos admirar esta imagen significa que la tía Segunda la recibió en mano, entregada probablemente por otro emigrante del pueblo, y sobre todo que luego la trajo con ella y la conservó siempre tras su retorno. 

Que sus hermanas le enviaron más postales de Pedroso podemos confirmarlo porque ella también guardó, y por eso ahora las conservamos, otras dos tarjetas que muestran las fiestas de Pedroso, una fechada en 1913, delante del Patrocinio, y otra en 1915, delante del Ayuntamiento, y que -justicia poética- sirvieron muchos años después para poder recuperar los trajes originales que llevaban los danzadores, que al cariño y la añoranza que sentía por su querido pueblo Segunda Blasco Torrea, debemos agradecer. 

Pero en la foto que estamos comentado ahora, Julia, a la izquierda, Pilar, a la derecha, y Elisa, en el centro, llevan sus mejores galas, con ese detalle de las dos mayores con su reloj prendido al pecho o colgando del cuello y un abanico en las manos, que también lleva Elisa. Nuestra abuela lleva falda de cuadros, y Elisa lleva un precioso vestido blanco bordado con muchos encajes. Mira a la cámara con gesto un poco menos hosco que sus hermanas, quizás porque todavía era una niña, y podemos fijarnos también en que le sobresale un mechón en la frente, detalle que la abuela Pilar explicaba porque la tía Elisa debía ser muy trasto, y ella misma se había cortado el pelo con unas tijeras, sin sospechar que esa sería la imagen que quedaría siempre de ella.

Y es que no sabemos mucho más de la tía Elisa, lo cual no resulta demasiado extraño a un siglo ya de su muerte. Sólo ese detalle del cabello cortado que rompe coquetamente la simetría de su peinado, y otra historia que contaba la abuela Pilar sobre ella, que demuestra otra vez que podía ser una niña, sí, pero que tenía su carácter. Al parecer se aburría en la Escuela, que entonces no estaba en la Plaza sino en el Cerradillo. O sea: a un paso de su/nuestra casa. El caso es que alguna vez se escapaba de clase, y al pasar por delante de la puerta donde estarían su madre o sus hermanas mayores, se tapaba los ojos pensando que así los demás no la veían. Cosas de cría...

Nos queda también un pequeño objeto personal suyo, quién sabe si elaborado en la propia fábrica de muebles que hubo en el pueblo, y que la familia conserva a pesar de los distintos traslados y migraciones que en todo un siglo se dieron. Es un banquito de apenas 25x14 cm, sobre el que podemos imaginarnos que la tía Elisa se subiría para mirarse en el espejo mientras se cortaba su mechón rebelde. Quién sabe...

Su muerte debió afectar mucho a su familia, sobre todo a la abuela Pilar, quizás porque era la hermana que menos años se llevaba con ella. Tanto que, cuando se casó con mi abuelo Fermín Viniegra allá por el año 1923, el nombre que escogió para su primera hija fue precisamente el de Elisa. Y hay que recordar que lo más habitual era ponerle el nombre de una de las abuelas, que en este caso eran María Larios Sáez y la ya citada Juliana Torrea Pérez. Pero no: eligió el de su querida hermana desaparecida hacía ya más de tres años. Y esa hija es nuestra madre: Elisa Viniegra Blasco, que nunca ha olvidado que lleva el nombre de la tía que murió el año de la gripe.

 Su retrato, como dije al principio, siempre ha estado en casa. Uno de tamaño folio y otros dos más muy pequeños. El grande era el de la abuela Pilar, los otros dos -muy probablemente- de sus otras dos hermanas: uno de la tía Julia y otro de la tía Segunda. Ambas permanecieron solteras y se dedicaron a cuidar, primero a las hijas e hijos de su hermana Pilar, y luego, ya en Pamplona, también a los de su sobrina Elisa, o sea: a mis hermanos y a mí. Julia murió cuando yo era muy pequeño y apenas la recuerdo, pero a la tía Segunda le debo muchas cosas, sobre todo sus maravillosas historias sobre lo que había vivido en aquellos casi veinte años en Buenos Aires (asistencia a conciertos del famosísimo tenor Enrico Caruso incluida), y un cariño y una paciencia infinitas. Ahora puedo hacerme a la idea del tremendo shock que tuvo que suponer para ella, después de haber vivido tanto tiempo en la capital del mundo en aquella época, regresar a un pueblo de apenas 500 habitantes. Pero los relatos se entrecortan, y no hay forma ya de saber qué le movió a hacerlo. Tengo entendido que fue porque pensó que si no volvía en aquel momento, ya nunca más regresaría, pero el sacrificio personal debió ser aún así muy alto, por más que mis hermanos y yo agradezcamos cada minuto que nos dedicó, y fueron muchísimos...

Segunda Blasco Torrea en Buenos Aires, hacía 1920
¿Pero cómo habría sido la tía Elisa de haber superado aquella terrible gripe? ¿Seria y un poco adusta como sus hermanas Julia y Pilar, o alegre y sociable como Segunda? Pues observando el gesto que mantiene en su retrato, y recordando lo que la abuela contaba de ella, creo que hubiera sido más parecida a su hermana más mayor. Lo que sí es cierto es que, bien mirado, mostrar su retrato en Internet supone ahora darle la oportunidad de volver a vivir un poco, aunque sea de forma virtual

De todas maneras puedo asegurar que algunas veces, sentado en la madera junto a la puerta de nuestra casa en Pedroso, me parece verla doblar la esquina del Cerradillo, y al darse cuenta de que la estoy mirando, se tapa los ojos con su mano como para que no la vea y, conteniéndose la risa, sigue andando y baja por la ribera hasta Vado, donde sus tres hermanas la están esperando ya junto a la fuente. Les digo que miren a la cámara, como hace 105 años. Ahora ya están las cuatro juntas otra vez.

PD: Imposible haber trazado este recuerdo sin los apuntes genealógicos que nuestros padres: Fermín Zuza Zunzarren y Elisa Viniegra Blasco, que tuvieron la curiosidad de preguntar a nuestros abuelos: Fermín Viniegra Larios y Pilar Blasco Torrea, y a las hermanas de ésta:  las tías Julia y Segunda Blasco Torrea, por sus raíces familiares, y sin cuyo trabajo muy probablemente se habrían perdido para siempre.





© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019









jueves, 7 de marzo de 2019

UTRIMQUE RODITUR


En la fabulosamente dieciochesca Biblioteca de la catedral de Pamplona, se conservan una serie de Atlas tan hermosos como sólo pueden serlo esos coloridos planisferios de los siglos XVI y XVII, cuando todavía quedaban territorios por descubrir y por describir. En una de mis visitas tuve la suerte de poder ojear uno de ellos titulado: "Parte del Atlas Mayor o Geographía Blaviana, que contiene las cartas y descripciones de las Españas", fechado en el año 1672. 



Es una obra soberbia, de un tamaño que hoy podríamos identificar con las aparatosas ediciones de Taschen, como corresponde al que podríamos considerar como verdadero rey de los Atlas, cuyo nombre de pila tan evocador: "Geographia Blaviana", le viene por el de su autor: el holandés Willem Janzoon Blaeu.

Además de los mapas, que son un prodigio de detalle, los editores se preocuparon de incluir noticias históricas de cada reino, que, como de costumbre, no me hubieran llamado demasiado la atención si alguna de ellas no permitiese echar a volar mi muy blaviana imaginación. ¿Cómo definir si no esta más que sorprendente etimología del nombre de Navarra?:


Porque por supuesto que he conocido y conozco muchos paisanos nuestros que hacen de la barra un modo de vida, pero jamás pude pensar hasta consultar al señor Blaeu que lo que realmente hacían todos ellos cuando empinaban el codo con tanta frecuencia era una muestra constante de patriotismo navarro (o labarro, a elegir). 


Esta insólita información proporcionada por el cartógrafo holandés abre también una nueva era en el campo de nuestra Etnografía, pues basta con imaginarse cómo se llamarían hoy día algunas instituciones de haber hecho caso al erudito neerlandés, para comprender la importancia de su descubrimiento. Así, glosar por ejemplo las históricas hazañas de los gloriosos Reyes de La barra, poder votar en las elecciones para escoger al Gobierno de La barra, cantar a voz en grito el pasodoble: "¡No te vayas de La barraaaa!", o grabar en las matrículas automovilísticas LA en vez del histórico NA, como si la eurovisiva Massiel hubiera sido elevada sobre el pavés, no me cabe la menor duda de que  hubiesen mejorado mucho nuestro siempre crispado ambiente político. 

Bien asentadas todas estas acrisoladas certezas, diré también que no he encontrado en la Crónica del obispo García de Eugui la cita en la que Blaeu asegura basar su afirmación. Pero como también nombra al cronista Tristán de Silva, y este fue un castellano muy alejado de la realidad navarra, que además dedicó sus esfuerzos historiográficos exclusivamente a hacerle la pelota al emperador Carlos V, y que precisamente por eso mismo logró ser alcalde de -¡Caramba, qué sorpresa!- Madrid, podríamos adjudicarle a él -sin temor a equivocarnos demasiado- esta invención del "UTRIMQUE RODITUR" - "POR TODAS PARTES ME ROEN"-, el supuesto lema (que nunca lo fue) del príncipe de Viana, y que según el imaginativo cronista ni siquiera vendría de Carlos de Viana, sino de Sancho el Fuerte, que habría dejado así fijado el principal problema del reino de Navarra a lo largo de su trayectoria como país independiente: la continua apetencia de sus vecinos (Castilla, Aragón y Francia) por repartírselo y acabar con sus libertades políticas. La plasmación gráfica de esas constantes invasiones serían los dos lebreles que a los pies de la reina Leonor se pelean por un hueso (que representaría a Navarra) en la tumba del rey Carlos III el Noble en la catedral de Pamplona. 


Sin embargo, huelga decir que ni ese sepulcro (construido en 1425), ni la invención del castellano Tristán de Silva, luego recogida por el holandés Blaeu (que justo es reconocer que no le da validez alguna, como puede verse en el texto), tienen base histórica alguna, y que por tanto ni Navarra fue nunca La barra (aunque alguna vez podamos ponerlo seriamente en duda), ni el lema "Utrimque roditur" es otra cosa que una curiosa adjudicación que, eso sí, ha gozado de tanto éxito que incluso hoy en día puede seguir utilizándose perfectamente para explicar la alevosa actitud de supuestos líderes políticos que todo lo que saben de Navarra parecen haberlo aprendido en la barra -ellos sí- de un bar. madrileño

Mapa del Reino de Navarra en la Geographia Blaviana (1672)


©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019