lunes, 27 de abril de 2015

ABRIL ES EL MES MÁS CRUEL

Palacio de los Vidaurre en la Navarrería de Pamplona, 27 de abril de 1362

-Pensaba que seguía vigente la tregua con Francia, don Marcos.

-Y lo está, mi buen don Martín, pero ya sabéis que al rey don Carlos le gusta que hagamos ejercicio...

-Lo que no entiendo es por qué tenéis que hacerlo empleando la vieja armadura de vuestro abuelo y no aquella milanesa que su majestad os regaló, mucho más cómoda y ligera que la que os estáis poniendo. Dejad que os ayude, que casi tengo la misma edad que estas herrumbrosas piezas, no en vano entré a servir en esta casa cuando vuestro padre era un muchacho. Como ya os habéis colocado el jubón de armar, con su guarnición de malla para proteger las axilas y las ingles, que son las zonas más vulnerables y menos protegidas por las launas de acero, empezaremos calzándoos los escarpes y espuelas, luego protegeré vuestras pantorrillas con las grebas, las rodillas con las rodilleras y los muslos con los quijotes. La cintura irá cubierta por estos dos fuertes escarcelones.
Ahora el torso, con la coraza formada por el espaldar por detrás, y el peto y la pancera por delante. Después los brazos, cubiertos por avambrazos, coderas, y hombreras o guardabrazos. Los guantes de cuero guarnecido por las manoplas os permitirán empuñar la espada y la daga que cuelgan una a cada lado de vuestra cintura. 
Y por fin, la barbera para defender vuestro cuello, sobre la que ajustaré el bacinete acolchado por dentro que mantendrá a salvo vuestra cabeza. ¡Pobre de quien hoy ose enfrentarse a vos, don Marcos! Por cierto, ¿quién va a ser vuestro adversario? ¿El rocoso don Jimeno de Olza? ¿El hábil don Pedro de Mendinueta quizás? 


-Uno más duro aún, don Martín. Por eso he escogido esta armadura tan pesada. Me hará falta...

-Tened cuidado, mi señor. Ya sabéis que no tiene sentido arriesgar demasiado en un entrenamiento, pues harto peligro se encuentra luego en el campo de batalla sin ir a buscarlo.

-Gracias por vuestra preocupación, don Martín. Siempre fuisteis un excelente escudero.

Y montando sin dificultad en su caballo destrero, enfila la rúa de los peregrinos y sale de la ciudad por el portal del abrevador, haciendo resonar sus carcomidas tablas con el poderoso galope de su montura. Ya ha alcanzado el Arga y avanza lentamente por su orilla, haciendo que los esforzados labradores se incorporen al verlo: "¡Parece un san Jorge!" -cuchichean cuando pasa delante de ellos levantando la visera de su yelmo para saludarlos. 

Ya ha llegado a su destino, justo en el recodo de Aranzadi, enfrente de la vieja torre del convento de san Pedro de Ribas, allí donde los lilos recién florecidos llenan de color y aroma el paisaje. Pero no hay allí ningún otro caballero esperándole, ni actúa don Marcos como si estuviera esperando que llegase uno rezagado, pues descabalga y acaricia parsimoniosamente con su mano enguantada las crines de Saladino, su caballo de guerra, justo antes de golpearlo en la grupa para que se aleje. 

Mira entonces hacia el convento, allá enfrente, al otro lado del río, y comienza a introducirse en las frías aguas, donde sabe que por efecto del remolino son más profundas en estos días de deshielo. Todo el metal que lleva encima va doblando, triplicando su peso a cada paso que da, y cuando la corriente le llega por el pecho, comprende que con el siguiente perderá pie, y se hundirá sin remedio. Lo hace por tanto con decisión, y su última mirada, justo antes de que el agua alcance la mirilla de su acolchado bacinete es para la torre del convento. Allí dentro estará ella. Sus pulmones estallan mientras recuerda los versos: 


"Abril es el mes más cruel:
engendra lilas de la tierra muerta,
mezcla recuerdos y anhelos,
despierta a las inertes raíces con sus lluvias primaverales..."



El rey Carlos no acaba de aceptar lo que le cuentan: el joven don Marcos de Vidaurre, su mejor caballero -pero sobre todo su amigo-, aquel que estaba llamado a encabezar la próxima campaña de sus armas en Normandía, se ha ahogado en el Arga. Pero no ha sido por accidente, sino por propia decisión. Nota que la rabia va a desbordarlo una vez más. No es el rasgo de su carácter del que más orgulloso se siente, pero lo cierto es que prefiere ordenar al mensajero que le ha traído tan funesta noticia que se aleje a uña de caballo, antes de que su ira lo golpee de lleno, con razón o sin ella. 

Da sin embargo otra orden simultanea a todos sus oficiales: que se averigüe cuanto antes qué movió al desdichado don Marcos a actuar así. Y si consiguen saberse las circunstancias ocultas del caso, y puede probarse que hay un culpable, jura que ha de suplicar no haber nacido... 

Y acaba resultando tras variadas pesquisas entre quienes conocían al caballero que no, que no hay un, sino una culpable. A muchos era notorio -aunque no hubiese llegado ninguno de los dos a hacerlo público- que doña Catalina de Zabaleta dio palabra de casamiento a don Marcos, pero que luego se echó atrás alegando que ser esposa de Cristo en el convento de San Pedro de Ribas era su auténtica voluntad. Pero esto tampoco era cierto, pues únicamente buscaba refugio en el monasterio mientras le llegaba una propuesta matrimonial mucho más ventajosa: la del viejo -otros dicen que decrépito- señor de Elío, muy rico en libras, sueldos y dineros, y mucho más rico aún en años. 

Puede que don Marcos los viese pasear por la orilla del río, junto al camino de Errotazar, eso ya no era seguro, pero en ese momento debió fraguarse en su cabeza su descabellado final. En cualquier caso el rey Carlos ya no necesita más averiguaciones...

El cadáver, no tan abotargado por el agua como cabría esperar, está custodiado en el convento de las monjas frente al que murió. Las piezas de su oxidada armadura han ido recuperándose del pozo en donde fue a caer el pobre caballero. El rey reza quedamente mientras va fijándolas de nuevo al cuerpo de su mejor amigo, al que sin que sirva de precedente, atiende póstumamente como escudero.

Empieza por los pies, como cuando estaba vivo. Y entiende al atar cada correa que hubiese elegido don Marcos placas tan pesadas, pues quizás las milanesas que él mismo le regaló hubieran flotado en las aguas -de puro ligeras- como las nubes o como los sueños. Cuando acaba su labor, parece sir Lancelot aquel que yace inerte sobre la tabla conventual. 


La priora esboza un intento de negativa a la petición de don Carlos de que acoja definitivamente los restos del finado. Algo sobre que un suicida no puede enterrarse en terreno sagrado. El rey se la lleva aparte, para que no le oigan el resto de las monjas. Cuando vuelve la superiora, con la cara demudada, ordena a las hermanas que vayan preparando todo para el funeral de don Marcos. A nadie contará nunca que el rey de Navarra -muy pausadamente, pero sin darle la menor opción de réplica- la amenazó con enviar a toda la comunidad a servir de entretenimiento en los harenes del Gran Turco si acaso rechazaban enterrar al caballero en su convento, como él mismo "humildemente" les solicitaba. Ni que vio en los resueltos ojos del monarca que no era precisamente mentira semejante advertencia...  

-¿Sabéis lo que me ha dicho el rey?
El obispo, que conoce bien a don Carlos, ni siquiera intenta colarle el sermón sobre que la vida de cada uno sólo pertenece a Dios y por tanto nadie es dueño de la suya propia. Teme acabar, si lo intenta, y si tiene mucha suerte, como hermano portero en algún perdido monasterio cercano a la Bardena...

-¡Cualquiera se atreve a decirle nada!
Sólo queda por tanto ajustar las cuentas de Catalina de Zabaleta y del señor de Elío...

A él, sin tener en cuenta su edad ni su posición, lo destina a salir de inmediato hacia Normandía. Llevará consigo una carta sellada que sólo el hermano del rey, don Felipe, podrá abrir. En ella se ordenará que el señor de Elío vaya en primera fila en la siguiente escaramuza contra el maldito Bertrand Dugüesclin, mariscal del rey de Francia. Y se recalcará que no hará falta que el resto de las tropas navarras lo sigan muy de cerca en esa refriega...

A ella, que llora sin consuelo en la iglesia del convento, aguardando temblorosa el castigo que espera a las personas caprichosas, que hoy dicen sí, mañana no, y pasado únicamente lo que su egoísmo les dicte, le ordena tomar de inmediato los hábitos que al parecer tanto ansiaba. Pero no los de las hermanas agustinas, que ya la están desprendiendo de sus joyas y lujosas ropas, sino la recia arpillera de la Hermandad de Emparedadas, aquellas cuya única morada hasta su muerte será una celda tapìada, sin puertas, y con sólo dos ventanucos: uno dará hacia el cementerio, para que medite a la vista de la tumba de quien tanto la amaba; por el otro, apenas una pequeña mirilla, se le pasará cada día un pedazo de pan y un buche de agua para asegurar su subsistencia. Cuando llegue la mañana en que el pan y el agua no sean recogidos, se entenderá que doña Catalina ha muerto y procederán a tapiarse también las dos rendijas mencionadas. 

El notario atestigua que el deseo del soberano es ley. Y lo hace en voz alta tres veces, para que toda la comunidad pueda escucharle. Resuena la orden en las bóvedas de la iglesia: ¡El rey Carlos así lo manda! ¡El rey Carlos así lo manda! ¡El rey Carlos así lo manda!

Y aún da una última orden a su pintor de cámara: que decore uno de los arcosolios del templo con esta triste historia para que, andando el tiempo, los siglos quizás, algún despistado pueda recordar al fin que todo esto ocurrió verdaderamente. Y él mismo estará allí representado, entre el coro de plorantes y plañideras, con gesto compungido y cubierta su real cabeza en señal de duelo con una capucha del color de las lilas que nacen en abril, rindiendo eterno tributo a su mejor caballero...


Pintura del siglo XIV en una tumba de la iglesia de Nuestra Señora del Río,
 en la Rotxapea. Foto de C. Martinez Alava
Y algunos dicen que por cosas como esta se le apodó "el Malo" a don Carlos. Sin embargo creo que actuó bastante juiciosamente en esta ocasión,  y opino además que no es mala cosa poner la lealtad -a un amigo, a una mujer, a una idea o a un rey, aunque no necesariamente en ese mismo orden- por encima de todas las demás cosas en ciertos momentos. Sin embargo, cada uno es muy libre de pensar lo que quiera...


Quiero agradecer a Clara Fernández-Ladreda y a Txarli Martínez Alava -amigos y maestros- que me hablasen de esta pintura, pues aunque trabajé yo varios años pared con pared de donde se encuentra, jamás reparé en ella. Y es que con mucha razón dicen que quien no sabe, es como quien no ve. Les ruego también desde aquí a ambos que disculpen las licencias poéticas que me he tomado para escribir esta crónica. Ellos dos acabarán descubriendo la verdad sobre ese enigmático fresco. Yo, como de costumbre, he preferido inventármela. 

Y por no dejar a medias esta confesión, que a nadie extrañe tampoco que el caballero don Marcos muera con los hermosos versos de T. S. Eliot en la cabeza, aunque éste no los escribiese hasta el año 1922. Recuérdese más bien que la belleza no tiene por qué respetar las normas del tiempo.


© Mikel Zuza Viniegra, 2015

jueves, 9 de abril de 2015

DRACARYS!

Anatolia, actual Turquía, 9 de abril de 1239



-Majestad, lleva tres días sin parar de llover, y los hombres están comenzando a enfermar. Quizás si se les permitiese refugiarse en esas cuevas...

-Pero no sabemos qué o quienes nos están aguardando allí dentro, mi buen Felipe de Valtierra. Este condenado valle es un erial, también es mala suerte que nosotros hayamos traído el agua con nosotros. Apostaría a que aquí no había llovido hace decenios.

-Esa es otra, majestad. Los pocos lugareños que hemos podido capturar dicen que las cuevas están malditas, y que hay monstruos ocultos en ellas. Quizás si vos dieseis el primer paso y los demás os vieran guareceros en una, todos seguirían vuestro ejemplo.

-¡Pero quién me mandaría a mí obedecer al Papa y embarcarme en esta Cruzada, con lo a gusto que estaría yo ahora en Estella comiendo peras!

-Lo hecho, hecho está, majestad. Ahora debéis velar por todos aquellos que os han acompañado hasta aquí con su mejor buena fe. Vamos, yo os acompañaré, que a mí las cuevas no me dan ningún miedo: vivo en una en mi pueblo. Entremos en esa de ahí, que parece la más grande.

-Encendamos antes unas antorchas, porque está oscuro como boca de lobo. Y tened cuidado con dónde pisáis, ya veis que esta roca es muy blanda y con tanta agua se está deshaciendo bajo nuestros pies. Alumbrad  esa pared. ¿Qué es eso? Parecen pinturas, y muy antiguas, a juzgar por su estado...



-Son unos guerreros, majestad. Esperad, tienen una especie de gardacho a sus pies...

-¿Gardacho? ¿Y eso qué es, un jabalí?

-No, majestad, un lagarto. Aunque este pintado es verdaderamente grande. ¿Sabéis leer estas letras?

-¿Qué clase de pregunta es esa, Felipe? ¿Olvidas que escribo poemas desde que era un niño, allá en la corte de Champaña? ¡Pues claro que sé leer cualquier letra, memo! Bueno, esta no, pero es que esto no es romance ni latín. Haced entrar al obispo, a ver si él sabe descifrarlas.

-Esto es griego, majestad, y no es cosa extraña, que estos territorios pertenecieron al imperio bizantino mucho antes de que los turcos se hicieran con ellos. Dí algunas nociones de esa lengua siendo novicio, pero no sé si las recordaré. Lo iré traduciendo al latín, para no equivocarme: "Hic... sanctus... Georgius... necavit... draconem. ¡Eso es! "Hic sanctus Georgius necavit draconem" "Aquí mismo mató San Jorge al dragón"

-¿Qué locuras estáis diciendo? ¿Habré de racionaros el vino incluso cuando oficiéis la santa misa?

-¡Os aseguro que ahí dice que San Jorge mató al dragón aquí mismo! Y no sé de que os extrañáis, porque aquel santo era precisamente natural de esta tierra que ahora pisamos: Capadocia. Así que si salvó a la princesa del dragón, mucho más lógico es que lo hiciera aquí que en ninguna otra parte.

-¿O sea que esta cueva es en realidad una iglesia excavada en la roca? Pues si hay una en cada cueva de las que se ven por aquí cerca, ni en Roma o Jerusalén -y Dios quiera que pronto podamos verlo con nuestros propios ojos- habrá tantas...

-Haber encontrado el lugar donde el patrón de los caballeros mató al dragón infernal ha de ser signo de buenos presagios en nuestro santo viaje, ya lo veréis. Por mi parte estoy tan contento que hasta daré saltos de alegría para demostrároslo.

-¡No seáis loco,majestad, que con vuestros brincos el terreno está cediendo! ¡Las paredes y el suelo se vienen abajo!

-¡Socorro, socorro! ¡Don Teobaldo ha quedado sepultado bajo las rocas! ¡Ayudadnos todos a encontrarlo!

-¡Calma, Felipe, que más allá de un buen golpe, no parece que esté demasiado malherido! Parece que he ido a parar a una sima y eso ha debido amortiguar mi caída, aunque hay algo que se me clava como un puñal donde termina mi espalda. ¡Sacadme rápido de aquí, por caridad!

-¡Pero señor! ¿Qué es aquesto? ¡Tenéis vuestras reales posaderas metidas en lo que parece ser la cabeza monda y lironda de un endriago! ¡Con razón sentíais como si os clavaran cuchillos, es que los dientes de esta criatura son como tales! Más os vale que está tan muerta como mi tatarabuela doña Munia...


-¡Es el dragón que mató San Jorge! ¡Milagro, milagro!

-¡Callad, obispo del demonio! Y dejadme vuestro báculo para que pueda apoyarme, que me duele todo el cuerpo. Ordenad que desentierren por completo a este diabólico animal, que sea o no el que mató San Jorge, casi me traga como su ilustrísima mastica la carne de ciervo.

-Ciertamente impresionan estos huesos, majestad, jamás habría pensado que pudiera existir un animal tan grande en el mundo. Y mirad que nos ha costado sacarlos, que ha habido que hacerlo a pico y pala, pues estaban como soldados a la piedra que los rodeaba...


-¿No es como esos gardachos de vuestro pueblo que decíais antes? Pues hemos de denominarlo en las crónicas de nuestro viaje Gardachosaurius Navarrensis, que creo que es mezcla ecuánime de términos zoológicos muy puestos en razón. ¿No es así, señor obispo?

-Y tanto que sí, que Gardacho es nombre común para las sugandillak que trepan por las paredes de las casas de Navarra en busca de sol, y Saurius viene del latín saurius, que quiere decir lagarto. Si me lo permitís, voy a recoger unos cuantos huesos de estos para llevarlos como reliquia a nuestro país. Y los he de depositar en Azuelo, que tienen muy hermoso monasterio dedicado a San Jorge.

-Pues yo sólo pienso llevarme uno de esos dientes conmigo, aunque bastante recuerdo me han dejado todos ellos en salva sea la parte... Bueno, llevaré otros tres para mis hijos Teobaldo, Enrique Y Pedro, para que vean que su padre no es menos que San Jorge, y también sale vencedor de sus encuentros con terribles dragones. Es más, Felipe: ¿no me decíais el otro día que un rey que se precie debería llevar una vistosa cimera sobre su yelmo de guerra? Pues a partir de ahora el rey de Navarra ha de llevar un dragón de larga cola y enormes fauces como distintivo sobre su casco, para que pueda ser reconocido sin dificultad en las demás cortes de la Cristiandad.
¡Y que no vuelva a oí decir yo a nadie que los dragones no existen, que todos hemos visto hoy aquí que eso es radicalmente falso!




Tiebas, 9 de abril de 1261

-Os  lo he explicado ya muchas veces, Isabel: en las baldosas del suelo podrán ir todas las flores y pájaros que queráis vos, pero al menos cuatro de los círculos habrán de ser de dragones iguales al que venció mi padre y que desde entonces adornó su arnés de batalla, lo mismo que ahora adorna el mío. Y si este va a ser el mejor palacio de los reyes de Navarra, justo es que nuestro símbolo aparezca muy bien dispuesto en esta gran sala de audiencias.

Círculo de los dragones en el embaldosado del castillo de Tiebas
-¿Pero de verdad creéis que los dragones existen? En los cuentos puede, pero en la realidad. En Francia al menos teníamos a la terrible Tarasca, al menos hasta que santa Marta acabó con ella...

-¿Y tenéis dientes para enseñarme de la Tarasca esa que decís? Porque yo si puedo enseñaros estos, que ya veis que son casi tan grandes como vuestra cabeza. Ni siquiera en nuestra noble villa de Valtierra he visto gardachos con los dientes tan grandes.

-¿Y qué es un gardacho?

-¡Ah, cuánto os queda todavía por conocer de vuestro nuevo reino, esposa mía! ¡Pero cuánto...!

Dragón de los Teobaldos en Tiebas




  © Mikel Zuza Viniegra, 2015



viernes, 3 de abril de 2015

AVERNO

Catedral de Pamplona, madrugada del Viernes Santo de 1335

No te ha costado más que un par de jarras de vino aguado que el guardia de las obras del claustro se crea que tu maestro te ha ordenado que pases la noche repasando una de las piezas que él mismo ha tallado. 

Se oye la música sagrada proveniente del interior del templo al entrar en aquel caótico recinto, pues conviven allá dentro crujías totalmente terminadas con otras a medio hacer, aunque eso no te importa gran cosa, porque tú te diriges al refectorio, que sí está totalmente listo para la inauguración que los propios reyes Juana II y Felipe III sancionarán con su presencia, dentro de dos días. 


Así que dejas que el sagrado Kyrie que los canónigos están entonando por la muerte del Nazareno quede resonando -a la vez misterioso e hipnótico- en el aire y cierras la puerta tras asegurarte que nadie más que tú permanece dentro del recinto. Enciendes entonces una palmatoria y con paso apresurado cruzas la nave hasta llegar al único andamio que todavía queda en pie: el que llega hasta la ménsula que sostiene el púlpito. 

Trepas por él y retiras la basta tela que cubre los relieves recién esculpidos, y a la oscilante luz de la candela aparece ante ti la prodigiosa caza del animal símbolo de Cristo: el Unicornio. Se lo has oído contar un ciento de veces ya al muy pesado -en todos los sentidos- arcediano de Usún, don Juan Periz de Estella: "igual que el unicornio sólo inclina su cabeza ante una doncella, así el hijo de Dios se humilló haciéndose hombre en el vientre de una virgen..."



¡Bah! Tú sabes que todo eso son mentiras y falsedades, y que el mundo sólo tiene un dueño y señor, y que no es ese crucificado que ahora te mira desde el mural recién pintado por Johan Oliver, sino Satán, el rey de los infiernos. Por otro nombre: Belcebú, Adramelech, Baal, Moloch, Astaroth, Azazel, Asmodeo, Leviatán, Astarté, Isthar, Lucifer, Dragón antiguo, Serpiente primigenia...

Y tú le vas a adorar en esta mismo lugar donde honran y veneran a quien le arrojó de los Cielos al inicio de los tiempos. Por eso mismo has escogido cuidadosamente esta noche: la única en la que el Mal está completamente suelto, pues Dios -o al menos su supuesto hijo- está muerto; la noche del Viernes Santo.

Y no puedes casi parar de reír imaginando si pasado mañana, en pleno domingo de Resurrección, alguno de los asistentes a la ceremonia reparará en el detalle que te dispones a tallar en la piedra que tú mismo dejaste preparada esta última semana, cuando hiciste creer a tu cada vez más ciego maestro, que las manos de la figura que te ordenó terminar estaban ya listas. Una sí, pero para la otra tenías otro plan: el que te sugirió el enemigo ancestral de todos estos botarates ensotanados. 

Así que extraes de tu bolsa la maza y el cincel, pero no los que usas habitualmente, sino unos completamente nuevos, con el pentáculo diabólico grabado en ellos, para que cada golpe sea una ruidosa invocación al Maligno, una plegaria nada piadosa al Demonio. 

¿Que el obispo va a bendecir toda la construcción levantando su mano hacia el cielo? Pues una de las figuras del púlpito desde el que el lector extenderá la palabra del melifluo Dios de los cristianos entre los que en este recinto coman y cenen, dirigirá la suya en signo de maldición hacia abajo, hacia el Infierno. Será por tanto una bendición al revés, y parodiará obscenamente la falsa y ridícula liturgia católica por los siglos de los siglos, llevando a la condenación eterna a todos los que, confiados en su ignorancia sobre la continua lucha entre el Bien y el Mal, no se santigüen por si acaso ante tu obra... 

¡Ave Satani!


Dibujo de Ana I. Alvarez y M. Nieves Larragueta




© Mikel Zuza Viniegra, 2015


   

miércoles, 1 de abril de 2015

HACER EL INDIO

Palacio de Olite, 16 de febrero de 1406

-¿Qué ocurre, señores? ¿A qué viene ahora ese miedo habiéndolo hecho ya tantas veces?

-Pero fue en casas mucho más modestas que este lujoso castillo. Ayer ya casi el abad de San Antón se quedó sospechando de lo que contábamos.

-Pero acabó dándonos su bendición, ¿no es cierto? Sabéis que nunca me arriesgo demasiado, y siempre pregunto primero si ha viajado mucho nuestro interlocutor. Así que al decirme que nunca había salido de este reino de Navarra, supe que teníamos el camino abierto.

-Reconoce que esto no es vida, Johan: siempre temiendo que nos descubran...

-¿Preferirías seguir llevando tu vida anterior, Pedro? ¿Te gustaba más cuidar ovejas allá en Soria? ¿Y tú, Simón, acaso querrías seguir siendo aprendiz de zapatero en Sahagún? Porque lo que es yo, bastante mejor estoy haciéndome pasar por fraile que escardando los campos de Castrojeriz...

Ventanal del convento antoniano de Castrojeriz (Burgos), 
con las cruces en formade letra griega Tau, propias de esa Orden

-No, si no te falta razón, y desde luego que llenar el buche tres veces al día es bastante más de lo que teníamos aquella madrugada, cuando al salir de la ciudad de Burgos nos encontramos a aquellos tres pobres hermanos ahorcados, colgando de un roble del camino. No sé quién pudo atreverse a llevar a cabo semejante crimen, porque nada habían dejado a los muertos, salvo los hábitos de su orden.

-¡Y bien que nos han venido desde entonces, que no damos ni golpe desde que nos vestimos con ellos! Y total, ¿cuáles son nuestras obligaciones? Llevar tonsura y poco más, porque más pobres que lo éramos, no somos, obediencia no debemos a nadie más que a nosotros mismos, y en cuanto a la castidad, cuando entramos a los burdeles no hacemos ni más ni menos que los otros frailes, ¿no es cierto?

-Ya, pero hasta ahora nos había ido bien contando nuestro cuento en pueblos pequeños y en conventos de monjas. ¿A qué empeñarse en probar suerte en una corte tan grande como esta?

-¿Grande la corte de Navarra? ¡Pues que dirías de la del rey de Castilla, necio? Al contrario, esta de Olite nos servirá de perlas para, si todo va como pensamos, probar luego el mismo método en las de Toledo y Barcelona...

-A una priora o a unos concejales es fácil engañarlos, ¿pero a una reina será tan sencillo?

-A una reina mucho más fácil todavía. ¿O habéis visto que desde que utilizamos la misma salmodia que escuchamos en Lerma a aquel juglar, alguien haya dicho nada alguna vez nada en contrario de lo que proclamamos? Lo que tenemos es que agradecer a los cielos haber estado presentes cuando aquel gran  comediante empezó a contar a la concurrencia la historia del Preste Juan, que como nadie sabe quién es, ni donde está su reino, es el que mejor sirve desde entonces a nuestros propósitos.

-Mientras no topemos con algún sabio erudito que pueda descubrir nuestros disparates...

-¡Bah, tranquilos podemos entonces estar, que poco abundan esos señores ni en este reino ni en ningún otro! Y callad, que el maestresala de la reina doña Leonor ya va a anunciarnos...

-¡Fray Johan, fray Pedro y fray Simón, hermanos hospitalarios de San Antón en la tierra del preste Johan de las Indias!


-¡Pasad, buenos hermanos, y contadnos todo lo que de bueno haya en aquellos remotos parajes de los que procedéis!

-Todas las fatigas de nuestro proceloso viaje pasan raudas al poder besar por fin vuestra mano, majestad 
 
-Soy yo quien debiera besar las vuestras, que por algo sois hombres sagrados, tan cercanos al poderoso Preste Juan. Pero decidme, ¿cómo es él?

-Tiene la color oscura, 
tiene la su voz velada, 
la su cabeza es pequeña 
y algo braquicefalada.
Tiene rubios los cabellos,
tiene la barba afeitada,
breve el naso, noble el belfo,
la su frente despejada, 
y una mirada tan dulce,
tan triste, tan apenada,
que hay que preguntarle al vella: 
¿qué tienes en la mirada?

-Buen galán ha de ser entonces... Y decidme, ¿cómo son sus tierras?

-Puedo deciros, majestad, que en aquella laguna de Guatavita se hace una gran balsa de juncos, y aderézanla lo más vistoso que pueden… A este tiempo está toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudan entonces al heredero y lo untan con una liga pegajosa, y lo rocían todo con oro en polvo, de manera que va todo cubierto de ese metal. Métenlo en la balsa, en la cual va parado, y a los pies le ponen un gran montón de oro y esmeraldas para que ofrezca a Dios. Entran con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hace el indio Dorado entonces su ofrenda echando todo el oro y esmeraldas que lleva a los pies en medio de la laguna, y luego hacen igual los demás caciques que le acompañan. Concluida la ceremonia baten las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comienzan la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia queda reconocido el nuevo electo por Preste y Señor de las Indias...


-¿Pues si es tan guapo y tiene tanto oro, qué clase de ayuda podemos darle nosotros, pobre -aunque honrado- reino como somos?

-¿Ves, Johan? Ya te dije que no la engañaríamos tan fácil...

-¡Calla, mostrenco, que te van a oír! Déjame a mí:

Majestad, mi amo el Preste Juan, al oír hablar a los viajeros que hasta sus dominios se aventuran de la gran belleza e inteligencia que acreditaba la reina de Navarra, quiso enviarnos para que pudiéramos corroborar que lo que aquellos peregrinos contaban era totalmente cierto. Y viendo vuestra discreción y gozando de vuestro semblante, no tenemos más deseo que correr de nuevo hacia las Indias a confirmar a nuestro dueño que no sólo es verdadero todo lo que de vos le han contado, sino que se quedaron cortos en el elogio aquellos majaderos, pues muchos países hemos atravesado hasta llegar a esta vuestra corte de Olite, y puedo aseguraros que hasta en las tierras musulmanas -donde las mujeres y los camellos son mercancía equivalente- no darían por vos menos de quinientos de esos jorobados animales. Y ved que traíamos para vos muchos y ricos regalos, pero que una tormenta allá en el peligroso Mar Rojo, que fue tan fuerte que volvió a cerrar las aguas que Moisés había dejado abiertas muchos siglos atrás, nos hizo perder todo lo que el buen Preste nos había ordenado que os entregásemos. De tal suerte, que ahora somos nosotros los que nos vemos en la vergonzosa obligación de implorar vuestro socorro...

-Socorro y favor que os otorgo ahora mismo y de mil amores, pues no todos los días se conoce a sabios de visión tan clara y juicio tan sereno como el vuestro. Ordenaré inmediatamente a mi tesorero García Lopiz de Roncesvalles que os entregue el dinero que necesitéis para tan arduo viaje, y ved si la próxima vez que visitéis nuestra corte, podéis traerme un buen retrato pintado de vuestro señor, que no hay de que asombrarse si las navarras perdamos el seso y aún otras cosas por extranjeros tan agraciados como el Preste Juan, que es muy común por estos lares despreciar el producto masculino nacional.

-Perded cuidado, majestad, que así lo haremos sin falta...


Y como la maledicencia histórico-literaria me achaca continuamente que me lo invento todo, y que nada de lo que cuento pasó nunca más que en mi imaginación, vaya este documento que al caerme a las manos inesperadamente ha hecho brotar de súbito esta crónica para demostrar que de reinas crédulas y pícaros indianos -aunque no me arriesgaré a calcular el porcentaje exacto de unas y de otros- siempre hemos podido presumir por estos pagos: 




© Mikel Zuza Viniegra, 2015