miércoles, 26 de febrero de 2014

NI LO PIENSES


Castillo de San Esteban de Deyo, Monjardín, 26 de febrero de 925


-Rey Sancho: sois sin duda el monarca más importante que ha tenido Pamplona. Habéis duplicado vuestros dominios originarios con el condado de Aragón y las fértiles tierras de Nájera. Sois el campeón de la fe cristiana ante el Islam, y vuestro Papa de Roma no da un paso en estas tierras sin antes consultároslo. ¿Y os extrañáis de mi propuesta?

-Una cosa es que Dios me haya permitido conseguir todos esos logros que enumeras, Ahmed. Y otra muy distinta es hacer caso a locuras puestas fuera de toda razón.

-No sois precisamente joven ya, alteza, y tanto vuestra religión como la mía nos ordenan dejar atados los asuntos terrenales antes de emprender el último viaje. Si habéis sido un gran soberano, ¿qué puede haber de malo en que vuestra tumba recuerde a las generaciones venideras vuestro bien ganado prestigio?

-Pues yo pienso que ya he dado bastantes problemas en vida, como para continuar haciéndolo después de muerto. Tu descabalado proyecto arruinaría el reino para siempre.

-Ahí está vuestro error de concepto, alteza. Lo que yo sugiero no es gastar los abundantes tesoros arrebatados a los moros en todas vuestras victoriosas batallas. Al contrario: será el pueblo que tanto os ama quien -"voluntariamente", por supuesto- dedique su esfuerzo diario para construir un monumento a la altura (nunca mejor dicho) de vuestra auténtica grandeza....

-¿O sea que después de llevar tantos años defendiendo a mis compatriotas como mejor he sabido, ahora debería esclavizarlos para saciar unas supuestas ansias de gloria de las que carezco por completo? Todo esa estupenda reputación que decís que poseo acabaría convirtiéndose en odio sarraceno. Escupirían sobre mi memoria, y con mucha razón, que no son los pamploneses nada amigos de llevar cadenas, sino de romperlas.

-Pero señor, otros grandes gobernantes también lo hicieron, y ahora sus magníficos mausoleos, miles de años después de su muerte, siguen hablándonos de su nobleza.

-La nobleza no se mide por el tamaño del sepulcro que dejamos atrás, sino por los hechos que hayamos realizado en vida. A mi manera, he gobernado lo mejor que he podido. No cargaré este delirio tuyo sobre las espaldas de quienes ya han hecho bastante con soportarme hasta ahora.

-Pensadlo una última vez, señor. Ved que estamos en el lugar perfecto para mi propósito. La poliédrica forma de esta montaña es la idónea, no encontraréis una con las caras triangulares tan exactas en todo el territorio de Pamplona. El castillo donde nos encontramos es su vértice perfecto, bastará por tanto con poner a todos los habitantes del reino a horadarla hasta llegar a su justo centro. Allí y sólo allí se situará vuestra cámara funeraria, donde se guardarán para siempre todos los lujosos objetos que acumulasteis durante décadas, y que rodearán vuestro sarcófago para siempre. Naturalmente la reina y los sumos sacerdotes serán sepultados vivos a vuestro lado. Para ellos será un honor inconmensurable, sin duda alguna. Tan sólo me preocupa saber escribir vuestro nombre en los muros con impecable destreza, pues os confieso que tengo
un tanto oxidada mi caligrafía después de tantos años fuera de mi país natal. Quizás deberíais abandonar ese rústico "Sancho" y quedaros únicamente con el elegante "Garcés". Sí, eso es, fijaos lo bien que suena: Garcés I, rey de la alta y baja Pamplona, hijo de Ra-Amón. Cómo sería... Ah, sí: Halcón, Escarabajo, Pájaro con un sol encima, Hombre andando de lado con las manos hacia arriba y Planta de papiro... ¿Qué os parece, Majestad?



-¡Guardias, a mí! ¡Llevaos a este loco peligroso fuera de mi vista y ponedlo en una poliédrica mazmorra hasta que se calmen sus desvaríos! Ya me dijo mi querida Toda que no contratase a un egipcio como escribano real, que acaban todos enloqueciendo por sus anhelos de grandeza. Verás cuando se entere de que la querías enterrar viva, verás... Precisamente a ella, que hace siempre lo que quiere... Lo de dejar allí encerrados a los obispos, sin embargo, me parece una gran idea, que muy bien podría retomarse más adelante. ¿Y quién será ese tal Ramón? ¡Necio! ¿No sabes que mi padre fue don García Ximenez?
En cuanto a mi tumba, con una simple lápida en el suelo de la capilla de este castillo me basta. Y si llega o no llega intacta a los siglos venideros es cosa que no me importa lo más mínimo, con que Toda me lleve de vez en cuando-y sólo si ella quiere- unas flores, me conformo...


©Mikel Zuza Viniegra 2014



viernes, 21 de febrero de 2014

AYUDA


Plaza del mercado de Ruan, 30 de mayo de 1431


¿Cuánta gente se ha concentrado ya en este maldito lugar? ¿Cinco mil, quizás diez mil? Y eso sin contar a la guarnición inglesa, que bien sumará otros mil lobos más, todos reunidos y excitados por el olor de la sangre que bien pronto se va a derramar.

Mil soldados contra una joven de apenas diecinueve años. Como no pudieron derrotarla en el campo de batalla, van a cobrárselo muy caro hoy aquí, cuando el verdugo la ate al poste y prenda la leña verde a sus pies. Entonces la enviada de Dios, la doncella, la capitana, la hereje, la loca, será tan solo Historia. Ya no molestará más, ni a los generales ingleses, a los que dejó en ridículo una y otra vez, ni tampoco a los comandantes franceses, que en realidad se avergonzaban de tener que obedecer a una mujer.

Pero los mercenarios como yo la idolatrábamos. Después de recorrer Francia de norte a sur con sangre hasta las rodillas durante casi cuatro años, todos habíamos conocido jefes mucho más ineptos, cobardes o vanidosos que ella, que al fin y al cabo era igual que nosotros: una simple pastora de ovejas allá en su perdida aldea de Domremy...

Y no nos escandalizaba ni sorprendía que defendiese vehementemente que las órdenes se las dictaban San Miguel, Santa Catalina o Santa Margarita, porque esos tres mensajeros nos resultaban igual de lejanos -quizás hasta mucho menos molestos- que los que venían a dárnoslas en nombre del rey antes de que ella fuese nombrada nuestra capitana. Reyes, santos, generales... ¿qué más dará?

Un rey que -naturalmente- jamás se había dejado ver en nuestros campamentos. Es más, al rey de Francia no lo conozco más que de perfil: el de su feísima cara en las monedas que nos pagaban por matar ingleses, cuantos más mejor. Y a fe que en todo este tiempo he debido vaciar dos o tres naves de esas que llegan todos los meses desde su brumosa isla para reclamar estas tierras que, para mí, nada significan, pues soy navarro, y hasta aquí solo me trajo la obligación de ganarme la vida, aunque fuera a costa de arrancar la de los demás. Y bien tranquilo que seguiría yo viviendo en Olite si el rey Juan II no hubiera tomado muy a mal que no quisiese prestarle públicamente homenaje a él, si no solo a su mujer y auténtica propietaria del reino, doña Blanca.

¿Que por qué actué así? No sé, me pareció que debía hacerlo. No me gustaban las ínfulas y aires de grandeza del nuevo rey, de carácter tan distinto al del viejo, el siempre cercano Carlos III. Pude hacer como los demás y tragarme el orgullo, pero nunca he sabido bien cómo lograrlo. Las patas de mi caballo me valieron entonces para cruzar la muga huyendo de su venganza, y como lo único que sabía hacer realmente bien era rebanar cuellos y aquí llevaban ya cerca de ochenta años en guerra, no tuve problema para ser aceptado en cualquiera de las Compañías que devastaban el país a su capricho. Hasta que llegó Juana...

Y no es que dejásemos de blasfemar en cuanto ella se daba la vuelta, o que algunas veces no dudásemos con serio fundamento de su cordura, pero verla a la cabeza de nuestro ejército enfundada en su brillante armadura era como volver a aquellos tiempos de los griegos de los que nos hablaba mosén Fidel cuando éramos niños en el claustro de San Pedro.

Sí, igual que aquellas amazonas que descabezaban atenienses y espartanos era Juana. ¿Igual digo? ¡Mejor! Porque éramos nosotros quienes cortábamos ahora testas de duques y marqueses para ofrecérselas sin que ella se manchase sus impolutas manos, siempre prestas para implorar ayuda a los Cielos. Hasta el más miserable gusano enrolado en nuestras tropas hubiese dado entonces su vida por la de la doncella. Y yo el primero. "Allez, mon brave navarre!", exclamaba ella orgullosa al verme avanzar contra las posiciones enemigas...

Y hoy, tan sólo dos años después, sólo yo resisto entre esta masa vociferante que pide que la maten. ¿Dónde están todos aquellos que seguían su estandarte? Yo os lo diré: quietos en sus cuarteles, a docenas de leguas de aquí, porque su rey -su feísimo rey- se lo ha ordenado. Pero yo no soy francés y no tengo por tanto por qué obedecerlo.

Del ejército dirigido desde el Cielo que conquistó Orleans, ya sólo quedamos Juana y yo. Ella ya está atada al poste, con un cartel atado al cuello que la tilda de hereje y de bruja. Y todos se arremolinan a insultarla. Mejor, me dejan así el camino libre hacia la cerca iglesia de San Salvador. No hay nadie en su oscuro interior, todos tienen demasiada curiosidad como para no acudir ante el cadalso. Sólo unas pequeñas candelas arden ante el altar que busco: el de San Miguel. Nadie está allí para acusarme de ladrón cuando arranco la lanza con la que la gallarda y pequeña figura del arcángel mata al dragón infernal. Después fuerzo la puerta de la torre y subo hasta el campanario. Desde allí se divisa perfectamente la plaza donde las llamas ya han prendido los primeros haces de leña verde.

San Miguel de Ezcaray
Afilo entonces un poco más la punta de la lanza que acabo de robar, y con mi cuchillo grabo un profundo surco en el astil. Lo justo para permitir que pueda asentarse segura en la cuerda de mi arco. Allá abajo las llamas ya rodean totalmente a Juana, y a pesar de ello sus desgarradores gritos todavía consiguen imponerse sobre los de la masa enfebrecida: "Saint Michel, aidez-moi!" repite una y otra vez.

Apunto cuidadosamente, porque las llamas no me permiten ya verla. Y en un fugaz instante, justo mientras la flecha vuela a clavarse en su corazón, la postrera ayuda por la que clama le llega veloz desde Navarra, que no en vano es también tierra de ángeles y de dragones muy señalados...

Juana descansa al fin tranquila. Todos pueden descansar por fin tranquilos: ingleses, borgoñones, y los malditos franceses traidores. Y yo he hecho lo que tenía que hacer, como siempre. Pero daría ahora mismo mi alma inmortal   por tener a mano otros diez mil arcángeles a los que poder robar sus lanzas para acabar también con todos esos que gritan allá abajo...




© Mikel Zuza Viniegra 2014


viernes, 14 de febrero de 2014

DESAPERCIBIDO



 Catedral de Pamplona, 12 de febrero de 1348

Foto de R. Lasaosa

 -Han pasado veinte años de todo aquello. ¿Qué daño puede hacer ya este pobre viejo?

-"Ese pobre viejo", como tú lo llamas, es nada menos que fray Pedro de Ollogoien. Responsable máximo de las matanzas de judíos que asolaron estas tierras antes de la feliz llegada de don Felipe -que Dios haya- y doña Juana al trono de Navarra. Cientos de hebreos moran en el seno de Abraham por su culpa, ¿y aún dices que qué daño puede hacer? ¿Acaso no lo oyes día y noche berreando fragmentos de las Escrituras, que en su boca suenan como graznido de cuervo?

-¡Claro que lo oigo, y bien harto me tiene ya con esa salmodia! Por eso le he pedido varias veces al obipo don Arnalt que me releve de esta labor de custodio suyo que ostento únicamente porque ningún clérigo quería acompañaros en el cuidado de semejante orate. Pero a pesar de saber quién es y de horrorizarme por lo que hizo, sigo pensando que un anciano no debería estar en una mazmorra tan lóbrega como ésta.

-¿Lóbrega dices? Pero si tiene un ventanuco desde el que puede contemplar la misma vista que el obispo desde su palacio: la Chantrea, Burlada, Villava, y las grandes montañas de Monreal e Izaga allá al fondo.Y ahí lo tienes siempre, asomando su durísíma cabezota entre los barrotes. De todas maneras, siento ciertamente que el Fuero no contemple ya la pena de emparedamiento, porque así al menos nos habríamos librado hace mucho tiempo de canso tan grande. Y en cuanto a la lástima que te dan sus canas, piensa más bien en todos aquellos a los que su fanatismo impidió llegar a alcanzarlas. Y también en las mujeres y en los niños asesinados a consecuencia de sus funestas prédicas.

-Ya, pero cuando lleguéis a su edad, si Dios así lo quiere, seguro que no os gustaría veros como él. 

-No hacer caso a chiflados de verbo fácil es una norma muy simple de cumplir y que yo he llevado siempre a rajatabla, hermano. Y a éste basta con mirarle a los ojos para comprender el desastroso estado de su sesera. Que consiguiese formar un ejército de saqueadores acusando a los judíos de Estella de haber crucificado a Nuestro Señor no lo convierte además en un teólogo singular, tan sólo supo excitar el ansia de riquezas de una población exhausta. Aunque le reconozco que sí que supo escoger el momento: justo cuando no había autoridad real que contuviese sus locuras y sobre todo que protegiese militarmente a las juderías. Cuando por fin tuvimos reyes, uno de sus primeros mandatos fue apresar a fray Pedro, y hacerle pagar desde ese mismo momento sus desmanes. 

-Y muy bien me parece tal sentencia. Con lo que no estoy tan de acuerdo es con padecer nosotros con él, sin tener culpa ninguna en su rebelión, que yo ni siquiera había nacido por entonces. Y es que entre los ruidos de los obreros que construyen el nuevo claustro y la capilla funeraria del obispo aquí al lado, y los gritos sin fundamento de este maldito fray Pedro, no hay forma de meditar por el día ni de reposar por la noche. Estoy agotado, y os digo que bien poco me importaría que se quedase mudo en este mismo instante...   

-Doce años llevo yo en este cargo, y en vez de enmudecer cada día me parece que tiene más voz. Y no es raro, que él también debe darse cuenta que le va quedando cada vez menos vida, y por eso berrea y chilla bien fuerte, para ver si Dios le escucha y perdona su más terrible pecado. ¿O es que no te has fijado que casi siempre repite los mismos versículos? ¿No? ¿Pero qué os enseñan ahora en la Escuela Capitular?

-¿Os referís a...?

-Sí, ya sabes: 

"Quocumque enim perrexeris, pergam, et ubi morata fueris, et ego pariter morabor. Populus tuus populus meus, et Deus tuus Deus meus. Quae te terra morientem susceperit, in ea moriar: ibique locum accipiam sepulturae..."

-Para mi vergüenza he de confesaros que no domino la lengua latina tan bien como me gustaría, pero por supuesto que le escucho volver una y otra vez a esas mismas palabras. Tanto que he llegado a aborrecerlas, aunque lo cierto es que no entiendo qué quieren decir. 

-Pues tu tremenda ignorancia te priva de conocer ese horrendo pecado de fray Pedro del que antes te hablaba, que no es el de haber segado la vida de muchos inocentes. O al menos no es sólo ese. Y mira que él no lo esconde, pues no deja de gritarlo a los cuatro vientos...

 -¡Me tenéis en ascuas! ¿Qué pecado capital es ese?

-Si dominases la lengua de Cicerón, sabrías que lo que continuamente recita fray Pedro pertenece al Libro de Rut:

"Iré adonde tú vayas y viviré donde tú vivas. 
Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. 
Moriré donde tú mueras y allí mismo seré enterrado..."

-Pues aunque ahora por fin sé lo que dice este loco, sigo sin comprender a qué puede referirse.

-Rut Ben Simón era la hija del comerciante más acaudalado de la aljama de Estella. Yo tuve la fortuna de verla un día, y en verdad te digo que no me importa blasfemar para confesarte que renunciaría a aceptar que Cristo es el Mesias que el pueblo judío llevaba siglos esperando, sólo por lograr que ella me mirase una vez más.
Su pelo era negro, como las noches sin estrellas del país de Moab, sus ojos brillaban con el mismo fulgor del candelabro de los siete brazos y te juro que oír su risa era como saciarse con aquél maná que cayó del cielo en el desierto. Así de hermosa era. Pero lo que yo y otros muchos supimos guardar en nuestro corazón, un loco como fray Pedro no quiso o no pudo hacerlo. Con tal de lograrla, primero rogó y después amenazó a su padre, reconviniendo a ambos violentamente para que se convirtieran a la verdadera fe. Pero este propósito era tan sólo la excusa que escondía la verdadera intención lujuriosa del fraile, que ante la firme negativa de los dos hebreos, comenzó a pergeñar en su podrido caletre el crimen que luego le haría tristemente famoso en toda Navarra.
-¿Estáis diciendo que Ollogoien provocó el asalto a la judería de Estella sólo por despecho?

-Eso justamente es lo que ocurrió. Y eso es lo que le remuerde todavía las entrañas, porque sabe que Dios no le perdonará haberlo utilizado como coartada de sus mezquinos instintos. 

-¿Pero por qué sigue gritando de esa forma?

-Porque sabe que igual que no pudo vivir junto a Rut, ni lograr que su pueblo fuera su pueblo, ni que su Dios fuese su Dios, tampoco podrá morir ni ser enterrado en el mismo lugar en el que él provocó que ella muriera. Y es que el rey Felipe -de buena memoria- perdonó a instancias del obispo la vida del reo, pero lo condenó a pasar lo que le quedase de vida en esta celda, y a ser emparedado en ella tras su muerte. Sólo un relieve que ya ha tallado uno de los maestros que ahora mismo trabajan en el claustro, indicará a la posteridad este sombrío lugar, pues cubrirá para siempre por fuera ese ventanuco,  mostrando a fray Pedro de Ollogoien tal y como todo el mundo lo ha conocido estos últimos años: con su cabeza asomándose entre los barrotes y purgando a la vista de todos su infamante pecado.
Y yo espero fervientemente que sea el irascible y vengativo Dios del Antiguo Testamento en el que creían Rut y los suyos, y no el que anduvo alegre sobre la mar, quien acabe juzgándolo el día del Juicio Final ...  

Trasera de la catedral de Pamplona, a la derecha de la torre de la capilla
Barbazana, con el relieve junto a la tubería.

Ampliación "nebulosa" del relieve en cuestión

©Mikel Zuza Viniegra 2014

miércoles, 5 de febrero de 2014

DANZA

Puente de Larrangoz, 1 de  febrero de 1355


Fotógrafía del puente de Larrangoz  por Palmilla

-Imagina que María ha sido raptada por un malvado dragón y espera que la rescates de su torre-prisión, al otro lado de este movedizo puente. Sólo te falta enfrentarte a mí, tu dragón. Y por supuesto vencerme... 


-Es fácil imaginar, maestro. Lo difícil es llevar a cabo tal misión con los ojos vendados y completamente empapado por esta lluvia que no cesa de caer.


-Si fuera sencillo, todo el mundo sería caballero, presuntuoso Juan Martínez de Medrano. Pero no: los aragoneses no rodearán tus tierras para no molestarte en una de sus frecuentes incursiones, ni las puertas de Jerusalén se abrirán para ti sin combatir a docenas de sarracenos.Ahora soy yo el problema que debes afrontar: estoy delante de ti para impedir que alcances la victoria. O quizás no, puede que esté detrás. El bramido del río bajo nuestros pies te envuelve y no te permite distinguir bien de donde proviene mi voz. Y piensa también que faltan varias tablas en el suelo, y que por esos agujeros podrías escurrirte a la helada corriente. Tu padre debería ordenar arreglar este puente, pero en lugar de eso prefiere pagarme para que te entrene. Cuestión de prioridades, ¿no es cierto, joven aprendiz? ¡Hora de la primera lección! ¡Eh, muy bien! Has conseguido aislar el siseo de mi espada al cortar el aire lo suficiente como para parar mi golpe con la tuya, pero al adelantar tanto tus brazos has perdido el precario equilibrio que aún conservabas y por tanto... ¡al agua!


-¡Dios, está helada! ¡Haré que mi padre te haga desollar!


-Olvídalo, pretencioso Juan: ni tu padre ni ningún otro caballero de estos contornos es enemigo suficiente para Martín Ramírez de Arellano, espadero mayor de Su Majestad el rey Carlos II de Navarra, momentaneamente a tu disposición para lograr que ames a tu espada tanto o más que a esa María de Ekai que tanto frecuentas, y que por tu evidente incapacidad acaba de ser devorada por el dragón.


-¡Te destriparé, fanfarrón! ¡Tus vísceras servirán de alimento a los puercos! 


-¡Ese es el espíritu! Pero antes de que la rabia ciegue del todo tus ojos, permíteme que vuelva a colocar sobre ellos la venda. Segunda oportunidad para rescatar a tu princesa: Concéntrate: no puedes ver, estás congelado, el Irati amenaza con tragarte de nuevo en cuanto cometas un error, el puente que tu padre no arregla se balancea en el aire como una hoja en otoño por los vacilantes pasos que das mientras avanzas y porque yo lo muevo también con fuerza para reírme de ti. Pero reírme de ti no es lo único que planeo hacerte: voy a partirte por la mitad con mi espada: haré que silbe desde la izquierda y te atacaré por tu flanco derecho, o quizás lo haga al revés, los dragones somos tan caprichosos...


-Sigue hablando, fanfarrón, mientras tu voz me lleva directamente hacia ti y soy yo el que separa tu cabeza del cuerpo con este veloz tajo...


-¡Hay ciegos pidiendo en las puertas de San Nicolás de Pamplona mucho más rápidos que tú, estúpido Juanico! Braceas en el aire como si estuvieras en el agua, y bien mirado lo estás, porque me basta darte una patada en ese lentísimo trasero tuyo para que vuelvas a sentir el gélido beso de la dama del Irati. ¡Al agua!


-¡Te mataré, maldito viejo! ¡Te trocearé con cuchillos oxidados! ¡Verteré vinagre en tus heridas! 


-El coraje hay que demostrarlo sobre el puente, no bajo él, mi impulsivo amigo. Cuando tus enemigos te venzan por no saber dominar tu furia, no te arrojarán al agua, sino al Infierno. Y de ahí nadie te dará la oportunidad de salir, como yo estoy haciendo contigo. ¡Vuelve a colocarte la venda sobre los ojos! 


-¡Pero estoy agotado!


-¡Agotado y muerto son conceptos iguales para mí! ¿Subes o prefieres que baje a buscarte? Ya sabes lo poco que me gusta mojarme los pies...


-¡Sí, Juan, sube! ¡Hazlo por mí!


-¿Qué haces aquí, María?


-La invité yo, empapado y ridículo joven. Pensé que le daría más realismo a mi historia y que así tendrías una motivación extra para destrozarme, destriparme y todas esas cosas que dices que quieres hacerme. Venga, muchacho, tu princesa está al otro lado del puente y sólo este viejo dragón te separa de ella. Pero no te lo pondré tan fácil como hasta ahora: además de no ver ahora te haré girar varias veces sobre ti mismo como una peonza para que al movimiento de este fragilísimo puente se una también el de tu maltrecha cabeza. Aunque te daré una oportunidad de orientarte: ¡Hermosa María, canta una canción para que tu impetuoso enamorado pueda acabar en tus brazos! Pero que sea una que lo estimule a dar lo mejor de sí mismo, o me temo que acabará río abajo otra vez...


-¡Sé cual le hará conseguirlo, don Martín! Escucha, Juan: 


"Oh no, not I,
I will survive,
oh as long as i know how to love
I know I'll stay alive.
I've got all my life to live.
I've got all my love to give.
And I'll survive
I will survive
yeah, yeah." 



"Pues no, yo no. 
Sobreviviré. 
Mientras sepa cómo amar, sé que estaré vivo. 
Tengo toda mi vida para vivir. 
Tengo todo mi amor para dar. 
Sobreviviré. 
Sobreviviré. 
Sí, sí." 


-Tiene buena voz tu princesa... Lo malo es que ahora su canto se une al rugir del río, al zapateado de las gotas de lluvia sobre tu cabeza, a los agujeros del puente, a las punzadas de tus pies calados dentro de tus botas y, muy pronto, al golpe de mi espada que te volverá a arrojar al abismo una vez más. Y en esta ocasión María te estará viendo y a todas esas sensaciones se añadirá la de una vergüenza infinita que pugnará por desasirse de tu aterida garganta. ¡Cómo lo voy a disfrutar! 

 -Siempre hablando y hablando sin parar, pero sin duda me habéis enseñado bien... El movimiento del puente, el aullido del río, el ulular de tu espada presta a descargarse sobre mí, incluso el cantar de María son solo distracciones, trincheras en las que caer sin haber llegado a la puerta principal del castillo.Ese portón cuyos goznes chirrían, como lo hacen vuestras nada engrasadas espuelas sobre este tambaleante suelo. Así que finta a la derecha, ataque por el flanco izquierdo, y...¡al agua, mi señor espadero mayor! 

 -¡Bravo, Juan! -¡No deberías besarla con tanto anhelo,muchacho, aún no te he enseñado lo suficiente como para enfrentarte al señor de Ekai! -¡No os riais tanto, y mejor quedaos en la otra orilla, recordad que aún me queda trocearos y arrojaros a los cutos! Aunque eso lo dejaremos para mañana, ¿no te parece,María? 

-Lo que me parece es que soy yo quien debería cobrar las lecciones de espada que recibes: esa estocada te la enseñé yo. 

-Pobre Ramírez, tantos años y todavía no ha comprendido que la esgrima es como una danza ¿Y acaso hay quien baile en el mundo mejor que una mujer? 

Caballero en la portada de la iglesia de San Bartolomé de Larrangoz

©Mikel Zuza Viniegra