jueves, 4 de octubre de 2018

EL ESCUDO DESAPARECIDO DEL ARCEDIANATO DE LA CATEDRAL DE PAMPLONA


Se cumplen unos cincuenta años de una de las mayores barbaridades urbanísticas cometidas contra el patrimonio histórico-artístico de Pamplona, tan sólo superada -a mi humilde entender- por el holocausto arqueológico de la Plaza del Castillo y, en un futuro muy cercano, porque en esta ciudad el gusto por el horror no se detiene nunca, por la construcción de las torres en el solar de Salesianos, que arruinarán el paisaje que durante siglos ha mantenido Iruña para siempre.

Me estoy refiriendo a las horribles "Casas de los Canónigos" de la calle Dormitalería, que a su intrínseca fealdad sumaron además la nefasta consecuencia de aislar y ocultar el maravilloso patio del Arcedianato para siempre. A tantos años vista, podríamos preguntarnos con mucha razón cómo pudo el Ayuntamiento dar permiso para una actuación tan desdichada, pero no os preocupéis, porque el Ayuntamiento no concedió licencia alguna, sino que el obispo de entonces secundado por los propios canónigos -el Dios de la belleza se lo tenga en cuenta el día del Juicio Final- hicieron lo que les salió de la mitra y de la casulla, y derribaron las viejas casas que daban un sabor único a ese lugar. Total, para levantar los desaboridos bloques de pisos que ahora podemos lamentar. Pamplona, en estado purísimo...

El caso es que el Arcedianato tenía una puerta gótica (tardogótica más bien) que, que sepamos al menos, esos auténticos homicidas artísticos no se molestaron tampoco en conservar, aunque tampoco les hubiera costado gran cosa mantenerla en su sitio, porque no era tan grande, pero vaya... En la clave de esa puerta, lucía un escudo donde campeaban orgullosas las armas de los Beaumont, una de las dos sagas familiares que contribuyeron a desangrar Navarra desde mediados del siglo XV.



Son muchos los autores locales que se han ocupado de este desastre arquitectónico: Urmeneta, Uranga, Arazuri y más recientemente Mendiburu, pero quien me permite ahora evocar cómo era ese escudo es Pedro García Merino, que desde mediados de los 60 publicó en la revista Pregón una estupenda serie de paseos por el barrio de la Navarrería, en los que trató sobre casi todos los escudos que lucían en las fachadas de las casas, algunos desgraciadamente ya desaparecidos, como este del que os voy a hablar, aunque no esté de acuerdo con la explicación que dio sobre su posible ordenante. Veamos lo que García Merino dijo en el número de Otoño de 1964:


"Sobre la puerta gótica de esta casa hay un escudo episcopal, que posiblemente perteneció a don Carlos de Beaumont, elegido obispo de Pamplona por el cabildo catedral, a propuesta del príncipe de Viana, el año 1457, en contradicción con el candidato agramontés, don Martín de Amatriain, al que apoyaba Juan II".

Ocurre que esa casa, que ocupaba los números 3 y 3bis, situada justo al lado del palacio donde hoy en día se halla la librería diocesana, era conocida desde muy antiguo como "Casa del Arcediano de la Tabla", uno de los cargos más importantes -y también el que más medios económicos tenía a su disposición- del cabildo.

Y efectivamente, el citado Carlos de Beaumont fue elegido como obispo, aunque su nombramiento no fue aceptado por el Papa, pero hasta ese momento, había ostentado el cargo de Arcediano de la Tabla, por lo que podría haber sido él  quien ordenase la construcción de ese portal. Sin embargo, tanto el diseño general del pórtico -al que mucho más tarde se le añadió una hornacina con la figura de san Francisco Javier- como el del propio escudo, me hacen pensar que el personaje a quien realmente podría adjudicarse esta fachada es a Juan de Beaumont, que siguió casi miméticamente la trayectoria eclesiástica de su antecesor y pariente, aunque medio siglo después.

Siguiendo al gran Goñi Gaztambide, en su tomo III de la Historia de los Obispos de Pamplona, Juan de Beaumont fue nombrado por la Santa Sede en 1510 (cuando todavía era menor de edad) arcediano de la Tabla de la catedral de Pamplona. De hecho tras los consabidos recursos y protestas, tuvo que ser su padre, el señor del palacio de Arazuri, llamado también Juan de Beaumont, quien tomara posesión del cargo en calidad de procurador de su hijo. El caso es que en 1520 murió el obispo de Pamplona, Amaneo de Labrit, y la mayoría del cabildo, reunido en sesión el 20 de diciembre, escogió como sucesor al agramontés Remiro de Goñi, pero una minoría escogió a Juan de Beaumont, repitiendo punto por punto la división que se daba en la sociedad navarra de la época.

Juzga Goñi Gaztambide:

"Juan de Beaumont no podía competir con él ni en ciencia ni en experiencia, aunque sí en ambición. Era arcediano de la Tabla desde 1510, pero no  hizo nada notable. Murió joven en 1528. Juan de Beriain, de 99 años de edad, declaró en 1579 que Juan de Beaumont "fue a la corte de Castilla, donde fue electo obispo de Huesca y, viniendo para Navarra, murió en el camino". Las fuentes contemporáneas ignoran tales circunstancias. Sin embargo, si sabemos que Francés de Beaumont, que estaba luchando en la guerra de los comuneros, pidió licencia para dirigirse a Alemania a fin de solicitar personalmente la mitra de Pamplona para su hermano Juan de Beaumont".

Este Francés de Beaumont no era un personaje cualquiera, pues fue uno de los principales comandantes hispano-beaumonteses en la batalla de Noain de 1521, en la que Navarra perdió definitivamente la independencia, y de hecho fue ante quien se rindió Asparrots, el jefe del ejército franco-agramontés. El caso es que el emperador -como de costumbre- hizo caso omiso a la decisión del Cabildo pamplonés y a la petición de su lacayo Francés de Beaumont, y se negó a aceptar los dos nombramientos.

El Cabildo corrió a justificarse ante Carlos V:

"Tristán de Beaumont, hermano de Juan de Beaumont, seguido de media docena de espadachines, acometió al arcediano de la Valdonsella, Miguel Cruzat, de sesenta años de edad, que, revestido de su capa coral y acompañado de un clérigo, se dirigía al coro, gritándole: "¡Arcediano, yo y mi hermano estamos muy mal contentos de vos, por cuanto no habéis querido dar vuestra voz en postular el dicho don Juan, mi hermano, y lo habéis hecho muy mal!" E luego, por su mandado, los suyos, el dicho Tristán seyendo presente, las espadas rancadas y palos en las mano, le maltrataron y, pensando matarle, le siguieron hasta dentro de la Catedral". O sea, el Cabildo alegó ante el emperador que los Beaumont les habían amenazado para que eligieran a Juan, el arcediano de la Tabla.

Finalmente Carlos V mantuvo la sede de Pamplona vacante, hasta que Roma decidió nombrar a un italiano, el cardenal Cesarini, que gobernó mediante procuradores, siendo realmente quien manejaba las rentas de la diócesis (lo único que importaba realmente a todos) el intrigante veneciano Juan de Rena, jefe de todos los espías castellanos en Navarra desde la conquista de 1512, que llegaría a ser obispo de Pamplona él mismo en 1538.

Es muy interesante destacar que no volvió a haber un obispo navarro ocupando la silla de San Fermín hasta más de dos siglos después, y que desde el año 1512, cuando Julio II limpió el culo de Fernando "el Católico" con sus bulas, hasta la actualidad, sólo ha habido cuatro (Añoa, Irigoyen, Uriz y Lasaga y Uriz y Labairu), cuando hasta la conquista la gran mayoría habían sido naturales de este reino, de lo que se deduce que Roma sí que paga a traidores, sobre todo si éstos van provistos de buena bolsa, como siempre iban los reyes de Castilla primero, y los de España después. Pero los de Navarra no podían competir en ese campo, por muy piadosos que fueran, así que con razón dicen que la Iglesia Católica tiene un sentido del tiempo muy especial. Tan especial, que el reloj de Roma parece haberse quedado parado, en relación con Navarra, en 1512, como si admitiera que no hay un navarro lo suficientemente apropiado para pastorear a sus paisanos. Pero doctores tiene la Iglesia...

Volviendo al aspecto heráldico, el desaparecido escudo de la desaparecida puerta del Arcedianato, por su jefe (la parte superior del escudo) de tres puntas, y por las 6 borlas del capelo que lo rodeaban (que tanto podían hacer referencia a la condición de obispo "in pectore" que Juan de Beaumont tuvo durante un breve momento de su vida, como al cargo de protonotario apostólico que también ostentó), me parece más propio del primer tercio del siglo XVI que de mediados del siglo XV, igual que el pórtico en sí, que como vemos en la foto no era precisamente un arco de triunfo en cuanto a mérito artístico, pero que sí hubiera merecido al menos el indulto de la destrucción general de las casas del Arcedianato por ser testimonio de una época tan movida en lo político y lo religioso como lo fue el fin del reino independiente de Navarra. Pero eso no conmovió un ápice a sus destructores, claro está.

Artículo de Pedro García Merino en la revista Pregón, de Otoño de 1964



Poco más sabemos de Juan de Beaumont. Sólo que tras el desastre de Noain, el conde de Lerín -jefe del vencedor bando Beaumontés- dirigió una carta de su puño y letra al emperador pidiendo una vez más la mitra de Pamplona para su primo, en la cual, como remacha Goñi Gaztambide, dice pocas cosas buenas de él. Apenas que "era criado de Vuestra Majestad y buen servidor y vasallo vuestro, que ha días que vive con mucha esperanza de una merced como ésta, que vuestra cesárea y católica Majestad le ha de hacer". Aunque como ya he dicho, Carlos V no hizo ni caso ni merced a las reiteradas peticiones. En este caso sí que Roma no pagaba a traidores...

Pero parece que Juan de Beaumont se consoló pronto, haciéndose con otro cargo -y sus abundantes rentas- en el cabildo de la catedral de Pamplona: el de enfermero, que le fue confirmado en enero de 1525. Murió el 10 de abril de 1528, muy joven todavía, siendo protonotario apostólico, familiar y comensal de un cardenal, canónigo enfermero y arcediano de la Tabla, que era la dignidad más rica del Cabildo. De su paso por la Diócesis de Pamplona, que estuvo a punto de regir, sólo nos habría quedado, pues, ese escudo que las malhadadas obras de 1965 se llevaron por delante. ¿Sólo?

Pues no, dejó otro testimonio físico que, milagrosamente, sí que se ha conservado: su lauda sepulcral, que se halla en alguna dependencia interior de la Catedral, sin que podamos decir ahora mismo exáctamente en cuál, aunque confiamos en que alguna vez se exponga públicamente como merece. Si comparamos ambos escudos, veremos que la lápida hasta tiene unas proto-borlas rodeando las armas de Juan de Beaumont, muy similares a las del escudo perdido del Arcedianato. Como he dicho, serían dos testimonios muy valiosos de aquella terrible época en la que Navarra quedó partida por dos banderías opuestas en todo, menos en el ansia de acaparar todo tipo de cargos bien remunerados.

Lauda sepulcral del arcediano de la Tabla,
Juan de Beaumont, fallecido en 1528
La foto es de T. Martínez Alava

Que no vuelvan nunca más esos tiempos a nuestra tierra ni a ninguna otra.



® MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2018





martes, 2 de octubre de 2018

IGUAL QUE LA RAÍZ DEL ARBÓL EN LA TIERRA


Palacio real de Trapani (Sicilia), asignado al rey Teobaldo II de Navarra,
de regreso de la Cruzada de Túnez, diciembre de 1270

-Está delirando, ya no se le entiende. Mirad que es desgracia que vaya a morir de la misma peste que su suegro el rey Luis de Francia.

-Sí que se le entiende: está recitando unos versos de su padre, el gran trovador Teobaldo I de Champaña. Lo que pasa es que no recuerda ya todas las estrofas...

-¿Pero qué decís, no tenéis ni idea de música: lo que masculla no lo escribió su padre, sino un trovador armenio que Teobaldo I trajo consigo desde Antioquia cuando volvió de Tierra Santa. Si nos ponemos muy cerca, podremos transcribir lo que está diciendo el rey:

Tenía yo sin ti
mi corazón dormido.
Pensaba que jamás
podría despertar.
Y al escuchar tu voz
corriendo desperté,
y ha vuelto a mí el amor,
más fuerte aún que ayer.

Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle, mi amor.

-¡Está llamando a la reina!

-¡Qué desgracia, el barco en el que viaja desde Marsella no llegará a tiempo para que ella pueda verlo vivo todavía!

-Además cuando arribe a puerto no lo tendrá fácil para llegar hasta este palacio, porque las calles de esta condenada ciudad de Trapani no pueden ser más intrincadas: una reina podría perderse en ellas con mucha facilidad...

Igual que la raíz del arból
en la tierra,
tú estás dentro de mí
fundida con mi piel.
Tan dentro estás, amor,
que cuando tú te vas,
se queda en mi tu voz,
gritando más y más:

Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle, mi amor.

-¿Ha dicho arból? ¿Será acaso el acento champañés? No sé... Casi no se le escucha ya:

Las horas junto a ti,
son rápidos segundos.
Un día sin tu amor
es una eternidad,
pues cuando tú no estás,
no queda nada en mí
y el alma se me va
detrás de ti.

Isabelle
ja ja
Isabelle
ja ja ja ja
Isabelle
No, oh!
Isabelle
Oh! Oh!
Isabelle
Isabelle, mi amor.

-¿Qué hacemos? ¿Avisamos al rey de Sicilia?

-¿A ese maldito perro que fue quien nos metió a todos en el infierno de las arenas de Túnez tan sólo por su propio interés político? ¡Ni pensarlo!

-Pues su corazón está a punto de dejar de latir, no sé cómo tiene fuerzas aún para hablar:

Tú vives en la luz
y yo en las tinieblas.
Tú mueres por vivir
y yo muero por ti.
Me basta con besar,
tu sombra nada más.
Me basta con saber,
que un día, me querrás.

Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle
Isabelle, mi amor.

-¡Ved cuánto quería a la reina, que ha muerto nombrándola!

-Desde luego la Cruzada de Túnez no puede saldarse con peores resultados: la muerte de Luis de Francia y de Teobaldo de Navarra. Con razón puede decirse que la Cristiandad ha bajado dos escalones...



-¿Y qué haremos ahora con el rey, lo enterramos aquí?

-¡Ni pensarlo! La reina Isabelle dio órdenes muy claras de que si sucedía lo peor, se hirviera su cuerpo para separar la carne de los huesos y que se introdujeran en barricas de miel para ser llevados a Champaña y a Navarra. Aquí sólo se quedarán sus vísceras, excepto el corazón, que será expuesto en Provins, una vez que ella también muera, pues mientras viva quiere tenerlo siempre a su lado...

Monumento donde se guardaba el corazón de Teobaldo II de Navarra,
en el convento de Les Cordeliers de Provins

ADDENDA:
Ayer murió Charles Aznavour, cuyas canciones tanto me gustan desde siempre. Y es curioso, pero la que menos me gustaba cuando era pequeño: "Isabelle", la que me parecía tan aburrida y que Charles no cantaba, sino que sólo recitaba; la que ponía mi hermana expresamente en el tocadiscos para que yo saliera de la habitación y la dejase tranquila, es ahora la que más me gusta, y la que hace que pronuncie yo todavía la palabra arból, con acento "champañés".

Merci beaucoup pour tout, Charles, mon ami.


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2018