viernes, 6 de enero de 2023

UNA NUEVA LECTURA DE LA PORTADA DE UJUÉ (y 2)


(Continúa de Una nueva lectura de la portada de Ujué (y 1)

...Pero otro de los episodios recogidos en la citada Biblia es, precisamente, aquel que pone en contacto la traición de Judas con la conocida leyenda del gallo asado, que hemos visto que es muy antigua, puesto que figura ya en aquellas variantes griegas del Evangelio de Nicodemo, y que debió llegar hasta los juglares franceses del siglo XIII a través de los peregrinos o los cruzados que regresaban de Tierra Santa.

Veamos la narración:

Oez de Judas qu'il devint.

Chiés sa mère est alez tôt droit,

a l'ostel ou elle manoit;

laiens faisoit on le mengier,

chaspons rostir et tornoier.

Judas a sa mère dit

comne il a vendu Jhesuchrist.

Celé respont : filz, tu as tort,

il doit resusciter de mort,

pieça a dit li nostre sire,

a toi meïsmes l'oï dire.

Dist Judas: lessiez tel sermon.

Veez vous rostir cel chapon?

Ne plus que jamès chantera,

Jhesus ne resuscitera.

Oyez grant miracle de Dieu!

Li cos qui rostissoit au feu

est arrière vis devenu,

de la broche s'en est issu,

emmi la meson vet chantant.

Lors fu Judas forment dolent,

d'ilec s'en va sanz plus atendre,

aus Juïs vet leurs deniers rendre.


“Oid qué hizo entonces Judas.

Fue directo a casa de su madre,

al lugar donde moraba;

estaba haciendo la comida,

asando un capón.

Judas le dijo a su madre

Cómo había vendido a Jesucristo.

Ella respondió: hijo, te equivocas,

porque Él debe resucitar de entre los muertos,

así lo prometió nuestro señor,

a ti mismo te lo oí decir.

Dijo Judas: deja ya ese sermón.

¿Estabas asando este capón?

pues igual que él ya jamás volverá a cantar,

Jesús nunca resucitará.

¡Y Escuchad el gran milagro de Dios!

El cuerpo que se asaba en el fuego

volvió a ponerse en pie,

del asador salió,

y subió al tejado de la casa cantando.

Entonces Judas, asustado,

de allí se marchó sin esperar más,

porque quería devolver las 30 monedas de plata a los judíos.

Prácticamente la misma historia que aparece recogida en otro manuscrito posterior, fechado en el siglo XIV que se conserva en la British Library, y que cuenta como Judas, tras traicionar a Jesús, discute con su madre sobre la resurrección de su maestro:

Judas, enfurecido, vio entonces sobre la cocina una marmita en la que había un gallo a medio cocer y le dijo a su madre: afirmo que este gallo desplumado y a medio cocer está mucho más vivo que alguien muerto en la cruz. Apenas dicho esto, el gallo medio cocido revivió y saliendo de la marmita apareció con todas sus hermosas plumas, subió al tejado de la casa y pasó allí todo el día cantando, proclamando la resurrección de Cristo.”

¿Podría hacer alusión el gallo del tímpano de Ujué a esta antigua leyenda sobre la Pasión de Cristo, que al parecer se representaba con éxito en Francia en el siglo XIV? Creo que sí, atendiendo sobre todo a ciertos elementos representados en la portada y a la alta probabilidad, ya comentada, de que el donante sea Carlos II.

Porque, en efecto, en la Edad Media la Biblia rimada formaba parte del repertorio de los juglares al mismo nivel que los cantares de gesta, y Jesucristo, la Virgen o los santos tenían sus propias chansons e incluso mayor éxito popular que héroes épicos como Roldán o Carlomagno. Y esos poemas, con el tiempo, acabarían dando paso a obras teatrales o dramas sacro-líricos denominadas “Misterios”.

Esos Misterios, cuyo origen más remoto podría rastrearse en el siglo XI, cobraron verdadera importancia a mediados del siglo XIV. Consistían en una sucesión de cuadros dialogados que gozaban de un éxito inimaginable. Empleaban para sus argumentos historias y leyendas de las que se había nutrido la imaginación y la creencia popular durante siglos. La Pasión de Cristo fue su tema principal.

Entre los siglos XI y XV, pasaron de celebrarse en el coro de las iglesias, a salir a los pórticos y finalmente a las calles. En el siglo XII, estas obras dramáticas ya se habían generalizado y del latín pasaron a representarse en francés, cada vez más independientemente de las ceremonias religiosas propiamente dichas, razón por la cual también pasaron de ser interpretadas exclusivamente por clérigos a serlo por laícos. Originariamente, la Iglesia los ofrecía a la población en medio de fiestas-espectáculos de varios días buscando captar la atención de un público analfabeto, para completar así la enseñanza de las portadas esculpidas y las vidrieras. Pero en el siglo XIV comenzaron a organizarse con el apoyo de gremios y cofradías, cuyos miembros se convertían en actores que interpretaban las distintas obras.

En 1398, ante los actos violentos que se cometían por la gran aglomeración de gente, el preboste de París prohibió todas las representaciones teatrales. Pero el rey Carlos VI autorizó en 1404 a los cofrades de la Pasión, compañía creada en Saint-Maur-des-Fossés, a actuar en París, obteniendo así el monopolio de organización y representación de los Misterios en la capital del reino. Probablemente esta cofradía fuera la heredera de aquellos burgueses de París que al menos desde 1370, según el polígrafo coetáneo Nicolás de Oresme, interpretaban la Pasión. Los mismos años más o menos en los que aparece recogida en la biblioteca del rey Carlos V de Valois, una Pasión rimada para interpretar con personajes.

Sabemos que esas cofradías tuvieron también un fuerte arraigo en la Alta Normandía, territorio muy relacionado con los reyes de Navarra, que eran también condes de Evreux. Así, queda constancia de que la Cofradía de los Doce Apóstoles de Amiens y la de la Caridad de Rouen organizaban regularmente representaciones de la Pasión ya en el último cuarto del siglo XIV. Y conocemos igualmente el dato de que Carlos II de Navarra y su mujer, Juana de Valois, fundaron el 23 de octubre de 1353 la Cofradía del Perdón en la catedral de Evreux. Y aunque no hemos conservado sus estatutos para saber si llevaban a cabo representaciones teatrales, es de suponer que al respecto actuarían igual que las cofradías de sus ciudades vecinas, porque los integrantes de las cofradías tenían la misión fundamental de promover la devoción propia de cada agrupación, y la mayoría lo hacían organizando representaciones teatrales y también concursos de poesía y de pintura.

Precisamente una de las recopilaciones más antiguas de dichos Misterios es la que pertenecía a la iglesia parisina de Sainte-Genevieve, y que hoy se conserva en la BNF, Ms 1131,es una copia de mediados del siglo XV del manuscrito original datado hacia 1350, pero cuyo probable origen son los ya citados poemas sueltos que fueron reuniéndose durante el siglo XIII para poder teatralizar toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su resurrección, y también la historia de la Virgen María desde su matrimonio hasta su asunción.

La idea era mostrar a los espectadores los dos misterios fundamentales del cristianismo: la Encarnación y la Resurrección, pero progresivamente a la Resurrección se añadieron más y más escenas de la historia de la Salvación, como la Creación del Mundo o el Juicio Final y del mismo modo la Natividad fue aumentada con más y más escenas sobre los profetas que habían advertido de la llegada del Mesías, la Anunciación, la Visitación, o los reyes magos. La Natividad y el Juego de los Tres Reyes están claramente inspirados por un relato anterior: “La Anunciación de Notre Dame”. La Pasión y la Resurrección por los evangelios canónicos y el de Nicodemo, junto con gran variedad de leyendas, algunas de las cuales no estaban en las pasiones populares copiadas por Geoffroi de Paris.

Por ejemplo, una que sí aparece en la Colección Sainte-Genevieve, que puede ser la más antigua de todas, pues proviene de dos tratados escritos por San Agustín sobre el Evangelio de San Juan: la del debate doctrinal al pie mismo de la cruz entre dos personajes alegóricos: la Iglesia y la Sinagoga. Los Padres de la Iglesia ya habían dicho que Cristo era un segundo Adán, venido para reparar los pecados del primero. Igual que Eva salió del costado de Adán durante su sueño y trajo consigo la perdición del mundo, la Iglesia salió por el costado de Cristo muerto. La sangre y el agua que se deslizaron entonces por la lanza de Longinos simbolizan los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que debían reemplazar los sacrificios de la Ley Antigua, representada por la Sinagoga.

Tanto Weber como Mâle afirman que es una iconografía mucho más frecuente en el siglo XIII. Su popularidad habría declinado rápidamente a partir de mediados del siglo XIV, precisamente porque por la influencia cada vez mayor de los Misterios teatrales, pintores y escultores prefirieron representar crucifixiones “más pintorescas” y menos simbólicas. No obstante, aparece representada también en la ya citada portada del refectorio de la catedral de Pamplona, datada hacia 1335, y quizás el ejemplo más destacado de todos sea la sarga o tejido frontal para el altar de la catedral de Narbona, ofrecido hacia 1375 por Carlos V de Francia y su esposa Yolanda de Borbón, que muestra probablemente la Pasión tal y como se interpretaría en los Misterios. Este paramento nos muestra al crucificado entre la Iglesia y la Sinagoga, y bajo ellas los dos donantes. Es un indicio de que la Pasión de santa Genoveva debió haber estado en contacto más o menos estrecho con la ya comentada Pasión de la Biblioteca de Carlos V, y que quizás no fuera más que una reelaboración de la misma.


Y otra leyenda que también recoge la Pasión de Sainte-Genevieve –y que aparecía ya en la Leyenda Dorada- es una que vuelve a poner en relación al gallo con San Pedro y no con Judas, que cuenta que Cristo, tras su Resurrección, fue a liberar a San Pedro, que desde que había renegado de su maestro se había encerrado en una cueva llamada precisamente por eso “Gallicantus”. Jean de Gerson, rector de la Sorbona y teólogo más famoso del siglo XIV lo cuenta así en uno de sus sermones:

Entonces el gallo cantó y Jesús miró a Pedro, que salió de la estancia a llorar amargamente. Y después se lanzó, según dicen los Doctores de la Iglesia, a una zanja o cueva que se llama Gallicantus o Chantecoq “Canto del gallo”, porque tras traicionar a su maestro, no se atrevía a convivir con los demás discípulos”.


Esa escena aparece representada también en los relieves sobre la vida de Cristo que ornan la clausura del coro de Notre-Dame de París, obra terminada hacia 1351, y al parecer acabó también por dar nombre o se convirtió en motivo decorativo de ciertos relojes en aquella época.

Con el tiempo, y ante el éxito obtenido por las representaciones teatrales, Encarnación y Resurrección se soldaron en una sola pieza, constituyendo un drama único que contenía todos los ciclos. Por eso las obras podían desarrollarse durante días, habitualmente todos los domingos de un mismo mes, aunque también podían darse en fiestas y celebraciones señaladas del calendario litúrgico. La representación se desarrollaba durante horas, debido a la gran extensión de los libretos, y por eso su contemplación era una experiencia que podía quedar marcada de forma indeleble en la memoria de los espectadores. Su consolidación trajo consigo el empleo de vestuario, música y escenografías cada vez más elaboradas, y también el deseo de complacer el gusto morboso de las gentes por escenas que se desarrollaban en el Infierno, pues entre los cientos de personajes que interpretaban las obras, los de mayor seguimiento entre el público fueron siempre los demonios, hasta el punto de que sus escenas –llamadas “diablerías”- eran siempre las más esperadas, ya que mostraban su oposición a Dios y a los santos con gestos violentos y bromas estrepitosas que suponían el elemento más divertido del espectáculo.

La Pasión devino por tanto en un conjunto, el Misterio por excelencia que acabó englobando a todos los demás. En ese sentido, la Colección Sainte-Genevieve es una recopilación de vidas y milagros de santos y de Misterios de la vida de Cristo teatralizados que contiene las siguientes obras:

-EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR

-EL JUEGO DE LOS TRES REYES

-LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR

-LA VIDA DE SAN FIACRO

-LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

-EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN

-LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

-LA CONVERSIÓN DE SAN DENIS

-COMO SAN PEDRO Y SAN PABLO FUERON A ROMA

-EL JUEGO DE SAN DENIS

-LOS MILAGROS DE SANTA GENOVEVA

Las tres de mayor éxito fueron sin duda las que ponían en escena el Nacimiento de Cristo, los Tres Reyes Magos y la Pasión.

La primera se abría con un sermón que expresaba la necesidad de la Encarnación. Dios, después de crear el mundo y a los ángeles, creaba a Adán y Eva. Después los profetas Amós y Elías recordaban a todos los augurios de la Sibila, que había predicho la muerte de Cristo en la cruz. Adán muere y Satán lo lleva al Infierno, pero Set planta una semilla de la vida sobre su tumba. Adán, Eva y sus descendientes acaban en el Limbo. Los profetas Isaías y Daniel imploran la misericordia divina. Vienen luego episodios de la vida de la Virgen: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Cristo y el Anuncio a los pastores.

La segunda deriva directamente de antiguos dramas litúrgicos con el mismo tema, que se conservaron en las iglesias rurales largo tiempo, y también de ciertas ceremonias que todavía subsistían en París a fines del siglo XIV, sobre todo en el entorno de la realeza, como podemos leer en la Crónica de Juan II y Carlos V, que narra la ceremonia que el rey de Francia realizaba la noche de Reyes, en aquella ocasión concreta ante el emperador alemán Carlos IV, de visita en París en el año 1378. Obreros, burgueses, príncipes y señores presentaban su ofrenda ante el altar como en tiempo de los Reyes Magos. Veamos:

Y cuando llegó el momento de la ofrenda, el rey había hecho preparar tres clases de presentes: uno de oro, otro de incienso y otro de mirra, para ofrecerlos en su nombre y en del emperador, como se acostumbraba en aquella festividad.

E hizo preguntar el rey al emperador si participaría en la ceremonia, pero el emperador se excusó porque era ya muy viejo y no podía arrodillarse ni hacer muchas otras cosas, y rogó al rey que fuese él quien hiciera la ofrenda, como era costumbre.

Así fue pues la ofrenda del rey: tres caballeros, sus chambelanes, llevaban en alto tres hermosas copas doradas y esmaltadas: en una estaba el oro, en otra el incienso y en la tercera la mirra. Y desfilaron los tres en orden con el rey cerrando la marcha, y todos se arrodillaron ante el altar, el rey ante el arzobispo. Y la primera ofrenda, que era la copa con el oro, se la entregó al rey el caballero que la portaba, y el rey se la ofreció a su vez al arzobispo besándole la mano. La segunda, que era la copa con el incienso, se la entregó el segundo caballero al primero, y este al rey, que se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Y la tercera, que era la copa con la mirra, se la entregó el tercer caballero al segundo, y este al primero, y este al rey, quien se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Así hizo el rey Carlos su ofrenda, devota y honorablemente”.

Tanto la Natividad como el Juego de los Tres Reyes bebían de la misma fuente: el Relato de l’Annonciation de Nostre-Dame.

Ofrendas similares están documentadas en la liturgia de la Epifanía para otros reyes coetáneos de Carlos V de Francia, como Eduardo III o Ricardo II de Inglaterra y también para Pedro IV de Aragón. De hecho, puede que en 1348, Eduardo III se hiciera representar (el cetro que porta uno de los magos está inspirado en el que aparece en el gran sello céreo del rey) como uno los Reyes Magos en las pinturas murales de la capilla de San Esteban del palacio de Westminster, donde desde luego sí que aparece como donante, en el nivel inferior. Desafortunadamente, la capilla ardió en 1843, así que sólo quedan dibujos de su disposición de principios del siglo XIX. En todo caso, la inclusión de la escena de la Epifanía podría ser la respuesta inglesa a que la monarquía francesa tenía entre sus ancestros a los Reyes Magos, y quería él también apropiarse de ellos como símbolo de la dinastía Plantagenet.








¿Si todos estos monarcas las realizaban, se quedaría Carlos II de Navarra al margen de una costumbre regia tan extendida? Es muy dudoso, así que ¿podría ser entonces el tímpano de Ujué un recuerdo de esas ceremonias, movido por el afán que tuvo el último Capeto de emular y repetir todos los signos y símbolos posibles de la realeza francesa, y sobre todo de competir con su archienemigo Carlos V de Valois en todos los campos posibles, como ya mostré en mi libro “En recta línea”?

Lo juzgo muy posible, por la utilización que en la Edad Media se hizo de la figura de los Reyes Magos como modelo ideal de virtudes para los reyes de la época. No existe, sin embargo, constancia documental de que Carlos II llegara a practicar esa ofrenda concreta, y el único acto específico relacionado con los Reyes Magos que puede ponerse en relación con la monarquía navarra es el del Rey de la Faba. Precisamente sabemos que Carlos II lo celebró al menos en 1381 y 1383.

No obstante, para dar idea de la importancia y el simbolismo que en aquella época se daba a los Reyes Magos, sí que podemos poner en relación con el rey de Navarra una historia transmitida por el cronista de la abadía inglesa de Canterbury, William Thorpe, que hacía 1380 narró de esta manera el nacimiento del futuro Ricardo II de Inglaterra, ocurrido el día de reyes del año 1367 en la ciudad de Burdeos:

“Y tres Reyes Magos asistieron a su nacimiento: el rey de España, el rey de Navarra, y el rey de Portugal, los cuales trajeron consigo preciosos regalos al niño recién nacido”.

En efecto, Ricardo, segundo hijo del príncipe negro, Eduardo de Wodstock, lugarteniente de su padre, Eduardo III, en Aquitania, vino al mundo en medio de las negociaciones emprendidas a fines de 1366 entre varios reyes que desembocarían en la batalla de Nájera de abril de 1367. En ese contexto, el “rey de España” no es otro que Pedro I de Castilla, expulsado por aquel entonces de su reino por su hermanastro, Enrique de Trastámara. Para recuperarlo, se refugió en la Gascuña inglesa y pidió ayuda al citado príncipe negro, que buscó rápidamente más aliados para empresa tan arriesgada. Y los encontró en Carlos II de Navarra, cuyo concurso era necesario pues su reino era la puerta de España, y en Jaime IV de Mallorca, rey exiliado que vio en la guerra civil castellana la posibilidad de volver a su reino. Fue él y no el rey Pedro I de Portugal quien pudo estar por tanto presente en el nacimiento del heredero inglés.

Pero el cronista William Thorpe, muy cercano a la corte, no andaba descaminado a pesar de su error de identificación entre el rey de Portugal y el de Mallorca, porque lo que en realidad le interesaba era subrayar el signo divino que suponía para el heredero inglés haber nacido precisamente el día de la Epifanía y haber sido agasajado por tres reyes, convirtiendo así al niño en una contrafigura del propio Cristo, y la ascensión de Ricardo al trono en una especie de mandamiento divino. Algo que el monarca tuvo siempre muy en cuenta, a efectos de propaganda de su realeza.

A pesar de todo, no existe ninguna otra fuente documental que corrobore que estos tres reyes asistieran juntos al bautizo de Ricardo en Burdeos. Es más, las cuentas del tesorero de Carlos II establecen que aunque el rey de Navarra hizo una visita a la corte del príncipe negro en Burdeos pocos días antes de que Ricardo naciera, no estuvo presente en el nacimiento mismo o en el bautismo subsecuente (ocurrido a los dos días, el 8 de enero de 1367). Y como Pedro de Castilla se encontraba en ese momento en Bayona, 185 kilómetros al sur de Burdeos, donde fue visitado por Carlos II de regreso a Navarra, es poco probable que él estuviese presente tampoco. Del paradero de Jaime IV no se sabe nada. Lo que sí es posible es que los citados tres reyes, interesados por distintos motivos en tener contento al príncipe negro, enviasen lujosos regalos para el recién nacido, lo cual daría origen a la historia narrada por William Thorpe, que ejemplifica de todos modos a la perfección la importancia alegórica de los Reyes Magos para un rey medieval. Algo subrayado por este pasaje de la Crónica aragonesa de Ramón Muntaner –escrita hacia 1330- en la que al hablar del viaje a Sicilia en 1282 de la reina Constanza de Hohenstaufen y sus hijos, los infantes Jaime y Federico (la familia de Pedro III el Grande), se dice:

“En cuanto las naves y las galeras se hicieron a la mar, el mismo Señor que guió a los tres Reyes con una estrella para que no se perdiesen, mantuvo también a estas tres personas en su estela de gracia. Esto es: a mi señora la reina doña Constanza y al señor infante don Jaime y al señor infante don Federico. Y ciertamente eran tres personas que se podían compararse con los Tres Reyes que fueron a adorar a Jesucristo, los cuales uno tenía por nombre Baltasar, el otro Melchor y el otro Gaspar.

Baltasar fue el hombre más devoto que haya nacido nunca, y el que más placía a Dios y al mundo entero. Y lo mismo podemos decir de mi señora, la reina, porque desde nuestra señora Santa María hasta entonces, no había nacido mujer más piadosa, ni más santa, ni más llena de gracia que ella. Y al señor infante don Jaime podríamos compararlo a Melchor, que fue el hombre más justo, cortés y amante de la verdad que haya nacido, salvo Jesucristo. Y por eso podemos compararlo con el infante don Jaime, que todas estas bondades y muchas más poseía. Y al infante don Federico podríamos compararlo con Gaspar, que era joven y niño, y el más bello hombre del mundo, y sabio y amante de la rectitud.

Por tanto, así como Dios quiso guiar a aquellos tres Reyes, así mismo guió a estas tres personas y a todas las que con ellas iban en las naves. Y para demostrarlo, en vez de la estrella, Dios les dio buen viento y no los desamparó hasta que, sanos, salvos y alegres, llegaron al puerto de Palermo”.

Vemos pues que, en la literatura de aquella época, los Reyes Magos son presentados siempre como personajes virtuosos, y son vistos como los primeros peregrinos, además de como cristianos ejemplares, caritativos, generosos y sabios. Justo las mismas cualidades que los tratados educativos o "Espejos de príncipes" exigían para un rey medieval. Y sabemos que Carlos II o su mujer, Juana de Valois, enviaron en 1367 a Navarra una copia de más famoso de todos ellos: el Regimine Príncipum, escrito por Egidio Romano. Una copia que todavía aparece en el inventario de los libros del príncipe de Viana, confeccionado tras su muerte, en 1461.

Volviendo a la portada de Ujué, y reiterando la posibilidad de que el donante representado en su tímpano, en base a la prueba indudable de que la clave Navarra/Francia de la bóveda también le pertenece, sea Carlos II, que aparecería figurado junto a la Epifania, una escena tan significativa para la sociedad medieval que se representaba en autos sacramentales y luego en misterios teatrales al menos desde el siglo XII. Y si tenemos en cuenta además que a esa escena la acompaña la de la Última Cena, con dos rasgos muy concretos de ese tipo de representaciones tan populares: el de Judas robando el pescado del plato de Jesús y el probable del gallo asado que revivió al dudar el apóstol traidor de la Resurrección de Cristo, quizás muchas otras imágenes de esa portada podrían también interpretarse en relación a estos ya citados Misterios teatrales.


Porque lo cierto es que si comparamos las escenas talladas en la portada de Ujué con las representadas en los Misterios de Sainte-Genevieve, podremos ver que hay nada menos que once coincidencias entre ambas: Anunciación, Visitación, Natividad, Anuncio a los pastores, Adán y Eva, los Tres Reyes, la Última Cena (con Judas al otro lado de la mesa y el gallo que aludiría también al apóstol traidor), San Pedro y San Pablo y un santo cefalóforo, que sería San Denis.


Incluidas también las que no podemos identificar en los capiteles del santuario, como las que representarían a la Gramática y la Retórica (que podrían ser los profetas que anuncian la venida del Mesías) y los músicos o los hombres montados en dragones, que podrían relacionarse también con espectáculos teatrales. Algo indudable en el caso de los músicos, y plausible en el de los híbridos, que recuerdan a lo que ahora podríamos identificar como “zaldikos”, las figuras burlescas que acompañaban los cortejos y espectáculos patrocinado por las autoridades civiles o eclesiásticas en las grandes solemnidades festivas, y cuya presencia podemos rastrear también en la portada del fondo del refectorio de la catedral de Pamplona.





Y sobre esos acontecimientos pensados para ganarse al público asistente, convendrá recordar de nuevo lo que ya dije en mi último libro:

“tras su liberación en noviembre de 1357, Carlos de Navarra llevó a cabo una política muy hábil de propaganda personal a base de ceremonias de entrada en las ciudades propias de un rey (que es lo que realmente era) y de discursos ante la multitud en los que defendió sus derechos de forma tan elocuente que su causa pronto fue sumando adeptos. Porque preocupándose de lo que pensaban las gentes, y trabajando por convencerlas, de forma innovadora había comprendido que el juego político pasaba ahora por el empleo de nuevos procedimientos que apelasen a la opinión pública”.

Así pues, mi hipótesis es que Carlos II conoció el éxito de esos Misterios, representados desde mediados del siglo XIV en todas las ciudades importantes de Francia, como Amiens, Rouan y sobre todo París, precisamente las ciudades en las que realizó entradas verdaderamente regias. Y que dado su interés por los libros, alabado por sus contemporáneos, pudo poseer alguna copia de dichos misterios, lo que unido a que –de manera innovadora, políticamente hablando- siempre se mostró interesado por la propaganda de su causa, puede ser que escogiera alguno de aquellos argumentos que seguro presenció personalmente, para decorar el templo que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en su predilecto y en el de sus sucesores, aquel en el que depositaría su propio corazón y donde quiso crear una universidad.

De que le interesaba el teatro tenemos al menos una prueba circunstancial: un documento fechado en el emblemático año de 1364 –en el que perdió todas sus opciones reales al trono francés tras la derrota de Cocherel- según el cual en agosto organizó en el palacio de Tiebas un festejo muy al estilo de su añorada corte de París, en el que intervinieron 16 danzantes vestidos de hombres salvajes que remedaban su pelo largo con lana de ovejas negras y llevaban “fals visages” o “caruchas”.

En esas coordenadas, la escena principal de la portada sería una respuesta más al usurpador del trono de San Luis, Carlos V de Valois, igual que lo es la clave de la bóveda, y podría replicar posiblemente una ofrenda que los reyes de Francia acostumbraban a hacer cada 6 de enero. Y el resto de imágenes representadas podrían ser un recordatorio del espectáculo más exitoso y a la moda de la Francia de su tiempo, aquel capaz de grabar los episodios más trascendentes (y también más fantasiosos) de la Historia Sagrada en las mentes de quienes lo contemplaban, mucho mejor y de forma más duradera que los sermones de los clérigos.


BIBLIOGRAFÍA

-Ujué, la montaña sagrada / C. Martínez Alava. Pamplona: Fundación para la conservación del patrimonio histórico de Navarra, 2011

-Artes figurativas medievales, Santa María de Ujué, / C. Fernández-Ladreda. Pamplona: Fundación para la conservación del patrimonio histórico de Navarra, 2011

-Le mystère de la Passion en France du XIVe siècle au XVIe siècle: Etude sur les sources et le classement des mysteres de la Passion / Emile Roy. Dijon, 1904.

-The roasted cock crows: apocryphal writings (Acts of Peter, The Ethiopic Book of the Cock, coptic fragments, the Gospel of Nicodemus) and folklore texts / Ilona Nagy. Folklore Review, nº 36.

-À propos des volailles cuites qui ont chanté lors de la passion du Christ / Rémi Gounelle. Recherches Augustiniennes, 33, 2003.

-El ciclo de la Dormición en el claustro de la catedral de Pamplona / Santiaga Hidalgo. Revue Mabillon, t. 22, 2011.

-Adoration of the Magi and Authority of the Medieval King: An Ambiguous Correlation / Doina Elena Craciun. Leeds, 2019.

-Les Rois mages, images du pouvoir des rois en Occident (XIIe-XVIe siècle) Resumen de Tesis Doctoral / Doina Elena Craciun. Bulletin du centre d’études médiévales d’Auxerre | BUCEMA, 21.1 | 2017.

The “Three Kings of Cologne” and Plantagenet

Political Theology / Mathew C. Brown. Mediaevistik 30 · 2017

-El gallo y la gallina de Santo Domingo: un milagro en el camino / Javier Pérez Escohotado. IX Jornadas del Románico en la Rioja Alta. Bañares, 15 de agosto 2019

-Histoire anecdotique des fêtes et jeux populaires au Moyen Age / Josephine Amory de Langerack. Lille, 1870.

-Chronique des Règnes de Jean II et de Charles V – 2º Tomo / R. Delachenal. París, 1916, p. 234.

-Ramón Muntaner, Crónica. Les quatre Grans cróniques. Barcelona, 1971, Capítulo 96, p. 753.

-La chevalerie Ogier de Danemarche par Raimbert de París: Poême du XIIº siecle. Tomo 2º. París, 1842, pp. 484-486.

-William Thorne’s Chronicle of Saint Augustine’s Abbey, Canterbury / B. Blackwell, 1934, p. 591.

-En recta línea / Mikel Zuza. Pamplona, 2022.


©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023



miércoles, 28 de diciembre de 2022

UNA NUEVA LECTURA DE LA PORTADA DE UJUÉ (y 1)

 

Que yo recuerde, la portada de Ujué me ha interesado desde la primera vez –hace muchos años ya- que pude contemplarla “in situ”. Para entonces había leído casi todo lo que sobre ella se había publicado que, sintetizándolo mucho, podría resumirse en la idea de que el misterioso donante que aparece arrodillado a la derecha del tímpano debía ser el rey Carlos II, máximo protector de aquel santuario.

Se fueron añadiendo luego muchos estudios más, que sustituyeron esa atribución por otras con más o menos base. Yo mismo aposté por dos personajes distintos. Primero por el consejero real Robert Le Coq, uno de los máximos partidarios de Carlos II en Francia, y a quien el rey protegió de la ira de los Valois, consiguiéndole el obispado de Calahorra:

Sobre una posible identificación del donante en la portada de Ujué

Y años más tarde defendí que debía ser el alcalde de Sangüesa, Sancho de Oillasco, el representado en la portada:

Colas de gallo

No obstante, las publicaciones científicas que en mayor profundidad y más recientemente se han ocupado del asunto fijan que esa intrigante figura debe representar al infante Luis, el hermano de Carlos II, que fue el primer miembro de la familia real cuyo contacto con Ujué puede documentarse. Esa es al menos la opinión de Rosa Alcoy. La otra opción, argumentada por Carlos Martínez Alava, es que podría encarnar a Carlos II, representado como devoto peregrino “principal”, pues la proximidad sentimental del rey con Ujué daba evidente prestigio al santuario, que querría así “presumir” de esa especial relación, independientemente de que el monarca financiase las obras de la portada o no.

Lo cierto es que mis dos atribuciones se basaron fundamentalmente en la cercanía física de un hermoso gallo al relieve del donante, que me parecía que necesariamente debía querer indicar algo. De ahí que pensara en Robert Le Coq (el gallo, en francés) o en Sancho de Oillasco (gallo, en euskera).

Tampoco es el único gallo del patrimonio histórico-artístico navarro del que me he ocupado, porque también intenté desentrañar el misterio que esconde el que corona la portada del santuario de San Zoilo, en Cáseda, que atribuí –creo que con bastante fundamento- al rey Luis el Hutín, único de los llamados “reyes malditos” que vino fugazmente a Navarra para coronarse:

Luis el Hutín y San Zoilo

El caso es que este emplumado tema es, como se ve, recurrente en mi trabajo, y por eso mientras preparaba mi último libro: “EN RECTA LÍNEA”, sobre la dinastía de Evreux, sabía que en algún momento acabaría volviendo a surgir ante mis ojos entre los cientos de libros y artículos consultados para escribirlo.




De hecho, teniendo en cuenta que creo haber demostrado sin ningún género de dudas en dicho libro que Carlos II sí que reivindicó de manera pública y abierta sus derechos al trono francés, y que por esa misma razón ordenó quitar la brisura roja y blanca de los Evreux, y que la prueba de todo ello estuvo y está al menos desde el año 1364 bien a la vista, precisamente en el mismo santuario de Ujué, quizás vaya siendo hora también de adjudicar definitivamente la identidad del misterioso donante de la portada, porque si ahora no cabe duda alguna de la intervención de Carlos II en la fábrica del santuario –como la clave de bóveda con sus armas corrobora- entonces el representado en el tímpano podría ser también dicho monarca, como los cronistas más antiguos ya afirmaban y como Martinez Alava (en el estudio más reciente sobre el santuario) hemos visto que defiende también. Desde luego no se puede asegurar, pero creo que Carlos II merece encabezar de nuevo la lista de candidatos a donante del año. 

Ello me obligaría a repensar igualmente el papel del tan cacareado gallo, porque dejaría así de ir ligado a la figura arrodillada adyacente, represente esta a quien represente, y podría volar libre –nunca mejor dicho- en busca de una explicación individual a su destacada presencia en el tímpano ujuetarra.


Esa explicación podría estar basada en los Evangelios Apócrifos, cientos de textos surgidos en los primeros siglos del cristianismo pero que la Iglesia no aceptó como “canónicos” aunque no por ello dejaron de seguir alimentando la imaginación y la iconografía religiosa de la sociedad medieval, que anhelaba saber todo lo posible sobre figuras como Cristo, su madre o la infinidad de santos y mártires a quienes encomendaban sus plegarias y sus anhelos de salvación eterna.

Por eso dichos apócrifos tuvieron un éxito brutal –y global- tanto en oriente como en occidente, del que naturalmente Navarra participó con el mismo entusiasmo que el resto de naciones tanto de fe católica como ortodoxa. Prueba de ello es la representación de escenas sacadas de los más difundidos en alguno de los templos más importantes del reino. En ese orden de cosas, y sin ánimo de ser exhaustivo, podemos citar los ejemplos de las portadas de San Cernin de Pamplona, del Santo Sepulcro de Estella o de la del Arcedianato de la catedral de Pamplona, donde aparece representada la Anástasis o descenso de Cristo a los Infiernos. Una imagen que no aparece en ninguno de los cuatro evangelios aceptados por la Iglesia, sino que está sacada del llamado “Evangelio de Nicodemo”, también conocido como “Hechos de Pilatos”, una obra del siglo V donde también aparecen recogidos por primera vez nombres e historias que forman parte del imaginario cristiano. Los de los dos ladrones que fueron crucificados con Jesús: Dimas y Gestas. El del centurión que le dio la lanzada: Longinos. Y también el de la Verónica, en cuyo pañuelo quedó grabado el rostro de Cristo durante la pasión.

También en el claustro de la catedral de Pamplona, la Puerta Preciosa muestra distintas escenas de la muerte y tránsito a los cielos de la Virgen María, sacados no de los evangelios de Lucas, Mateo, Marcos o Juan, sino de textos apócrifos o estudios medievales sobre ellos como el “Transitus” griego, las Homilías de Cosme Vestitor o el Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica. Y en el mismo lugar están los vestigios de las pinturas murales sobre la vida de María, basados en el Protoevangelio de Santiago y el Pseudomateo.


Pero no sólo en estos edificios tan importantes, sino que podría dar ejemplos diseminados por toda la geografía navarra. Por citar uno sólo, hablaré de las pinturas murales de Ororbia, obra probablemente del gran Joan Oliver, una de cuyas escenas representa el milagro del rayo de sol, según el cual el niño Jesús apostó con sus amigos a que podría deslizarse por él como si se tratase de un tobogán, cosa que hizo, mientras los demás caían al vacío. Es una escena muy poco común en la iconografía sagrada, sacada de un apócrifo más raro aún: el Libro de la infancia del Salvador. Con esto quiero decir que toda esta bibliografía estaba extendidísima, y a ningún promotor –religioso o laico- en aquella época se le hacía raro recurrir a ella, porque el ansia de milagros era tal, que cualquier representación de los mismos era bien recibida.

Podemos comprobar que todas estas obras fueron realizadas a partir de la llegada de los Evreux al trono navarro, en el año 1328. Una dinastía que, por su origen, siempre estuvo en contacto con las corrientes –artísticas, universitarias y teológicas- más de moda allí donde se marcaban todas estas tendencias al resto del continente: la corte de París.

Tampoco es nada extraño, porque como defiendo en mi último libro, Juana II y luego su hijo Carlos II debieron haber reinado también en Francia. Pero ese es otro asunto, así que remito a los interesados/as a EN RECTA LÍNEA si queréis saber más sobre él.

Volviendo al llamado Evangelio de Nicodemo, suele datarse en el siglo V, aunque su origen más remoto podría estar en el siglo II, y su denominación como tal no aparezca hasta el siglo XIII. La parte que contiene el descenso a los Infiernos fue sin duda la de mayor éxito durante la Edad Media, de ahí la abundancia de representaciones que hemos podido ver. Además cada una podía ser distinta respecto a las demás, porque mientras la Iglesia mantenía inalterables los textos canónicos, la copia de los innumerables apócrifos, realizada sin control alguno, dio lugar a una increíble cantidad de variantes, algunas de las cuales alcanzaron tal éxito, que fueron recogidas posteriormente en otras obras fundamentales de la hagiografía y el saber medieval escritas hacia 1260, como son la Leyenda Dorada de Jacobo de la Varagine y sobre todo el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais. Un libro por cierto que sabemos que poseía Carlos II de Navarra y que sirvió de base histórica principal a cronistas navarros como Garci López de Roncesvalles y el propio príncipe de Viana.

Pues bien, resulta que existe una historia milagrosa de origen apócrifo, recogida en una de esas variantes del ya citado Evangelio de Nicodemo, que creo que podría tener que ver con la presencia del gallo en el tímpano de Ujué, Una historia que dice lo siguiente:

“Ocurrió que el día de la Santa Cena, a Cristo nuestro señor le fue servido un gallo asado, y cuando Judas fue a traicionarle, Jesús ordenó a dicho gallo revivir y levantarse del plato para que le siguiera. Y el gallo así lo hizo, y vino después a informarle de cómo Judas lo había traicionado, y por eso dicen que el gallo subió después con él al Paraiso…”

Sin embargo, justo esa variante con el milagro del gallo se basa en un original griego al parecer nunca traducido al latín occidental, que podría fecharse quizás entre los siglos X y XII y que habría influido en la creación de posteriores tradiciones eslavas de la Semana Santa ortodoxa. Incluso otra variante ofrece una nueva versión también con el gallo como protagonista:

“Y así Judas fue a su casa a buscar una cuerda con la que colgarse, y encontró a su esposa asando un gallo sobre unas brasas. Él le dijo: mujer, dame una cuerda, porque he traicionado a mi maestro, Jesús, que resucitará al tercer día. Y ella le replicó: no pienses eso, porque antes cantará este gallo que Jesús vuelva a la vida. Y en cuanto pronunció esas palabras, el gallo extendió sus alas y cantó tres veces. Judas entonces cogió la cuerda, apretó el nudo y se ahorcó”.

Vemos que estos relatos están estrechamente ligados con lo que aquí conocemos como “milagros de peregrinación”, pues en occidente estos milagros se hallan más frecuentemente asociados a santos intercesores que a las historias relacionadas con el propio Cristo, y van casi invariablemente unidos a la intervención de una persona escéptica que duda del poder de Dios.

El más famoso de todos ellos es sin duda el que la tradición afirma que aconteció en Santo Domingo de la Calzada, donde un peregrino fue acusado de ladrón y ahorcado, pero el apóstol Santiago lo sujetó para que no muriese. Seguro de su inocencia, el padre del acusado en falso le dijo al juez que su hijo seguía vivo, y el magistrado –que estaba comiendo- le respondió que su hijo estaba tan vivo como ese gallo asado en su plato, momento en el que el ave revivió y cantó. Pero este milagro no aparece recogido en el Codex Calixtinus, de mediados del siglo XII, y tampoco en la Leyenda Dorada, de mediados del XIII, aunque desde el siglo XV siempre apareció ya unido a la leyenda de Santiago.
De cualquier manera, la más antigua mención a estas leyendas sobre un gallo asado que vuelve a la vida corresponde a san Pedro Damián en 1067:

"Dos amigos que vivían en la región de Bolonia estaban sentados a la mesa. Uno de ellos troceó el gallo que le habían servido y lo roció con salsa de pimienta fina. Hecho esto, el otro le dijo: ¡Bueno!, amigo, cortaste ese gallo de una manera que el mismo San Pedro, si quisiera volver a ponerlo como estaba, no podría hacerlo. A lo que respondió el primero: no sólo San Pedro, porque ni aunque Cristo mismo diera la orden, este gallo se volvería a levantar. A estas palabras, de repente, el gallo vivo y emplumado saltó sobre sus patas, batió sus alas, cantó, sacudió sus plumas y roció a los dos amigos con la salsa con la que había sido sazonado. Inmediatamente a la blasfemia imprudente y sacrílega siguió el castigo que ambos merecían: en efecto, al mismo tiempo que fueron rociados con la pimienta, se infectaron de lepra. Y este mal, no sólo lo padecieron hasta la muerte, sino que lo transmitieron a toda su descendencia, de generación en generación. Así aprendieron a no hablar a la ligera del poder divino".

Este mismo relato lo recoge también Vicente de Beauvais en su ya citado Speculum Historiale, subrayando así las consecuencias que podía tener dudar del poder de Dios, despreciando las enseñanzas de la Iglesia, y convirtiendo al gallo en el instrumento empleado por Dios para advertir contra la blasfemia.

Conste que existe también otra narración plenamente occidental y de carácter no hagiográfico, datada a principios del siglo XIII, que pone en relación un gallo no con la muerte de Jesús, sino con su nacimiento. Se trata del cantar épico titulado “Oger el danés” –uno de los 12 Pares de Carlomagno-, que entre los versos 11615 y 11630 cuenta que Herodes no cree a los Reyes Magos cuando le hablan de la llegada del Mesías, y de cómo les contesta que sólo les creerá si al gallo asado que tiene ante sí en el plato le crecen plumas y subido a su percha, se pone a cantar, cosa que naturalmente ocurre de manera inmediata.

Curiosamente –o no tanto- esa obra estaba en la biblioteca de los reyes de Navarra, pues aparece en el inventario de libros que pertenecieron al príncipe de Viana, muchos de los cuales provenían de la de su abuelo Carlos III y probablemente también de la de su bisabuelo Carlos II, que tuvo fama merecida de interesado en el estudio y de frecuentar y apoyar a autores tan renombrados como el poeta Guillem de Machaut. Pudieron conocer por tanto ellos también este milagro del gallo asociado a Herodes y no a San Pedro o a Judas.

Vemos por tanto que esta historia sobre el gallo circuló por tanto de forma temprana en el occidente medieval para advertir contra la blasfemia y sirvió más tarde de base para edificantes relatos hagiográficos que perseguían el mismo objetivo. Y en una perspectiva similar, y aunque supuestamente nunca se hubiesen traducido al latín aquellas dos citadas versiones del milagro del gallo asociado a la Pasión de Cristo (al menos de una forma distinta a la más tópica, la que asocia el gallo a las tres negaciones de San Pedro), el hecho es que sí que existen libros occidentales donde se consigna la historia del gallo relacionada con la traición de Judas.

Me estoy refiriendo a la Biblia de los Siete Estados (Ms. Paris BnF fr. 1526), una especie de Historia Sagrada en verso, fechada en 1243 y escrita por el clérigo Geoffroi de París, quien insertó en ella una serie de relatos apócrifos extraídos de los poemas que sobre la Pasión cantaban los juglares de su tiempo por aldeas y castillos.

Este manuscrito contiene gran número de nuevos episodios sobre la Pasión de Cristo que los citados juglares añadieron con éxito a los ya recogidos en los Apócrifos. En síntesis, emplearon los Evangelios canónicos y el Evangelio de Nicodemo como inspiración, agregando además varias de esas leyendas más o menos curiosas. Por ejemplo, una que aparece tanto en el tímpano de Ujué como en el de la puerta del refectorio de la catedral de Pamplona: la representación de la Última Cena más habitual en los siglos XII y XIII, que muestra a todos los apóstoles sentados alrededor de Jesús a un lado de la mesa, y a Judas solo en el otro. Cristo tiene un pez en el plato, que el discípulo traidor parece querer robar. Así aparece en el texto:

“Judas no se sentó
con nuestro señor.
Y mientras todos los demás comían,
¿qué hacía el traidor?

Pues mientras nuestro señor bebía
Judas, como un glotón,
cogió el mejor trozo del pez,
sin que Jesús le hiciera ningún reproche.”



[Continuará]

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022




viernes, 25 de noviembre de 2022

TRIPLE LAZO

 

Mayo de 1456, el príncipe de Viana, tras llevar tres años residiendo en Pamplona, capital beaumontesa por excelencia, se ve incapaz de resistir la ofensiva combinada de Pierres y Martín de Peralta desde el sur, y de su cuñado el conde Gastón de Foix desde el noreste, y parte a un exilio del que ya no regresaría jamás, y no por su propia voluntad, sino porque su progenitor se lo prohibió taxativamente. Carlos había vivido en Navarra, casi sin moverse, 33 de sus 35 años de vida. 

Buscó primero ayuda en la corte francesa, donde defendió elocuentemente pero sin éxito sus derechos al trono navarro y al ducado de Nemours, pero la propaganda enviada por su padre a través del citado secuaz agramontés, Pierres de Peralta, hizo que el rey Carlos VII no se decidiese a apoyarle. Resolvió entonces el príncipe trasladarse a la corte napolitana de su tío, el rey Alfonso V de Aragón, adonde llegó el 31 de enero de 1457. 

De camino, pasó por la ciudades de Milán y Florencia,  Podemos imaginar el deslumbramiento que debió sentir el príncipe de Viana al entrar en contacto con la plena eclosión del Renacimiento italiano. Una Florencia en la que, en ese mismo año de 1456, tenían sus talleres abiertos artistas –por citar sólo a los de mayor rango– como Donatello, Filippo Lippi, Paolo Uccello, Verrocchio, Michelozzo, Benozzo Gozzoli o Piero della Francesca.

Quién sabe, quizás hasta llegó a conocer a alguno de ellos e incluso a hacerles algún encargo, aunque lo único que podamos probar documentalmente es que, en 1459, residiendo ya en Palermo, Carlos nombró a Juan de Liédena como su procurador para que se encargase de recuperar el dinero que le debían ciertos mercaderes florentinos.

En ese momento, el gobernante florentino era Cosme el Viejo, fundador de la dinastía Medicis y primero en imponer su dominio de siglos sobre la ciudad toscana. Debió congratularse ciertamente de recibir a un príncipe como Carlos, pues ambos compartían nada menos que su emblema personal. 

En efecto, el príncipe de Viana, entre las varias divisas heráldicas que había heredado de su abuelo, Carlos III el Noble, tenía el triple lazo como una de sus favoritas, Tanto que las hermosas monedas que acuñó en 1455, llamadas Leales, muestran la K de Karolus coronada entre dos triples lazos. 

La profesora María Narbona explica así el trifolio del rey de Navarra: era un “nudo sin fin”, un nudo de la familia de los llamados “celtas”, que podían tener varias puntas pero siempre trazados con una línea que no tenía ni principio ni final, como el Creador. En cuanto al significado de esta divisa, en la época esta forma geométrica era habitualmente una “representación figurativa indirecta, no narrativa”, un cifrado de la Santísima Trinidad.  

El triple lazo encerraba también para Carlos de Viana un nuevo significado que describía a la perfección su estado de ánimo: su forma antigua romanceada las (o llaç) fonéticamente resultaba idéntica al término que significaba “infeliz, desgraciado” y expresaba un lamento, una queja, ¡Las!, que podría traducirse por el ¡Ay de mí! castellano. 

De esto último os hablé en otra entrada anterior de mi blog titulada: Una canción que le gustaba mucho al príncipe de Viana, dato que confirmaría que ese triple lazo se convirtió en el emblema más identificativo del príncipe, por eso en la famosa miniatura que lo representa en la carta de su secretario Fernando de Bolea, los triples lazos aparecen asociados al lamento "ay".

¿Y cuál era el emblema del citado Cosme de Medicis? Pues nada menos que los llamados "anillos borromeos": tres anillos entrelazados de tal manera que, si se saca uno de ellos, los otros dos también se separan. Un símbolo prácticamente idéntico, como podemos ver, al de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux.





Otros autores, sin embargo, adjudican ese emblema no a Cosme (1389-1464) sino a su célebre nieto, Lorenzo el Magnífico (1449-1492), que por eso lo habría hecho incluir en el famoso cuadro de Boticelli: Palas y el centauro (pintado hacia 1482), donde vemos que adorna el vestido de la diosa Palas. 




Aparece igualmente en el templete del Santo Sepulcro, comenzado en 1457 (justo en el preciso momento en el que el príncipe de Viana estaba en Florencia) por el gran maestro Leon Battista Alberti para Giovanni Rucellai, que es de dónde he sacado el emblema (se supone en este caso concreto que de Lorenzo) para compararlo con el del príncipe de Viana. 

Una verdadero lástima que esa coincidencia emblemática no permitiera al príncipe sellar una alianza con los riquísimos Medicis, representados en su época por Cosme o Cósimo "il vechio". Quizás su propia historia (y la nuestra) hubiera sido muy distinta. Y si para cuando llegó Carlos a Florencia los Medicis todavía no empleaban ese enigmático símbolo, quizás la heráldica del heredero navarro les inspiraría para adoptarlo definitivamente. 

Misterios del arte y de Carlos de Viana, que nunca deja de sorprender... 

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022



 

sábado, 2 de julio de 2022

ROJO Y AZUL CON ALGO DE BLANCO

 



Preparando mi último libro: EN RECTA LÍNEA, rastreé muchas de las huellas que figuras como Carlos II de Navarra han dejado en la Historia. Una de las más curiosas y controvertidas sea quizás que cada vez que una bandera tricolor francesa se iza en algún mástil alrededor del mundo, no sólo se esté honrando a los ideales de Liberté, Egalité y Fraternité que a todos nos suenan, sino también a aquel rey de Navarra que mereció serlo también de Francia. Veamos:

En efecto, la revuelta parisina del 22 de febrero del año 1358 marcó el momento en el que Carlos II de Navarra estuvo más cerca de alcanzar el trono de Francia, que los Valois habían usurpado a su madre, Juana II, únicamente por ser mujer.
El preboste de los mercaderes, Etienne Marcel y sus hombres, tocados todos con el "chaperon" (el sombrero) rojo y azul, los colores propios del rey de Navarra, asaltaron el palais de la Cité, donde se refugiaba el delfín y tras eliminar a los jefes de su guardia, los mariscales Robert de Clermont y Jean de Conflans, le obligaron a ponerse también dicho sombrero si quería conservar la vida. Os pongo la imagen original, sacada de las Grandes Chroniques de France, y también una interpretación moderna de esa escena publicada por la revista Despertaferro.






El caso es que esta historia de los colores rojo y azul, que siempre me ha interesado y de la que os he hablado muchas veces, era difícil de contrastar con autores de los autodenominados "serios", muchos de los cuales insistían e insisten en que esos colores eran los de la ciudad de París, y no los de Carlos II de Navarra.
Hasta ahora, cuando bastantes historiadores comienzan a darle la misma credibilidad que yo le he concedido siempre. Por ejemplo Laurent Hablot, Director de Estudios de la IVª Sección de la Escuela Práctica de Estudios Superiores, y titular de la cátedra de Emblemática Occidental en la Université Paris-Sciencies et Lettres, que en su reciente Manuel de Héraldique et Emblématique Médiévale suscribe:
"Una de las primeras veces en que quedó atestiguado el uso político de la librea, fue durante la revuelta parisina del año 1358, dirigida por Etienne Marcel, y en la cual los partidarios de Carlos II de Navarra, sin citar jamás su nombre, llevaban broches y sombreros con sus colores (el rojo y el azul), que eran también los de su emblema: cuartelado de Navarra/Evreux".

Aunque gracias a la investigación que aporto en mi último libro: EN RECTA LÍNEA, podemos al menos dudar de que ese cuartelado no fuera el Navarra/Francia, que ahora sabemos que ordenó lucir a sus tropas alrededor del año 1364.


En todo caso, al no haberse atrevido Etienne Marcel a librarse del delfín, la revuelta fracasó y Carlos II nunca llegó a ocupar el trono que legítimamente le correspondía. El delfín, en cambio, no tuvo problema alguno en ordenar asesinar a Etienne Marcel el 31 de julio de 1358, desactivando así una revolución que nadie sabe hasta dónde podría haber llegado.
Pero esta historia no acaba en 1358, porque cuatro siglos más tarde, en 1789, cuando el pueblo se levantó contra el rey Luis XVI, algunos autores se acordaron de aquel otro precedente revolucionario llevado a cabo por el preboste Marcel, y recuperando los colores que había defendido (que no eran otros que los del rey de Navarra, aunque para entonces se habían convertido también en los de la ciudad de París), pusieron entre medio el color blanco de la enseña de los Borbones para diseñar la bandera tricolor de la nueva República Francesa, queriendo significar que el poder del pueblo sujetaba a partir de entonces al del rey. De esta última innovación fue responsable Lafayette, el famoso militar que años antes había ayudado a las colonias norteamericanas a emanciparse.



Efectivamente, y como si la Historia quisiera repetirse, el 17 de julio de 1789, apenas tres días después de la toma de la Bastilla, Luis XVI, conocido como "ciudadano Luis Capeto" por los rebeldes, fue invitado/obligado a presentarse en el Ayuntamiento de París, donde le esperaban entre muchos otros, el recién nombrado alcalde, Sylvain Bailly (hasta ese día la ciudad jamás había tenido alcalde), que según algunos cronistas fue quien le entregó la escarapela con los colores de la ciudad (rojo y azul). Pero la mayoría afirman que fue el citado general Lafayette quien se la ofreció, introduciendo entre ambos colores heráldicos, en señal de respeto y buscando integrar a la Monarquía en la Revolución, el blanco de los Borbones.

Podéis ver esta escena en el video que os adjunto, perteneciente a la película del año 1989: "Historia de una revolución", donde Sam Neill interpreta a Lafayette, y repite casi miméticamente lo acontecido entre el preboste Etienne Marcel y el delfín Carlos de Francia: ambos obligaron a los reyes a lucir los colores rojo y azul. Pero si en 1358 Marcel sabía perfectamente que se trataba de los colores de Carlos II de Navarra, en 1789 esa memoria se había perdido, y la ciudad se había apropiado de ellos como símbolo revolucionario, atenuado por el color blanco de la monarquía.



¿Que se había perdido esa memoria he dicho? No del todo, porque había autores que sabían perfectamente a quién pertenecían realmente esos colores, como os demostraré con estos fragmentos de la "Gazette de Paris" un periódico monárquico que se publicó en aquella capital entre el 1 de octubre de 1789 y el 10 de agosto de 1792. Podemos imaginar el valor o la inconsciencia que había que tener para publicar un periódico de propaganda regia en aquellas circunstancias, y efectivamente, de ambas cosas dio sobrada muestra su editor: Barnabe Farmian Durosoy, un periodista, escritor e historiador que acabó siendo detenido y juzgado sumariamente por el Tribunal Revolucionario, que lo condeno a ser guillotinado. Dicen que reaccionó de esta manera a su sentencia de muerte: "No habéis podido hacer mayor honor a un realista como yo, que ordenar mi ajusticiamiento el 25 de agosto, día de San Luis".








Pues en el número del 7 de abril de 1790 de la Gazette de Paris, Durosoy ya había comparado de forma visionaria -historiográficamente hablando- el momento revolucionario que le tocaba vivir con aquel otro ocurrido en febrero de 1358. y como veréis él no tenía duda alguna de a quién representaban entonces -y por extensión también en 1789- aquellos colores:

"Estos colores eran los de Carlos el Malo, de suerte que los ciudadanos de París llevaban la librea del rey de Navarra".

"El mejor de los príncipes [refiriéndose al delfín Carlos de Francia] llevaba los colores de Carlos el Malo".

El 31 de julio de 1789 (justo el día que se cumplía el 431 aniversario del asesinato del preboste Etienne Marcel), el propio Lafayette propuso a la ciudad de París que la escarapela tricolor fuera desde entonces la única que llevasen para identificarse todos los revolucionarios, incluidos los miembros de la Guardia Nacional. Andando el tiempo de esa escarapela nacería la bandera tricolor francesa. Así defendió su propuesta el general:

"Les traigo, señores, una escarapela que dará la vuelta al mundo, un emblema cívil y militar que triunfará sobre las viejas leyes de Europa y que reducirá a los gobiernos tiránicos a la alternativa de ser renovados si lo adoptan, o a ser derrocados si se atreven a enfrentarse a él"



Probablemente sin sospecharlo, se cerraba así una batalla de más de cuatrocientos años en la que, por fin, y siquiera de manera simbólica y emblemática, Carlos II (el más francés de todos los reyes de Navarra) salía por fin vencedor, haciendo que su divisa representase desde ese momento y hasta ahora mismo a Francia en todo el mundo, aunque seguramente de una forma mucho más republicana de lo que a él le hubiera gustado. Aunque, quién sabe...
Por cierto, Etienne Marcel es honrado todavía hoy en París con una estatua frente al Ayuntamiento, mientras que Carlos II de Navarra permanece conceptuado como traidor en casi todas las Historias de Francia.



¡Ingratos!


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022

martes, 14 de junio de 2022

EN RECTA LÍNEA - EL IMAGINARIO HISTÓRICO Y LITERARIO DE LOS REYES DE NAVARRA DE LA DINASTÍA DE EVREUX

La imagen muestra la razón última por la que he tenido bastante abandonado este blog mío, pero es que los libros no se escriben solos, y digamos que los Evreux me hicieron firmar un contrato de exclusividad literaria, sólo roto fugazmente por mis escapadas al desaparecido y siempre añorado Libro Redondo de Leyre. 

Pero una nueva obra viene a sumarse a todas las que he ido colocando en la estantería estos años. El caso es que creo que ha quedado muy bien, y que quienes en el futuro quieran comprender un poco a los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux tendrán que utilizarlo. Esto no sé muy bien si es un anhelo o una condena, tendrá que juzgarlo quien lo lea. 

Si os gustan las profecías, las crónicas imaginarias que acaban convirtiéndose en reales, los libros iluminados, los milagros medievales y los enigmas heráldicos por fin resueltos, creo que EN RECTA LÍNEA ha de gustaros mucho. 

Espero de corazón -nunca mejor dicho como en este caso concreto- que así sea. 

En cualquier caso, muchas gracias a tod@s, mila esker guztiontzat.

 

 
 
 
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 © MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022