viernes, 29 de mayo de 2015

EN LA PALMA DE LA MANO


Convento de los predicadores de Peñafiel, 29 de mayo de 1421

-¿Pero es que ni recién parida me van a dejar descansar? ¿Por qué no se ocupa mi marido de las labores de gobierno, al menos durante estos días?

-Ha salido a cazar, alteza.

-Sí, a cazar hembras de dos patas, como siempre...

-Señora, no deberíais dudar de él de esa forma...

-Ser mi senescal no os faculta a decirme lo que debo o no debo hacer, don Pierres. No volváis a olvidar nunca -por la cuenta que os trae- que soy la reina de Navarra, y que este que duerme en mi regazo es Carlos, el heredero al trono. Y os juro que no he dejar que se parezca a su padre en nada...
Y ahora decidme, ¿qué es eso tan importante que no admite espera?

-Hay un grupo de viajeros en el claustro, que dicen que vienen desde Egipto. Visten de modo muy estrafalario, y provocan tanta algarabía con sus cantos, que no sabemos muy bien que hacer con ellos. Piden vuestro real permiso para asentarse en Navarra, donde al parecer han llegado muchos más de los que hasta aquí han llegado con calidad de embajadores.

-¿Egipcianos, decís? ¿Y tienen algún mandatario con quien pueda yo parlamentar?

-Ellos dicen que no tienen reina, pero sí faraona, que es el tratamiento que dan a quien los gobierna. Ella espera en la sala contigua vuestro permiso para entrar.

-Hacedla pasar, que entre mujeres nos entenderemos rápido.

-¡¡¡Ayyy, señoooora!!! ¡¡¡Tú no tienes carita de reina, sino de emperaoooora!!! ¡¡¡Y a este hijo tuyo tan lustroso, voy a leerle ahora mismo su futuro en la palma de la mano!!!

-¿Por qué ponéis esa cara, faraona? ¿Qué es lo que habéis visto?

-Si os lo digo no dejaréis que mi pueblo se asiente en vuestro reino, y esa es la misión que los míos me han encomendado. Tengo responsabilidades para con ellos, como vos las tenéis para con los vuestros, bien sabéis que gobernar no es tarea fácil... Pero podéis estar tranquila, porque este niño será el mejor príncipe que ha habido nunca entre los cristianos, y aún entre los moros. dominará todas las artes y las letras, todas las mujeres le abrirán sus puertas, y los amigos nunca se las cerrarán, será amigo de la paz, aunque si tiene que hacer la guerra, cumplirá con valor su cometido, pero...


-¿Pero qué? ¡Decidmelo u os haré encerrar a todos!

-Guardadlo todo lo que podáis del cazador, señora...

-¿Eso es todo? Tranquilizaos, no hacía falta ser adivina para saberlo, y me encargaré personalmente de su educación para lograrlo. Pero me gusta lo que habéis dicho de él, así que id y decid a vuestro pueblo que tiene mi consentimiento para vivir en Navarra, pero que ahora necesito descansar, así qeu como sigan cantando a voz en grito, he de mandarlos ahorcar...



Y esto fue escrito el 29 de mayo de 2015, día en que se cumplen 594 años del nacimiento de Carlos d'Evreux, príncipe de Viana. Feliz aniversario, mocé.

© Mikel Zuza, 2015

miércoles, 27 de mayo de 2015

OVEJAS

Izagaondoa, 27 de mayo de 1317


-¿De verdad creéis que tiene sentido continuar con esta locura?

-Habla por ti, Guillén: nuestros abuelos y nuestros padres no fueron perseguidos para que nosotros nos rindamos ahora.

-Mantener la legitimidad no nos conduce a ningún sitio: al fin y al cabo todos sabemos que la dinastía real originaria de Navarra ya no volverá a sentarse en el trono. Han pasado más de ochenta años, por Dios...

-Repito que tú puedes hacer -como haces siempre- lo que quieras, Guillen de Zuazu, pero creo hablar por vosotros dos, Jimeno de Lizoain y Pedro de Redín, y desde luego en mi propio nombre, como que me llamo Martín de Larrangoz, si juro que la antorcha que encendieron nuestros antepasados seguirá iluminando nuestro camino.

-No he dicho que vaya a abandonar nuestra causa, Martín, sólo que quizás nos convendría reflexionar sobre la conveniencia de seguir viviendo dentro de un sueño: los reyes de Navarra vienen de Francia desde los tiempos de Teobaldo I. Y cinco monarcas más se han sucedido en el trono desde que murió el champañés. Hablas de nuestros abuelos y de nuestros padres, pero casi todos ellos murieron en prisión por empeñarse en mantener la perdida causa de Sancho VII, apodado el Fuerte. Los que no murieron se empobrecieron hasta llegar a nuestro lamentable estado actual: todos los nobles del reino aceptan los hechos consumados menos nosotros. ¿Queréis que nuestros hijos participen también de este miserable destino que nosotros hemos heredado?

-Te equivocas, Guillén, porque este asunto hace tiempo que dejó de tener que ver con la legitimidad o no de quien lleve sobre su cabeza la corona de Navarra en un momento determinado. No: quizás comenzó precisamente por eso, pero ahora lo verdaderamente importante es saber si podemos mirar el reflejo de nuestros rostros en el Irati sin tener que apartar la mirada por pura vergüenza.

-¿De qué estás hablando?

-Vamos, los cuatro sabemos lo que supone la última orden de los oficiales del rey Felipe. La obligación de que cada caballero navarro presente ante ellos su sello renovado a la moda anglo-normanda, y por tanto con el jinete cabalgando hacia la derecha, implica el abandono definitivo de nuestras tradiciones y nuestras costumbres. ¡Y os digo que yo no me doblegaré jamás ante un rey que nunca ha salido de París, ni conoce como son nuestras montañas o cuál es el aroma de nuestros vinos! Y por supuesto, sé perfectamente que todos los demás linajes -con tal de mantener sus prebendas- lo harán, pero yo me niego a modificar el antiquísimo sello de mi familia: aquel que muestra al caballero de Larrangoz cabalgando hacia la izquierda, igual que lo hicieron los legítimos reyes: Sancho VI y su hijo Sancho VII. ¿Y vosotros: preferiréis manteneros en pie, u os arrodillareis sumisamente ante vuestro dueño francés?


-Pero mantener la individualidad nos puede costar tan caro como a nuestros antepasados...


-La individualidad es la cualidad que nos convierte en seres humanos, si renunciamos a ejercerla no somos más que ovejas. Seguro que el rey ordenará perseguirnos en cuanto sus esbirros le cuenten que nuestros sellos no van en la dirección que ellos ordenaron, pero podremos mirarles a la cara a ellos y a cualquiera que se incline ante ellos. Vamos, no tenemos mucho tiempo, ¿qué decidís? Ya os lo he dicho pero lo repetiré: yo, Martín de Larrangoz no soy una oveja.

-Y yo, Pedro de Redín, tampoco soy una oveja.

-Y yo, Jimeno de Lizoain, tampoco soy una oveja.

-Puede que estéis completamente locos, aunque desde luego espero que llegue un día en que todos los navarros se vuelvan tan locos como vosotros, y hasta sé de un adivino de Corella que lo ha profetizado...
Además, detesto acatar órdenes injustas, así que sí: yo, Guillén de Zuazu tampoco soy una oveja y marcharé por tanto hacia la izquierda, que siempre me ha parecido la mejor senda por la que avanzar...


Y que vengan los oficiales del rey Felipe a por nosotros, si es que se atreven...


© Mikel Zuza, 2015

viernes, 15 de mayo de 2015

Y TIRO PORQUE SON CUADRADOS

Catedral de Pamplona, 15 de mayo de 1420


No es que hayas creído demasiado en esas cosas, pero a medida que van pasando los años, recuerdas cada vez más a menudo las palabras de aquella gitana que leyó la palma de tu mano cuando eras un niño: "serás obispo cuando sumes todos los dados de la catedral de Pamplona". 

Pero tienes 34 años ya y ni tu padre, el juicioso monarca Carlos III, ha conseguido que ese testarudo aragonés que ahora ocupa el trono de los papas en Avignon dé su brazo a torcer y acepte tu nombramiento. Sí, claro que su santidad Benedicto XIII ha aceptado que seas el administrador de la diócesis, incluso te ha investido con la muy egipcia dignidad de patriarca de Alejandría, pero no te ha reconocido obispo. 

Y llevas demasiado tiempo ya escuchando a tus subordinados de la curia murmurar sobre la imposibilidad de que tal cosa llegue a ocurrir algún día, pues ¿cómo aceptar que la sede de San Fermín sea dirigida por alguien tan miope que ni las lentes más gruesas que su padre ha podido conseguir en sus viajes a París terminan de arreglar su cortedad de vista? 

En el fondo es cierto: cualquier aprovechado podría darte a firmar un documento que comprometiese el patrimonio eclesiástico, y tú, Lancelot de Navarra, sancionarías semejante latrocinio con tu sello, porque habrías sido incapaz de leer lo que en él iba escrito. 

© Iñigo Saldise
Por eso hace también muchos años que buscas esos malditos dados de los que te habló aquella bruja, por ver si los poderes del infierno pueden ayudarte más que los del cielo a conseguir tu anhelada meta episcopal. Pero por más que has revisado toda la enorme fábrica de la catedral y sus dependencias, no has encontrado más dados que los que adornan el escudo de Portugal en la bóveda de los reinos del refectorio. Y suman veinticinco...


¿Cuántas veces has probado en todas y cada una de las capillas a repetir ese número sin cesar? Siempre en voz baja, al menos desde aquella ocasión en que un impertinente monaguillo oculto tras una columna te escuchó invocar esa cifra, y salió entonces corriendo por la nave y gritando: "por el culo te la hinco, por el culo te la hinco...". Sólo que tu nefasta visión te impidiese reconocer su rostro le salvó de un castigo ejemplar... 

El caso es que tienes suficientemente comprobado que el guarismo veinticinco no provoca la menor alteración en bóvedas, claustros o criptas, y también que no te ha acercado más a la cátedra del obispo de lo que lo estabas cuando estudiabas con los demás clérigos en la universidad de Toulouse.

No. Tiene que haber más dados representados en este condenado edificio cuya primera piedra pusiste precisamente tú. ¿Pero dónde? No está en los retablos, cuyas escenas has observado a pulgadas de tus cansados ojos por saber si el detalle se te había escapado, ni en los sepulcros donde algún zumbón escultor podría haber intentado ocultar un símbolo de juego y alegría como el que buscas, ni en los frescos que adornan las paredes, ni en la talla de Santa María, ni en las casullas recamadas de oro, ni en los excelentemente tallados -repujados casi- capiteles del claustro, ni en...

Claro, ¿pero cómo no se te ha podido ocurrir antes? ¡Sí: allí tienen que estar!

Y corres con muy poca reverencia -al menos para ser todo un señor patriarca- hasta la capilla donde reposa el tesoro catedralicio, y allí ordenas a todos los canónigos que vegetan, más que rezan, que salgan inmediatamente de la estancia. Solo al fin, tanteas la barandilla de la endeble escalera que lleva hacia tu meta. Siempre has temido las alturas, y esta a la que dudas en ascender no es baladí, que tendrá sus buenas seis o siete varas de distancia al suelo. Algo muy bien pensado, por cierto, para evitar posibles robos sacrílegos y favorecer la adoración de los fieles, que contemplan con arrobo el relicario, allá arriba, como en el Cielo, mientras ellos permanecen anclados a la podredumbre terrenal... 


Pasas pues por encima de tus miedos y subes peldaño a peldaño hasta tener a la vista el relicario del Santo Sepulcro. Nunca te habías atrevido a hacer tal cosa, y por eso nunca lo habías contemplado tan de cerca. Bueno, contemplar o ver es mucho decir, porque tus malditos ojos no te dejan, como de costumbre, más que atisbar siluetas. Pero acercándote mucho hacia esos esbirros que custodian la tumba de Cristo, y gracias a tus gruesos lentes, ves por fin los tres dados que salieron rodando del cubilete con el que los soldados romanos se jugaron las ropas del Nazareno... 


¡Al fin vas a poder dar cumplimiento al augurio de la gitana! ¡Casi puedes sentir ya la mitra sobre tus sienes! Bastará con sumar al maldito y portugués veinticinco los números que indiquen estos diminutos dados...


Y tan diminutos, no hay forma de verlos. Ni el halcón de tu padre podría distinguir el resultado de esta tirada... Miras y remiras, pero no aciertas a distinguir si es un cuatro o es un tres lo que las caras de esos cubos llevan grabado. Y tu desesperación haces que cada vez te muevas más en la plataforma, que se bambolea como si estuviese ocurriendo un temblor de tierra. Intentas echar mano a la barandilla, aunque no estás seguro de que sea la barandilla, y no un simple candelabro que tanto adorna como sirve para tapar el agujero entre las barras por el que caes sin remisión. 

Y en esa breve distancia que va de la gloria a la tumba, que a ti se te hace eterna, comprendes que nunca llegarás ya a ser obispo...

Pero como las profecías gitanas tienden siempre a cumplirse: cuando el rey don Carlos es informado de que su hijo Lancelot se ha precipitado desde la altura en la que sin duda fervorosamente oraba ante el relicario del Santo Sepulcro, ordena que sea enterrado en la cripta regia del coro de la catedral, con todas las galas episcopales que le fueron negadas en vida. 

Y sépase que la vigencia de tal augurio sigue completamente vigente, y que cualquiera que acierte a sumar el resultado de los tres dados del mentado relicario, con los veinticinco de las cinco quinas lusitanas, alcanzará de forma inmediata el rango de Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo de Pamplona, a no ser que haya algún otro dado oculto -tallado, pintado o bordado- en dicha Catedral.

Confieso que yo mismo perdí en mi juventud la oportunidad de ostentar tan apetecible cargo, y ahora mis ojos son ya incapaces de ver la cifra que suman esos dados. Y dadas las pésimas condiciones lumínicas con la que actualmente se muestra el relicario (perpetradas muy probablemente por maese Rouzaut o micer Alforja, para que todos tengamos que correr a sus tiendas a proveernos de carísimas lentes), dudo que haya alguien de vosotros y vosotras que vaya a convertirse en obispo/a a medio o largo plazo.

Aunque el o la que este verdaderamente interesado/a, siempre podrá hablar con su adivinadora o echadora de buenaventura más cercana...


© Mikel Zuza Viniegra, 2015