martes, 30 de agosto de 2011

LA CANZONE DELL AMORE PERDUTO


Imagen de Blanca de Navarra en
en el claustro de Santa María de
Olite

Sicilia, Palacio real de Palermo.
29 de julio de 1415

-Gracias a Dios que habéis podido acudir a mi llamada, maestro Franco. Mañana zarparé definitivamente y no me hubiera perdonado nunca no haberos visto una última vez, después de todo lo que hemos compartido durante estos trece años...

-Majestad, ni los ejércitos del Papa de Roma, ni siquiera los del Gobernador de Libia, hubiesen podido impedir que cumpliera vuestras órdenes. Siempre fue así, y siempre lo será.

-Apeadme el tratamiento. Para vos siempre fui Blanca. Nunca nos hicieron falta más títulos...

¿Recordáis mi llegada? Fue en noviembre, un viento frío llenaba las velas que me acercaban más y más a esta isla tan bella pero tan complicada de gobernar. Aquí me esperaba mi prometido, el joven Martín, y junto con él la hostilidad manifiesta de toda la población, que prefería el matrimonio de su señor con la princesa de Nápoles, en lugar de con una extranjera desconocida como yo.

El primer año fue horrible. Tuvo que protestar enérgicamente mi padre y señor don Carlos, para que se me atendiese de acuerdo a lo que mi rango y linaje merecían. En seguida comprendí que mi marido, más que joven era en realidad un niño, sólo preocupado por el siguiente territorio que conquistar, sin ningún interés en administrar este reino, desaprovechando una y otra vez las oportunidades de aprendizaje de las virtudes de gobierno que luego hubiera debido poner en práctica en todo el reino de Aragón. Aún así sabía que era lo que se esperaba de mí, y muy pronto logré darle un heredero. Dios sólo lo dejó vivir un año, pero bien sabéis que era el niño más hermoso que ninguna madre haya tenido jamás. Apenas dos años después murió también mi esposo.

Durante alguna de sus frecuentes ausencias, yo ya había quedado al cargo de Sicilia, pero tras su muerte tuve que hacerme cargo de todos los resortes del poder. Los nobles pensaron que una mujer pequeña como yo sería fácil presa de sus ambiciones, pero cometieron el imperdonable error de pensar que la cabezonería es un rasgo exclusivamente siciliano, olvidando que los más imbatibles ejemplos de testarudez han provenido siempre de mi tierra natal.

Simplemente hay que saber llevaros, pues sois grandes embusteros, los mejores del mundo. Aprendí rápido que hay diecisiete cosas distintas que uno puede hacer cuando miente. Quien quiera descubrirle tendrá que averiguar las diecisiete formas. Pero como la mujer tiene veinte, ahí yo también os llevaba ventaja...

Hube de enfrentarme primero a una revuelta popular en Messina, después a las Cortes reunidas en Taormina, y para que nada faltase, hasta a una erupción del Etna. Mi guardia me rogó que me alejara de aquel infierno de fuego y azufre, pero ¿qué clase de reina hubiera sido yo si en lugar de compartir las penurias de mi pueblo, me hubiera refugiado en un castillo lejano mientras ellos perecían? No, resistí allí, frente a la lava, y por fin algunos comprendieron como se las gasta una mujer navarra.

Y en todas esas ocasiones, vos siempre estuvísteis a mi lado. Al principio simplemente como uno más de los juglares de mi marido. Luego, trabado el conocimiento y la admiración mutua, como el primero de mis consejeros y el único y verdadero amor que he conocido en estas tierras.
Aún resuena en mis oídos la primera trova que os escuché cantar:

"...Y te vengo a buscar, aunque sólo para verte o hablar
porque requiero tu presencia,
para entender mejor mi esencia.

Este sentimiento popular nace de mecánicas divinas,
como un arranque místico y sensual me encadena a ti.

Debería cambiar el objeto de mis deseos
sin conformarme con las alegrías cotidianas,
hacer como un ermitaño que renuncia a sí..."

Me pareció entonces que, aunque todavía no nos conocíamos vos y yo, esos versos, como los de los antiguos profetas, me mostraban inequivocamente el futuro. Y esperé desde entonces cada una de vuestras nuevas canciones como el cumplimiento de esa promesa, de la que evidentemente vos también érais consciente:

"...Ciertas noches al dormir me pongo a leer.
Y tal vez necesito instantes de silencio.
Varias veces contigo sabiendo que te quiero,
me enfado inútilmente sin verdadera razón..."

Y escuchándoos recuperaba yo la felicidad de la niña que corría despreocupada por las doradas estancias de los palacios de Olite y Tafalla:

"...Y por un instante retorna mi anhelo de vivir
a distinta velocidad..."

Daba igual que las gentes murmuraran de nosotros, porque:

"...En las calles era Mayo y caminábamos juntos
cortando entre bromas manojos de ortigas..."

Erais aquél a quien, sin saberlo, siempre anduve buscando. La persona que daba sentido a mi existencia, y mis dueñas se reían al oirme destrozar vuestro idioma:

"...Cerco un centro di gravità permanente,
che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente..."

"...E gira tutto intorno alla stanza mentre si danza danza
e gira tutto intorno alla stanza mentre si danza..."

Pronto amanecerá. Venid al lecho. Sólo nos queda ya esta noche. Una vez, como en un sueño, fui reina de Sicilia. Ahora debo serlo de Navarra. Para cuando cruce el mar y llegue a mi pequeño país, mi padre ya habrá decidido con quien debo casarme, y de nada servirá hablarle de un trovador que
venía de la isla de Sicilia, que no está lejos del África -tierra extranjera-, y que cantaba para su reina...



Puerto de Palermo, 30 de julio de 1415

La galera real, al principio pesadamente y luego llevada casi en volandas por el viento del este, va alejándose poco a poco de la costa.

"En el puente ondea la bandera de Blanca. Sul ponte sventola bandiera di Bianca...."

Y va la reina acodada en la barandilla de popa, como si se resistiese a abandonar ese paraíso llamado Sicilia, o como si supiera que nunca más lo volverá a ver.

Y entonces, de repente, desde el final del muelle, e imponiéndose sobre la algarabía y el bullicio de los
estibadores, comienza a sentirse el cantar de un hombre alto, cuya prominente nariz sostiene unos gruesos anteojos.

Y se alza también esa misma voz sobre las olas del mar, hasta llegar a los oídos de Blanca, que no puede dejar de llorar mientras escucha:


"Ricordi sbocciavano le viole
con le nostre parole:
"non ci lasceremo mai,
mai e poi mai"

Vorrei dirti, ora, le stesse cose
ma come fan presto, amore,
ad appassire le rose
così per noi.

L'amore che strappa i capelli
é perduto ormai.
Non resta che qualche svogliata carezza
e un po' di tenerezza.

E quando ti troverai in mano
quei fiori appassiti
al sole di un aprile
ormai lontano li rimpiangerai.

Ma sarà la prima che incontri per strada,
che tu coprirai d'oro
per un bacio mai dato,
per un amore nuovo

E sarà la prima che incontri per strada,
che tu coprirai d'oro
per un bacio mai dato,
per un amore nuovo..."


PD: http://www.youtube.com/watch?v=LRkANhMpgiA



© Mikel Zuza Viniegra, 2011

viernes, 26 de agosto de 2011

QUE TODO EN LA VIDA ES SUEÑO


Palacio de Olite, 26 de agosto de 1446

-Por favor, narradme otra vez esos sueños que últimamente tanto se repiten mientras dormís, príncipe Carlos.

-Como queráis, padre confesor, aunque las oraciones que me recomendásteis para ahuyentarlos no han surtido efecto alguno. Es más, ahora también los tengo cuando estoy despierto. De sobra sabéis que nunca me ha resultado sencillo contener mi imaginación, pero estas ensoñaciones van pareciéndome cada vez más y más reales, y empiezan a asustarme de veras...

Sueño que estoy dormido, pero unas extrañas campanillas que no veo me despiertan. Entonces suelto mi brazo contra la mesilla junto a mi cama, y esas campanillas caen al suelo, cesando su estruendo. No parece que tenga criados que me vistan o me sirvan el desayuno, así que he de hacerlo todo yo mismo. Y todo ello vertiginosamente, pues si no salgo pronto de ese cuchitril donde me hallo, pierdo una especie de diligencia de color blanco y verde que va siempre atestada de muchas otras gentes, algunas de las cuales no parecen conocer la existencia del jabón, pues cuando levantan sus brazos para agarrarse a la barra que recorre el techo y evitar así salir despedidos, rancios aromas llenan toda la traqueteante estancia. Cuando consigo abandonarla por fin, hay humo y ruido por todas partes, y he de correr aún más para llegar a un lugar siniestro, donde se arraciman docenas de escribanos. Hay una mesa asignada para mí entre todos ellos, y cuando ocupo mi lugar, centenares de papeles y pergaminos se abalanzan sobre mí, y he de batallar contra ellos durante horas. Yo, que nunca he sabido gobernar mi casa, gastando a manos llenas los caudales que no poseo...

Y estoy enfrascado en esas labores hasta que otra de esas campanillas suena, y puedo volver a la cuadra infecta de la que os hablé al principio. Y todos los días son iguales los unos a los otros, y hay cada vez más papeles, y todo es gris, y nadie parece conocerme, y sería total la ausencia de belleza, si no fuese por una escribana que se sienta muy cerca de mi cubil. Y juzgad si no son raros estos sueños míos, pues decidme cuándo se ha visto que un gobernador, ya sea de una próspera nación o de una simple casa, deje sus asuntos en manos de una mujer, por muchas letras que ella conozca. Pero os digo que es hermosa y dispuesta como una heroína de la antigüedad, y que me ayuda cuando ve que no sé resolver la compleja aritmética de esos papeles, en los que yo sólo acierto a escribirle versos de encendido amor, que luego le dejo sobre su mesa, entreverados con esas demoniacas contabilidades. La otra noche, en vez de abandonar esa gran diligencia blanca y verde en el lugar donde acostumbro, ella me invitó a acompañarla hasta su casa, y pasamos allí tan agradable velada, que por vuestra condición de clérigo, prefiero no relataros. Pero en verdad os digo, padre, que ya quisiera yo que la princesa Agnes tomase ejemplo...


Pamplona, 26 de agosto de 2011

-Por lo que me cuenta, Alberto, me parece que sigue usted bastante estresado. Le convendría pedir unas vacaciones en su empresa. Tal vez realizar un viaje. Quizás con esa compañera de trabajo de la que me ha hablado alguna vez...

-¿Quién, Marisa? Pero si no sabe ni quien soy. Nunca me he atrevido a decirle nada. Volvemos todos los días a casa en la misma villavesa, y nunca hemos cruzado ni media palabra. Nunca se me ha dado bien acercarme a las mujeres, y con ella la cosa no iba a resultar diferente. Los números. Esos sí que se me dan bien...

La verdad, Doctor, es que empiezo a no ver la necesidad de continuar con esta terapia tan repetitiva y tan cara a la que me está usted sometiendo. Además, resulta evidente que no ha conseguido resultado alguno, pues sigo teniendo los mismos sueños que al principio, y ni sus pastillas ni sus ejercicios conductistas han logrado evitarlos. Y lo cierto es que empieza a costarme cada vez más distinguir entre la realidad y la ficción.

Pero como quiera, se los repetiré una vez más. Lo que sea, con tal de acabar con estas sesiones de una vez. Si se enteran en la oficina de que acudo a su consulta, seguro que tendré problemas. Más aún...

Sueño que estoy dormido, de alguna iglesia cercana llega el sonido muy bien templado de unas campanas. Parece que estoy en un palacio, porque la habitación es enorme. Entonces entran media docena de criados que me visten y me sirven el desayuno. Uno de ellos trae un caballo enjaezado cuando salgo al patio, y mientras avanzo por los jardines y galopo hasta las viñas que rodean la ciudad, todos con los que me cruzo parecen conocerme, y muestran por mí un respeto reverencial. Luego me esperan en el salón de audiencias. Siempre hay problemas de dinero, y ha de ser porque los ingresos nunca son tantos como los gastos y porque no parece que las distintas secciones con las que se gobierna el palacio -panadería, cocina, frutería, botellería y escudería-, estén en las manos adecuadas, así que yo procuro reorganizarlas y cuadrar los balances para evitar la más que segura quiebra. Y como de esta manera todos reciben puntualmente su salario, marcha el palacio y el reino entero mucho mejor que antes, y hasta los levantiscos nobles han dejado de conspirar, porque advierten que no les resultaría fácil hallar un gobernante más inteligente y ahorrador que su príncipe...



© Mikel Zuza Viniegra, 2011

jueves, 18 de agosto de 2011

CON EL AIRE SE BATÍAN LAS ESPADAS DE LOS LIRIOS



Granada. Palacio del conde de Lerín, duque de Huéscar.
18 de agosto de 1496

-Habéis tardado mucho en venir, don Martín de Arce. Va a hacer un año ya que fui expulsado de mis tierras por los que se llaman a sí mismos reyes de Navarra, y cerca de nueve meses que todos mis leales se refugiaron conmigo en estos dominios que el rey de Castilla, el magnífico don Fernando, me concedió en atención a mi exilio y desvalimiento. Pero parece que vos os estábais pensando si acudir o no a la llamada de vuestro jefe de linaje...

-No os hagáis de nuevas conmigo, señor conde. Sabéis perfectamente que si los secuaces que habéis dejado allá no hubieran amenazado a mi anciano padre con quemar nuestra torre solariega si mi boda con Inés de Adansa seguia adelante, yo no hubiera venido nunca a este lugar, donde nada se me ha perdido. No acepto que seáis nada mío, sólo otro extorsionador más de los que llevan décadas desangrando Navarra.

-Os convendría callar, don Martín. Bien sabéis que soy hombre de paz, pero no podéis pretender la misma paciencia de estos hombres que me rodean, tan alejados de su país y de su hacienda como yo mismo. En cuanto a vuestro matrimonio, ¿creíais de veras que iba a permitir que os casárais con una bastarda de familia agramontesa? ¿No comprendéis que si vuestro ejemplo cundiese yo ya no podría volver jamás a Navarra?

-¿Y creéis que alguien os echa allí de menos, don Luis? Si así pensáis, todavía estáis más ciego de lo que creía. En fin, queríais que viniera y estoy aquí. ¿Qué se os ofrece?

-Parece que mis hombres no se fían de vos, don Martín. Tranquilizáos, les ocurre siempre con los recién llegados de Navarra. Además, sabemos que el reyezuelo Juan de Labrit pagaría bien por nuestras cabezas. Por eso ideamos un sencillo método para probar fidelidades: estos territorios están recién conquistados para la cristiandad, y aún muchos moros y conversos infestan los montes y caminos alejados. Por cada uno que matamos, se rebelan otros dos, así que no faltan herejes con los que afilar nuestras armas. Cada recién llegado ha de acabar con uno. Y precisamente esta noche tenemos un verdadero plato fuerte, pues estos villanos son hábiles en la propaganda, tanto en su lengua aljamiada como en la nuestra, y corrían estos últimos tiempos por toda la ciudad libelos y pasquines firmados por un tal "príncipe de Granada", que al fin ha sido apresado. Mostraréis vuestro acatamiento hacia nosotros dándole muerte.

-Yo no tengo nada contra él, no mataré a nadie sólo para divertiros.

-Oh, claro que lo haréis, don Martín. Porque si no lo hacéis, quedaréis prisionero en Granada y mientras tanto yo daré orden de que vuestra querida doña Inés de Adansa muera. y todo por culpa de un cobarde que ni siquiera se atreve a acabar con un enemigo de su fe.

-¡Cuánto siento que vuestro padre no muriese en la batalla de Aibar, don Luis, así se hubiera puesto fin a toda vuestra condenada raza de asesinos!

-Tan iluso como de costumbre, don Martín: siempre hay alguien de esa raza en cualquier sitio. Y ahora marchaos y cumplid lo encomendado si sabéis lo que os conviene. Mi criado os conducirá a la casa donde lo tenemos preso. Cuando oscurezca saldréis de la ciudad, no sabemos si hay partidarios suyos buscándolo, y lo mataréis en despoblado, como se hace con los bellacos como él...



-¿Era necesario apalizarlo con tanta saña?

-No os preocupéis tanto por él, don Martín. Total, para lo que le queda de vida... Y espero que os gusten los versos, porque alguno de los golpes ha debido afectarle a la cabeza y lleva la tarde entera repitiendo lo que debe ser todo su repertorio. Quedaos aquí con él, os avisaré cuando sea la hora...

-"No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre."


-Callad, por favor...

-"Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte."


-No entiendo lo que decís...

-"¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!"


-Dios, no podré soportar este castigo...

-"La noche no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.

Pero yo iré
aunque un sol de alacranes me coma la sien.
Pero tú vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal."


-Yo no quiero hacerlo, pero si no te mato...

-"¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!"


-¡...Ellos matarán a Inés!

-"Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil..."


-Compréndelo, voy a casarme con ella...

-"Le ha preguntado el Papa
que si han pecado.
El le dice que un beso,
mamita,
que le había dado,
niña bonita,
que le había dado,
niña.

Y la peregrinita,
que es vergonzosa,
se le ha puesto la cara,
mamita,
como una rosa,
niña bonita,
como una rosa,
niña.

Y ha respondido el Papa
desde su cuarto:
¡Quién fuera pelegrino,
mamita,
para otro tanto,
niña bonita,
para otro tanto,
niña!

Las campanas de Roma
ya repicaron
porque los pelegrinos,
mamita,
ya se casaron,
niña bonita,
ya se casaron,
niña."


-¡No aguanto más! ¡Carcelero! ¡Carcelero!

-¿Qué queréis? Aún no es la hora..

-¡Quiero que sirváis de funda a mi espada, maldito esbirro!
¡Ánimo, poeta, que ya no hay guardias ni rejas que nos detengan...

-"Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie."


-Mi caballo no podrá con nosotros dos mucho trecho, y no conozco estas tierras. Ese cartel marca hacia Alfacar y Viznar...

-"Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para beber tus ojos
y ponerme a llorar."


-Nos persiguen los lacayos del conde, están a punto de alcanzarnos ya. Me hubiera gustado poder salvaros, pero no debía estar de Dios. Aunque juro que más de uno y más de dos caerán con nosotros. ¡Tener que ir a morir en este secarral granadino, con lo verde que es Arce!

-"Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!"


-¡Enterrad a los dos bajo ese olivo!
¡Sin cruz ni señal de donde reposan, como traidores!


Y fue escrita esta historia para recordar el 75 aniversario del asesinato de Federico García Lorca en la vega de Granada.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, otro poeta más grande...

"Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche oscura,
Y tu nombre me suena
Más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
Y más doliente que la mansa lluvia."


© Mikel Zuza Viniegra, 2011

martes, 16 de agosto de 2011

LA BELLE SAGESSE


Donjon de Neaufles en la actualidad

Cercanías de Neaufles-le-Chateau, Normandia, verano de 1362

-Sinceramente, Carlos, no entiendo qué hemos venido a hacer aquí. ¿Has olvidado lo mal que marchan los asuntos de Navarra en estas tierras como para hacernos perder el tiempo en visitas protocolarias a nuestra hermana Blanca?

-No es ninguna visita de compromiso lo que nos trae hasta aquí, Felipe, sino la necesidad de salvaguardar el honor de nuestro linaje, que ella está poniendo en peligro. Luis, repetidle lo que me habéis dicho antes en privado.

-Hermanos, no discutáis. Siempre nos hemos llevado bien los tres, y si no hemos perdido aún estos dominios ha sido precisamente por eso. La verdad es que estoy empezando a arrepentirme de haber dado crédito a lo que uno de mis hombres oyó el otro día en una taberna de Vernon. Según él, los parroquianos se hacían lenguas sobre un supuesto amante que nuestra hermana tendría oculto en su castillo...

-¿Un amante decís? ¿Pero quién podria atreverse? Ella es y será mientras viva reina viuda de Francia...

-Miguel de Olza, un pamplonés, doble desertor además. Primero del Colegio de Navarra en París, donde al parecer estudiaba letras con poca aplicación, y después de nuestra guarnición en Cherburgo, de donde huyó al poco de ser reclutado a la fuerza.

-¡Lo haré despedazar. Y a ella la encerraré en el convento más lóbrego que pueda encontrar, lo juro!

-Tranquilízate, Carlos. Ni siquiera sabemos todavía si es cierto. Y aunque lo fuera, ella tiene treinta años ya, edad suficiente para saber qué es lo que más le conviene.

-Tan ingenuo como siempre, Felipe. ¿Acaso te gustaría vivir en un mundo en el que las mujeres pudieran actuar según lo que les dicte su limitada capacidad de entendimiento? Sí, ya veo por tu cara que eso no te parecería mal... Pues yo te digo que preferiría mil veces servir a los Jacques, los pobres labradores a cuya costa mantenemos nuestro modo de vida, que a una mujer engreída que se cree mucho más lista que yo.

-No creo que puedas tener queja sobre ella o sobre ninguno de nosotros en cuanto a la fidelidad que hemos demostrado todos estos años a nuestra familia y a ti como jefe de la misma, Carlos. Medita bien lo que vas a hacer, porque no es que ella se crea más inteligente que tú o que nosotros dos. Es que realmente lo es...

-Si en lugar de poner tantos libros a su alcance, nuestros padres únicamente la hubieran dejado practicar la costura, estoy convencido de que nada de esto hubiese ocurrido. En todo caso, mañana mismo pondremos fin a este escándalo...



Carlos II de Navarra en las Crónicas
Reales de Francia



-¡Ah del Castillo! ¡Paso franco al rey de Navarra y a sus dos hermanos los condes de Longueville y de Beaumont!

-Lo siento, pero la reina Blanca ha dado orden expresa de no dejar pasar a nadie, ni siquiera a vuestras señorías.

-¡Un rey no discute con guardianes de torre! ¡Id a decirle a mi hermana que estamos aquí si no queréis acabar colgando de las almenas que con tanto celo defendéis!

-Estoy aquí, Carlos, no hace falta que nadie vaya a buscarme. Siempre es un placer reencontrarse con toda la familia, ¿qué se os ofrece?

-Tan bella como siempre, querida Blanca. La princesa más hermosa de estos tiempos, al decir de todos los cronistas. Pero no haréis honor a vuestra fama de sabia si permitís que hablemos a gritos, vos ahí arriba y nosotros a este lado del rastrillo...

-Lo que tengas que decirme, querido hermano, bien puedo escucharlo desde aquí. Además, Felipe me avisó anoche de vuestras intenciones, así que hasta puedes ahorrarte el sermón.

-Felipe siempre ha sido tu consentido, Blanca. La culpa es sólo mía por contárselo. Debí suponer que correría a prevenirte. Bien, en cualquier caso eso me ahorra tediosos preámbulos: ¿Quién te has creído que eres para disponer de tu persona sin consultármelo?

-¡Soy la reina de Francia! Y ahora mismo podría, si así lo deseara, ordenar que os lanzaran desde ese cadalso una lluvia de saetas, de piedras o de pez hirviendo. Hasta puede que el reino me lo agradeciera si así lo hiciese...

-¿Qué reino, desgraciada? Desde luego no el de Navarra...

-Bien se ve que la ingratitud es cualidad de reyes, y no de reinas. Olvidas que si aún llevas esa corona sobre la cabeza, y aún ésta sobre los hombros, a mí me lo debes, que tuve que ir a pedir de rodillas a mi hijastro el rey Juan que te perdonase la vida tras tu última derrota...

-¡Tú eres la que olvidas a quién debes obediencia y a qué familia perteneces! La dinastía de Evreux, mucho más noble y legítima que la de los Valois, que ahora malgobierna Francia, tiene unos intereses muy concretos, y tú, como el resto de nosotros, debes plegarte a ellos.

-Tu mezquindad es ciertamente insoportable, Carlos. Vuelves a olvidar que me obligásteis entre todos a casarme con Felipe VI, uno de esos Valois que ahora tanto detestas. Pero entonces te pareció una oportunidad excelente para, por medio de mi sacrificio, intentar convertirte en el verdadero gobernante de este reino. ¿Acaso puedes imaginar lo que supone tener que acostarse cada noche con un viejo de sesenta años? ¡Por Dios, yo sólo tenía dieciocho! Tuve que aguantar sus babas y sus asquerosos toqueteos hasta que murió. Y todo para que tú pudieras jugar a ser el noble más poderoso. Lo único bueno que me quedó de aquella pesadilla ha sido mi hija Juana.

¿Y encima ahora te atreves a acusarme de que no he pensado en Navarra, cuando lo he dado todo por ella, hasta la llave de mi habitación? Pero nunca más, ¿me oyes? ¡Nunca más! Pasaron ya los tiempos en los que te hubiera echado sin dudar mi trenza desde este balcón para que subieras a refugiarte de la fiera reata de enemigos que tú mismo te has ganado con tu indigno proceder.

Más aún, por mi parte puedes hacerte definitivamente a la idea de que pasaron también los tiempos de las princesas con trenza. Mira: con la misma espada de nuestro padre procedo a cortarme la mia. Pero no creas que llevaré el pelo corto para ser una novicia de uno de esos conventos donde querías recluirme, sino como muestra de mi libertad de elección para decidir qué es lo mejor para mí en todo momento. Y si no puedes aceptarlo, será mejor que te quedes encerrado en alguno de tus castillos, porque aunque puede que desafortunadamente yo no llegue a conocerlas, estoy segura de que llegarán épocas en las que todas las mujeres, y no sólo las reinas, podrán hacer lo mismo, y entonces los hombres como tú, harán bien en callarse para no demostrar aún más claramente su estupidez.

Tómala, ahí te la lanzo. Toda para ti. Puedes usarla como nueva cimera para tu yelmo, si eso es lo que más te place. Te la entrego como garantía de que nunca más me darás órdenes. Y ahora os aconsejo a los tres que vayais a calmar vuestros ánimos al pueblo cercano. En la posada tenéis preparado vuestro alojamiento. Cuando hayáis meditado sobre lo que os he dicho, os franquearé mi puerta y, como hemos hecho siempre, defenderemos entonces a Navarra y a la familia los cuatro juntos. Partid. Nos veremos mañana.

-Ya te dije que era más inteligente que nosotros tres, Carlos. Además, creo que tiene mucha razón en todo lo que dice...

-Sí, será mejor refugiarse en el vino malo de la taberna, Felipe, porque como lleguen esos tiempos que ha dicho Blanca, estaremos ciertamente apañados. Me dan escalofríos sólo de pensarlo...




Dibujo del siglo XVIII de una
vidriera en la que aparecía
representada Blanca de Navarra.


-Pero Blanca, ¿qué te ha pasado?

-¿Qué ocurre, Miguel, tan horrible estoy con el pelo corto?

-No. Tú nunca podrías estar fea, ni aunque lo intentases. Pero saliste de esta habitación de una forma, y vuelves de otra completamente distinta...

-No sabes la gran verdad que encierran tus palabras. Pero dejemos eso ahora. Abrázame mientras me sigues contando cómo es Pamplona. Ya sabes que aunque somos paisanos, me sacaron muy niña de allí...

-Tiene tres burgos o poblaciones, cada uno de ellos con fuertes torres para defenderse. El palacio de vuestros antepasados está en el de Navarrería, y la muralla que lo protege tiene la misma leve inclinación que la que adopta tu cuello cuando, absorta, te enfrentas silenciosa a alguno de esos problemas para los que sólo tú acabas encontrando solución. Al norte la protege un monte no muy elevado, pero del mismo color verde intenso que tu vestido de mayor gala. Su catedral está hecha con sillares muy bien ajustados, cuyo tono cambia a lo largo del día, como el de la piel de las labradoras durante el verano, y un río llamado Runa separa la ciudad de un cinturón de campos de trigo, tan dorados como tu diadema...

-No suena nada mal, pero ¿cuánto habrá de cierto en la descripción de un poeta?

-Tienes mucha razón, Blanca. No te he dicho la verdad. En realidad tu cuello es horrible, deberías cubrirlo cuanto antes con una toca de anciana o de monja; tu vestido verde está todo remendado y pasado de moda; hay una arpía tallada en el claustro de la catedral igualica que tú; y cualquier día robaré tu diadema para empeñarla y poder huir lejos de ti. Todo lo demás era cierto...

-¡Pero bueno! ¿Y no sabes que podría hacer que te encerraran a perpetuidad en este donjon por querer mentirme de una forma tan zalamera?

-Vaya que si lo sé, Blanca, vaya que sí...



© Mikel Zuza Viniegra, 2011

sábado, 13 de agosto de 2011

CON ESTRELLA



Castillo de Sancho Abarca, Bardena Negra, 4 de agosto de 1237

-¿Cuánto tiempo decís que llevan nuestras tropas intentando tomar esa fortaleza?

-Pues no sabría deciros, Majestad. Va para tres años ya que reináis, y para cuando vos llegásteis a Navarra, vuestro tío hacía por lo menos siete que ordenó sitiarla. Y no creáis que vuestra divisa no ha ondeado todavía sobre su torreón, que según el recuerdo de los soldados más viejos, eso ya ha ocurrido al menos en cuatro ocasiones. Pero el rey don Sancho era muy aficionado a los naipes y los dados, casi tanto como el rey don Jaime de Aragón, y cada vez que se encontraban, entre discusiones sobre si era mejor el vino de Murchante o el de Cariñena, acababan jugándose todos estos pueblos de la frontera, a veces de uno en uno, y en otras ocasiones todos a la vez. No sabemos muy bien quién ganó la última vez, pero el caso es que sobre Sancho Abarca luce la enseña aragonesa.

-¿Y por qué no se me había informado aún de este asunto?

-Eso deberíais preguntárselo a vuestros chambelanes, Sire. Por mi parte, puedo aseguraros que llevo pidiéndoles refuerzos y máquinas de guerra al menos desde San Miguel del pasado año, pero aún no he recibido respuesta...

-Pues señor capitán, habéis tenido suerte de que anduviese yo por estos parajes buscando una atalaya apropiada desde la que poder observar el acontecimiento estelar de la noche de San Lorenzo la semana que viene, que ya me han dicho en Tudela que no hay lugar como éste para la observación de los astros. Redactad de nuevo vuestras peticiones, y os juro por mi fe de caballero que en siete días volveré con todas ellas para poner fin a lo que mi tío no supo terminar. Y traeré también a cierta dama conmigo, para que pueda recoger en su tiara todas las estrellas errantes que caigan sobre Sancho Abarca...

Y dicho y hecho, la semana pasa febril en el castillo de Tudela, mientras una legión de carpinteros construye tantos ingenios y proyectiles como los que debieron usarse en la toma de Jerusalén. Y llegado el día once, los dos enamorados encabezan una nutrida hueste, seguida de multitud de carretas con las máquinas ya engrasadas.

-Mi señor don Teobaldo, bien está que me hayáis ofrecido contemplar las estrellas caedizas de esta noche, pero lo que no entiendo es cómo vamos a poder hacerlo envueltos en estos tráfagos guerreros, y sobre todo con esas nubes tan negras que cubren el firmamento...

-Mi excelente señora doña Marquesa López de de Rada, nunca es mal momento para aumentar nuestros dominios con un castillo tan señalado como es aquél hacia el que nos dirigimos. En cuanto a las centellas que decís, y según tengo entendido, nunca han desamparado estos fenómenos celestes a los reyes de Navarra. Pensad que hasta yo mismo las llevo representadas en mis monedas...

Estoy convencido de que Dios proveerá, mientras os recito los últimos versos que he escrito para vos. Aunque si me lo preguntan, tendré que asegurar que los compuse para la reina, que es mujer muy celosa y podría tomaros inquina, de lo cual sentiría yo muy gran pena...

Y llegados al cabezo del Fraile, que así se llama el monte donde se asienta el castillo, ordena el rey rodearlo con todas las catapultas que trae consigo, y hace gritar muy alto a sus heraldos para que puedan oirle desde la torre donde se ha acantonado la guarnición aragonesa, que al ver la fortísima tropa que traen esta vez los navarros, acepta de mil amores la oferta que les hace don Teobaldo de que serán respetadas sus vidas si abandonan inmediatamente Sancho Abarca. Hasta rinden los sitiadores honor a la señera cuando el álferez aragonés la enarbola al pasar entre ellos para refugiarse en Tauste.

Y mucho se congratula el rey de Navarra de que diez años de combates hayan acabado sin efusión de sangre. Lo que no parece tener tan fácil arreglo es lo de rasgar el telón de negras nubes que casi seguro les va a impedir observar las aladas lágrimas del mártir que, según cantan las procaces coplas de la soldadesca, pedía con mucho valor a sus verdugos que le dieran la vuelta en la parrilla donde lo estaban friendo, porque aún tenía frías aquellas importantísimas partes masculinas que el rey don Pedro I se curó en Aralar en otra gloriosa ocasión, ya relatada en estas crónicas...

Pero, como bien sabe cualquiera que haya practicado estas artes, no es cuestión de prometer algo a una dama tan entrañable como doña Marquesa, para luego no concedérselo. Así que don Teobaldo, siempre tan despierto, ordena a sus hombres que prendan fuego a todos y cada uno de los proyectiles que hasta allí han acarreado y, calculando a ojo de buen catapultero las trayectorias -naturalmente se encarga de ello el probo Sagastibelza-, para que no afecten al castillo recién recuperado, da orden el rey de que sean todos lanzados en dirección oeste-este, asegurándose muy bien de que vayan a caer en despoblado, y con el mandato preciso de que, cuando salga por los aires el primer proyectil, cada artillero posterior lance consecutivamente su bala justo tras rezar un padrenuestro, para que no salgan volando todas a la vez y acabe la diversión nada más empezar.

Y una manta de fino cordobán está ya dispuesta sobre un pequeño promontorio para que los dos amantes puedan contemplar comodamente tan singular lluvia de estrellas. Y hace descorchar entonces don Teobaldo una botella de Champaña, que es vino muy rico y espumoso propio de su tierra natal, y que ha hecho traer envuelta en hielo consevado en las neveras de Pamplona, esa ciudad donde, si ya no sientes frío, es que has debido dejar atrás hace rato las murallas que rodean sus tres barrios.

El choque de las dos copas de cristal en el silencio de la noche, es precisamente la señal convenida para que comience el espectáculo que, efectivamente, resulta mucho más lucido que el de los auténticos meteoros venidos de la constelación de Perseo, que nunca hay forma de ver en las noches de estío, pues siempre está Navarra tan envuelta en nubes como dicen que lo estaba el monte Olimpo, la morada de los dioses griegos. Además, de esta novedosa manera, las estelas ígneas quedan grabadas mucho más tiempo en los cielos, y así resulta mucho más sencillo pedir todos los deseos que uno imaginarse pueda...

Y es fama que una de las ardientes balas alcanzó tan tremenda rapidez en su periplo celeste, que al sobrepasar la velocidad del sonido -según explicaron luego los sabios de la morería de Tudela-, provocó tan tremenda explosión que los asustados vecinos de los pueblos cercanos pensaron que se había abierto la boca del infierno, de tal forma que hubo de decretar don Teobaldo, ante sus muy justas quejas, que en adelante el ruido más molesto que hubiera de soportarse en la Bardena, fuese el de los gardachos deslizándose hacia sus guaridas, y que si alguien se atreviese a contravenir en el futuro tal medida, fuera conducido de inmediato a las mazmorras del castillo de Monreal.

Y así, entre copas de champaña, estrellas fugaces, y muchos versos y abrazos, pasaron la velada doña Marquesa y don Teobaldo, un rey tan galante y afortunado, que fue capaz de conquistar la misma noche a los errabundos astros, al magnífico castillo de Sancho Abarca y a la muy caprichosa dama doña Marquesa...


© Mikel Zuza Viniegra, 2011

jueves, 11 de agosto de 2011

DERROTERO



Pamplona, Torneo de la noche de San Lorenzo del año del señor 1368

-¡Quédate en el suelo, viejo, o vas a conocer lo que es el verdadero dolor!

El verdadero dolor... ¿Y qué sabrás tú, pobre fantoche, sobre el verdadero dolor?, piensa mientras trata de incorporarse. Pero su caballo, tan viejo como él mismo, ha caído sobre su pierna, y apenas puede moverla. No está rota, pero sólo porque la greba que protege su pantorrilla ha resistido el tremendo golpe. La enésima abolladura del casco se le clava sobre la nuca, y un hilillo de sangre bordea su cuello hasta ir a perderse dentro de su boca. Paladea una vez más ese sabor a hierro...

Si le hubieran dado una espada nueva por cada vez que ha tenido que tragarse su propia sangre en los últimos años, ahora tendría la mejor panoplia de la cristiandad. El guante ha salido volando, y al menos uno de los dedos de su mano derecha está roto. El peto ha aguantado mejor, y parece que las costillas que le atormentan son únicamente las malcuradas de anteriores combates.

-¡Si osas ponerte en pie, voy a tener que matarte, viejo!

La multitud chilla ebria de emoción cuando el conmocionado caballero clava su escudo en la tierra y se aferra a él para ir levantándose poco a poco, como un boj herido por el rayo. Está mareado, y no ve nada por su ojo izquierdo, probablemente porque la ceja se ha roto y la sangre brota a borbotones. Se apoya en su espada para sostenerse mientras embraza el escudo y recupera la posición de guardia.

-¡Tú lo has querido, condenado viejo!

Y siente un terrible golpe de maza que quiebra las poco reforzadas tablas del broquel primero, y el brazo que las sostenía después. Esto sí es dolor verdadero, le da tiempo a pensar justo antes de recibir un segundo mazazo, que esta vez rompe el casco definitivamente. Otra vez vuelve a caer al suelo con estrépito, y desde allí, con él único ojo que le queda sano, ve como muchas mujeres del público tapan su rostro para no contemplar tan salvaje espectáculo. La armadura, que una vez, hace muchos años, fue tan brillante como el espejo de una reina, ahora luce el color escarlata de la sangre derramada por su dueño. Ya no se ve tampoco la rosa amarilla de Alejandría que iba grabada en la coraza...

-¡No te levantes, maldito viejo! ¡No lo hagas o empuñaré mi espada!

Pero lo hace. Y sin escudo, el golpe desviado por su tambaleante brazo derecho va a dar de lleno sobre el izquierdo, reventando la codera y clavándose hasta el hueso. Ahora procura caer sobre el lado derecho, porque teme que si lo hace sobre el brazo que acaba de recibir el tajo, vaya a desgajársele del cuerpo.

-¡Ríndete ya, loco del demonio. Ríndete o muere!

Tres caídas, como las Nuestro Señor en Jerusalén. Y muchas más a lo largo de una trayectoria plena de fracasos y derrotas, sin damas preocupadas por su vuelta, ni castillos dorados en los que guarecerse de la tormenta.
¡Quédate en el suelo! -se dice intentando el engaño más difícil, ese que supone vencerse a uno mismo-.

Pero no. En su desmadejada cabeza ya no caben más que las palabras de Martín Lobo, su primer adiestrador cuando no era más que un simple escudero, allá en el palacio de Artieda:

-"Ganar, perder por poco o por mucho, gustar a los que están viéndoos o desagradarlos, eso son circunstancias ajenas al sentido que debe tener cada una de vuestras acciones en el transcurso de un torneo. Hay que luchar para sentirse bien en el combate, para disfrutar con él. Hay que golpear y esquivar para notar que se aprende cada día, que tiene sentido la preparación. Y cuando notéis todo ello, tendréis la sensación de que estáis viviendo. Importa estar vivo. Pensadlo. Repetidlo cuando ya no podáis más. Hay que seguir.

Seguir, aunque no se vaya a ninguna parte..."

"La vieja música" de Mario Camus


Y de esa bendita tierra de Ninguna Parte -tantas veces anhelada-, sólo le separa ya aquel joven que no para de gritarle que no se levante, así que con las últimas fuerzas que le quedan, arrodillado en el barro, levanta su espada y descarga un tremendo impacto sobre la pierna de su rival, que se parte en dos pedazos sanguinolentos, dejándolo caer al lado del viejo, quien, sacando de su tahalí una fina daga, se desploma sobre él, mientras se la introduce ferozmente por la celada, de la que instantanemente brota un viscoso río bermejo que va extendiéndose lentamente alrededor de los dos contendientes.

El combate ha terminado, y el viejo es el campeón, aunque no haya vivido lo suficiente para ver su primera y única victoria...



© Mikel Zuza Viniegra, 2011

lunes, 8 de agosto de 2011

INTIMO CORDE COLLEGI



Palacio de Pau, año 1527

Aunque pocos reyes tendrán palacio más hermoso, y es el Bearne territorio pródigo en todo bien, a Enrique II de Navarra, en esas tardes de verano en las que el viento sur, preñado del espíritu de su tierra natal, supera los pirineos y viene a hacerse dueño de las torres y los paseos de ronda, le da por ponerse nostálgico y por lamentar que hace seis años ya, al memo señor de Asparrot no le diera por fortificar convenientemente las principales ciudades navarras, en lugar de lanzarse a conquistar Logroño, que aunque es villa muy rica y famosa por las viandas que se sirven en su rúa del Laurel -que de buena gana él frecuentaría, si no tuviese la entrada vetada en Castilla-, no formó nunca parte del reino.

Y por esa desdichada estrategia, las tropas leales fueron desbaratadas en Noain, y él había tenido que mantenerse en el exilio, al que partió siendo sólo un niño, pero capaz de recordar aún la agradable frescura de la calle mayor de Sangüesa, con la biblia de piedra de Santa María en un extremo, y el amigable San Salvador en el otro. Y en medio, el palacio de los reyes, repleto de recuerdos de los Sanchos, de los Teobaldos y de los Carlos...

Y todo eso se había perdido, aunque estuviera allí cerca, al otro lado de los montes, y bastase un pequeño empujón para recuperarlo. ¡Quién fuese Carlomagno para cruzar por Roncesvalles una vez más!

Ahora se le ofrece la oportunidad de abrir nuevamente ese paso. El rey de Francia, su amigo Francisco, acaba de proponerle que se case con su hermana, la princesa viuda Margarita de Alençon. Negarse sería desairar a su único posible aliado, aquél que puede garantizarle un potente ejército que luche bajo el estandarte de Navarra para la próxima primavera. Pero la novia tiene trece años más que él, nada menos, y tiene fama de ser tan culta e inteligente que, a su lado, cualquier hombre es más molestia que adorno. Hasta dicen que posee una inmensa biblioteca de cien libros, bastantes más que muchos presuntuosos sabios, y exactamente noventa y siete más que los que ha leído Enrique en su vida, pues sólo recuerda haber ojeado el magnífico "Libro de la Caza", recargado de miniaturas y escrito por su antepasado Gastón de Foix, "La Crónica de los Reyes de Navarra del príncipe de Viana", necesaria para conocer la historia de su país, y un pequeño volumen con las poesias de un tal don François Villon, que convenientemente aprendidas, le sirvieron para franquear las puertas de muchas alcobas femeninas. Aún recuerda algún verso suelto:

"Mais où sont les neiges d'antan..."

No, definitivamente no sabe nada de libros, pero ha oído decir que es en Lyon donde se elaboran los más bellos, así que no tarda en enviar a su maestro de capilla hasta allí con el único cometido de hacerse con uno que sea tan excelente que demuestre a Margarita cuánto la ama.

Y a fe que el enviado cumple concienzudamente su labor, pues en apenas dos meses, tiene en sus manos el rey tan preciada joya. Y mucho se sorprende don Enrique al verse retratado con una margarita en la mano.

-¿Creéis que este gesto de la margarita es regio, maestro? Porque me viene a la cabeza una historia de mi antepasado Teobaldo I, que en trance de tener que idear unas nuevas armas para su reino, abandonando para siempre la lúgubre águila negra de su tío don Sancho, propuso al consejo real la adopción de unas rosas malvas como escudo, con sus flores muy bien pintadas, y sus tallos muy verdes y repletos de espinas. Y fue tal la polémica con los viejos nobles, indignados por tener que seguir a su señor a la guerra bajo el emblema de una flor -que según ellos era sólo cosa de mujeres y de campeones de torneo txirrindulari-, que de nada sirvió que les explicara que él mismo las había arrancado de los jardines del sultán de Damasco, y el príncipe hubo de renunciar a su próposito y escoger finalmente un simple blocado de guerra, que más o menos adornado es el que ahora mismo identifica a Navarra...

-Mucho han cambiado los tiempos, mi señor. Y ahora mismo hasta los muy poderosos reyes de Inglaterra ostentan orgullosos el emblema de la rosa. No debéis preocuparos por lo que piensen los demás, si no por lo que opine vuestra prometida, cuyas armas ya se unen con las vuestras en el dibujo que sirve de complemento al que tanto os preocupa...

-A fe que es un trabajo magnífico, y que yo, con o sin flor en la mano, aparezco muy gallardo con ese gabán dorado forrado de armiño, ese jubón azul y ese sombrero y esas medias y bocamangas carmesís. Y decidme, ¿qué es lo que aquí está escrito? Ya sabéis que a los de Sangüesa no se nos da muy bien el latín...

-"Inveni unam preciosam margaritam,
quam intimo corde collegi."
"He encontrado una preciosa margarita,
que he guardado en lo más profundo de mi corazón."

-Espléndido, querido amigo. Si con estos halagos a su hermana no conseguimos que nuestro futuro cuñado nos proporcione más tropas que las que dicen que tuvo a su disposición el cartaginés Anibal cuando cruzó los Alpes a lomos de elefante, es que ya no se reconoce en estas latitudes la enorme importancia de la familia política. Y os digo que ya me veo yo reconquistando Pamplona, Estella, Olite, Tudela y por supuesto Sangüesa.

Y ya juzgaré yo entonces,en pleno triunfo, si no es el momento de recuperar la muy entrañable divisa de las rosas malvas de don Teobaldo...



"Initiatoire Instruction en la Religion chrestienne pour les enffans". Escrito por Johannes Brenz hacia 1527. Se conserva en la Biblioteca del Arsenal de París.

© Mikel Zuza Viniegra, 2011


miércoles, 3 de agosto de 2011

CÍCLICO



Alejandría, Egipto. Año 4910 desde la creación del Mundo.
Año de Cristo 1150.

Ha vivido en Zaragoza, en Toledo, en Córdoba, en Granada, en Túnez y en el Cairo, pero es aquí, mirando la bahia que alumbró el magnífico faro, y cuyas aguas le separan de su anhelada Jerusalén, cuando Yeudah Ben Samuel Ha-Levi, insigne filósofo, médico y poeta, añora esas otras aguas, las que bañan su ciudad natal de Tudela, pues bien dicen que la única patria es la infancia, y la suya transcurrió allí plácida y feliz. Y allí quedó también Esther, su primer amor, que no quiso seguirle en su loco periplo. Aún le parece reconocerla en cada mujer con la que se cruza, y todos los versos de amor que escribe, a ella están dedicados. Éste también:


-¡Oh, amada!, a través de tu carne palparé tus huesos...



Damietta, Egipto. Año de Cristo 1250.
5010 desde la creación del Mundo.

El ejército francés acaba de ser masacrado por Baibars el mameluco en las cercanas dunas de Mansourah. El propio rey Luis ha debido morir o ser hecho prisionero, pero a Guillén Baldovín de Sada, chambelán y representante del rey Teobaldo de Navarra en la hueste, eso le da exactamente igual. Devolver Tierra Santa a la cristiandad dejó de importarle en el mismo momento en que la goleta de los templarios llegó con el último correo de occidente.

Una carta tan triste como un pájaro sin alas le cuenta que su esposa Blanca murió hace dos meses. Ya estará pudriéndose en un sepulcro de piedra, y un torpe escultor que jamás la conoció, habrá convertido ya su piel de sol en roca lunar, habrá redondeado las perfectas almendras de sus ojos, habrá curvado su nariz, que era tan recta como una pluma de azor, y habrá sellado sus labios en un rictus de severa eternidad. A ella, cuya risa reverberaba en los nidos y en las torres...

No, ya nada tiene sentido. Ni siquiera seguir ciegamente la Oriflama de San Denís por estos yermos. Así que en el caos de la batalla pica espuelas y se introduce más y más en aquel insondable desierto, hasta que su caballo cae de puro agotamiento y no hay ya más punto cardinal en torno suyo que una miriada de olas de arena. La cota de malla arde bajo el sol inmisericorde, pero no quiere quitársela, porque era siempre ella quien la bruñía, y quiere sentir su última caricia de hierro hasta el fin.

El último paso lo da para tropezar en una extraña piedra que sobresale en el árido terreno. Excava frenético a su alrededor, apartando tantos granos como los que dicen que llenan los innumerables relojes que guarda en sus palacios el Khan de los Tártaros.

Y surge ante él un rostro de gracia infinita, en el que el artista sí que ha estado a la altura de su modelo. Y puede entonces volver a contemplar la piel morena de Blanca, sus ojos almendrados, su nariz recta, y sus labios en sazón. Hasta lleva puestos su sombrero azul y su collar de gemas y rubíes, exactamente los mismos que compró para ella en la feria de Tafalla. Y sabe que la bella ha llegado...


Y mientras él se incorpora llevándola -como tantas otras veces-, en sus brazos, avanza decidido hacia el corazón de la tormenta de arena que al fin va a unirles para siempre. Y, no sabe muy bien por qué, sólo puede recordar el final de un verso que oyó en la judería de Tudela cuando era niño:

-...para reconocerte en el día de la Resurrección.

© Mikel Zuza Viniegra, 2011