viernes, 26 de agosto de 2011

QUE TODO EN LA VIDA ES SUEÑO


Palacio de Olite, 26 de agosto de 1446

-Por favor, narradme otra vez esos sueños que últimamente tanto se repiten mientras dormís, príncipe Carlos.

-Como queráis, padre confesor, aunque las oraciones que me recomendásteis para ahuyentarlos no han surtido efecto alguno. Es más, ahora también los tengo cuando estoy despierto. De sobra sabéis que nunca me ha resultado sencillo contener mi imaginación, pero estas ensoñaciones van pareciéndome cada vez más y más reales, y empiezan a asustarme de veras...

Sueño que estoy dormido, pero unas extrañas campanillas que no veo me despiertan. Entonces suelto mi brazo contra la mesilla junto a mi cama, y esas campanillas caen al suelo, cesando su estruendo. No parece que tenga criados que me vistan o me sirvan el desayuno, así que he de hacerlo todo yo mismo. Y todo ello vertiginosamente, pues si no salgo pronto de ese cuchitril donde me hallo, pierdo una especie de diligencia de color blanco y verde que va siempre atestada de muchas otras gentes, algunas de las cuales no parecen conocer la existencia del jabón, pues cuando levantan sus brazos para agarrarse a la barra que recorre el techo y evitar así salir despedidos, rancios aromas llenan toda la traqueteante estancia. Cuando consigo abandonarla por fin, hay humo y ruido por todas partes, y he de correr aún más para llegar a un lugar siniestro, donde se arraciman docenas de escribanos. Hay una mesa asignada para mí entre todos ellos, y cuando ocupo mi lugar, centenares de papeles y pergaminos se abalanzan sobre mí, y he de batallar contra ellos durante horas. Yo, que nunca he sabido gobernar mi casa, gastando a manos llenas los caudales que no poseo...

Y estoy enfrascado en esas labores hasta que otra de esas campanillas suena, y puedo volver a la cuadra infecta de la que os hablé al principio. Y todos los días son iguales los unos a los otros, y hay cada vez más papeles, y todo es gris, y nadie parece conocerme, y sería total la ausencia de belleza, si no fuese por una escribana que se sienta muy cerca de mi cubil. Y juzgad si no son raros estos sueños míos, pues decidme cuándo se ha visto que un gobernador, ya sea de una próspera nación o de una simple casa, deje sus asuntos en manos de una mujer, por muchas letras que ella conozca. Pero os digo que es hermosa y dispuesta como una heroína de la antigüedad, y que me ayuda cuando ve que no sé resolver la compleja aritmética de esos papeles, en los que yo sólo acierto a escribirle versos de encendido amor, que luego le dejo sobre su mesa, entreverados con esas demoniacas contabilidades. La otra noche, en vez de abandonar esa gran diligencia blanca y verde en el lugar donde acostumbro, ella me invitó a acompañarla hasta su casa, y pasamos allí tan agradable velada, que por vuestra condición de clérigo, prefiero no relataros. Pero en verdad os digo, padre, que ya quisiera yo que la princesa Agnes tomase ejemplo...


Pamplona, 26 de agosto de 2011

-Por lo que me cuenta, Alberto, me parece que sigue usted bastante estresado. Le convendría pedir unas vacaciones en su empresa. Tal vez realizar un viaje. Quizás con esa compañera de trabajo de la que me ha hablado alguna vez...

-¿Quién, Marisa? Pero si no sabe ni quien soy. Nunca me he atrevido a decirle nada. Volvemos todos los días a casa en la misma villavesa, y nunca hemos cruzado ni media palabra. Nunca se me ha dado bien acercarme a las mujeres, y con ella la cosa no iba a resultar diferente. Los números. Esos sí que se me dan bien...

La verdad, Doctor, es que empiezo a no ver la necesidad de continuar con esta terapia tan repetitiva y tan cara a la que me está usted sometiendo. Además, resulta evidente que no ha conseguido resultado alguno, pues sigo teniendo los mismos sueños que al principio, y ni sus pastillas ni sus ejercicios conductistas han logrado evitarlos. Y lo cierto es que empieza a costarme cada vez más distinguir entre la realidad y la ficción.

Pero como quiera, se los repetiré una vez más. Lo que sea, con tal de acabar con estas sesiones de una vez. Si se enteran en la oficina de que acudo a su consulta, seguro que tendré problemas. Más aún...

Sueño que estoy dormido, de alguna iglesia cercana llega el sonido muy bien templado de unas campanas. Parece que estoy en un palacio, porque la habitación es enorme. Entonces entran media docena de criados que me visten y me sirven el desayuno. Uno de ellos trae un caballo enjaezado cuando salgo al patio, y mientras avanzo por los jardines y galopo hasta las viñas que rodean la ciudad, todos con los que me cruzo parecen conocerme, y muestran por mí un respeto reverencial. Luego me esperan en el salón de audiencias. Siempre hay problemas de dinero, y ha de ser porque los ingresos nunca son tantos como los gastos y porque no parece que las distintas secciones con las que se gobierna el palacio -panadería, cocina, frutería, botellería y escudería-, estén en las manos adecuadas, así que yo procuro reorganizarlas y cuadrar los balances para evitar la más que segura quiebra. Y como de esta manera todos reciben puntualmente su salario, marcha el palacio y el reino entero mucho mejor que antes, y hasta los levantiscos nobles han dejado de conspirar, porque advierten que no les resultaría fácil hallar un gobernante más inteligente y ahorrador que su príncipe...



© Mikel Zuza Viniegra, 2011