viernes, 13 de marzo de 2015

RENACIMIENTO

Roma, al otro lado de la muralla junto a Santa María la Mayor, 12 de marzo de 1506


-¡Más brío con esas palas, señores, que los lansquenetes suizos del Papa deben estar preparando ya su contraataque y el marqués de Bazán -nuestro comandante- quiere que acabemos cuanto antes!

-Aquí me gustaría ver al señor marqués de Bazán, mano a mano con nosotros sacando tierra de esta pútrida mina...

-El marqués de Bazán no sabría distinguir un cofre lleno de sal de otro lleno de pólvora si yo no le indicase antes cuál de los dos es el que detona al arder la mecha. Demasiados años llevo ya sufriendo a generales tan incapaces como él como para no conocer el paño... Aún así hagámosle caso y apresurémonos, porque ciertamente puede que ese condenado traidor de Julio II no se entretenga en demasiadas zalamerías diplomáticas. Aunque os aseguro que por mucho que se esconda en lo más profundo de las catacumbas vaticanas, os aseguro que esta gran explosión que le estoy preparando habrán de oírla él, y sus cardenales en toda la Romaña. Y con ella le hemos de ayudar mucho también a entrar en razón para que vuelva a la alianza con nuestro rey don Fernando, y abandone de una vez la nefasta compañía del rey de Francia. ¡Ah, otra cosa sería si estuviera al mando hoy aquí don Gonzalo Fernández de Córdoba! Gran Capitán le llamamos todos en señal de respeto, y bien merecido tiene su sobrenombre, porque es el único de todos los que me ha tocado servir que sabe lo que hay que hacer en un campo de batalla. Pero este maldito Bazán... Seguro estoy de que ha de meternos en algún mal brete.

-Pero don Pedro, vos sois también conde...

-Sí, de Oliveto. Un mísero lugar entre montañas en el reino de Nápoles. Don Gonzalo se empeñó en que ya que -como de costumbre- no llegaba la paga, aceptase al menos ese título honorífico, porque ventaja más tangible que acrecentar mi honra no me proporciona, os lo juro. De todas maneras hijo de pastores nací, allá en el reino de Navarra, y no necesito más tratamiento protocolario que ese. Si soy mejor militar que los que habitualmente nos mandan, vosotros habréis de decirlo. Las victorias que jalonan nuestro camino así parecen indicarlo, y los centenares de enemigos muertos a nuestro paso también. Ahora nuestro rey nos ordena luchar contra el Papa, y si mañana me hace combatir al Diablo -si acaso Julio II y él no son la misma persona ya- he de obedecerle sin rechistar como un soldado debe hacer siempre.
Sabéis tan bien como yo para que estamos aquí: primero excavaremos un túnel bajo la muralla, luego lo llenaremos de pólvora, y en menos de lo que cuesta rezar una salve, esos paredones que dicen que resistieron a Atila se vendrán abajo con tal estrépito, que nuestro ejército podrá convertir hoy mismo en establo el castillo de Sant Angelo si así nos place.

-Muy optimista os veo, señor, que hay demasiadas piedras en este terreno como para que avancemos tan rápido como pensáis...

-¿Piedras? ¿No os he contado que en mi tierra natal muchos de mis paisanos se echan al hombro hasta alguna de veinte arrobas? ¡Dejadme ver cuál es la que frena vuestro trabajo, pero sobre todo no ceséis de apuntalar el túnel con toda la madera que sea necesaria!

-No hay forma de mover esta, don Pedro. Es demasiado grande.

-¿Demasiado grande, decís? ¡Dame esa maza y aparta! Bat, bi, hiru... eman!

-¡Eh! ¿Pero qué...? ¡Es un brazo! ¡Un brazo de piedra, señor!

-De mármol, más bien. Y esto de donde lo he desprendido con mi golpe es un torso... Es una estatua. Y de la mejor traza, al parecer... ¡Retiremos toda la tierra que la cubre!

-¡Debe ser la efigie de un mártir!

-Me temo que estas tierras italianas guardan en sus entrañas más dioses que santos, pero sea lo que sea es soberbia. Mucho mejor que las que he visto en alguno de los palacios que ocupamos mientras conquistábamos Nápoles. ¡Y es enorme, medirá el doble que cualquiera de nosotros! Ved el sufrimiento de su rostro: ¿no es exactamente igual al de tantos moribundos que vamos dejando por esos campos de Dios?

-¡Y mirad, don Pedro: tiene una figura más pequeña a cada lado! ¿Y eso que les rodea, no son acaso las serpientes más grandes que hayáis visto nunca? ¡Tenéis que advertir al marqués de Bazán!


-Sí, es cierto. Habrá que decirle que por esta vía será imposible continuar con nuestro empeño. Tendremos que empezar a excavar por otro lado. Una obra como esta no merece ser destruida.

-No lo ha de aceptar de buen grado, veréis...

-¿Habéis perdido la cabeza, señor don Pedro Navarro? ¿Acaso creéis que nuestro rey nos ha enviado a Roma a ver estatuas? Además no deja de ser curioso que pretendáis salvar esta, cuando yo mismo os he visto reducir a cenizas templos enteros sin que os temblara el pulso...

-Porque iglesias como esas las hay en cualquier sitio, señor marqués, pero otra figura como esta, que ya no sé cómo deciros que vayáis a ver, seguro que no la hay en el mundo. Hasta un niño sería capaz de verlo.

-¡Todas las estatuas me parecen igual: pasatiempo para necios! Vos siempre andáis repitiendo a vuestros hombres que un soldado debe obedecer sin rechistar, así que haceos caso a vos mismo y acabad de inmediato el túnel que ya habéis empezado. Y mandad esa condenada imagen al infierno con una buena carga de pólvora, si es preciso. Cualquier otra protesta por vuestra parte la tomaré como una insubordinación, y por muy conde de Oliveto que os hagáis llamar, por Dios que la pagaréis con vuestro cuello. ¡Y ahora salid inmediatamente de mi tienda, tenéis mucho trabajo que hacer!

-Antes hay otro asunto que vos y yo debemos tratar, señor marqués. ¿Habéis oído lo del espía francés que se ha infiltrado en nuestro campamento?

-No he sido informado de tal cosa...

-Pues al parecer tiene órdenes de acabar con vuestra vida. Por supuesto he ordenado redoblar la guardia, pero ya sabéis cómo son estos franceses: muy escurridizos, capaces de introducirse en cualquier lugar. De hecho, creo que está aquí, con nosotros, y que trae una daga igual que esta, con las tres lises en la empuñadura, que yo le arrebaté a un monsieur muy elegantón en nuestra última escaramuza. ¿No os parece que sería una buena firma de vuestro asesinato, y que ninguno de nuestros hombres sospechará de nadie que no sea francés si la encuentran clavada en vuestro gordo vientre?

 -¡Han matado a nuestro comandante! ¡Ha sido un maldito perro francés, lo he visto huir hacia la ciudad! ¡Perseguidlo!

-¡Don Pedro! ¿Y vos: estáis bien?

-Sí. El muy hideputa me sorprendió al salir de la tienda del marqués. Intenté perseguirlo, pero estas piernas ya no me siguen como cuando era mocete en Garde...

-¿Y qué hacemos ahora?

-Afortunadamente, nuestro bravo general pudo darme instrucciones con su último aliento: me ordenó que comenzásemos un nuevo túnel, pues no era razón destruir con el que ya habíamos comenzado una obra tan magnífica como esta estatua.

-¿Y qué haremos con ella, llevárnosla con nosotros?

-Naturalmente que no: somos soldados. Hoy estamos aquí y mañana pueden enviarnos a Bujía  o a Avignon. Acabaríamos convirtiéndola en mil pedazos. No. Volveremos a taparla con cuidado, y cuando entremos por fin en Roma, y el Papa tenga que pagar para librarse de nuestra presencia, yo mismo me encargaré de negociar con uno de sus cardenales la venta -bien cara- de nuestro descubrimiento. Sabéis que les encanta rodearse de antigüedades, supongo que así duermen más felices pensando que son más cultos y sensibles que el resto de los mortales, pero vosotros y yo sabremos siempre que si esta venerable figura se ha salvado ha sido porque el corazón de piedra de unos brutos como nosotros sólo podía conmoverse con el tremendo sentimiento que expresase otra piedra igual de dura.


Aunque yo me quedaré de recuerdo con este brazo de mármol que le arranqué sin querer, que seguro que el Papa podrá pagar a quien pueda reemplazárselo. Además, tengo entendido que en realidad estas antiquísimas estatuas pierden mucho en prestancia y belleza si cuentan con los dos brazos. Me lo contó un mercenario griego cuando asaltamos las costas de Milo, ¿os acordaís...?




© Mikel Zuza Viniegra, 2015

lunes, 9 de marzo de 2015

ALADO

Santuario de San Miguel de Aralar, 9 de marzo de 1894


-¡Movsha, baja el caballete y los útiles de pintura de la mula, y ten cuidado, no vaya a darte una coz!

-Sí, maestro Isaak.

-¿Cómo he de decirte que no me llames maestro, que me llames simplemente Isaak? Llevamos casi ocho meses fuera de la patria rusa y aún no he conseguido que me apees el tratamiento, ¿me harás por fin caso ahora que ya no estamos en Francia?

-Sí, maestro.

-Bueno, la testarudez es siempre un rasgo de los buenos artistas, Movsha... En cualquier caso déjame hablar a mí, me temo que estos popes católicos no vean con muy buenos ojos que un par de judíos enviados por el Zar de todas las Rusias pretendan obtener imágenes de ese antiquísimo retablo que tanto ponderó a su majestad imperial nuestro cónsul en Biarritz...

-Pero usted me dijo que había dejado una espléndida limosna para garantizar que nadie pusiera trabas a nuestra misión, ¿no es cierto?

-Eso es al menos lo que vía telegráfica aseguró a sus superiores de Moscú, que son los que nos han enviado aquí. Ya te dije también que el Zar Alejandro III es un gran coleccionista de arte: mientras el pueblo ruso muere de hambre él gasta auténticas fortunas en reunir en sus palacios las piezas más selectas sin reparar en gasto alguno. Sin embargo, mala política es preferir el arte al bienestar del pueblo, y probablemente a él o a sus descendientes les acabará costando mucho más caro de lo que piensan... Pero volviendo a las obras de arte, las que a pesar de todo no puede conseguir, ordena reproducirlas exactamente a los pintores y orfebres más reputados de Europa. A muchos de ellos los has podido conocer en nuestra reciente estancia en París.

-Sí, maestro. Y nunca podré agradecerle lo suficiente que me escogiera entre todos los alumnos de la academia para acompañarle.

-Eras tan pequeño como ellos, Movsha, pero todos pretendían pintar como adultos excepto tú. Nunca pierdas esa capacidad de pintar como un niño: será tu sello. Ningún otro artista podrá arrebatártelo nunca. Aprende de todo lo que hemos visto estos meses, incluso de lo que yo mismo te voy enseñando, pero nunca cambies tu forma de pintar el mundo. Ese es el mejor consejo que puedo darte. Venir a este templo a copiar el retablo del que habló el diplomático a nuestro Zar es el pago que acepté dar a cambio de obtener una beca para poder conocer las obras de los grandes maestros que ahora mismo pintan en Francia, la meca de todas las artes. Y ciertamente hemos visto ya muchas cosas nuevas, así que cuanto antes cumplamos nuestro cometido, antes podremos regresar a nuestra querida Rusia. Pero llamemos ya a la puerta, que aunque para lo que estamos acostumbrados en nuestra tierra, esto de que la nieve nos llegue hasta la rodilla es sólo una broma, comienza a hacer un poco de fresco...

-¿Son ustedes los enviados cuya llegada nos anunció el cónsul ruso? Tienen suerte de que pasase dos cursos de seminarista en Toulouse y domine la lengua francesa, porque si no sería imposible entendernos. Veamos... Así que usted es Isaak Ilich Levitán, pintor famosísimo en su tierra y correspondiente de la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo. Y este mozalbete es su criado, Movsa Jatskelevich Shagálov, ¿no es eso? Bien, pues como quedó pactado con el representante del Zar, tienen ustedes permiso para realizar los bosquejos que quieran de la joya más importante que aquí custodiamos, aparte de la propia imagen de San Miguel, claro está. Bien entendido que no habrán de molestar el normal transcurso de los oficios sagrados, y que desafortunadamente tendrán que convivir estos días con obreros menos especializados que ustedes dos: las últimas tormentas han levantado el tejado de la zona del presbiterio, por eso como pueden ver hemos tenido que instalar un andamio que llega desde el altar hasta la bóveda.

-No se preocupe, a nosotros dos nos bastará con una mesa y un par de bujías que nos alumbren el retablo. Por cierto, ¿podríamos verlo ya?

 -Por supuesto. Pero como artistas supongo que les interesará contemplar antes la efigie de San Miguel, ¿no es cierto? Interpreto por sus nombres que no son cristianos, ni siquiera de la rama ortodoxa que rige en su país, pero al menos apreciarán la fina labor de orfebrería de la talla...

-Y no solo eso, señor capellán, que la religión hebrea reconoce y adora a los ángeles tanto o más que la suya propia, ¿no es así, pequeño Movsha?

-Por supuesto: mi babushka me contaba siempre muchas historias preciosas sobre ellos para que yo se las dibujase, aunque este me parece que muestra un gesto demasiado adusto en su cara...

-¿Quién puede saber algo sobre el carácter de los ángeles? Serios o no, son ángeles al fin y al cabo. En cualquier caso buena costumbre es esa que seguías con tu abuela, Movsha. Procura que esos mismos ángeles de tu infancia te acompañen siempre: te aseguro que habrá momentos en que los necesitarás. Y ahora veamos ya lo que nos ha traído hasta esta montaña...

-¿Qué les parece? Su cónsul nos dijo que creía nuestro retablo muy digno de presidir el iconostasio de la catedral de San Basilio en Moscú...


-Pues que tenía razón: desde luego es una de las contadísimas obras de arte ante las que el Patriarca y el Zar debieran inclinar sus cabezas. He visto en Rusia tablas pintadas de un estilo parecido, pero jamás una de esmaltes de tanto mérito como estos.

-¿Y creen que podrán dibujarlo a entera satisfacción de su emperador? Miren que este arte de los antiguos no admite demasiadas réplicas...

-El buen arte y su sentido son la misma cosa hace ocho siglos que ahora. Se me ha encargado dibujar esta maravilla, y lo haré a la medida de mis pobres facultades, procurando molestar el discurrir diario de este santuario lo menos posible. De hecho me gustaría empezar cuanto antes, si es posible.

-Como deseen. Ordenaré que lleven sus maletas a sus habitaciones, pero ustedes son libres de empezar su trabajo cuando gusten.

-Gracias, señor capellán. Le garantizo que con una semana será más que suficiente para llevar a cabo nuestro propósito.



Y hay constancia de que Isaak Levitán trazó unos dibujos de tal calidad y perfección, que a decir del chantre de la catedral de Pamplona, don Mariano Arigita -que pudo contemplarlos-, costaba distinguirlos del original, salvo que unos eran de papel y otro de cobre sobredorado, de tal forma que si los órfebres del Zar querían alguna vez reproducir el retablo para sus colecciones artísticas, podrían hacerlo mejor que si lo tuviesen delante.

Pero un dato más desconocido de la estancia de este gran maestro ruso en San Miguel de Aralar, es que su último día en el santuario, y a pesar de que habían asegurado al capellán que lo aprovecharían para dar unos últimos retoques a los diseños, lo emplearon realmente Isaak y Movsha en trepar por el andamio hasta la bóveda, y que allá, bajo la supervisión de su respetado maestro, el niño dejó trazado un ángel igual que los que pintaba para su babushka, puede que para que el circunspecto titular del santuario tuviese por fin un compañero de juegos con el que poder revolotearlo todos los días desde la portada hasta el ábside.

Pero como los ángeles y los hombres no miden el tiempo por igual, éste del que hablamos no revelaría su presencia a los mortales hasta que volviera a filtrarse agua por el recién reparado tejado, pues emplearon los dos artistas rusos una pintura especial en su realización, una que sólo reaccionaba con la humedad. Y el caso es que a pesar de los durísimos inviernos de aquellas alturas, el agua no volvió a empapar aquella zona hasta más de un siglo después de los hechos que venimos narrando, haciendo que la enigmática figura se apareciese de repente ante los ojos de muchos peregrinos en pleno 2011, igual que cuentan precisamente que se apareció San Miguel a don Teodosio de Goñi, muchos, muchos siglos atrás...





Por cierto, que aquel niño: Movsa Jatskelevich Shagálov, acabó siendo conocido como Marc Chagall. De él dijo Picasso: "Cuando Chagall pinta, no se sabe si está soñando o despierto. En algún lugar dentro de su cabeza tiene que haber un ángel."

Autorretrato de Marc Chagall
Y tenía toda la razón, porque desde luego creo que ningún otro artista -al menos desde aquellos del Treccento italiano, que siguen ostentando el record mundial de ángeles pintados- ha pintado a los ángeles tanto y tan bien como Chagall...












© Mikel Zuza Viniegra, 2015