viernes, 19 de julio de 2024

EL TERCER ENTIERRO DEL PRÍNCIPE DE VIANA Y LA GUERRA CIVIL DE 1936 (1ª PARTE)

Creía haber tratado prácticamente todos los aspectos sobre la figura histórica del príncipe de Viana, hasta que preparando una conferencia recientemente reparé en las muy peculiares características que rodearon un hecho del que ya me había ocupado por encima en mi biografía “Príncipe de Viana. El hombre que pudo reinar”: la vuelta de sus restos al monasterio de Poblet en 1935, lugar donde había sido enterrado ya en 1491, lo que constituyó su segundo entierro, pues primeramente había sido sepultado en la catedral de Barcelona, donde permaneció nada menos que treinta años, hasta ese primer traslado. Así que en puridad, el de 1935 fue su tercer entierro. Cosas de los príncipes... 

 Resumiéndolo mucho, la historia del príncipe no acaba con su muerte, porque los catalanes se empeñaron en fomentar su fama de santidad, y aunque la Iglesia no la reconoció oficialmente, su devoción se mantuvo en el citado monasterio durante mucho tiempo, exponiéndose a la veneración pública durante siglos, como demuestra esta estampa de finales del siglo XVIII cuya leyenda dice:

«Retrato del Sr. Principe de Viana D. Carlos, hijo Primogenito hijo del Rey Don Juan II de Aragon y de la Reyna D. Blanca de Navarra; cuya vida sembrada de espinas produce desde su ocaso una caudalosa fuente de milagros para todas enfermedades, con solo el Tacto de su odorífero Cuerpo o de su ropa; preservándole el Altísimo, con admirable integridad, y sin conocer el ceniciento polvo, en el Panteón Real del Monasterio de Poblet. Murió en Barcelona a 23 de Setiembre de 1461, de edad de 40 años» 

De hecho, se le cortó el brazo derecho a su cadáver y se colocó en un relicario para tocar más cómodamente a los enfermos que acudían a curarse. Así siguieron las cosas hasta que en 1835, con la desamortización, el monasterio quedó abandonado y las tumbas fueron saqueadas, quedando todos los huesos de reyes, príncipes y nobles desperdigados por el suelo. Entonces el párroco del cercano pueblo de la Espluga de Francolí los recogió –todos mezclados- y los metió en siete grandes cajas, que años más tarde fueron llevadas a la catedral de Tarragona. 

Pero la historia tampoco acaba aquí, porque en 1935, un diplomático, escritor y hasta egiptólogo catalán, don Eduard Toda (amigo de Gaudí), consiguió que las autoridades eclesiásticas le permitiesen buscar los restos del príncipe de Viana, verdadero ícono de la historia de Cataluña y de Navarra, en aquellas siete cajas que permanecían en la catedral de Tarragona. 

Eduard Toda presidía entonces la Comisión de Monumentos de Tarragona, y queriendo iniciar la restauración del monasterio, pensó impulsarla con el retorno de los restos del príncipe de Viana a Poblet, idea que fue muy bien recibida por la ciudadanía, gracias a campañas de radio, conferencias y artículos de prensa, que contribuyeron a crear un clima favorable.

¿Pero cómo hacerlo, si los restos de más de 110 personas estaban completamente mezclados en esas cajas?

Pues con bastante desparpajo -que vemos que no le faltaba, como demuestra esta fotografía de sus tiempos como cónsul en El Cairo, donde aparece disfrazado de momia egipcia- porque buscó los restos de un hombre de unos cuarenta años al que le faltase el brazo derecho, que recordad se le había cortado para hacer un relicario.

Con eso le pareció suficiente para confirmar su identidad, así que en medio de una ceremonia verdaderamente regia, como vemos en las fotografías publicadas por el Diario de Navarra, se le volvió a enterrar en Poblet el 20 de octubre de 1935.

Para conocer aquel acto tan singular (un tercer entierro de alguien que había sido ya inhumado, primero en 1461 en la catedral de Barcelona y luego, en 1491, en el mismo Poblet), podemos acudir a las hemerotecas de Diario de Navarra y de la Voz de Navarra, los dos principales periódicos navarros de entonces, que trataron de ello en sus ediciones del martes, 23 de octubre de 1935.

El enviado de Diario de Navarra no fue un simple reportero, sino su propio director: Raimundo García, más conocido como “Garcilaso”, que por aquel entonces simultaneaba su puesto con el de diputado por el bloque de las derechas navarras en Madrid.

A todos nos puede sonar más o menos su nombre y actividades, hay mucho publicado sobre ellas, así que bastará para conocerle mejor un par de muy descriptivos párrafos de la Wikipedia:

“En la década de 1920 marchó como corresponsal a la Guerra del Rif, donde trabó amistad con los militares africanistas que años después se sublevarían contra la II República desencadenando la guerra civil española.

Fue diputado en las Cortes durante la dictadura de Primo de Rivera y en la Segunda República, en 1933 y 1936, por el Bloque de Derechas. Fue muy activo en contra del Estatuto Vasco-Navarro y el nacionalismo vasco. Participó intensamente en la conspiración contra la República, fue enlace civil del general Mola en 1936 y junto a él autor del bando que llamaba a la sublevación armada el 19 de julio.” 

Con esos mimbres, no pueden extrañar a nadie los augurios –bien negros- con los que trufó su crónica sobre el entierro de los restos del supuesto (luego lo explicaré) príncipe de Viana en Poblet, que ocupó toda la primera plana de su periódico.

 

Como veréis, empieza fuerte: 

Estaba anunciada para este domingo, día 20 de Octubre, el traslado del Principe de Viana—Carlos IV de Navarra—desde su enterramiento apresurado y provisional en la Seo de Tarragona al cenobio de Santa María de Poblet, donde yacía en paz desde luengos años en la compañía de otros reyes y de donde le echaron las turbas revolucionarias__ a él y a todos— en Julio de 1835, año de negra memoria, ahora hace cien años. Había que venir a Poblet para velar y acompañar al Príncipe de Viana; y mientras haya un hueso de él en cualquier parte, allí habremos de ver a Su Alteza los que mucho le amamos, como si estuviera entero y vivo.

Luego va describiendo prolijamente los alrededores del monasterio, cómo sería la ceremonia, y como habían sido aparejados los restos mortales pero intercalando a la vez su raca-raca faccioso favorito:

Se abre la capilla de San Jorge, capilla ardiente hoy del Príncipe de Viana. Los Mozos de Escuadra, en posición de firmes, montan la guardia ante el féretro que guarda los huesos de Carlos IV de Navarra. Es una caja de madera de nogal forrada de terciopelo negro. En los costados tres escudos repetidos: Navarra, en la cabeza; Aragón en los píes; EvreuxNavarra, en el centro. La tapa es toda de cristal. Dentro de la caja, una cabeza monda, encapuchada, y una mano sobre el hábito blanco, puesta a la altura del corazón. El bulto que hace un pie, levantando el extremo del hábito del Cister Con Que está amortajado el Príncipe, hace pensar que todo el cuerpo de Su Alteza está entero allí. La mano fina, entera y morena; los dedos, recogidos en un gesto natural; la cabeza, entera también, pero estropeada la cara. La frente, que guardó tantos pensamientos de amor y de dolor, que ardió y se quemó en ansias de saber y se amargó de melancolías y desganas, parece todavía fresca o ardiente, según los pensamientos del instante. Una extraña ficción de párpados, acaso los párpados mismos, exhibiendo las cuencas vacías de los ojos, inquieta el ánimo. Más de una hora estuve con el príncipe a solas, repasando la Historia de su vida y la de su pueblo. La suya está dentro del blanco hábito que envuelve sus huesos. La de su pueblo no morirá nunca si el pueblo quiere. Y en cualquier momento está a tiempo de volver a ser lo que no pudo ser su Príncipe Carlos: Señora de las Españas. El tiempo presente es propicio y Navarra es fuerte.

 

Recordemos que esto está escrito a finales de octubre de 1935, apenas cinco meses antes de que el gobierno republicano, incomprensiblemente, decidiera nombrar al general Mola comandante militar de Navarra. Y recordemos también cómo Garcilaso lo conocía –a él y al resto de militares africanistas- desde mucho antes, por lo que no puede entenderse lo que escribió en su crónica de un hecho que aparentemente no tenía nada que ver con la actualidad política de los años 30, sino como un claro aviso de lo que pronto iban a desencadenar sus amigos y él mismo.

Continúa su artículo dando cuenta de quienes estaban presentes en Poblet: 

En el presbiterio nos ofrecieron sitios preferentes a los representantes de la Generalitat; a la Excma. Diputación de Navarra, en su Presidente don Juan Pedro Arraiza; a la representación parlamentaria, en mi persona, al ilustre catedrático señor Maneva y Puyol, que representaba a Aragón; a los señores don Constancio Fernandez y Sáinz de Huarte y a don Gregorio Correa y Sáinz de Azuelo, que ostentaban la expresa representación del Excmo. Ayuntamiento de Viana; al diputado a Cortes don Manuel Irujo y al beneficiado de nuestra catedral don Onofre Larumbe.

Podemos ver cómo don Raimundo fija la “representación parlamentaria” exclusivamente en su persona, aunque tres líneas más adelante se vea obligado a indicar que también estaba presente el diputado navarro del PNV don Manuel Irujo, pero como éste había sido elegido por Gipuzkoa, no lo incluye en la representación de Navarra. Volveré sobre este asunto. 

Continúa la crónica: 

Se había dispuesto que llevasen los huesos del Príncipe desde la capilla de San Jorge hasta su sepulcro en el crucero del templo la. Excma. Diputación de Navarra—Navarra—, el representante de Aragón, un representante de la Generalitat y el representante parlamentario de Navarra allí presente D. Juan Pedro Arraiza y el señor Moneva y Puyol tomaron en sus hombros el féretro por la cabecera; por los pies, lo tomamos sobre los nues tres el señor representante de la Generalitat y yo, que asumí en acto tan solemne como el mayor honor posible la representación de mis ilustres compañeros y la de DIARIO DE NAVARRA, de que no puedo despojarme en parte alguna y menos cuando voy a llevar al hombro un pedazo glorioso de la inmortal historia de Navarra. Conmigo estaban todos los de la casa y los que nos leen. 

Da cuenta después de un detalle curioso que se produjo al final de la ceremonia:  

Terminado el responso solemne, se produjo una escena que la muchedumbre presenció con emoción. Un ordenanza de la Excma. Diputación de Navarra era portador, detrás del féretro, de un saquete que contenía tierra de Navarra, llevada a Poblet por encargo de las señoritas de Arraiza, Para que el Presidente de la Diputación la pusiera en el sepulcro del Príncipe Carlos. Un sacerdote ilustre y benemérito, don Jaime Barrera, arqueólogo eminente y uno de los obreros ilustres de esta restauración del Monasterio de Santa María de Poblet, levantó la tapa de cristal. Entonces, tomamos unos puñaditos de tierra de Navarra y la desparramamos sobre la mortaja blanca. Y sobre la fina mano que el Príncipe tiene medio cerrada sobre el corazón, pusimos un poco de tierra de su patria y de su Reino. La emoción de este instante y le emoción de todo el curso de este traslado puede sentirla el que lea, supliendo con su patriotismo lo que falta en el relato. Vuelta a cerrar la caja, la metimos en su sepulcro. Don Onofre Larumbe y Pérez de Muniain rezó un responso antes de ser metido el féretro en el sepulcro. Fuera ya del templo, muchos navarros que viven en tierras de Tarragona y Barcelona y que habían acudido a rendir homenaje al Príncipe de Viana, se repartieron la tierra pamplonesa que había sobrado. 

Nuevas y terribles advertencias políticas, cuando narra que ha de regresar a Madrid:  

Yo he de tomar ahora el tren para Madrid. Cuanto me rodea carece de sentido. Lo que me espera en la capital de la República lo tiene tan hostil a cuantas emociones han embalsamado el alma y el corazón estos dos días, que espero el tren como si el tren fuese figura de la barca de Caronte. ¡Cabeza del Príncipe, bermeja a luz de los cirios, envuelta en la capucha de albo lienzo! iMano del Príncipe, a medio cerrar sobre el corazón, como queriendo acariciarle o tomarle del pecho para ofrecérnoslo en recuerdo de la visita! ¡Mortaja del Príncipe, blanca mortaja de San Bernardo, mortaja del Císter hecha de cánticos a la Virgen entonados a media noche por corazones varoniles que supieron renunciar! ¡Quién pudiera, cantar con la angustia del pobre poeta enfermo del mismo mal que el Príncipe de Viana: Llevadme con vosotras! ¡Pero este negro tren por la negra noche me va a llevar a un círculo infernal! ¡Y a un basurero. A un basurero que hay que limpiar pronto, pronto, pronto! ¡Ese embrollo del juego y otros embrollos! 

El último párrafo, donde descalifica al régimen republicano como “basurero que hay que limpiar cuanto antes”, no ofrece dudas sobre la conspiración que se estaba preparando y de la que él era pieza fundamental. Cómo ninguna instancia oficial pudo actuar para frenarla ante semejantes anuncios públicos y publicados, es un misterio que nunca llegaré a entender. La traca final, por supuesto, también es de antología:  

Llego a Madrid hoy lunes. ¡Hay un hondo rencor en el ambiente! Huyo de él y me, refugio en los recuerdos imborrables del Príncipe que dejamos ayer en el panteón real del Monasterio de Poblet. Y pienso en Navarra y en España toda, en lucha también, como el Príncipe de Viana—amador y poeta, filósofo y piadoso—contra otro Juan sin Fe. 

Y esto sí que ya es la auténtica karaba: compara al príncipe de Viana con los futuros sublevados y a su padre, Juan II, con la República. No se puede tener menos conocimiento y más mala fe, porque apenas ocho meses después, esos “amadores y poetas”, esos “filósofos y piadosos” que Garcilaso invoca, causarían cientos de miles de muertos en España, y al menos 3700 asesinatos en Navarra, donde ni siquiera hubo frente de guerra. Desde luego, acogerse a la figura del príncipe de Viana para defender semejante orden de cosas, se me hace ciertamente rastrero y fuera de toda medida, como lo es comparar acontecimientos del siglo XV con otros que nada tienen que ver del XX. 

Pero si para lavar su negra conciencia de conspirador, Garcilaso necesitó recurrir a semejante disparate, por lo menos podría haber tenido en cuenta que el príncipe Carlos de Viana representó en su época el gobierno legítimo, lo mismo que la II República lo encarnó en la suya. Y que Juan II fue siempre un mero detentador de un gobierno que no le pertenecía, lo mismo que el régimen franquista a partir de 1936. 

CONTINUARÁ... 

 

 ©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2024