miércoles, 12 de septiembre de 2018

DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA


Podéis creerlo o no, pero una vez, estando en Barcelona, paseando bastante distraídamente por los puestos del Mercat dels Encants, pensando en encontrar algún viejo tebeo de la editorial Bruguera o de Vértice, lo que hallé por pura casualidad fue un pequeño cuaderno, de tapas de hule negro, que desafortunadamente contenía ya muy pocas hojas de las que originalmente debió albergar, pues apenas una docena seguían sujetas al lomo. De ellas sólo siete tenían algo escrito. Leí sorprendido la etiqueta engomada en la portada:

Apuntes de Juan Iturralde y Suit, años 1891-1894

Por supuesto me llamó inmediatamente la atención aquel nombre, miembro de la Comisión de Monumentos de Navarra desde el año 1866, autor de varios libros narrativos e históricos y también dibujante de gran mérito. Sabía que no hace demasiados años algunos libros de su biblioteca -fácilmente reconocibles por su ex-libris- habían salido a la venta, así que no me sorprendió demasiado encontrarme este otro resto del naufragio. Tampoco me extrañó hallarlo en Barcelona, ciudad en la que Iturralde murió en 1909.

Intenté negociar el precio con el vendedor, pero no hubo forma de que bajase ni un céntimo la exagerada cifra que me pidió por aquellos maltrechos papeles. Sabía perfectamente que si seguía regateando con él, daría por cierto que estaba yo dispuesto a pagarle aquella barbaridad, lo cual me resultaba realmente imposible, así que opté por rogarle que me dejara fotografiar aquellas páginas, con la excusa de enviárselas a un amigo que es quien verdaderamente estaría interesado en comprarlas. Pero el taimado comerciante sólo me permitió sacar una foto. Tuve que elegir a toda prisa, casi sin poder leer la picuda y apretada letra del cuaderno, así que fotografié con el móvil la página numerada con el cinco.

Me marchaba al día siguiente, y quería ver todavía muchas cosas, así que no pude mirar detenidamente la foto hasta que llegué por la noche al hotel. Las notas parecían el fragmento de un acta oficial. Las transcribí cuidadosamente en el portátil. Venían a decir lo siguiente:

...Emprendiéronse las obras el dia 8 de Mayo de 1891, bajo la dirección del arquitecto vocal de la Comisión de Monumentos, Sr. Ansolega, en la forma siguiente: después de levantar algunas grandes losas del pavimento del coro, próximo al sepulcro de los reyes D. Carlos III el Noble y su esposa D.ª Leonor, penetróse en la pequeña bóveda que existe bajo dicho monumento, conocida ya y explorada en épocas anteriores; en ella se encontraron dos ataúdes de construcción moderna, conteniendo el de la derecha un cráneo bien conservado, restos de otro, varios huesos y harapos que debieron ser vestiduras (de las cuales sólo se distinguían trozos de dos mangas adornadas con filas de pequeños botones de tela) y un tubo de plomo que encerraba un documento de papel (probablemente un acta, colocada allí en alguna de las ocasiones en que se abrió aquella tumba) que fue imposible leer por estar completamente deshecho y borrado, a consecuencia, sin duda, de no haber sido soldado el tubo convenientemente. En el ataúd de la izquierda había cuatro cráneos grandes, fragmentos de otro de niño, muchos huesos y una masa informe compuesta de jirones o hilachas de ropa y telas. Supúsose que esas osamentas, que por su estado de conservación parecían de muy distintas épocas, eran las de D. Carlos III, el Noble, y su esposa D.ª Leonor, antes nombrados, y las de algunos reyes o príncipes enterrados en la Catedral románica que se derrumbó en el año 1390, los cuales pudieron ser depositados posteriormente en aquel sitio...

Rebusqué entonces en Internet hasta hallar un artículo digitalizado de la Comisión de Monumentos que recordaba haber leído en papel hacía unos cuantos años. Efectivamente: ambos textos coincidían  al cien por cien, así que el que yo había fotografiado debía ser el borrador manuscrito del publicado en Pamplona en 1915, referido a las excavaciones llevadas a cabo por la Comisión en la bóveda regia de la catedral de Pamplona.


Sin embargo, en la imagen de mi teléfono habían entrado dos párrafos más. Uno de ellos era lo que unos días después, en el Archivo General de Navarra pude comprobar que no era más que otro borrador de un acta de la Comisión de Monumentos, concretamente la nº 324, de 25 de abril de 1893. Decía así:

"...Reunidos los sres. Iturralde, el Marqués de Echandía, Ansoleaga, Robles, Polit, jefe de Fomento, y Campión a las cuatro de la tarde en la Santa Iglesia Catedral, bajaron a la cripta o enterramiento de los Reyes de Navarra, debajo del sepulcro de don Carlos III el Noble que se halla situado en el coro, contemplaron con el mayor respeto los restos mortales de personas reales que en dos ataúdes están depositados, y después que el sr. Polit y algún otro sacerdote hubieron rezado responsos por el eterno descanso de aquellas, se depositó el acta levantada al efecto, en el ataúd de don Carlos el Noble..."

Pero el otro párrafo de mi fotografía, por más que inquirí posteriormente en los registros de actas, no hubo forma de hallarlo, lo cual tampoco resulta demasiado raro, si tenemos en cuenta que indudablemente no fue escrito para que lo leyeran extraños, porque lo que decía era lo siguiente:

"10 de mayo de 1891: ... Al poco de entrar por primera vez en la cripta, y mientras Campión y los demás escuchaban (o fingían escuchar) las siempre aburridas explicaciones de Ansoleaga sobre la técnica constructiva de aquel macabro lugar, aproveché que ellos eran quienes portaban los quinqués de petróleo para acercarme en la oscuridad a la caja que contenía los restos de quien debía ser Carlos III el Noble y, sin que los demás repararan en ello, extraje de su dedo un pequeño sello o anillo de plata dorada con un lazo heráldico, como trazado a golpe de compás, tallado en él. Lo guardé en mi bolsillo y al llegar a casa lo deposité en..."

¡El texto se cortaba justo allí, en lo más interesante, para continuar en la siguiente página! Huelga decir que apenas dormí, con la idea fija de acercarme al mercat en cuanto amaneciese para hacerme con aquel cuaderno como fuera, a pesar de que mi tren salía a las 10'30 horas. Estaba en los Encants desde las seis y media, pero aunque en aquel dédalo no era fácil orientarse, y aunque recordaba perfectamente el rostro del vendedor, no hubo forma de encontrarlo.

Mientras regresaba a Pamplona en el bamboleante vagón, fui maldiciendo mi suerte y, de pura rabia, hasta borré aquella foto. Suerte que en el portátil conservaba las transcripciones que había hecho, y que me han permitido desde entonces y hasta hoy mismo elucubrar sobre dónde iría a parar aquel anillo decorado con el triple lazo, que quizás fuera el signeto original con el que Carlos III el Noble sellaba sus documentos más importantes.

Ni siquiera considero que Iturralde hiciera mal al llevarse el anillo, que muy probablemente habría acabado desapareciendo de todas formas, sobre todo teniendo en cuenta que, muy pocos años después, ocupó el obispado de Pamplona José López-Mendoza, uno de los mayores responsables de que no hayan llegado a nuestro tiempo joyas maravillosas del arte navarro, que él se encargó, muchas veces personalmente, de malvender a anticuarios sin escrúpulos.



Al contrario, sabiendo que Iturralde y Suit consiguió, a base de un trabajo ímprobo, que se conservase lo que hoy nos queda del palacio de Olite (porque muchos otros bárbaros estaban deseando arrasar incluso lo que a finales del XIX había llegado), casi lo veo como un trato entre él y el rey Carlos, que le habría agradecido así sus desvelos para mantener su memoria y recuerdo.

Una memoria y recuerdo que, muchos años después, cuando se llevó a cabo la restauración total de la catedral de Pamplona, en la década de los 90 del siglo XX, no pareció importar demasiado a los encargados de realizarla, porque, que se sepa, ni siquiera mostraron interés por volver a entrar a la cripta donde supuestamente descansan los restos de los reyes de Navarra. Al menos no queda ninguna prueba gráfica o testimonial de que los arqueólogos hubieran entrado en ella.

Cosas incomprensibles de la historia del arte navarro...



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2018