viernes, 16 de diciembre de 2016

ACONTECIMIENTO EN PAMPLONA


Palacio Real de la Navarrería, 15 de diciembre de 1183

-La verdad es que no termino de entender vuestras reticencias, señor maese...

-Majestad: considerad que prácticamente estamos ya en invierno, y que el tipo de construcciones que se precisan para un evento como el que planeáis no resistiría las lluvias e incluso las nevadas que la estación traerá consigo.

Sancho VI el Sabio,
en Villava
-¡Vaya! No sabía yo que entre las muchas ciencias que domináis estuviera también la de la meteorología. ¿Cómo podéis prever si esos días lloverá o nevará? Más bien parece que no tenéis ganas de cumplir mi regio deseo.

-Con todo respeto, majestad, pero creo que deberíais recordar que esos "regios deseos" vuestros pueden llevaros derecho al Infierno, porque están condenados por la Iglesia...

-Mucho os agradezco, señor maese, que os preocupéis tanto por el futuro de mi alma inmortal. Preocupación de la cual deduzco también profundos conocimientos teológicos que añadir a vuestro ya citado dominio meteorológico y a la más que probada destreza que demostráis en vuestro oficio...

-Bueno, majestad, sobre esos campos concretos mis conocimientos sólo pueden catalogarse de modestos, pero es cierto que la ingeniería no se me da mal.

-Pues llegados a este punto, señor maese Sagastibelza, ¿podéis indicar a vuestro rey -si no os sirve de mucha molestia- por qué os empeñáis en no querer levantar el palenque y las gradas necesarias para celebrar un magno torneo en la capital de mi reino, que tengo previsto que sirva para que mi hija Berenguela y su futuro esposo, Ricardo de Aquitania, puedan conocerse?

-¡Oh, señor! ¿Y vos, que sois conocido en todo el reino por el justo apelativo de "Sabio", tenéis el feo detalle de preguntarme tal cosa? Pues he de deciros que me preocupa sobremanera la estabilidad de esas gradas. Pensad que toda Pamplona querrá estar allí presente, y que sabiendo que nuestra población ha llegado a la escandalosa cifra de dos mil habitantes, los materiales necesarios para resistir semejante peso por fuerza habrán de desequilibrar vuestro presupuesto. Lejos de mí colaborar en tal locura.

-¿Pero es que también sabéis de economía? Quizás debiera nombraros mi canciller y quitarle el puesto de una vez a Ferrando Pérez de Funes, el cual se pasa todo el día dibujando en vez de pensar en la política matrimonial de mis hijas, que es para lo que realmente le pago.

-No, no, majestad. Yo de lo que verdaderamente sé es de lo mío. Recordad si no cómo os advertí de que esa herrumbrosa pasarela que ordenasteis colocar entre Argaray y el palacio del Obispo acabaría por ceder, pues ya sospeché yo que no tenía su autor los cálculos precisos bien hechos.

-Y mucho os lo agradezco, honorable Sagastibelza, que por eso mismo está ahora encerrado en la mazmorra del castillo de Monreal, donde tendrá mucho tiempo para corregirlos. Pero esta historia sólo prueba una vez más que sois vos el indicado para construir lo que os pido.

-El caso es que, bien mirado, no disponéis tampoco de tantos caballeros como para comprometerlos en semejante riesgo. No sería yo buen consejero vuestro si no os advirtiera además del desastre que supondría dejar desguarnecidas las fronteras con Castilla y Aragón, solamente para que unos presumidos puedan mostrar públicamente su fanfarronería...


-¡Bueno, pero esto es ya el colmo! ¡O construís las gradas y el palenque como os he ordenado o vais a hacer compañía al señor arquitecto en la cava del castillo de Monreal, como vos prefiráis, maese Sagastibelza!

-Está bien, majestad. Cumpliré vuestra orden, pero conste que tengo unos dolores en la espalda que según me dice el físico han de obligarme a coger la baja con total seguridad...

-¡Sancho, Fernando, hijos míos! ¡Perseguid a este bergante y vigilad que construya lo que le he pedido! Y si se sale una libra, un sueldo o un dinero del presupuesto... ¡A Monreal con él!


Y aquí se interrumpe el documento que contenía esta historia, así que no sabemos qué cosa pudo ocurrir después. Pero cree este cronista que en realidad el empeño del probo Sagastibelza en que no hubiera torneo en Pamplona, encerraba un secreto muy especial que buscaba lograr dos objetivos principalmente.

El primero que el bobalicón príncipe inglés no llegase nunca a esta ciudad. Y el segundo, que debió ser en realidad el más importante, que su desidia constructiva terminase por acarrearle la prisión en Monreal, castillo del cual era tenente -fíjense ustedes qué cosas- la hermosísima infanta Berenguela.

El resto podemos los demás imaginarlo, aunque ciertamente resulte siempre complicado meterse en la cabeza de un maestro de ingenios tan bueno como Sagastibelza.

ENLACE AL BLOG DE MANUEL SAGASTIBELZA SOBRE BERENGUELA DE NAVARRA


©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016