El 14 de julio de 2005 cerró para siempre sus puertas el cine Príncipe de Viana de Pamplona.
Era el cine más bonito que teníamos en la ciudad, o al menos así lo recuerdo yo, que vi bastantes películas aposentado en sus butacas. Sufrió dos remodelaciones para convertirlo en multicines, lo cual afectó seriamente a su sala principal, que aunque no perdió del todo su trasnochada elegancia, ya no volvió a ser exactamente lo mismo.
Sobre su pantalla, casi en el techo, las armas heráldicas de quien daba nombre a la sala.Y a ambos lados de la pantalla dos grandes murales con escenas de la vida del príncipe (un banquete regio y un séquito de damas y caballeros con Olite al fondo), en los que yo acostumbraba a dejar vagar la imaginación y que afortunadamente sobrevivieron a todas las renovaciones.
Sala original del cine Príncipe de Viana Año 1940 |
En estos más de diez años que han pasado desde aquel infausto cierre -motivado quizás porque dicen que la gente prefiere ahora ver películas en pantallas cada vez más pequeñas y no en una grande, hay que ser gilí- los ilustres responsables de Cultura del Ayuntamiento de Pamplona no encontraron un momento que dedicar a esos dos testimonios de la historia del cine en la vieja Iruña.
Hay que comprenderlos, tuvieron taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaanto trabajo los pobres, que ni Ignacio Perez Cabañas (concejal de Cultura en el gobierno UPN-CDN entre 2003 y 2007), ni Fermín Alonso (concejal de Cultura por UPN en las legislaturas 2007-2011 y 2011-2015) hallaron un instante de tregua en sus apretadísimas agendas para buscar un hueco en el que instalar los dos murales del antiguo cine príncipe de Viana.
Y no faltaron espacios, que conste, pues en esos años se construyeron todos los horrendos Civivox, algunos de ellos dotados con salones de actos en los que muy bien podrían haber tenido acomodo ambas pinturas, aunque quizás por su tema y por su antigüedad, donde mejor podrían haber encajado es en el único que se salva de la atroz fealdad que los caracteriza a todos: el del Condestable.
Pero allí tampoco tuvieron cabida los murales de Santonja, así que deben -y remarco lo de deben, porque tratándose de patrimonio histórico-artístico pamplonés yo ya no doy cheques en blanco a nadie- seguir cogiendo polvo en algún ignoto almacén municipal repleto de cajas de madera, quizás compartiendo espacio (¡oh, cruel fatalidad!), con un cactus polvoriento, un monopatín gigante y también con la inolvidable "Escarranchada" -"Eskarrantxada Askatu!" gritábamos mis amigos y yo llevados sin duda por una romántica mezcla entre la dipsomanía de fin de semana y el síndrome de Sthendal, en aquellos años en los que el Ayuntamiento acudía en plan Paco Martinez Soria a Arco, y volvía cargado del material con el que ni por asomo están hechos los sueños-, y allí siguen esperando que algún tarado los recuerde.
Y ese tarado, naturalmente, es un servidor de todos ustedes.
Quien sabe, hasta puede que viera yo en los cines Príncipe, ciego de palomitas y de caramelos York's -los de fresa eran mis favoritos- "En busca del arca perdida", que como todos los cinéfilos y cinéfilas que me lean recordarán, se cerraba en uno de esos enormes y siniestros almacenes.
Aunque como yo no tengo nada que ver con cierto estado del medio-oeste norteamericano (y eso que hacer el indio siempre se me da fenomenal), adoptaré por esta vez el papel mucho más castizo de Biurdana Jones para rogar encarecidamente a la actual concejala de Cultura del Ayuntamiento de Pamplona, Maider Beloki, y por elevación al alcalde Joseba Asirón, que recuperen esos dos murales que forman parte del imaginario cinematográfico de generaciones de pamploneses y los saquen de una vez de la caja donde duermen -tan inmerecidamente- el sueño de los justos.
Escalera del Condestable |
EXPOSICIÓN IDEAL DE LOS MURALES EN CONDESTABLE |
Sala de la Filmoteca de Navarra |
Pero el caso es que ambos murales son de tal tamaño, que no caben en dicha sala de proyecciones, así que la propuesta de la escalera de Condestable me parece la más apropiada para rescatar del olvido a estos dos últimos testigos de la historia del cine en Pamplona-Iruña.
Total: para tenerlos metidos en una caja, mejor es que cinéfilos más jóvenes o simples curiosos de las cosas de la Ciudad, puedan contemplarlos como hicieron tantas y tantas generaciones de predecesores en esto de dejar los problemas a un lado en cuanto aparecían en pantalla la bola del mundo de la Universal, el león de la Metro, la señora tirando a romana de la Columbia, el monte nevado de la Paramount, la firma en forma de escudo de los hermanos Warner o el luminoso Twenty Century de la Fox.
Y si a fuerza de dar la lata conseguimos que vuelvan a lucir los fantasmas del Príncipe en esa escalera, uno que yo me sé puede que se pase allí las horas muertas, con tal de volver a sentarse cerca de una de esas benditas pinturas para dejar volar la imaginación, acompañando nuevamente al príncipe de Viana mientras come o divisa, allá en lontananza, el maravilloso palacio de Olite...
© MIkel Zuza Viniegra, 2015