domingo, 5 de enero de 2014

MAGOS

5 de enero de 1462, en algún punto de la Merindad de Olite

-Saltimbanquis, recitadores, puede que hasta equilibristas, pero ¿magos? ¡A quién se le ocurre!

-Podéis dar gracias vosotros dos de que se me ocurriera la idea al encontrar este viejo libro de magia en el mercat dels Encants, si no seguiríamos los tres en las calles de Barcelona, entreteniendo a verduleras y pescateros, en lugar de vernos aquí, bien vestidos, cabalgando buenos caballos y ya muy adentrados en Navarra con la misión de divertir al rey. Los monarcas ahora quieren magos, no simples volatineros.


-Lo que aún no puedo entender es cómo pudo fijarse en nosotros la reina doña Juana Enriquez, que es quien nos envía. Y es que hay que reconocer que somos pésimos artistas. Cualquier otro titiritero de los que actúan en el carrer del Bispe es mucho mejor que nosotros.

-¿Vas a saber tú más que la reina? El caso es que le gustamos y que cree fervientemente que también agradaremos a su marido, el rey don Juan II.

-Esa es otra. A Quimet y a mí no nos hace mucha gracia amenizar las fiestas de ese tirano. ¿Es que no recuerdas cómo trató a su propio hijo, el príncipe de Viana, al que llevó a la muerte hace apenas unos meses?

-¿Y os hace más gracia pasar hambre como hasta ahora? Dejad que los reyes y los príncipes diriman sus cuitas como mejor les plazca. Mientras a nosotros nos paguen bien...

-¿Pero cómo vamos a entretener nosotros al rey? Si no sabemos hacer nada...

-Habla por ti, Joan, que yo soy el mejor malabarista a este lado del Mediterráneo. Mirad si no como manejo estos tres bolos a la vez. ¿Pero dónde habéis metido el tercero? No importa, este cartapacio servirá ¡Ale hop!

-¡Suelta eso, estúpido, es el mensaje que doña Juana nos dio para que se lo entregásemos al rey!

-¿Qué dices? ¡No me desconcentres! ¡Mira lo que has conseguido: se me han caído los tres!

-¡Dios, se ha roto el sello de cera y el pergamino se ha salido de la funda! ¡Recógelo antes de que se manche, imbécil!

-¿Qué haces ahora, Martí? ¡No lo leas, es un mensaje que sólo puede conocer el rey!

-¿Y quién se lo va a decir, vosotros? Pero esto... ¡No puede ser!

-¿Qué pasa, qué dice ese papel?

-Escuchad, me temo que se han aprovechado de nosotros:

"De Juana, vuestra humilde esposa y servidora en Cataluña. Salud. Como en vuestra última carta me encargasteis, he estado recogiendo y revisando los abundantes documentos que vuestro hijo el príncipe de Viana dejó en palacio. Más allá del montón de deudas y facturas que eran de prever, todo lo relacionado con sus proyectos políticos lo he arrojado al fuego, como me ordenasteis. Y leídas todas esas quimeras pacifistas, es muy de agradecer a Dios y a todos los santos que se lo llevasen con ellos tan rápido, aunque vos y yo tuviésemos que ayudarles un poco con ese dulce vino del Priorat que tan bien enmascara hasta el veneno más potente...

Pero ahora todo eso ya es agua pasada, esposo mío y sin embargo he de daros cuenta de un incómodo descubrimiento que he hecho entre esa montaña de pliegos e infolios. Naturalmente no desconocéis que el príncipe Carlos tenía tres bastardos que, al contrario que los vuestros, compartían la desdichada y asendereada existencia de su progenitor. Ahora los tengo bien custodiados y dependen enteramente de vuestra regia voluntad, y si juzgáis que deben acompañar en el Cielo a quién les dio el ser, no seré yo quien me oponga a vuestros deseos... 

Habéis de saber, pues, que encontré anotaciones manuscritas de don Carlos que confirmarían la existencia de otro bastardo suyo más, que crece ahora mismo desconociendo su ascendencia en el hospicio para huérfanos que la causa beaumontesa mantiene en una aldea llamada Beire. Al parecer vuestro traicionero hijo planeaba traerlo consigo a Barcelona, aunque no estaba seguro de poder reconocerlo, pues sólo tenía una carta de su difunta amante para asegurarse. El niño habría nacido pocos meses después del obligado exilio al que sometimos a don Carlos, a finales del año 1456, así que ahora tendrá unos seis años, Juan.

Vos y yo tampoco podemos estar seguros. No sabemos cuál de esos niños allí refugiados será una nueva fuente de problemas para nosotros, igual que lo fue su difunto padre. Además, es peligroso dejar ni la más mínima esperanza a los partidarios del príncipe, pues vos sabéis tan bien como yo que la esperanza es el mayor combustible del corazón humano. Basta que los beaumonteses se enteren de la existencia de ese niño, para que la chispa de la rebelión vuelva a prender con fuerza incendiaria en toda Navarra otra vez. Y eso no lo podemos consentir. Así que aunque en ese asilo haya acogidos doce niños de la misma edad, debéis dar orden de matarlos a todos. Pensad que la semilla que no se deje crecer, no se convertirá después en mala hierba...

Este es mi consejo y mi parecer, que os hago llegar con estos tres desgraciados, cuya triste condición de pobrísimos artistas les librará del acoso de las partidas beaumontesas que infestan el territorio. Una vez que os entreguen este mensaje, sois muy libre para decidir también su suerte, que si hasta aquí ha sido siempre miserable, no veo razón para que ahora cambie de sino. Pero sobre todo, no olvidéis enviar a vuestros esbirros a exterminar ese nido de traidores, con su nuevo e infortunado príncipe a la cabeza. 

Dios, como hasta ahora, sabrá sin duda premiar con la tranquilidad que merecemos todos estos desvelos nuestros..."

-¡Será zorra! ¡Ya sabía yo que en este viaje había truco, y no de los que tú sacas de ese condenado libro tuyo, Quimet!

-Estamos metidos en un buen lío: si seguimos hacia Pamplona y entregamos este mensaje a don Juan, doce niños -y probablemente también nosotros mismos- estaremos condenados.

-¡Buenos magos estamos hechos! Tres magos que llegan de Oriente a Navarra para advertir a un viejo y despótico rey de que un desconocido niño puede hacerle sombra, así que para asegurarse de que eso no llegue a ocurrir nunca, el opresor manda matar a todos los críos de la misma edad que con él convivan... ¿No os suena esta historia?



-¡Déjate de cuentos y volvamos riendas ahora mismo hacia casa!

-¡Pero si hacemos eso, la reina no tardará en enviar a otros incautos con la misma orden, y todos esos niños morirán!

-Quimet tiene razón, Joan. Lo que tenemos que hacer es llegar a Beire y salvarlos. Así seremos nosotros tres, y no ese negro demonio que es doña Juana, quienes decidamos este juego.

Y esa misma noche, guiados por las estrellas que el libro de magia indicaba, alcanzaron los tres magos el muy hospitalario lugar de Beire, y enseñando la amenazadora carta de la reina, hicieron comprender a las monjas que regentaban el hospicio la gravedad de la situación.

Cada uno de los doce niños fue entonces enviado a vivir con una familia de confianza, y como en su pobreza no se distinguían en nada los unos de los otros, sólo pudieron distinguir al niño buscado por llevar colgado al cuello desde recién nacido un pequeño trifolio de plata que el príncipe habría entregado a su difunta madre.

Y entregaron entonces al muchacho lo poco que los tres llevaban en los bolsillos: una de las monedas de plata que la reina les había dado para el viaje, una chistera de la que sacar todo tipo de maravillosos objetos y una varita mágica que lo mismo podría convertir al muy malvado mosén Pierres de Peralta en pacífico y manso cordero. Y poseyendo todo eso, estoy por asegurar que no hubo otro príncipe tan poderoso en el mundo como aquel niño.

Y los tres magos se volvieron a su oriental y hermoso país, y vivieron allí de entretener los duros ocios de verduleras y pescateros, pero antes de abandonar los confines del reino de Navarra, enviaron al rey don Juan el mismo cartapacio que les había entregado la reina Juana, pero en vez de llevar el triste mensaje que originariamente portaba, iba relleno ahora de estiércol y carbón prensado, así que en cuanto el sátrapa lo abrió, quedó completamente cubierto de tan poco agradables sustancias.

Y dicen que por más perfumes que empleó, el olor no se le fue mientras vivió, y lo hizo hasta los ochenta años...


©Mikel Zuza Viniegra 2014