viernes, 4 de enero de 2013

CAMINO CARITAT

Tudela, año del Señor 1090 - 2013, 482 - 1434 de la Hégira, 4850 - 5773 de la Creación


Y está formado ya el cortejo a la puerta del castillo, presto a descender el cerro en colorida cabalgata, encabezado como no podría ser de otra manera por los tres reyes tudelanos por antonomasia: don García V Ramirez, don Sancho VI Garcés y don Sancho VII Sánchez.



Abriéndoles camino, y llevando muy bien embrazado el escudo donde campea el águila negra, va su muy leal servidor don Juan Carlos Alfaro, muy elegantemente ataviado con un lujoso collar del que pende un colgante de ágata entre verde y azulada. Levanta su brazo para dar inicio a la marcha mientras recuerda un fragmento de lo mucho que ha escrito sobre tan espléndidos monarcas:

"Recuerda la máxima de mi padre: aprovecha la ocasión cuando se presente, puesto que se presentará. Elige bien a tus consejeros y colaboradores. Mejor si a quienes nombres carecen de ambiciones de poder..."

Va conversando muy animadamente con don Miguel Servet, que además de ser un gran erudito, y buen conocedor del recorrido que la sangre lleva a cabo por todo el cuerpo, es quien evidentemente se ocupará de los problemas sanitarios que puedan surgir en tan inusual desfile.



Al poco de entrar en la ciudad, justo antes de llegar a la iglesia de San Nicolás, se les unen Don Juan Anchorena y Aguirre, autor de "Zorayda, la reina mora", don Guillermo de Tudela y don Abraham ben Meir ibn Ezra. Este último, harto ya de tanto viajar por toda Europa, les dice:

"¿Por qué mientras viva
sentiré el pesar de vivir errante?

Dentro de mí recuerdo       
la bondad de Dios y se desvanece mi dolor".

Y le replica don Guillermo:

"En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, he aquí la Canción que compuso el maestro Guillaume, un clérigo que nació en Tudela, en Navarra. Mas vino pronto a Montauban, como se dice en el relato, y permaneció allí once años..."


Y luego, ya en la rúa,  les salen al encuentro desde la pastelería Zuazu, llevando consigo varias bandejas repletas de alajúes y almojábanas, para que la comitiva pueda reponer fuerzas,  don Juan Antonio Fernández, don José Yanguas y Miranda, don José Ramón Castro, don Julio Segura Moneo y don Luis María Marín Royo, que están a no dudarlo entre los mejores archiveros e historiadores de este reino, y que entre bocado y bocado no tardan en poner al corriente a sus majestades de las últimas andanzas tanto de sus antecesores como de sus sucesores en el trono de Navarra, pues es potestad que tienen los sabios historiadores esta de aprovechar las enseñanzas del pasado para no repetir los mismos errores en el futuro...



Y con estas nuevas incorporaciones siguen todos adelante, para visitar el portal del Juicio de la catedral, que sería muy gran necedad pasar tan cerca y no detenerse a admirar semejante maravilla, y aunque casi no caben todos en tan estrecho callejón, aún se les unen muchos de aquellos sosos bienaventurados  y también de aquellos mucho más interesantes y pícaros condenados, que han decidido abandonar su quietud de piedra al menos por esta noche. Y van los cinocéfalos muy en su papel, corriendo tras los muetes por la esquina del palacio decanal hacia la plaza de San Jaime.




Allí les esperan -comiendo unos pinchos y debatiendo sobre ciertas oscuras interpretaciones del Muqtabis-, don Carlos Aurensanz y don Abu Al-Abbás Ahmad Ben Abdullah Ben Abi Hurayra Al-Qaysi, conocido como el ciego de Tudela. Recuerda el primero al segundo días cargados de triunfo para la media luna:

"Esa misma tarde, los habitantes de Tutila se echaron a la calle para contemplar a la comitiva que atravesó la ciudad en dirección a la puerta meridional. Un total de doce hombres a caballo desfilaron entre la muchedumbre ataviados con sus mejores túnicas de lana y seda y sus cabalgaduras ricamente enjaezadas. Zahir, como representante de mayor edad de los Banu Qasi, acompañaba a Musa junto a Sulaaf, en calidad de jefe militar..."

Y el otro le agradece la épica evocación recitándole una de sus dulces moaxajas:

"Es la gloria del visir Abul Husein,
cuyo influjo y esencia encontrarás si lo deseas,
en la liberalidad de sus rasgos y de sus manos.

Lo hallarás en el foro de la majestad, osado y magnificente;
como un jardín de rosas sus mejillas sonrosadas..."


Y ya muy cerca de la meta, pidiendo silencio a tan ruidosa concurrencia, les recibe finalmente don José María Iribarren, que como para recordarles por qué se han reunido allá, saca su libreta y les lee una copla antigua de las muchas que tiene recopiladas:

"El ser pobre no es deshonra,
ni mancha ningún linaje;
Jesucristo vino al mundo
pobre y sin quererlo nadie. "


-¿Estamos todos entonces? -pregunta elevando la voz.

-No, que aún faltamos nosotros tres.


Son don Alberto Pelairea, don Benjamín Bar Jonah y don Mikel Zuza, que por estar recién llegado no conoce bien este dédalo de calles, y ha de usarlos siempre de lazarillos para llegar a la hora convenida. Dice el primero:

"Gracias mi buen amigo; 
estas sendas me son tan familiares,
y tengo de su sol los resplandores
de los ojos del alma en la mirada, 
y a mis tierras le dan tantos fulgores
mism buenos padres y mi esposa amada,
¡que la noche más negra y más sombría
marchando hacia mi casa se hace día!"

Ante lo que Benjamín responde:

"Primeramente salí de mi ciudad de Tudela hacia la de Zaragoza, descendí por el curso del río Ebro hasta Tortosa, y desde allí caminé dos jornadas hasta la antigua Tarragona, que era de construcción de cíclopes griegos como no se encuentra nada semejante en todas las tierras de España".

Y el pamplonés no ha de quedarse tampoco callado:

"Le han dicho que hoy es siete de abril, pero eso ya nada significa para el viejo rey de los navarros, Sancho, apodado "el Fuerte" en su juventud, y ahora simplemente "el encerrado", que pasa sus tristes días en el castillo sobre la hermosa ciudad de Tudela, cuya mejana reverdece al tibio sol primaveral.

Ya no puede recorrerla a caballo, como gustaba hacer junto con su hermano Fernando, que siempre le ganaba en las carreras que organizaban en el puente. Ordenaban en esas ocasiones a los guardias que mantuvieran abiertas las puertas de las tres torres y, a una señal de sus hermanas Blanca y Berenguela, que dejando caer un pañuelo al suelo indicaban el inicio de la competición, espoleaban los ijares de sus caballos y se lanzaban a toda velocidad hasta alcanzar la otra orilla del Ebro".

  
Bueno, pues ahora que por fin estamos todos -dice don José María Iribarren-, nada mejor que explicar el motivo de la reunión. Y saca entonces de su bolsillo una carta sellada en Jerusalén, que comienza a leer de inmediato:

"Hallándome aquí, en Sión, la tierra de mis antepasados, aquella que Yahvé entregó a su pueblo elegido, y de la que por nuestros pecados fuimos expulsados, no puedo dejar de pensar sin embargo en la ciudad donde mis ojos vieron por primera vez  la luz del sol.

Y sabiendo que Tudela fue siempre pródiga en talento literario, me atrevo a pedir a todos aquellos que ponen en las musas sus anhelos, que se ocupen por favor de mi hija Raquel y de mi nieto Isaac, recién nacido, a los que por seguir mi loca ambición de morir en la ciudad donde vivió el rey David, he dejado completamente desamparados.

Advierto a todos ellos que sólo podré pagar esos desvelos con versos y estrofas, pues sabed que:





Trocaría mi vida por el viento que visita
a ese hombre que siente mis propios males como suyos.
¿Sabe cuando revolotea si va volando
sobre las aguas del Éufrates o sobre sus mejillas?
Le digo: "¿Has venido a enjugar mis penas?"
y responde: "Mas bien a renovar sus jirones,
pues se alarga la separación de tu amigo,
y es muy fuerte su ausencia, igual que sus leones".
Le respondo: "Mas está lejos y cerca,
¡mi vida toda depende de su vida!
Que viva y tenga paz en donde more,
y según su corazón se realicen sus deseos".


Firmado: don Yehudah Ben Samuel Ha-levi


Y lo cierto es que desde que llegó tal misiva, todos se mostraron más que dispuestos a cumplir la solicitud del príncipe de los poetas tudelanos. Y por eso ahora, formando todos en perfecto orden tras sus majestades, se disponen a doblar la esquina y dirigirse al arco de la calle Cortadores, bajo el cual -y protegidos sólo por el calor que les proporcionan un buey y una mula- se refugian Raquel e Isaac.


Y la mula, por terca, se llama Yolanda. Y el buey, por la fatuidad de haber querido expulsar a ambos animales del pobre pesebre, Benedicto. Y muy pronto desmontan el Restaurador, el Sabio y el Fuerte, y ofrecen a la madre y al niño monedas de oro recién acuñadas en la ceca de Monreal, aromática lavanda nacida junto al palacio de Arazuri y un buen montón de eslabones de las cadenas traídas de las Navas. Y van pasando después uno tras otro el resto de los reunidos, y cada uno entrega el libro que tanto le costó escribir, hasta formar la biblioteca más selecta que tudelano alguno pueda imaginarse. 

Y aún se acerca también por allá doña Dolores Redondo a ofrecerles "El guardián invisible", que todavía huele a tinta fresca, que es la savia que llena de vida y de sueños el  aburrido papel en blanco. 


Y dicen que hubo esa noche gran animación en las terrazas de la plaza de los Fueros, que ya se sabe que las ideas y los proyectos literarios parece que llegan a mejor puerto si viajan en vaso largo con una rodaja de limón...


© Mikel Zuza Viniegra, 2013