lunes, 26 de noviembre de 2012

BARRUNTOS VII

Torre de Olcoz (Valdizarbe)
5 de octubre de 1940, nueve de la mañana.


-Don Gabriel, ¿no cree que con esta excursión podamos llamar demasiado la atención en Pamplona?

-Al contrario, Angel María, una vez conseguido este pequeño autocar por medio de los buenos oficios de mi amigo Matías Anoz -ya sabes, el dueño de Casa Marceliano-, y tras anunciar públicamente que vamos a enseñar a nuestros "estudiantes" algunas de las torres cabo de armería que quedan en las cercanías de la capital, incluida la de Mendinueta -que perteneció al conde de Ayanz, uno de los protagonistas de nuestro libro-, creo que evitamos cualquier tipo de sospecha.
Eso mismo hemos buscado al repartir a cada uno de ellos un ejemplar del Coqueto don Sancho, junto con la sinopsis en lengua inglesa que tú mismo les preparaste. Y me parece que casi todos han sabido fingir bastante bien su supuesto interés en él. Quizás Devlin haya mostrado su fuerte carácter más de lo conveniente, pero dadas las circunstancias de su alistamiento, no me sorprende demasiado.
En cuanto a comenzar nuestra misión precisamente en esta torre de Olcoz, de la que soy afortunado propietario, he creído que no podríamos actuar de otro modo, y que igual que el gigantesco caballero que campea en los muros de San Cernin emprende su viaje dejando atrás las puertas de una imponente ciudad, nosotros debíamos hacerlo dejando atrás los recios muros de una torre medieval, y no la insustancial y fría contemporaneidad de la estación de autobuses...

-En esto último desde luego tiene usted toda la razón, don Gabriel, pero no sé yo hasta qué punto estos doce hombres que ahora fuman y estiran sus piernas a nuestro alrededor serán partidarios de semejantes sutilezas históricas...

-No te preocupes, que te aseguro que conocen perfectamente su cometido y saben que todos estos adornos "intelectuales", son absolutamente necesarios. Piensa que desde aquí, apenas nos separan treinta kilómetros de la ya citada torre de Mendinueta, y que ésta dista tres kilómetros escasos de Basabe. Pronto nos pondremos en camino, y quiera Dios que no nos encontremos allí alguna sorpresa desagradable, pues ambos sabemos que los soldados alemanes, con el pretexto de recuperar fuerzas, llevan unos días realizando caminatas por toda la cuenca, y justo la semana pasada subieron precisamente hasta las ruinas del castillo de Irulegui, que domina desde su altura el valle de Izagaondoa. Desde luego pudo ser una mera casualidad, pero por si acaso Banks, Cohen, Wilson, J. Charlton, Moore, Stiles, Ball, Peters, B. Charlton, Hurst, Hunt y Devlin -que así se llaman nuestros doce hombres-, vienen preparados para cualquier eventualidad...

-¿Está usted hablando de que nos arriesgamos a un posible enfrentamiento armado entre ingleses y alemanes en pleno corazón de Navarra? Supongo que se dará cuenta de que si tal cosa llega a producirse, las consecuencias diplomáticas para España pueden ser gravísimas...

-Por supuesto que me preocupa esa perspectiva, aunque creo sinceramente que, llegados a este punto, el temor a las consecuencias de nuestros actos ha de dejar paso a la expectativa de conseguir el resultado que de nosotros se espera.

-Precisamente sobre eso quería hablarle, don Gabriel, pues no sé si finalmente encontraremos en Basabe lo que el MI6 anhela. He aprovechado estos quince días para recabar información sobre el catarismo y también para visitar a la familia del recientemente fallecido archivero don Carlos Marichalar. Ya sabe, el autor de la Colección Diplomática del Rey D. Sancho VIII el Fuerte. Pues bien, tras estudiar concienzudamente su libro, determinadas lagunas me hicieron sospechar que no había publicado en él todos los documentos que había tenido a su disposición. Unas amables consultas con su hijo, que consintió que revisase los papeles inéditos dejados por su padre, me permitieron confirmar mis recelos: efectivamente aún le quedaban muchos diplomas del rey Sancho por catalogar, y uno de ellos era lo que parecía la copia exacta de una carta dirigida a su hermana Berenguela, la reina viuda de Inglaterra. Está fechada el 25 de agosto de 1229. Escuche con atención lo que dice, pues me he permitido traducirlo desde su macarrónico latín original:

"Tras la muerte hace unos meses de nuestra hermana Blanca, la condesa de Champaña, tú y yo somos los últimos miembros de nuestra gloriosa familia, y puesto que no tengo hijos legítimos, un extraño acabará heredando el reino de nuestros antepasados. Eso no me preocupa demasiado, al fin y al cabo quizás el nuevo rey lo haga mejor que yo, que vivo atormentado por no haber sabido seguir el ejemplo de buen gobierno que nos legó nuestro padre. Es justamente eso lo que me anima a escribirte ahora que una nueva tribulación amenaza mi corona.

Aunque hayan pasado ya tantos años desde que tus obligaciones conyugales te alejaron de Navarra, nuestro constante contacto por carta te habrá mantenido bien informada de nuestros numerosos problemas para mantenernos firmes ante las asechanzas de Castilla y Aragón, secundados siempre en sus malditas ambiciones por todos y cada uno de los papas que han pasado en estos años por la silla de San Pedro. Pero hay algo que no me atreví a contarte en su momento, y que ahora es urgente que conozcas: hace cerca de quince años, y acuciado por la necesidad de dinero, llegué a un pacto de protección con el núcleo de mandatarios de lo que Roma consideraba herejes del Languedoc. Ellos me proporcionaron entonces los fondos que requería para pagar a mis tropas, y yo a cambio les ofrecí un lugar seguro donde pudieran residir tranquilos. El fanático obispo Guillem de Saintonge procedió a excomulgarme por ello, y sólo accediendo a su deseo de que jamás pudieran abandonar ese paraje, y que viviesen allí fuertemente vigilados, pude eludir la enésima invasión castellano-aragonesa.

He mantenido contra viento y marea la palabra que entonces dí a los occitanos, atendiendo sobre todo a las enseñanzas de hospitalidad que nos dio nuestro padre el rey Sancho, que confío que tú tampoco habrás olvidado. Ahora soy ya viejo, y siento cada vez más cercana la muerte. Temo que si, como anhelan los nobles, mi sucesor es nuestro sobrino Teobaldo, su condición de vasallo del rey de Francia le haga perseguir a estos hombres que, equivocados o no en sus creencias, me ayudaron cuando lo necesitaba. Por eso quiero rogarte que, valiéndote de tu influencia en la corte de tu sobrino el rey de Inglaterra, intentes conseguir que sean acogidos en aquellas tierras. No mancharé mis manos de sangre inocente, y te digo que no he conocido nunca a gente más franca ni humilde que ellos.

Si aceptas, viajarán ellos solos con una escolta armada que yo les proporcionaré, dejando aquí los contados objetos de culto que con ellos trajeron, pues hacerlo con cualquier pertenencia personal podría atraer sobre ellos la codicia de los numerosos salteadores que pululan por Aquitania y por la propia isla de Inglaterra. Naturalmente tus desvelos serán recompensados con una generosa donación económica para esa impresionante abadía que mi canciller me cuenta que estás levantando cerca de Le Mans..."

-Maravilloso, Angel María. Además esto no sólo despejaría nuestras dudas sobre una hipotética permanencia de los cátaros en Izagaondoa, sino que además les situaría en Inglaterra, que es curiosamente el  país que ahora nos envía a recuperar su hipotético legado. No deja de ser curioso, aunque siempre he creído que la Historia es una dama caprichosa. Pero dime, ¿has podido averiguar si Berenguela respondió?

-Desgraciadamente no parece haberse conservado el documento original, pero en el reverso del documento que le acabo de transcribir, un clérigo que debió consultarlo, y que por el estilo de su letra debió hacerlo en el siglo XV, dejó anotado:

"la reina viuda de Inglaterra, en honor y reverencia a su poderoso hermano y a la memoria de su difunto padre, reyes ambos de Navarra, admitió acoger a los proscritos, y no debe extrañar esto a nadie,  pues solamente Dios conoce la bondad o maldad que se esconde en el corazón de cada criatura humana, y lo recordará  inapelablemente cuando nos juzgue a todos al final de los tiempos..."

-¡Verdaderamente sensacional! Porque si dejaron aquí todos sus "objetos de culto", puede que el Grial aún permanezca en Basabe...

-No lo sé, pero desde luego estoy ansioso por comprobarlo cuanto antes...

-Oigan amigos, por sus caras deben estar hablando de algo muy interesante, y es cierto que este lugar es bastante bonito, pero la verdad es que hace frío en este desvencijado torreón, y me gustaría saber si tienen pensado iniciar hoy el trabajo que me ha hecho abandonar los "muy acogedores" muros de la prisión de Wandsworth...

-Tenga un poco de paciencia, Devlin. Estábamos comentando nuevos datos muy esclarecedores sobre nuestro objetivo. En cuanto a la torre, probablemente le gustará saber que mister Gabriel tiene el proyecto de rehabilitarla.

-¿Esta ruina? Yo tengo un... digamos que un "tío" en Belfast que la reduciría a escombros de tan pequeño tamaño que resultaría luego muy fácil recogerlos. Creo que les saldría mucho más barato que restaurarla...

-Sí, y puedo imaginar perfectamente el método que su "tío" utilizaría para ello...

-No se inquieten ustedes, amigos: la Torre de Londres va siempre primero en las previsiones de actuación de mi "tío". Digamos que es una vieja deuda de juego...

-Bueno, por lo que tengo entendido los alemanes están haciendo en estos momentos todo lo posible por cumplir los deseos de su "tío", mister Devlin. Así que debe estar usted muy contento...

-Mire, mister Pascual, odio al Imperio Británico con todas mis fuerzas, y le juro que si para conseguir una República de Irlanda totalmente libre y unida tengo que aliarme con el Demonio, lo haré sin dudarlo. Pero eso no me hace compartir en absoluto las ideas del Diablo, que tengo entendido además que son también las suyas. Sí, no se sorprenda, mi "tío de Belfast" tiene un gran sistema de información, y además yo mismo luché con mis compañeros de la Columna Connolly contra sus repulsivos "camisas azules", en Madrid, no hace ni tres años todavía. Así que no intente darme lecciones de moral o de política, y no olvide jamás que vengo de la Isla de los Santos y los Sabios, y que cuando ustedes aún andaban recogiendo zanahorias en esta Navarra suya, San Patricio ya había expulsado a todas las serpientes de mi querida Irlanda...

-¿Qué discutes tan acaloradamente con Devlin, Angel María?

-No se preocupe, don Gabriel, digamos que tenemos diferentes criterios "artísticos". Pero en cualquier caso él tiene razón en algo: deberíamos ponernos ya en camino hacia Basabe. Aprovecharemos el viaje para dar a estos señores los últimos detalles, y rogaremos a Dios para que haya que utilizar únicamente las palas para excavar y no las metralletas para abrirse paso...

-Yo también rezaré para que Él nos escuche.
Come on, guys!

[Continuará...]

© Mikel Zuza Viniegra, 2012